Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Crónica de tres romances... AL PUBLICO NO LE INTERESAN LAS PELICULAS ARGENTINAS, PERO SI LOS CHISMES QUE SE CREAN EN TORNO DE SUS ESTRELLITAS. CIERTA PRENSA AYUDA A FOMENTAR ESTE "FALSO CINE", QUE SI BIEN NO FAVORECE A NUESTRAS PELICULAS EN CAMBIO AYUDA A VENDER EJEMPLARES EL día que algún productor de Hollywood descubrió que los chismes de las columnistas de Nueva York redundaban directamente en favor de sus películas nació la gran industria de la publicidad de las estrellas a través de aventuras amorosas que oscilan entre lo real y lo irreal de una manera tan singular que, a pesar de los años, nunca se logra saber a ciencia cierta cuando existen o cuando no. Nuestro cine es una industria más pequeña, más humilde, un poco de café, pero es una industria, y como tal funciona, salvando las distancias, como la de Hollywood. Para reemplazar a las señoras o señoritas Sheila Graham, Louella Parsons, Hedda Hooper, Sarah Hamilton, surgieron populares comentaristas en Buenos Aires; de la misma manera nacieron revistas argentinas de idéntico tamaño y características interiores a las que agotaban los y las “fans” de los Estados Unidos. Así, generalmente así, y pocas veces como consecuencia de sus trabajos o de sus películas, se hicieron nombres más o menos sólidos dentro de nuestro mundo cinematográfico. De esta manera surgieron varias de las estrellas de alguna importancia del cine nacional de hoy. Tanto se ha escrito sobre sus aventuras en las revistas especializadas, tantos comentarios hemos escuchado, tantos rumores, que nos hemos visto inclinados a incursionar por ese campo extraño e impuro de la chismografía, aun previendo los Posibles lugares comunes, intuyendo la sordidez de los argumentos, luchando por superar el sabor rosa-dulzón que éstos llevan implícito, pero con el fin de extraer algunas conclusiones que, por lo menos, resulten interesantes por lo novedosas o por su sospechada y nunca alcanzada autenticidad. Un ejemplo: un ejemplo rubio, de tipo muy de Europa Central. Después de algunas películas por las que pasó inadvertida, un romance la ubicó en el primer plano. El era un director de cine, talentoso, respetado; desde hacía años se lo aplaudía como cantor, como astro de la pantalla. La dirigió en una película. Los fotografiaron juntos. Los especialistas lo hicieron todo. Aquello quedó en la nada. Pero Gilda Lousek era ya un nombre que interesaba. Cuando Elsa Daniel y Graciela Borges, al cabo de varias películas de discreto suceso, y de algunos festivales internacionales en los cuales se las vio fotografiadas con David Niven, Federico Fellini, la Massina, la Loren y George Stevens, llegaron también a ser nombres interesantes hubo que apoyarlos con esos romances un poco austríacos —a lo Sissí Emperatriz—, no tan tremendos como los que en Hollywood protagonizaron Elizabeth Taylor y Eddie Fisher, o Juliette Grecco y Darryl F. Zanuck, sino el sencillo equivalente porteño de aquéllos. A Elsa Daniel, cuyos “flirts” anteriores no alcanzaron nunca la luz, se le endosaron dos iniciales que lograron enorme popularidad. El señor J. B. podría haber sido el Príncipe Azul de la Cenicienta mezcla de picara e ingenua que es Elsa Daniel; Sin embargo, los insistentes anuncios de su boda resultaron contraproducentes y ya pocos lo creen, sobre todo porque ella no ha hecho declaraciones serias al respecto. Duilio Marzio era el galán indicado para vivir un romance con Graciela Borges. Iban a hacer teatro juntos —están juntos en teatro—. Gran publicidad para ambos: fotos, títulos, rumores. Hoy, nada. Un productor —“El jefe”, “El candidato”— es, vamos a decirlo, el novio de Gilda Lousek. Como a la Daniel y J. B. y como a la Borges y Marzio, se los ve juntos, se los anuncia juntos, se los espera juntos. ¿Y en el fondo? No nos es posible ni a nosotros ni a ningún periodista dar por sentado su amor, ni negarlo, ni ubicarlo en una escala de valores. Nos encontramos, entonces, frente al hecho indiscutible, y casi deprimente, del cual hablábamos más arriba. Más allá de su color periodístico, ¿qué hay allí? ¿Veremos a Elsa Daniel casada con el señor J. B.? ¿O a Gilda Lousek con su productor? ¿O a Graciela Borges con su galán del teatro? Podemos esperar lo más imprevisto; tampoco descartemos una chance: que esos asuntos concluyan tal como individualmente lo preveíamos. Es el fruto concreto del amor publicitario. Y el amor publicitario nos lleva a lo otro. Puede ser y puede no ser. A veces lo que nadie cree, porque suena demasiado extraordinario, es lo verdadero. Lo mismo, en el caso contrario. Una crónica honesta para tres romances estelares debe terminar siempre con un signo de interrogación. En este caso van tres signos para cerrar tres rumores: ¿Elsa-J. B.? ¿Gilda-H. O.? ¿Graciela-D. M.? ELSA DANIEL FUE el primer equivalente moderno de las grandes ingenuas argentinas. En un principio el público la aceptó en su delicioso papel de niña pundonorosa. Los films de Leopoldo Torre Nilsson — “Graciela” y especialmente “La casa del ángel” y “La caída” — fueron mostrándole a la propia estrella la existencia de un mundo que su imaginación demasiado tierna todavía no le había descubierto. El público esperaba que esta niña buena, bonita, rubia, muy delgada, con una voz apagada y temerosa, encontrara su amor Era el momento de encontrar un amor para Elsa Daniel. Y el elegido fue J. B. —iniciales de un hombre más bien joven y apuesto sin vínculos demasiado directos con el ambiente artístico—, caballero que ganó sorprendente popularidad desde que un hábil cronista endosó sus iniciales al nombre de la estrella. Como insegura de su “affaire”, Elsa Daniel nunca declaró una palabra sobre este romance, que en más de una oportunidad se largó como hecho concreto a punto de culminar en boda. Ni la madre de la actriz —seguramente muy informada—, ni su hermanita —seguramente más informada que la madre—, ni el padre —seguramente menos informado—, ni su representante, Salvador Salías, despejaron para nada el panorama con declaraciones de ningún tipo. Pero... si el señor J. B. está en condiciones de casarse, y lo está, a unos cuantos meses de supuesto noviazgo, ¿por qué esta dulce pareja no ha llegado todavía hasta el altar? Se abre una incógnita. ¿Será verdad? ¿No será verdad? ¡Vaya alguien a saberlo! GILDA LOUSEK GILDA es la estrella cuyos romances, cuyos dos únicos romances, publicitarios o no, han tenido características muy serias, muy magníficas, por tratarse en ambos casos de importantes personalidades del otro lado de la cámara. Hugo del Carril, que con la película y que con su amistad particular la llevó a la fama, en primer término, y Héctor Olivera, que fortalece su popularidad con un noviazgo que tiene todas las similitudes con el noviazgo normal, común, de cualquier muchacha joven con un muchacho joven, son los dos nombres imposibles de apartar en la carrera artístico-sentimental —tan inseparables— de Gilda Lousek. Como a Elsa, a Gil da no se le conocen galanes del cine en sus romances. Se mencionó varias veces a Enzo Viena como posible candidato, pero esto nunca tuvo ningún fundamento, y apenas si consiguió desviar por unos minutos la atención de los verdaderos “affaires” de nuestra rubia actriz. Un poco en broma —para la gente—, un poco en serio —para su intimidad—, el noviazgo Gilda-Olivera continúa. Humildemente nos inclinamos a creer que es el más probable de los tres. Gilda es una jovencita muy lista que camina con pie seguro, y si está enamorada no puede ocultarlo. Olivera es un productor que triunfa en plena juventud, soltero, que habría encontrado en Gilda la mujer ideal para complementarse, por sus afinidades, por sus sentimientos. Preferimos negar los refranes, y que fracase aquello de... “no hay dos sin.. GRACIELA BORGES LA más “nouvelle-vague” de nuestras actrices acaba de ser “víctima” de una intensa campaña publicitaria a raíz de su idilio con el galán Duilio Marzio. Graciela, cuyas publicidades anteriores habían ido de Jorge Salcedo a Carlos Estrada y hasta George Stevens Jr., fue románticamente unida a Duilio Marzio poco antes de iniciarse la temporada 1960 del teatro Empire; romance que se prolongó por varios meses y que ahora parece haberse diluido... Marzio va por su lado, Graciela por el suyo. Un joven amor que prometía tanto y sobre el que se habló y se escribió hasta el cansancio se ha perdido en la nada. La encantadora estrella sigue esperando el verdadero amor mientras se pasea por la ciudad cubierta en su vestuario parisiense, de medias oscuras, conjuntos estudiantiles y largos cabellos negros, muy lejos, al margen de esa aventura fantástica que le endosaron, que, si bien posiblemente no la afectó para nada, tampoco agregó nada a su carrera y a su personalidad crecientes. En el álbum de la Borges, a los populares apellidos Salcedo, Estrada y Stevens habrá que agregar ahora otro más, el de Marzio, que por un momento, en alguna fotografía, engañando con un “encuentro de miradas”, pareció definitivo... Revista Platea 09.09.1960 |