Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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| JOSE CARLOS SORIANO LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE PEPE A los 41 años, el creador del inefable Don Berto demuestra que popularidad y calidad no siempre son antónimos y que la consagración puede ser fruto del trabajo y la disciplina Es capaz de inventar infinitos personajes, uno tras otro, como un demiurgo; los hace, los deshace, cuenta historias, baila, canta, se encrespa, se ríe, toca la guitarra . . . José Carlos Pepe Soriano (41, dos hijos), conocido por millones de teleespectadores a causa de su performance en programas cómicos, es también uno de los pocos actores serios, de primera línea con que cuenta la escena nacional. Extraña síntesis que, sin embargo, lo recompensa con dos clases de satisfacciones: la gente que lo identifica con Don Berto (personaje del teleprograma El Botón) lo saluda por la calle como a un querido pariente; al mismo tiempo, Pepe Soriano inauguró, este año, una sala de teatro en el barrio porteño de San Telmo (la Margarita Xirgu, en Chacabuco 863), donde representa un papel protagónico en Cien veces no debo, de Ricardo Talesnik; calidad y popularidad, rara mezcla que sólo contados actores pueden amalgamar. Para los próximos dos años —lapso en que manejará junto con el director Roberto Aure la sala Margarita Xirgu— Pepe Soriano ambiciona consumar un plan preciso: "Ofrecer piezas de autores nacionales: única manera de construir nuestro teatro”. Mientras tanto, el divo se siente muy a gusto con su trabajo en Cien veces no debo: “Me apasiona porque esta producción de Talesnik reúne varias excelencias: en su segunda pieza, el autor de La Fiaca dio un salto cualitativo que juzgo muy importante. Esta nueva obra es más profunda que la primera y tiene un tono pinteriano que me atrae sobremanera". Atareado por el laberinto de problemas que entraña el manejo de un teatro, Pepe Soriano reparte su jornada entre el trajín televisivo en Canal 9 y el personaje que todas las noches revive en la sala de la calle Chacabuco. "De ningún modo creo que la televisión resulte nociva —se apresuró a explicar—: más bien constituye un medio expresivo al cual es preciso jerarquizar y enriquecer, a pesar de que actualmente las tiras de publicidad sean más importantes que los programas desplegados entre tandas.” Actor antes que nada, P.S. inició su carrera veinte años atrás, “con un papelito en un sainete que se llamaba La estancia nueva, en un teatro del barrio de Colegiales”. Eso ocurrió cuando transitaba el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, donde ejercitó su innato talento histriónico en estudiantinas furibundamente irónicas. Al ingresar a la Facultad de Derecho, una charla accidental lo vinculó con Antonio Cunill (para muchos, el primer gran maestro de actores de la Argentina), quien era, por 1952, director del teatro Universitario. "El monólogo de Caperucita Roja —recuerda jocosamente Pepe— fue la prueba de fuego, después de la cual Cunill me permitió ingresar al elenco”. El divo aún valora la escueta bendición con que su padre, "Juan Soriano, empleado en la sección Impuestos Internos de la Municipalidad de Buenos Aires”, atendió su pedido de abandonar sus estudios: “Macanudo —dijo Soriano padre—, pero lo único que te digo es que si triunfás, es cosa tuya, y si fracasás, también. Nunca le echés la culpa a los otros”. Desde entonces, P.S. animó centenares de piezas, cumpliendo una de las experiencias más completas entre los actores de su generación: desde el Teatro Colón, hasta la revista porteña, de la opereta musical hasta el espectáculo para niños, Soriano cubrió una amplísima área de estilos. Su boom se produjo a principios de 1960, cuando la televisión se convirtió en su fuente habitual de trabajo: “Hasta entonces, yo había hecho corretaje de chorizos para el frigorífico Monte Grande”, memora. Un año después, la directora María Herminia Avellaneda, al incluirlo en un programa junto al cómico Verdaguer, marcó uno de los hitos que le permitieron dedicarse al teatro como profesional. "Después tuve oportunidad de ganar dinero haciendo cosas que no me gustaban; las rechacé porque el dinero nunca me obligó a realizar cosas en las que no creía”, asegura P.S. Uno de sus maestros, el director Oscar Fessler (46), definió ante SIETE DIAS: “Pepe es un actor nato cuyo mejor modo de expresarse es la sensibilidad”. O.F. comparó a Soriano “con ese tipo de artista del estilo de Charles Chaplin, que antes de reflexionar sobre su personaje, lo juega y reacciona sensiblemente ante las cosas”. Pepe —un intuitivo—inventó miles de personajes; pero tal vez el más entrañable, el más cálido, sea su versión del viejo Risuti “a quien hice actuar hasta con Parravicini y que ahora espera en el bar Ramos que alguien lo llame para trabajar”. Con infinita ternura, P.S. reconstruyó la azarosa vida de Risuti, quien tiene un baúl lleno de trajes viejos, recuerdos y recortes amarillentos, y que no se cansa de repetir con su voz ronca: “El actor verdadero era el de antes, porque tenía voz y presencia”. Desprendiéndose de la piel de Risuti, el divo vuelve a reflexionar con su voz habitual: “Para mí, el actor es un individuo que busca una identidad perdida y para ello se enfrenta con miles de situaciones y personajes”. Pero, ¿qué diferencia a un verdadero artista de alguien que no lo es? Pepe se rasca la cabeza y apunta: "Cuando el tipo pisa el escenario y demuestra tener una fuerza, un imán que cautiva y acapara la atención, que concentra al espectador, entonces ese señor sí que es actor.” El año pasado Soriano recibió “la mayor satisfacción de mi vida, cuando don Armando Discépolo, el número uno del espectáculo nacional, me hizo leer su última pieza, Cremona". Pepe, todavía conmovido, recuerda que entonces Discépolo le aseguró: “No sé si alguna vez esta obra se hará, pero quisiera que la protagonicés vos”. Soriano atesora decenas de experiencias similares, claves para su carrera; “un rosario eslabonado por el aporte de mis compañeros del teatro de revistas, las enseñanzas que recogí junto a Fessler, Juan Carlos Gené y Augusto Fernández; de Roberto Durán, a quien respeto muchísimo, aprendí hasta qué punto es necesario crear una disciplina total, casi maniática, como único modo de hacer teatro”. Para Soriano, el aforismo discepoliano “Conoce a tu aldea y describirás el mundo" es un dogma: “Hacer un teatro argentino es tarea de todas las generaciones locales, pero siempre nos topamos con las trabas de la cultura oficial que le niega formas propias a la cultura argentina”. Su tarea en el Margarita Xirgu empalma con una tradición muy antigua: “Me acuerdo de Lavarden, quien se suicidó al darse cuenta de que en sus Odas al Paraná no podían aparecer faunos y que al rio había que aceptarlo tal como era, marrón, para convertirlo en hecho poético”. Es que, según Soriano, cada vez que algún autor o espectáculo, más allá de cánones ortodoxos, intentaba buscar un camino propio y nacional (“el Parte de la Batalla de Maipú —por ejemplo— o el Juan Moreyra”), era sistemáticamente aplastado “por las corrientes vanguardistas de moda”. De tal modo, su sala de San Telmo resulta una suerte de “bastión donde hacer, a muerte, teatro nuestro”. El año pasado, Soriano protagonizó Juan Lamaglia y señora, film de Raúl de la Torre premiado en el festival de Mar del Plata. “Los elogios que Lee Strasberg dedicó a ciertas partes de nuestro trabajo y su evaluación crítica de la película fueron algunas de las cosas más instructivas que viví últimamente”. (Tal vez, P.S. prefiere —discreción mediante— no recordar los elogios que, veinte años atrás, prodigó otro visitante ilustre, Jean Louis Barrault, tras presenciar un espectáculo en el que actuó Soriano.) Dentro de poco se estrenará El Ayudante, de Mario David, que es su trabajo fílmico más reciente. Actualmente, Pepe programa un ciclo televisivo para, el próximo año y proyecta continuar durante la temporada 70 con Cien veces no debo. “Pero hay alguien que me aguanta y me sostiene”, admite Pepe, cuyo carácter —sin duda explosivo— tiene un regulador imprescindible: Norma Sirito, su esposa desde hace 16 años. La aparente dificultad de convivir con el volcánico actor no resulta demasiado problemática para la paciente Norma: “Pepe es razonable, pero cuando se enoja no entiende nada de nada”, equilibra. Tal vez la fórmula que aplique N.S. se deduzca de sus adagios: “Yo acepto a los demás tal cual son y no pretendo cambiarlos, sino entenderlos; jamás tuve un problema con Pepe, pero sin duda asumí tas consecuencias de todos los problemas que Pepe suele tener con los demás. Viene a casa, se descarga conmigo y yo lo dejo desahogarse; después, cuando se puede razonar con él, comienza el diálogo y las cosas se resuelven”. Tal vez cabría concluir que, sin esta terapia familiar, Pepe no sería Pepe. Y eso si sería recuperable. Revista Siete Días Ilustrados 12.10.1970 |
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