Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Un pariente pobre del jazz
ROCK AND ROLL EN BUENOS AIRES
rockBUENOS Aires baila y discute. Baila el rock y discute el rock. En la calle, en los bares, en los clubes, en los suburbios. Hay festivales, conciertos, concursos para bailarines de rock, como el que tuvo lugar en el Luna Park hace pocos días.
Pero son dos cosas distintas el rock como realidad que tiene resonancia entre la juventud, y su valor musical. En realidad, es una especie de pariente pobre del jazz; de origen negro, ya se escuchaba algo parecido en la época heroica de Nueva Orleáns, por el año 1920. Como el boogie, su antepasado, es, en última instancia, un blues. Todo rock está construido sobre la trama armónica de un blues. Tiene su origen moderno en lo que los músicos americanos llaman Rythm and blues.
También en la vieja época se bailaba suelto. Los negros le llamaban Jitterbug, y los bailarines de jitterbug causaban sensación e incomodidad muchos años antes que los blancos se dieran cuenta de que existía algo llamado jazz. Y siguieron bailando suelto, mucho después los espectadores de los primeros éxitos de Benny Goodman en los años 1935 y 1936, y poco tiempo más tarde lo hicieron con Gleen Miller. El pasado año en un festival importante, durante un concierto, el público entusiasmado bailó con la orquesta de Duke Ellington, que tocaba... un blues.
Desdichadamente, aquí se toma contacto con el rock mediante orquestas blancas de mediana calidad, como la de Bill Haley, que se popularizara con la película “Semilla de maldad”. Bill Haley es un cantante y guitarrista blanco de cierto valor, que obtuvo un enorme éxito en los Estados Unidos. Él sacó ventajas del repertorio del Rythm and blues y del folklore blanco para satisfacer también a un público de blancos. En realidad no podría soportar la comparación con orquestas negras similares, como la de Tiny Bradshaw, o la de Wynonie Harris, o la de Eddie Vinson, o con cantantes como Fats Domino. Podría definirse a las orquestas como la de Haley como intérpretes de folklore blanco con cierto aporte negro.
Después que una masa aullante de jóvenes sin contacto con el jazz, o por lo menos con sus formas más puras, se entusiasmó con este estilo (por otra parte de una monotonía inaguantable para los que escuchan), proliferaron las orquestas de rock and roll para explotar esta expresión simple y primitiva de jazz, esencialmente negra. Aparecieron a millares los discos de orquestas que tocaban en forma cada vez más ridícula, dando un espectáculo de circo, pero que aseguraba ventas fabulosas.
En cuanto al baile, no es posible negar que tiene gran valor plástico, y que podrá ser utilizado muchas veces en espectáculos de toda naturaleza.
Entre nosotros hay otros problemas que será necesario dilucidar. El rock es un baile para la juventud, ya que existe un limite de edad desde el cual ya no se baila rock. Pero habrá que establecer qué alcance tiene, qué consecuencias dejará esta música, que como tal no podrá alcanzar una vigencia duradera. Hoy está de moda. Pero, ¿es una manera como cualquier otra que tiene el adolescente para manifestar su personalidad? Ese desenfreno aparejado a la música, ¿es peligroso? ¿Ese frenesí que se manifiesta en cualquier parte, en la calle, en el cine, en los salones de baile, y que lo empuja con todas sus fuerzas al exhibicionismo? ¿Es un modo, una forma de evasión? Vivimos en una complicada época, difícil, caótica, y el rock, excitante ritmo, es la válvula de escape mediante la cual los jóvenes eluden sus problemas, su insatisfacción ante el ambiente familiar y general. Por lo pronto, él se ha limitado a los sectores menos arraigados de las ciudades grandes. La juventud del pueblo sigue fiel a la música nacional.
Revista Qué
12/2/1957
 

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