Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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¿Somos un país de psicoanalizados? El número de psicoanalizado. aumenta día a día, en un proceso que empezó hace diez años y produjo psicoterapeutas de nivel internacional Cuando en 1940, el español Ángel Garma y tres o cuatro pioneros iniciaron el movimiento en la Argentina, estaban lejos de imaginar su gravitación actual: los 300 miembros y adherentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina, que preside el doctor Emilio Rodrigué, integran uno de los más importantes centros del movimiento psicoanalítico mundial. No obstante las frecuentes deserciones, son cada vez más los argentinos que acuden a estos terapeutas en el intento de agotar el lema que signó la personalidad y la vida de Sigmund Freud: Atrévete a saber. En su mayoría, tanto hombres como mujeres oscilan entre los 25 y los 30 años (aunque hay muchos pacientes de más de 40) y provienen generalmente de la clase media. Esto último no significa que el mayor porcentaje de neuróticos se encuentre precisamente en la clase media, aunque jueguen como motivos secundarios la inseguridad y las vacilaciones típicas de ese sector social. La razón principal es que en la clase media existe más insight (capacidad de introspección, autoobservación y comprensión de sí mismo), lo que predispone a los enfermos a admitir su condición de tales y buscar los medios para curarse. A pesar de la carencia de estadísticas rigurosas, se calcula que aproximadamente 59 mil personas reciben tratamiento a través de diversas técnicas, que van de la psiquiatría clásica hasta el psicodrama. Cincuenta mil pacientes parece una cifra, pero tal impresión se desvanece si se tienen en cuenta estas estimaciones generales: la mitad de las camas de los hospitales de los Estados Unidos están ocupadas por enfermos nerviosos; según la Organización Mundial de la Salud, por lo menos el 10 por ciento de las poblaciones urbanas del planeta necesita algún tipo de terapia psíquica. Por otra parte, estudios efectuados por nuestra Secretaría de Salud Pública demuestran que el 50 por ciento de las personas que acuden al médico por cualquier dolencia necesita, también, el auxilio del psicoterapeuta: las enfermedades Orgánicas “químicamente puras” no parecen existir, y nadie mejor que un buen clínico sabe con qué frecuencia un ataque hepático o un asma rebelde son somatizaciones (manifestaciones corporales) de conflictos psíquicos no resueltos. Empero, en la Argentina, solo esos 50 mil “privilegiados” tienen la posibilidad de atreverse a saber: en primer lugar, los honorarios que cobran los psicoanalistas (de 1000 a 4000 pesos y aun más por hora de sesión; se requiere, según algunos de ellos, un mínimo de tres o cuatro sesiones semanales para un tratamiento exitoso) no son accesibles a todo el mundo. Y, luego, la cantidad de pacientes que puede atender cada médico es muy limitada: un psicoanalista ortodoxo trata a lo sumo entre 12 y 20 pacientes individuales por mes. Terapias colectivas Estas limitaciones, unidas a la extraordinaria difusión del psicoanálisis, tal vez consecuencia (para emplear un lenguaje grato a los especialistas) de una mayor conciencia de enfermedad, obligaron a replantear desde hace algunos años el problema de las técnicas y dieron lugar al surgimiento de diversas terapias colectivas como el psicodrama y el análisis de grupo. Si bien estas técnicas se crearon, entre otros motivos, para llegar a mayor número de pacientes, paralelamente se fueron delineando, no como tratamientos simplemente “más baratos”, según se difundió erróneamente, sino distintos, adecuados para determinado tipo de neurosis. A tal punto que muchas personas con altos ingresos completan el tratamiento individual con una o dos sesiones semanales de análisis de grupo. Al impulsar la investigación de las terapias grupales que obligan a cobrar honorarios naturalmente menores, y más aun, al habilitar un servicio prácticamente gratuito (se cobran honorarios irrisorios) para periodistas, maestros y otras personas susceptibles de actuar como líderes sociales, el psicoanálisis oficial pareció dar un mentís a lo que algunos de ellos consideraban casi como un principio sagrado: el de que todo tratamiento “barato” o gratuito conspira contra su éxito. Parecería confirmarse así la opinión difundida entre pacientes con aguzado sentido crítico: la de que tal principio no sería otra cosa que una simple racionalización de esos psicoanalistas para explicar su “ansiedad” frente al dinero. Al mismo tiempo, la medicina oficial fue venciendo en parte su propia desconfianza; hoy es posible iniciar, en el Instituto de Investigaciones médicas que funciona en el Hospital Tornú, un tratamiento psicoanalítico de un año de duración, a razón de 100 pesos por sesión individual. Si bien esta limitación temporal se debe a motivos obvios (dar posibilidad de tratarse a todos los enfermos que sea posible), la mayoría de los psicoanalistas afirma que ningún tratamiento, para ser realmente eficaz, debe durar menos de cuatro años. Asimismo, hay centros de atención psicológica en los hospitales Rawson, Clínica y de Niños; en los servicios externos de psiquiatría de los policlínicos de Lanús y Avellaneda (modelos en su género) se atendieron gratuitamente, en 1965, alrededor de 2000 personas, y se tuvo que establecer un sistema de turnos para controlar la afluencia de pacientes. Si bien constituyen apenas un comienzo, estas islas psicoanalíticas en los hospitales argentinos (hay otro centro en el hospital Rivadavia de la Capital Federal) indican una tendencia favorable y cada vez más desprejuiciada de nuestros servicios asistenciales. No obstante, los 1500 psicoterapeutas de todas las tendencias, incluidos los psiquiatras, no dan literalmente abasto. Los falsos profetas Esta creciente demanda de psicoterapeutas no solo produjo, como en todo mercado, el alza de los precios; comenzaron a aparecer psicoanalistas de oído, que ofrecen su “ciencia” como algunos curanderos sus yuyos para toda clase de males: pacientes simplistas que creen haber descubierto una fórmula infalible y se instalan “por su cuenta”, médicos clínicos que se convierten de un día para otro en improvisados psicólogos, en la creencia de que lograrán hacerse ricos en poco tiempo... Esta situación alarmó a los medios psicoanalíticos responsables. Desde hace varios años, todo aspirante a miembro de la Asociación debe estar graduado en la Facultad de Medicina, completar su propio tratamiento psicoanalítico y realizar por último el llamado análisis didáctico bajo rigurosos controles. Muchos psicoanalistas aún no aceptados como miembros plenos de la Asociación (son considerados “adherentes”) someten el tratamiento que realizan de sus pacientes al control de colegas experimentados: son los psicoanalistas noveles, que hacen así sus primeras armas y cobran, lógicamente, honorarios relativamente más accesibles que sus colegas de mayor prestigio. Actualmente el Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública estudia cuatro proyectos que reglamentarían el ejercicio del psicoanálisis: según trascendió, se establecería la exigencia de título habilitante de la Facultad de Medicina o de entidades expresamente autorizadas como la Asociación Psicoanalítica Argentina. La carrera de Psicología perdería su carácter autónomo (pasaría a la Facultad de Medicina), se vedaría a los psicólogos la posibilidad de realizar tratamientos, aunque conservarían el carácter de colaboradores del médico, y quedarían claramente delimitadas sus funciones en otros campos de trabajo, especialmente el escolar. Estos proyectos respecto al futuro status de los psicólogos son considerados por muchos especialistas como un contrasentido. Afirman que los psicólogos, por su formación, se hallan en mejores condiciones de realizar terapias que muchos médicos clínicos sin conocimiento alguno de psicología profunda, que ejercen una especialidad que ignoran, amparados en el diploma de la Facultad de Medicina. Este problema se debatió en el Congreso de Salud Mental realizado a fines del año anterior en Mar del Plata, donde se llegó a afirmar que, de llevarse a cabo, tales medidas colocarían a la Argentina “entre los países más atrasados de todo el mundo en materia de psicoterapia”. La presidenta de la Asociación Argentina de Psicólogos (180 miembros, 80 adherentes), doctora María Rosa Glazerman, declaró a Panorama: “Toda reglamentación deberá tener en cuenta los derechos adquiridos por quienes actualmente cursan la carrera”. Babel terapéutica Las diversas técnicas empleadas configuran una verdadera Babel de tendencias, que van desde el psicoanálisis clásico, la aplicación de shocks insulínicos, electroshocks, y psicoanálisis con alucinógenos hasta la reflexología, mientras nuevas investigaciones enriquecen este complejo panorama con diversas variantes aún en experimentación. La mayoría de los psicoanalistas continúan esencialmente fieles a las teorías de Freud, centran toda neurosis en los factores traumáticos de los primeros años de vida y en los problemas sexuales, y operan mediante la interpretación de los sueños, la libre asociación y el análisis de situaciones de la vida cotidiana. Unos pocos, aunque siguen considerando se psicoanalistas “ortodoxos” intentan diversas experiencias aleatorias: los Dres. Álvarez de Toledo y Pérez Morales (anteriormente también el doctor Alberto Fontana) practican desde hace muchos años el psicoanálisis con alucinógenos (ácido lisérgico LSD 25). que parecerían inducir una vivida extroversión en los pacientes con fuerte resistencia a manifestar sus conflictos en estado normal. La Asociación de Psicoanálisis de Grupo cuenta con 130 miembros y adherentes: este tipo de terapia permite a los pacientes “ver” sus moldes de conducta a través de sus actividades en esa microsociedad experimental que es todo grupo analítico, donde reproducen semana a semana, en la relación entablada entre ellos durante las sesiones, los mismos conflictos que causan su desdicha en el mundo de “afuera”. Con la diferencia de que en ese micromundo artificial, el psicoanalista señala e interpreta cada situación para provocar modificaciones en los protagonistas. Otra terapia colectiva, el psicodrama, tiene puntos de contacto con la enormemente mencionada: cuesta entre 250 y 500 pesos la “entrada” y es una especie de “representación teatral” en la que se reviven expresamente, dramatizándolas, situaciones de la vida real ante 40 ó 50 personas. Algunos de los asistentes desempeñan el papel de protagonistas secundarios para la “reconstrucción” de una situación determinada: por ejemplo, pueden desempeñar el papel de padre, hermano, esposa, etcétera. Los introductores de esta terapia en la Argentina, entre los que se encuentran los doctores Eduardo Pavlovsky y Rojas Bermúdez, suponen que el impacto de esta “puesta en escena” es susceptible de movilizar contenidos emocionales que en un análisis individual corriente solo aflorarían después de muchas sesiones. Mientras el psicoanálisis opera a través de la subjetividad del paciente, la psiquiatría busca el origen de toda perturbación psíquica en factores orgánicos; la aplicación a los psicóticos del electroshock artificial se basa en el principio de que las grandes conmociones físicas o psíquicas pueden provocar mejoría o curación de las enfermedades mentales, pues modificarían, según algunos, determinadas conexiones cerebrales. A medio camino entre ambas corrientes está la reflexiología, (creada por el soviético Pavlov y supuestamente basada en principios del materialismo dialéctico) que practican entre otros en nuestro país los Dres. Caparros e Itzicshon; constituye una terapia superficial de apoyo que desecha el análisis de los sueños y opera solo a nivel de la conciencia, sobre la base de los hechos relatados por el paciente; algunos de estos médicos utilizan también medicamentos y recetan el coma insulínico. Actualmente se realizan intentos de tratar psicóticos (atendidos, hasta ahora, a diferencia de los neuróticos, casi exclusivamente por psiquiatras) con métodos psicoanalíticos, lo que indicaría la tendencia a realizar una síntesis entre psiquiatría y psicoanálisis. Pero ello despierta no pocas resistencias: para psiquiatras como el doctor Cabello, jefe de la sala 31 del Hospital Neuropsiquiátrico de hombres, el complejo de Edipo “es un fantasma del que todo el mundo habla pero al que nadie ha podido ver”. “Lo importante —afirma— es la conciencia del individuo y no el inconsciente”. Para el doctor Cabello, como para muchos psiquiatras, el psicoanálisis “está en bancarrota”. Un país hipotético Un médico veterano, iniciador en la Argentina de las técnicas psicoanalíticas, comentó frente a Panorama el título de esta nota: “¿Ustedes quieren saber si somos un país de psicoanalizados? Le puedo asegurar que no; el análisis sigue monopolizado por una minoría que puede pagar tratamientos caros y prolongados; es cierto que se va ampliando el número, pero todavía no somos un país de psicoanalizados. Sin embargo, mi experiencia de veinte años de escuchar confidencias desde los divanes me permite sacar una sola conclusión: no lo somos, pero deberíamos serlo”. Más allá de la posible intervención de los psicoterapeutas en la vida de la comunidad a través de las instituciones culturales, políticas, jurídicas o sociales (como ocurre en medida incipiente en los Estados Unidos e Inglaterra), la actual difusión del psicoanálisis y ciertas experiencias de terapia colectiva en algunas cárceles y reformatorios de menores de nuestro país, donde se formaron grupos con adolescentes criminales, hacen vislumbrar una Argentina hipotética y plantean esta pregunta: ¿qué pasaría si todos los argentinos estuviéramos psicoanalizados? “¿Usted se imagina lo horrible que sería?” El doctor Rojas Bermúdez abrió los brazos con gesto de estupor, y agregó: “Si fuéramos un país de psicoanalizados la sociedad no mejoraría de ningún modo. Un gobierno integrado por psicoanalizados no andaría mejor que cualquier otro gobierno. No hay que confundir una cuestión individual con un problema grupal. Es como jugar al tenis en una cancha de fútbol. Si bien teóricamente todo debería marchar mejor, porque los individuos estarían en mejores condiciones para adaptarse, en la práctica puede ocurrir algo muy distinto”. Contrariamente al doctor Rojas Bermúdez, Eduardo Pavlovsky acoge la hipótesis con entusiasmo: “Disminuirían los roces entre distintos sectores sociales, porque el psicoanálisis descubrió leyes de pensamiento indiscutibles, reveló transferencias y choques y mostró la forma de eliminarlos”. Pero la mayoría de los psicoanalistas se manifestó contraria a esta opinión. El doctor Morgan, presidente de la Asociación Latinoamericana de Psicoterapia de Grupo, sonrió como si se tratara de una amable broma: “Bueno..., no creo que eso cambiase nada. Las pautas morales, por ejemplo: el hombre se toma mayores libertades sólo para calmar sus ansiedades”. El doctor José Itzicshon coincide en términos generales con estas opiniones: “Si todos los argentinos estuviésemos psicoanalizados, los problemas estarían resueltos solo a nivel individual, pero no a nivel sociológico”. Alejo Delarosa, presidente de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, respondió al interrogatorio con una pregunta: “¿Usted cree que puede haber suficientes horas terapéuticas disponibles para atender a todos los que las necesitan.. ?” En cuanto a la posible presencia de psicoanalistas, como asesores, en juzgados, fuerzas armadas, ministerios y otras instituciones, el doctor Delarosa es también muy cauto: “Tiempo al tiempo. No queremos ni podemos meternos en algo semejante... Quizás sea posible dentro de dos generaciones ...” Como toda utopía, la de una Argentina totalmente psicoanalizada une a sus probables ventajas una serie de interrogantes que la tornan menos plausible en algún sentido, o en todo caso le quitan el carácter de panacea universal, de receta infalible. De cualquier manera, es conclusión general que no podría haber suficientes terapeutas para tantos millones de pacientes.. Ejemplificando lo que ocurriría en un país semejante, el doctor Rojas Bermúdez observó que los pacientes aparentemente curados en la terapia individual no siempre se comportan “cuerdamente” en el análisis de grupo o en el psicodrama. De todos modos éste es un problema que habrá que dejar para los argentinos del futuro, pues por ahora, según expresión de una joven psicóloga “las pocas personas psicoanalizadas son apenas ínfimas islas en un proceloso mar de neurosis”. Y el mundo sigue siendo seductor. Jorge Capsitski y Máximo Simpson Revista Panorama 02.1967 |
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