Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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| Televisión: Decadencia y caída de casi todos los
novelones Como en el festín de Baltasar, la mano invisible ya escribió en la pared su sentencia. No es sólo el conflicto con los actores (ver número 184); aparentemente, más allá de las economías sobre cachéts siderales e ilógicos, el teleteatro desciende ya por la ladera opuesta de la cima en que lo entronizó el gusto de un público sencillo, ávido de emociones vicarias. Esos sismógrafos exactos que suelen ser las últimas páginas de los diarios de la tarde, con sus maliciosas informaciones sobre televisión, han proclamado el ocaso; y una de ellas profetizaba, hace dos semanas: "Con el fin de año se estudia, en las huestes de Constitución (el Canal 13), defenestrar a tres telenovelones como Muchacha italiana viene a casarse, Teatro del aire y El amor tiene cara de mujer...", para ser reemplazados "...por diversos programas de entretenimiento y periodísticos, algunos ya en funcionamiento y otros a punto de ser promovidos. La barrida viene a indicar que los teleteatrones van a ser cosa del pasado”. Tal vez la decadencia no sea tan rápida como algunos puristas y culteranos la desearían. Aún persisten jirones de lo que fue próspero negocio para unos pocos, y fuente de lágrimas y nostalgias para muchas matronas y adolescentes soñadoras. Todavía se pueden escuchar, desde las primeras horas de la tarde, las frases inmortales que son la marca a fuego del género. "Mi amor, mi amor”. Al conjuro de estas palabras, las bocas se buscan desesperadamente para unirse en un beso definitivo de pasión y de muerte. Pero de repente las cejas del protagonista se fruncen y, apartándose con alguna violencia de su amada, se hace a un lado para hundirse en angustiosas cavilaciones: "¿Por qué, por qué tenía que pasarnos esto?” Y, tras un instante de suspenso, la resolución heroica: "¡Ah, no, no! ¡Mi amor es más fuerte!... ¡Voy a matar a Dalton!” Como una ominosa ráfaga de metralleta, la música adelanta lo que va a venir. Ante la cámara que recoge el azoramiento de quien acaba de pronunciar tan definitivas frases, vuelve el beso de pasión y de muerte, para dar lugar por fin al dissolve - aviso, marcado en el libreto. Son 8 ó 10 minutos de tanda publicitaria, después de la cual asoma la madre-déspota (canas, vestido negro —si es posible, con algo de encaje también negro—, perlas, mueca de desdén y apenas contenida furia, sobre fondo de tapicería y reloj de bronce con amorcillos), esa que no la quiere a "ella” porque es una "mala mujer” que la aparta de su hijo, o porque es una buena chica pero hija de campesinos. El esquema ha venido repitiéndose, implacable, desde hace 18 años, los que cuenta la televisión argentina: el teleteatro duplica hasta la pesadilla los senderos del folletín y, dejando de lado cualquier posibilidad de movimiento o de imagen propia del medio, las muertes, las pasiones y los amores castos se resuelven con un relator y una partitura que permite adivinar "lo que viene”. Y aunque los autores insisten en que aspiran a ubicar a sus personajes en el contexto de la clase media, es abrumadora la cantidad de Monteverde (Soledad, un destino sin amor; Canal 9), Lindsay, Harrington (Muchacha italiana viene a casarse; Canal 13), y los Juan Francisco, los Juan Pablo, los Carlos del Valle, las María Mercedes y las Verónica, lo que permite escuchar estas frases inmortales (como que fueron acuñadas, en el mejor de los casos, en los albores del romanticismo, a fines del siglo XVIII): "Elena Harrington, a quien estafaron los infames Lindsay”; o bien, "Qué me importa Valeria Donati, esa hija de campesinos”. CUENTOS DE NUNCA ACABAR. Encender el televisor a las 3 de la tarde y pasar maquinalmente del Canal 9 al 13, cada media hora, hasta las 6, propone una cosecha de parlamentos que el radioteatro mismo ya había abandonado a comienzos de la década del 50: "Nunca es una palabra tan definitiva como siempre”; "Valeria quiere ocupar un lugar al sol, ya se ha cansado de ser sombra”; "Tu verdad son los recuerdos. —No, mi verdad sos vos”; "No me asustan tus arrestos de valiente porque siempre fuiste un cobarde”; "Carlos del Valle es triste hasta cuando sonríe. ¿Usted puede cambiar la tristeza de esa sonrisa?”; "Mudarse... es morir un poco”. En algunos casos, estas historias que infinitamente, como en una alucinación borgiana, repiten los mismos temas y los mismos personajes, han cumplido “siete años de éxito ininterrumpido, con un rating que nunca bajó de 16 puntos y que actualmente encabeza la lista de teleteatros de la tarde, con 21 puntos”, se entusiasma Nené Cascallar, veterana del género y autora de El amor tiene cara de mujer (Canal 13), que es el depositario de tales fervores. La lista de hits debe incluir: El hombre que me negaron (Alberto Migré, Canal 9), la ya citada Soledad (Alejandro Hurtado Therán, un peruano cuyo dramón ha sido adaptado al gusto local por Raúl Delgado Cué), Cuando el ayer es mentira (Armando Baielli, Canal 13), Los parientes de la galleguita (Abel Santa Cruz, Canal 9) y, naturalmente, la incesante Muchacha italiana, etcétera, de Delia González Márquez. Instalada en su living, en un butacón más o menos Luis XV, a sus pies rendida una perra collie y a su vera un paisaje melancólico de árboles y ranchitos ("Es mi cuadro predilecto”), Delia González Márquez, la autora de Muchacha, vierte los comienzos de su carrera de libretista: “Yo pintaba, pero también me gustaba mucho escribir. Primero estudié tres años de Bellas Artes, después hice dos de Filosofía y Letras y, por último, un curso de libretista en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, del cual decían que podía ser un trampolín para llegar. ¡Pero llegar ha sido siempre tan difícil!” LA FORMULA DEL EXITO. La butaca cruje bajo el peso de tan aciagos recuerdos, pero la escriba se repone y continúa el relato de su calvario: "Hice ese curso abrumador y con profesores tan exigentes, durante un año. Me dieron la matrícula y así empecé en radio, y después en televisión. Narciso Ibáñez Menta fue, en realidad, quien me lanzó al éxito, en Canal 9; le presenté un libreto llamado El hombre que comía los pecados. Lo leyó y se enloqueció”. Que esta locura pudo resultar contagiosa, lo prueba tal vez el éxito de Muchacha italiana, que ya lleva dos años de desplegar una sola e invariable situación: los pobres son buenos, los ricos son malos, y unos y otros se enfrentan en terrenos tan resbaladizos como el amor, el honor, la rectitud, el ejercicio heroico de las virtudes. Un estudioso arriesgaría, quizá, la hipótesis del primitivismo de una sociedad que admite la perduración de esa dualidad elemental y se alimenta aun, gozosamente, de ella. La autora, más práctica, prefiere imaginar que la resonancia proviene de que "a la gente le gusta que el personaje pase por las mil y una, y que siempre termine bien; pero antes, eso sí —enfatiza—, que le ocurra de todo". Nené Cascallar, en cambio, cultiva el éxito de El amor tiene cara de mujer con un mayor alarde de sofistificación: "El sustento verídico de las historias, que son inventadas pero —susurra, cómplice— sin dejar de copiar la vida y la verdad humana, porque la vida que se vive es una novela”. Con tal lenguaje, no es de extrañar que sus criaturas ficticias hablen como lo hacen. TU ME QUIERES BLANCA. En uno de los últimos capítulos de Inconquistable Viviana Hortiguera (en la serie “Su comedia favorita”, Canal 9, los lunes a la noche), Alberto Migré se adentra en los flecos metafísicos de la manera de ser de los argentinos, desmintiendo —de paso— el proclamado culto del machismo. Resulta que Viviana (la cuarentona pero indeclinable Beatriz Taibo) decide vivir a fondo su amor esa noche, y la respuesta de su amado (Alberto Martín) es decisiva: "No te hagás demasiadas ilusiones, no paro hasta encontrar un hotel decente”. Cuando por fin se los ve entrar en la habitación del alojamiento adecuado, aparece una mucama que les trae una botella de champagne. Brindan y se repiten, en todos los tonos, "mi amor, mi amor”. Viviana y las espectadoras están al borde de la histeria, cuando el galán pide la cuenta: “Este lugar no es para vos: te quiero demasiado”, enuncia. Viviana, evidentemente aliviada, observa: "Acabás de darme la mejor prueba de amor”; y mira, conmovida, el lecho no profanado. Esta situación no pasaría de la mera anécdota si no fuera porque, según la Cascallar, "el público adopta, estoy convencida, las actitudes de los personajes de teleteatro cuando se encuentra en situaciones similares”. Si esto es verdad, y teniendo en cuenta que el rating de tales programas es ciertamente elevado (18 a 20 puntos, es decir, en ese horario, alrededor de un millón de espectadores), una fácil estadística permitiría comprobar entonces que uno de cada 23 habitantes del país ve y copia o imita o se identifica con las imágenes que le proporciona la pantalla. Para corroborarlo, bastaría recordar a aquella buena señora de clase media que, según un reportaje reciente, calca los modales y las palabras con que Mirtha Legrand recibe a los invitados a sus legendarios almuerzos, imaginando que son el colmo del chic. LO QUE VENDRA. En medio de tanta chatura despuntan, sin embargo, algunas claridades: Canal 7 supo tener su Gran teatro universal y su Teatro argentino, así como ahora cuenta con las Gran- des novelas, donde Sergio Renán ha conseguido varias cosas que los canales crudamente comerciales parecen considerar utópicas: demostrar que la cultura no es aburrida, trasportar textos a menudo abrumadores —Crimen y castigo, Rojo y negro, Resurrección— a un lenguaje claro y dramáticamente tenso, y que ese lenguaje sea el específico de la televisión. Pero advierte Renán: "Adaptar títulos importantes, famosos, adecuándolos a lo que se supone que es el gusto popular, es rebajarlos al mero folletín. Cuando hice Balzac no pensé en el mayor o menor efectismo de una toma, ni en recortar el texto caprichosamente, porque lo importante es respetar al público y no traicionar al autor”. Sea. Pero ¿quiere ese público ser respetado? Se verá, tal vez, cuando nada menos que la olímpica Cascallar salga al paso del peligroso innovador. Sin nombrarlo, anuncia para abril de 1971 "un ciclo de Grandes novelas argentinas, que yo adaptaría. ¿Por qué hacemos versiones de todas las obras internacionales, dejando de lado la literatura nacional?”. Olvidada por un momento de que ya no está en la radio, se inflama: "Adaptaré al micrófono esas grandes novelas, a la manera de los espectaculares europeos. Tendrán dos horas de duración por programa y se trasmitirán durante todo el tiempo que sea necesario”. Lo que parece ignorar la decana de los folletineros (cuya primera presa ha de ser, por simple lógica, su colega Hugo "Wast) es que la literatura argentina figura en los planes inmediatos de Renán, y que el título Grandes novelas está registrado a nombre del director-actor desde hace más de un año. DE MUERTE NATURAL. Pero los estudiosos de la televisión, los psicosociólogos y los cínicos que saben de sobra que, sea cual fuere la calidad del producto y de sus intérpretes, el desgaste provocado por la pantalla chica es implacable: "No más de dos años", aseguran los entendidos, fijando ese lapso como mínimo para que comiencen a mellarse, aquí y en cualquier parte, los más sólidos prestigios. Cosa juzgada es un ejemplo de ese proceso natural. Con libros de Juan Carlos Gené —sobre investigaciones de Martha Mercader— y dirección de David Stivel, el ciclo logró soslayar (al menos durante un tiempo) la morbosidad implícita en esas "historias verdaderas de casos jurídicos extraídos de los archivos”. Y Gente de Teatro pudo, por fin, demostrar que el éxito se alcanza al margen de los lugares comunes y los amaneramientos. Sin embargo, su declinación es visible: ha cumplido su ciclo vital. A mitad de camino entre la truculenta cursilería de unos y el culturalismo funcional de otros, hace poco asomó el Grupo de los Seis: libretos de Osvaldo Dragún, dirección de Alberto Rinaldi, interpretación de Luis Brandoni, Alberto Argibay, Oscar Ferrigno y Walter Vidarte. El balance, hasta el momento, es positivo: apuntan a la calidad pero no se olvidan —al igual de Gente de Teatro— del elenco estelar, ni de las dosis de crimen y violencia que les permiten cosechar un rating de 20 puntos, con una aproximación a problemas actuales (el terrorismo, la homosexualidad, las drogas) que recuerda los enfoques secos y veloces de las mejores series norteamericanas. No sería de extrañar que por ahí anduviera la cosa en el futuro: la actualidad dramatizada con una hábil dosificación de lo comercial y lo artístico, dos términos que no se excluyen sino en las mentalidades subdesarrolladas —o astutas— de quienes usufructúan de ese maniqueísmo a costa de la ingenuidad del público. A menos que los teleteatros de hoy sean, como lo sugería un escéptico la semana pasada, el verdadero reflejo de ese enigmático "estilo argentino de vida”, tan frecuentado en los últimos tiempos por la literatura oficial. ♦ Panorama 22.12.1970 |
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