Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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DIALOGO EXCLUSIVO CON LA CUESTIONADA NOVELISTA SILVINA
BULLRICH EN SU CHALET DE PUNTA DEL ESTE "LA GENTE ME QUIERE, VENDO BIEN, GANO DINERO, ¿Y QUE?" Confiesa ganar 25 millones de pesos viejos anuales por la venta de sus libros (“muy aptos para entretener al lector en viajes largos”, admite) y defiende su última obra, “Su Excelencia envió el informe”, blanco de ácidas críticas de la prensa especializada Es un chalet de paredes blancas, techo de tejas oscuras y jardín al fondo, erigido en la agreste zona de Pinares de Maldonado, a 12 kilómetros del centro de Punta del Este. Una casa confortable, atestada de libros y bautizada La Creciente —título de una de sus novelas—, que desde hace siete veranos cobija el descanso de Silvina Bullrich. Pero ahora, súbitamente, la escritora argentina decidió cambiar el chalet por un departamento. “Estoy por irme al centro, como la costurerita que dio el mal paso —ironiza—. Cambio de casa porque tengo las mismas inquietudes que asoman en mis libros: la soledad y la vejez, que viene aunque una no quiera. Vivir sola, en una zona tan apartada, me plantea problemas de comunicación y hasta de seguridad personal”. Así, mientras se adentra en cuestiones inmobiliarias, la autora de Los burgueses deja discurrir plácidamente sus días. Escribe poco, lleva una agitada vida social y visita todas las tardes, puntualmente, el exclusivo club La Terraza, un reducto frecuentado por un cerrado clan de veraneantes argentinos. No es casualidad que dos de sus novelas —Mañana digo basta y Mal don— estén ambientadas en zonas turísticas uruguayas: desde hace una década, cada año Silvina Bullrich cruza el río de la Plata para pasar allí sus vacaciones. Esta temporada, cuando hacia fines de diciembre SB abandonaba Buenos Aires rumbo a su refugio de Punta del Este, acababa de aparecer su última novela: Su Excelencia envió el informe. Las semanas siguientes, en ausencia de la autora, llovieron las críticas sobre el libro: “Silvina y yo somos tan distintas como un esquimal y un zulú. Pertenecemos a generaciones diferentes, pensamos distinto y hasta ella es rubia y yo morena. Opino que ella escribe demasiado. Al no ser Vargas Llosa, que escribe más, termina dando a publicidad cosas por las que luego le dan por el coco y que, sin embargo, la gente devora” (Marta Lynch). “Tengo toda la impresión de que Silvina Bullrich escribe para ganar un campeonato, no sé cuál, pero evidentemente lo ha logrado. Nunca he conocido a un escritor, o escritora, más eufórico y satisfecho de sí mismo” (Bernardo Kordon). Buscando la respuesta de la Bullrich a estos y otros adversos comentarios —casi todos muy mordaces—-, Antonio Mercader, corresponsal de Siete Días en Montevideo, la entrevistó en Punta del Este la noche del domingo 26 de enero. A continuación se transcriben los tramos más salientes de ese diálogo. —¿Por qué eligió un título tan raro para su última novela? —No sé si soy buena escribiendo libros, pero sí que sé elegir títulos. Su Excelencia envió el informe, es un buen título. No es el original porque el primero que se me ocurrió fue El informe de Su Excelencia. Pero preferí cambiarlo porque recordaba a El informe de Brodie. ¿Se da cuenta? No podía poner un nombre que recordara a Borges porque con él pasa lo que con todo monstruo sagrado: leerlo hace bien, pero es mejor tenerlo a distancia. —Como sabrá, Su Excelencia envió el informe fue duramente criticada. ¿Leyó esos comentarios? —No los leí ni quiero leerlos. Son críticas malas que hacen daño. Además, me dicen que hay detalles infantiles en esas criticas. Parece que me achacan como defecto el que mis libros se vendan en los quioscos. —¿Se venden en los quioscos? —En los quioscos se venden libros de todo el mundo. Los míos también, y es natural que así sea porque no son caros, y son más cortos y ágiles que la mayoría. Por ejemplo, vendo muy bien en los quioscos de los aeropuertos, porque un pasajero que está buscando un libro que lo entretenga mientras viaja, elegirá seguramente una de mis novelas. —Un libro que sólo sirve para pasar el rato puede resultar demasiado superficial. ¿No le parece? —¿Superficial? No lo creo. Puede ser que algunas de mis novelas lo parezcan, pero lo que sucede es que suelo tratar temas profundos de una forma liviana. Hay algo en mis novelas, el don de síntesis y la manera de narrar, que gusta a la gente. Es el caso de Su Excelencia, un libro distinto, más ágil que los anteriores, escrito con gracia y de un modo moderno. Hay mucha acción, todo es acción, porque no hay diálogos inútiles. Y eso es una cualidad literaria aunque muchos críticos no lo vean. —¿A qué atribuye que los críticos ignoren esas cualidades? —Todo el mundo sabe que el noventa por ciento de los críticos son escritores fracasados. Eso lo explica todo, ¿eh? —¿Por qué dice que Su Excelencia es un libro “distinto”? —Porque es dinámico, moderno. Podía haber sido más largo porque el tema daba para más, pero a mí no me gusta abrumar al lector con libros largos. Lo escribí bajo la influencia de los modernos escritores norteamericanos, esa corriente tan exitosa de libros interesantes que apareció en los últimos años. Es ‘un libro breve, pero no superficial. Hay, por ejemplo, un tema político en el trasfondo. Pensé que debía sugerirlo en pocas líneas y pedirle colaboración al lector. —¿Cómo es ese trasfondo político? —Usted sabe que es un libro dividido en dos partes. En la primera, basada en la iniquidad de un embajador que traiciona a una mujer, parece un libro frívolo. Pero en la segunda parte, hay una juventud que se levanta contra esa iniquidad y que se rebela contra esa traición realizada por dinero. Una juventud que afirma “queremos ser pobres” y que reniega del dinero y de los valores materiales que tanto daño pueden hacer. —¿Es el caso de la juventud argentina? —Si, ahí están sus problemas: jóvenes que creen en la Argentina, que creen en Perón y que dicen "somos peronistas" como reacción contra sus padres. Mire qué cosa curiosa: los hijos están contra los padres pero se ponen a favor de los abuelos. Es algo que suele ocurrir en todas partes. En la Argentina, están contra sus padres que hicieron la Revolución Libertadora, pero están a favor de sus abuelos, que fueron peronistas. Eso ocurre en la Argentina de Su Excelencia como ocurrió en la realidad. Los jóvenes, todos, hasta los del Barrio Norte, salieron con banderas a la calle cuando ganó el peronismo. —¿No cree que puede haber razones políticas en las críticas que se le hacen? —Es muy posible, siempre han dicho que soy comunista y resentida social. —¿Las críticas no vendrán de otro lado, del peronismo por ejemplo? —No, para nada. Tengo un cargo en el gobierno, en el Fondo Nacional de las Artes. Si los peronistas estuvieran en contra mío, me lo habrían hecho saber. En Su Excelencia hay cierta comprensión del fenómeno peronista. —¿Qué opinan sus lectores sobre Su Excelencia? —El libro salió a comienzos de diciembre y en tres semanas vendió veinte mil ejemplares. Ya está en venta una segunda edición con otros veinte mil volúmenes. Como verá, las cifras indican una buena acogida. Aquí, en Punta del Este, mucha gente lo ha leído. Cosa rara, es un libro que gusta más a los hombres que a las mujeres. Algunos me dicen que es el mejor de mis 'libros. Creo que es bueno, no el mejor, aunque necesito más tiempo para tener una perspectiva mayor para juzgarlo. —La acción de Su Excelencia transcurre en Bangkok, Tailandia. ¿Por qué eligió un escenario tan remoto? —Este es mi único libro ambientado fuera de Argentina. Mejor dicho, fuera del Río de la Plata, porque tengo dos novelas ambientadas en Uruguay: Mañana digo basta en La Paloma, y Mal Don en Maldonado. Elegí Bangkok porque conozco esa ciudad: nunca elijo un lugar que no conozco. Tenía que ambientarlo en un país lejano, Bangkok tiene una ventaja: pensé que si hacían una película con esta novela, sería fácil recrear el escenario. En el delta del Tigre hay canales y parajes idénticos a los de Bangkok. —¿Por qué se le ocurrió que podían filmar su última novela? —No sé, quizás porque en los días que la escribí estaban filmando, por primera vez, una novela mía: Bodas de cristal, que será estrenada en abril y tiene un reparto de estrellas: Alberto Closas, Susana Campos, Soledad Silveira, María Vaner y otros. Con actores de esa categoría, será un éxito. —¿Trabaja en algo actualmente? —Aquí en Punta del Este no puedo trabajar mucho. Como decía Wilde, el sol disipa las Ideas. Simplemente, tomo algunas notas para mi próximo libro, que empecé a escribir en octubre. Es un tema apasionante: se trata de una anciana que puede tener ochenta o cien años (eso no se especifica), y que va hablando y sufriendo al ver el drama de la mujer moderna. —¿Cómo son sus días en Punta del Este? —Muy al estilo Punta del Este. Me levanto tarde y salgo a hacer las compras para la casa. Que el pan, la leche. . . siempre me olvido de algo. A la una de la tarde voy a La Terraza y estoy en la playa o en el club hasta las cinco. A esa hora almuerzo. A las siete de la tarde me acuesto a dormir la siesta y me levanto a las nueve. Después siempre tengo una invitación, alguna reunión, un cóctel. En fin, las invitaciones vienen en cadena. Me gusta Punta del Este y me entrego a esta vida social. La gente es buena conmigo, me tratan bien. Supongo que una escritora les divierte. —El ambiente donde usted desarrolla esa vida social no sale muy bien parado en algunas de sus novelas. ¿Ninguno de sus anfitriones o amigos se siente como víctima posible de la escritora Silvina Bullrich? ¿Ninguno toma precauciones? —No lo he notado. No creo que nadie se reconozca del todo en una novela, quizás porque a veces veo cosas que ellos no ven, o porque si las ven les parecen normales. Es el caso de las mujeres: he escuchado conversaciones insólitas, de ésas que si se escriben son tomadas como pura invención por el público. Este es tal vez el mayor defecto de Punta del Este: hay pocos hombres aquí, y demasiadas mujeres. Otra catástrofe es que faltan caras nuevas. Siempre somos más o menos los mismos. Entonces los temas son siempre iguales. A comienzos de temporada la pregunta es “¿cuándo llegaste?”; al promediar la temporada la pregunta cambia: “¿cuándo te vas?". Así se inician todas las conversaciones. A veces, por suerte, las cosas cambian, como sucedió anoche en una cena donde estuve. Llegó una europea y tuvimos una conversación interesantísima en un grupo grande de personas. Terminamos hablando de André Gide, de sus problemas, de cosas del arte en general, y por supuesto, sobre la profesión del escritor y de sus ganancias. —¿Gana mucho con sus libros? —Puedo vivir con los libros, vivir bien, o relativamente bien. No hay escritor sudamericano, que pueda “pararse” con los libros, que pueda hacer fortuna. El mercado es pequeño y éstos son países de devaluación y de inflación. Cuando se cobra, el dinero vale poco, y además están los réditos que sobrecargan al profesional. Por eso, siempre digo que no tengo el porvenir asegurado ni mucho menos. Y eso que yo he heredado de mis padres. Esta casita de Punta del Este la compré con la herencia: no podría comprarla nunca con mis ganancias literarias. A lo sumo podría comprar un sofá o cambiar de coche. —¿Todos los escritores argentinos están en la misma situación? —Casi todos. Conozco sólo dos escritores argentinos que han hecho fortuna: Jorge Luis Borges y Marco Denevi. El caso Denevi es muy especial porque se hicieron películas en los Estados Unidos con dos libros suyos y cobró cien mil dólares por cada uno. Los demás son como yo. Trabajamos en otras cosas, hacemos periodismo o traducciones. De vez en cuando podemos viajar. Tenemos ciertas ventajas que da el status de escritor. Pero lo que cobramos en efectivo siempre es limitado. Ponga que una escritora como yo (que soy de las que más vende en Argentina) gano veinticinco millones de pesos al año en el mejor de los casos. Cualquier pelafustán que hace salchichas gana más que eso. La conclusión es que no se puede ser escritor por interés. A lo sumo, un escritor puede cuidar sus intereses, lo que es muy distinto. Revista Siete Días Ilustrados 31.01.1975 |