Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
La mudanza de la Capital Federal Entre las provincias más jaqueadas por las sucesivas crisis económicas de los últimos seis años, Tucumán —otrora bucólico Jardín de la República— es, seguramente, uno de los ejemplos menos inoportunos de ese deterioro: el cierre de once importantes ingenios azucareros, con la consecuente paralización de actividades colaterales, la despojó en poco tiempo de casi doscientos mil habitantes. Con todo, esa misma provincia acaba de ser señalada por el ministro de Obras Públicas, ingeniero Pedro Gordillo, como la presunta sede de la Capital Federal si se cumpliera el proyecto de traslado que estudia ahora el Ministerio del Interior. A fin de medir los efectos producidos por la, noticia, el redactor Rodolfo Rabanal viajó la semana pasada a la añosa ciudad del Noroeste; las impresiones de esa estadía componen el informe siguiente. |
![]() En las oficinas gubernamentales se jugó con Una distinción cromática opuesta al colorido específico de la Casa Rosada: si Tucumán se hace capital —conjeturan los burócratas—, el palacio de gobierno será pintado de azul-verde, para que se hable un día de la Casa Turquesa. Desde ya, la coraza humorística encubre algunos prejuicios, porque más allá de las interpretaciones ingeniosas, el hecho de que el traslado capitalino haya ingresado en el terreno de las hipótesis factibles, le otorga un carácter de discusión insoslayable. En ese marco se advierte que la vieja pasión federal ha sido, en parte, absorbida por tentativas regionales de fundamentos más amplios, aunque aflore todavía en algunos medios como revisión de un proceso obstinado. Por eso, los argumentos locales admiten extremos que van desde el serio estudio encarado por el historiador santiagueño —radicado en Tucumán— Leoni Pinto acerca de la incapacidad económica de las provincias para disputar la primacía ejecutora de Buenos Aires —sustentada por el caudal abrumador de su renta— hasta las rígidas argumentaciones de Gelsi, para quien la Liga de Partidos del Interior "no debe ser federal sino confederal, lo cual nos otorga derecho de secesión". "La ausencia de una política regional efectiva —detalló el jueves pasado Leoni Pinto— reduce la cuestión del traslado de la capital a un nivel ocioso: se actuaría así sobre los efectos olvidando las causas. La región, como núcleo operativo, podría comerciar con los países limítrofes a un ritmo propio, originando así bases para el consumo interno hoy dependiente de Buenos Aires." Desde el punto de vista tucumano, habría, sin embargo, una razón para alentar el proyecto, al menos como factor desencadenante de obras infraestructurales que esperan la dosis necesaria de aportes para el despegue. ![]() Si se enfoca la hipótesis del traslado con optimismo, es posible pensar —arguyen los tucumanos— en una conveniente aceleración de los trámites: "Gran parte de los trabajos —añadió Wyngaard— tendrían que estar terminados en los próximos tres años. Si el proyecto es serio habría que empezar con las ocho manzanas que ocupan ahora la sección de carga del Ferrocarril Mitre, pertenecientes a la vieja estación Central Córdoba; en esos terrenos se asentaría la administración nacional con sus principales dependencias”. Obviamente, la idea dibuja contornos ambiciosos capaces de entusiasmar a quienes enfrentan hoy la responsabilidad ejecutiva; sin embargo, Jorge Wyngaard prefiere mensurar el alcance de las intenciones "gigantescas" asignando más valor a los proyectos medianos y seguros "más adecuados a nuestra particular manera de ser". No son medianas, claro está, las hipótesis que manejan los tucumanos para entender el operativo de la federalización. Apartando las ironías —un fuerte regional—, la medida dio lugar, la semana pasada, a algunas conjeturas atractivas, una de las cuales —acaso la más osada— atribuye el tema a un designio continental consultado en el Pentágono con irrecusables fines imperialistas. ![]() Según el profesor Héctor Ciapuscio, actual rector de la Universidad de Tucumán, faltaría determinar la necesidad de un nuevo puerto, tanto en un sentido simbólico como real, para justificar el ambicioso trámite del traslado. "Si la capitalización de Buenos Aires —razonó el jueves— respondió a un proyecto nacional explícito —(alberdiano-sarmientino-roquista) que significaba concebir a la Argentina como Europa en América, y que se articulaba en el intercambio de los productos de la pampa húmeda por capitales, manufacturas e inmigrantes— para concebir como objetiva —desde el punto de vista político— la idea del cambio de la capital, tendría que apoyarse en un nuevo proyecto político que no creo esté claro en la mente de los dirigentes que propician la inquietud." Ciapuscio, especialista en filosofía griega, asumió la rectoría en enero último y hasta la fecha declara no haber tenido problemas con el alumnado. Entrerriano, pero sumido ya en el clima subtropical de Tucumán, prefiere identificarse con el territorio y su gente antes que escudarse en las indiferencias de un delegado pretoriano: "Si una medida así abonara el camino de la integración —añadió—, bienvenida sea, pero no tengo elementos suficientes de juicio para creerlo a pie juntillas". El abogado Arturo La Vaca Ponsati, vicepresidente de la Junta Nacional (sueldista) del partido Demócrata Cristiano planteó primero las situaciones que favorecerían al país con el cambio de la capital. En ese sentido declaró a Panorama que sería beneficioso desde un punto de vista psicológico porque "con el poder central en Tucumán la perspectiva de los gobernantes variaría de miras al tomar distancia respecto de los problemas enormes de Buenos Aires y sus contornos". Tomó en cuenta también razones geopolíticas que facilitarían la integración argentina con el resto de América latina. Pero el aspecto de relevancia más inmediato sería, según Ponsati, las pautas de descentralización económica: "En Tucumán, el gasto público burocrático jamás alcanzaría los niveles absurdos que registra en Buenos Aires. Además, en un aspecto puramente regional, la medida jugaría un papel francamente favorable en lo que respecta al comercio exterior provincial con los países limítrofes, puesto que las operaciones serían directas y seguras, agilizadas por el funcionamiento aduanero". Pero sustraído del campo especulativo, Ponsati —como casi todos sus comprovincianos— dejó entrever sus dudas: "Personalmente, temo que esta idea no sea más que un show lectoral auspiciado por las ligas de partidos provinciales, cuyos concurrentes proponen la candidatura de Lanusse, de modo que se corre el riesgo de que el juego empiece y termine ahí”. Ausente el líder del peronismo tucumano Fernando Riera —viajó a Buenos Aires la semana pasada—, sus partidarios, mayoría en la provincia, eludieron pronunciarse sobre la cuestión, admitiendo, sin embargo, que "en realidad carece de toda importancia”. Tampoco la semana pasada estaba en su puesto el gobernador Sarrulle, y Celestino Gelsi, enclavado en su domicilio de la calle Moreno sólo admitía conectarse con el exterior mediante el teléfono: "Esa costumbre —sentenció uno de sus seguidores— le está restando posibilidades políticas; es hora de que el romano abandone la guarida”. Lo hizo la noche del martes para asistir a una cena con elementos de la vieja guardia intransigente, pero en sigilo, como si esquivara mostrarse. CONCLUSIONES. En Nuestro hombre en La Habana, Graham Greene describe el centro de la ciudad precastrista como un nudo prieto y bullicioso, trepanado por el vocerío de chicos que venden billetes de lotería o que asedian a probables clientes desde sus banquitos de lustrabotas. Salvando obvias distancias, la calle San Martín —en uno de sus tramos, el que flanquean la plaza Independencia, en San Miguel de Tucumán— reproduce en parte esa algarabía donde atruenan poderosos automóviles al lado de harapientos pedigüeños. Con el juego oficializado —inspiración de Gelsi— y el hasta ahora insoslayable fantasma de la desocupación rural, la provincia transita una de sus etapas más críticas entre esplendores y visibles pauperismos. Y si por un lado la quiniela —pregonada en carteles a la puerta de quioscos y cigarrerías— constituye un próspero negocio para los oportunos concesionarios de juego, por el otro, gran parte de los contribuyentes a su florecimiento pertenecen a los sectores más fustigados por el desastre azucarero. Sería difícil imaginar, entonces, vuelta de tuerca más perfecta. Es por eso que la constancia de la realidad tucumana parezca resistir a los sueños capitalinos a pesar de los designios oficiales. En todo caso, tendrá antes que tomar forma el costoso aparato infraestructural que preocupa a Jorge Wyngaard. Así y todo, y superado el aspecto jurídico del traslado —para el que funcionarían enmiendas constitucionales-resulta arduo, cuando no imposible, imaginar que el trasvasamiento sirviera para sanear el demorado proceso histórico de la Argentina. _________ POLITICOS ![]() El proyecto de mudar la capital del país a Tucumán merece juicios contradictorios de parte de los políticos argentinos. Tal parece ser el resultado de una rápida encuesta elaborada por la redacción de Panorama entre hombres de distintas tendencias. Así contestaron: JORGE ABELARDO RAMOS (Secretario General del partido Socialista de la Izquierda Nacional). La idea de trasladar la Capital Federal no obedece a la ansiedad del gobierno por “desarrollar” el interior. Parece una broma siniestra que los mismos que han reducido las provincias a la miseria más completa ahora se tomen la molestia de trasladar 100.000 burócratas para reanimarlas. El centralismo del gobierno es la expresión política de la centralización económica por parte del imperialismo y de la oligarquía terrateniente y comercial. Para establecer el equilibrio de las regiones hay que expropiar a esa oligarquía. El pueblo, a la cabeza del Estado, hará una política económica a su imagen y semejanza. En la base del proyecto del señor Gordillo se encuentra el temor del gobierno militar a un porteñazo de los trabajadores de Buenos Aires, que representan una concentración de poder formidable. Algún día lo usarán. El temor que les inspira a los dueños del Estado esa fuerza popular, es el que dicta el cándido proyecto. Por eso no hay que cambiar la capital sino el gobierno. Y más que el gobierno el régimen parásito, arcaico e inepto que se expresa en este gobierno. O sea: la oligarquía y su aliado externo. HORACIO THEDY (Dirigente del partido Demócrata Progresista). El traslado de la capital al interior es un tema viejo. Mi ciudad natal, Rosario, fue protagonista —entre 1862 y 1872— de este episodio. Ya en 1862 Eduardo Costa había dicho que, fuera de Buenos Aires, no había “otra capital seria sino Rosario”. En 1867 Manuel Quintana presentó un proyecto declarando capital definitiva a Rosario. El Senado lo rechazó (el 20 de agosto de ese año) por doce votos contra once. Ese mismo año, el 15 de noviembre, Ovidio Lagos funda el diario La Capital —decano de la prensa del país— para defender el traslado, y el 23 de mayo de 1868 el senador por Santa Fe, Joaquín Granel, reproduce el anterior proyecto de Quintana. El 18 de septiembre de ese año la Cámara de Diputados lo convierte en ley, pero una semana más tarde el presidente Mitre la veta aduciendo que conviene esperar la asunción del nuevo mandatario (Sarmiento). Queda así malograda la primera tentativa. Sin embargo, Granel reproduce al año siguiente su proyecto y luego de que, nuevamente, los legisladores la convierten en ley, el presidente Sarmiento torna a vetarla. El ya naciente centralismo porteño vuelve a triunfar. Vale la pena señalar que “la carga y descarga costaba por entonces en el puerto de Buenos Aires de 20 a 25 reales fuertes, y en Rosario sólo real y medio”. En aquellos debates aparecieron muchas ciudades como candidatas a capital de la República: Villa Constitución, Villanueva, Córdoba, Fraile Muerto, Martín García (Argirópolis), etcétera. Pero aún está aquí, en esta demasiado grande Buenos Aires. Creo conveniente su traslado al interior del país, y no me disgusta Tucumán. Mi Rosario está demasiado cerca: el avión tarda 28 minutos entre Rosario y Buenos Aires. La descentralización es un gran principio de gobierno. Adelante. ENRIQUE VANOLI (Representante de la Unión Cívica Radical en La Hora del Pueblo). El traslado de la Capital Federal es un tema demasiado fundamental para ser resuelto por un gobierno de facto. Se debe promover un estudio que contemple los intereses del país todo, por lo que su debate tendrá que ser realizado en el Parlamento Nacional. Hasta tanto esté en funcionamiento, los organismos técnicos del Estado pueden realizar las investigaciones que sirvan a la decisión final de los representantes naturales del pueblo. A los fines del propósito básico de la medida, es decir, detener el crecimiento desmesurado de la Capital Federal y el cinturón de Buenos Aires —a costa del interior del país— se deben arbitrar ya mismo los medios necesarios para una efectiva descentralización industrial, para lo cual es imprescindible prohibir la instalación de nuevas fábricas en un radio no menor de 250 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Esta medida puede resultar un verdadero cambio en la estructura económica del país y de mayores alcances que el traslado de la sede de la Capital Federal. HORACIO AGULLA (Promotor del Frente de Partidos Provinciales). Pienso que la división argentina no es política sino geoeconómica. De tal manera, el ahondamiento producido en el desarrollo nacional por la desproporción hegemónica de los intereses que convergen y operan desde el puerto de Buenos Aires hace indispensable, como manera de restablecer un equilibrio nacional armónico, tomar la decisión de trasladar la Capital Federal hacia el interior del país. A estas razones, necesariamente debe sumarse la que aconseja el alejamiento de los centros de decisión económica de los centros de decisión política, pues estos últimos se someten a los primeros. El lugar en el que debe radicarse definitivamente la Capital Federal ya no debe responder a pautas de decisión política sino a pautas de decisión técnica; de tal manera, el lugar elegido debe serlo como resultante de una profunda investigación que tenga en cuenta los intereses políticos, económicos, sociales y culturales. El proyecto oficial de trasladarla a Tucumán me resulta, en principio, de gran simpatía, pero no tengo en mi poder los elementos de juicio que, seguramente, ha tenido el ingeniero Gordillo para proponer esa solución. De todas maneras pienso que lo que es un error es la desmembración de la Capital Federal o su subdivisión geográfica, como parece haberse resuelto a través de la descentralización de algunos grandes organismos estatales. Lo que hay que descentralizar no es el Banco de Desarrollo sino los créditos; lo que hay que descentralizar no es la Dirección de Vialidad sino los caminos; lo que hay que descentralizar, en definitiva, es el modelo de desarrollo metropolitano, insular, intemacionalista y dependiente, que pretende convertir a las provincias en colonias abastecedoras de materias primas. La convulsión revolucionaria que vive Córdoba a partir de mayo de 1969 es la respuesta categórica del interior del país al proceso de centralización. ________ Mudanzas ![]() El ingeniero Pedro Gordillo es un hombre capaz de excitarse con el desarrollo de sus propias ideas. Sucesor en la cartera de Obras Públicas del general Oscar Colombo desde hace cuatro meses, Gordillo constituye otra de las recientes inserciones civiles en el elenco ministerial como parte del operativo del GAN. Cordobés, alineado en las filas del radicalismo,, el ministro se define tácitamente como un observador metódico atento al desenvolvimiento natural de los fenómenos que componen la realidad política y social-económica del país. Su nombre empezó a hacerse frecuente en las últimas semanas, cuando en calidad de opinante integró las consultas convocadas alrededor del Plan Económico. Otro hecho, sin embargo, contribuyó al repentino brote de su notoriedad: el hipotético traslado de la capital federal a alguna ciudad del interior. Gordillo señaló que Tucumán sería la sede ideal para ese cambio. Impetuoso, comenzó así su conversación con Panorama: Gordillo. —La pampa húmeda fue descubierta, fundadas sus ciudades, desarrolladas todas sus riquezas por europeos puros, gente que vino de Europa hacía tres meses, seis meses, catorce días o catorce horas. Esos europeos puros trajeron con la mayor fidelidad la cultura occidental, mantuvieron relaciones con Europa y su primer deseo fue enviar las materias primas que podían desarrollar en la gran pampa húmeda. Nuestra infraestructura de aquellos primeros años se formó en función de exportar esas materias primas; primero fueron pocos elementos, luego los cueros, las carnes, los cereales y así se desarrolló la infraestructura y la economía en función de la exportación, sin mayores industrias, salvo unas pocas que estaban relacionadas con la materia prima que se exportaba. El resto del país, todo el noroeste argentino como principal grupo, fue fundado, descubierto y desarrollado por europeos que no eran puros, que ya habían pasado varios años en América; ya había criollos, sus propios hijos, y mestizos que acompañaban en ese desarrollo. Todo el N.O. fue desarrollado sin pensar en Europa, es decir sin vender materia prima y sin conciencia portuaria, que fue extendiéndose también desde el Paraguay, bajando a Corrientes y todo lo que es el Noroeste del país. También a través de San Juan y Mendoza influye fuertemente a la Patagonia, donde se encuentra que los argentinos allí establecidos son de origen del Noroeste y muy pocos de la pampa húmeda. Causantes históricas han determinado una escisión en la Argentina y el hecho es que el país está separado —no demasiado nítidamente, pero está separado— en dos idiosincrasias, razas y formas de pensar. Si necesitamos la integración del país, éstos son motivos suficientes para pensar en que la capital no debe permanecer en la pampa húmeda. Panorama. —¿Por qué? —Porque la idea es que los hombres que toman decisiones de gobierno sean influidos también por el otro sector del país; tenemos que revertir el proceso y que los hombres de la pampa húmeda que seguirán siempre gobernando porque son capaces, preparados (y porque el poder económico da acceso también a muchas otras cosas, lo que no es despreciable), pasen a gobernar desde el interior, que no es pampa húmeda. —¿Usted cree, señor ministro, en la influencia del medio como elemento modificante? —No solamente el medio sino el conocimiento del medio influye de dos formas: como hábitat, porque está sumergido en un cierto clima social y físico y porque es importante que el hombre de la pampa húmeda conozca el interior habiéndolo vivido, manejando los parámetros que lo mueven y no simplemente como turista. —¿Por qué motivo usted propone a Tucumán y no a Córdoba? —Porque debemos elegir principalmente en el N.O., sin perjuicio de que en el futuro la capital siga moviéndose en el país por otras necesidades. Córdoba no sería la ciudad más adecuada porque no representa totalmente al N.O. Es la ciudad de choque de dos culturas, de dos idiosincrasias, dos razas; participa de la pampa húmeda y de la montaña. Así como Buenos Aires participa más de Europa porque se parece a París, Londres o Roma, Córdoba se parece algo a la pampa húmeda y a sus dos grandes ciudades: Rosario y Buenos Aires. Y aunque se parece también al N.O., no es representante genuina. Pero además, Argentina necesita conocer a Hispanoamérica para poder participar con más títulos en el pacto andino, en los programas de los países del cono sur e incluso en todo el resto de Hispanoamérica. Para conseguir esto es necesario correrse más al norte, para acercarse al centro de gravedad de esa Hispanoamérica. La propuesta no es la ciudad de Tucumán precisamente, sino que la provincia toda sea distrito federal, con sus actuales límites políticos lo que permitiría jugar dentro de un territorio amplio. Y si pensamos que podemos ser un centro cultural de toda Hispanoamérica, es necesario prever con sentido de futuro, un gran territorio en el que puedan manejarse todos estos aspectos. Además es una medida práctica porque es más fácil trasformar una provincia en distrito federal, con la voluntad de los provincianos que la habitan, naturalmente, con toda la infraestructura actual funcionando, gobernado por un prefecto, por ejemplo. —En esa etapa de transición, ¿qué significará el traslado de elementos ministeriales, por ejemplo? —El traslado puede hacerse en la medida de las posibilidades y paulatinamente. La ciudad de Tucumán cuenta con una infraestructura suficiente para albergar al P. E. completo, con todos sus ministros y asesores, ya mismo. Luego, cada vez que se construye un edificio nuevo, por necesidad o por obsolescencia, en vez de construirlo en el gran Buenos Aires o en los límites de la Av. General Paz, se lo lleva a una región del distrito federal de Tucumán: a Concepción o Aguilares, por ejemplo. —¿Quiere decir que es una concepción muy larga, a muy largo plazo? —El país va a vivir muchos siglos, pero usted tiene que empezar hoy las cosas que va a necesitar dentro de varios siglos; si no las empieza hoy, no las va a terminar nunca. —¿No implicaría grandes costos el traslado? —Inicialmente, el traslado del P. E., no. Considere que tenemos en Tucumán un centro de comunicaciones importante, que podría completarse en pocos días, consiguiendo un telediscado para un P. E. que necesita seguir su comunicación con toda la infraestructura que queda en Buenos Aires. —Este cambio, ¿acarrearía alguna modificación profunda de orden económico, en cuanto a fuentes de producción y movilización de mano de obra? —Inicialmente no se vería manifiestamente, pero sí habría una tendencia desde el comienzo, ya que la gente dejaría de recurrir a la Capital en busca de mayores posibilidades y empezaría a ver que en Tucumán van a producirse nuevas manifestaciones económicas y burocráticas. Podríamos llamarlos efectos psicológicos. —¿No cree que puede ocurrir lo de Brasil, donde Río de Janeiro es aún la ciudad más importante, a pesar de que Brasilia es la capital? —Por supuesto. Buenos Aires va a seguir siendo la gran ciudad, para orgullo de Argentina; en modo alguno queremos que deje de ser una de las principales ciudades del mundo. —Trasladando la capital hacia el interior, ¿no es posible que la región pampeana quede relegada, desde el punto de vista intelectual, tal como lo es el N.O., para los sectores gobernantes? —No creo que debamos hablar de una preeminencia intelectual de la Capital Federal actual con respecto a la gente del interior. Creo que el nivel intelectual del país es todo muy amplio. —Me refiero a la intelectualización de los problemas. Usted en alguna oportunidad habló de la influencia del asfalto en la decisión de los hombres públicos. En este momento el asfalto condiciona las decisiones. —Además de eso, va a condicionar las decisiones por otro factor muy importante, que es el conocimiento del conjunto del país, de sus posibilidades de desarrollo de minería, de comunicaciones y de intercomunicación con Bolivia y Chile. Si los hombres públicos hubieran empezado a conocer el interior del país mucho antes, habrían empezado a pensar, como se piensa ahora en el gobierno nacional, en una integración física con los países del pacto andino —especialmente Chile— porque esto nos permitiría tener puertos francos sobre el Pacífico. —¿Qué pasaría con la Patagonia? Nadie señaló la posibilidad de... —La Patagonia no está todavía en un nivel de desarrollo para una capital. Otra cosa sería si fuese un lugar donde se pudieran desarrollar industrias rápidamente, que apoyen a la capital. —¿Qué operativo legal exigiría el traslado? —Primero la aceptación de los tucumanos y luego una enmienda constitucional, porque se desafecta una región actualmente constitucionalizada como capital, para llevarla a otro lugar. —¿Esta región está en vista de concreción o es nada más que una hipótesis? —Bueno, digamos que es un trabajo que está siendo analizado por algunos sectores del gobierno. —El presidente participa ... —Eso hay que preguntárselo a él. —¿Ud. no lo conversó con él? —Sí, lo he conversado. Ya casi no queda mucho análisis; he expuesto la tesis con la idea de que se contradiga, que se complemente y que se observe cuáles son los inconvenientes y las posibilidades. Si esto se hace suficientemente una conciencia pública luego, cuando tengamos Congreso, será más sencillo. —¿Existe alguna otra alternativa propuesta o este planteo es el único? —Hasta el momento no conozco ningún otro planteo, que no lo hago aferrándome a alguna ubicación sino a una inquietud y necesidad de replantear un problema y si resulta que Buenos Aires sigue siendo la mejor ubicación, como se determinó hace un siglo, pues simplemente el país habría ratificado una medida anterior. —¿La proposición de Tucumán fue suya? —He llegado a la conclusión de que la provincia de Tucumán es el mejor lugar para esa integración. —¿Cuánto hace que llegó a esa conclusión o que la hizo pública? —He iniciado estas conversaciones hace tres meses. —Había una comisión asesora para la reforma institucional que trató el tema en el mes de mayo, ¿no es cierto? —La comisión que yo tengo es de regionalización interministerial, es decir, de estudios de problemas de regionalización. Estamos trabajando para establecer cuáles son las reparticiones más factibles de traslado; pero no escapa a su criterio que hay algunas que podrían ser trasladadas inmediatamente, como por ejemplo Vialidad Nacional o YCF, que debe estar en Río Gallegos o Río Turbio; de manera que la idea de la nueva capital no es una centralización de la Capital; es solamente el traslado del poder político de decisión de toda la burocracia. —¿Qué pasará con la Aduana? —La Aduana no tiene sede; son todas nuestras fronteras. La de Buenos Aires es una aduana más, como la de Córdoba, Mendoza o Jujuy. Además, volviendo a Tucumán, las comunicaciones serían muy fluidas ya que el P.E., en conjunto, no recibe más de 100 ó 120 personas por día. Y esto es solamente el viaje de un avión por la mañana y vuelta por la tarde. —¿Pero esto es muy costoso? —No más que ahora que todos tienen que venir a la Capital Federal: gobernadores, ministros y todos los provincianos. Si usted desplaza el centro de gravedad del país haciendo una ecuación km pasajero o km tonelada, advertirá que gasta mucho menos dinero. —En realidad es un destierro a los periodistas. —No, porque los periodistas estarían en la medida de las cosas que están trabajando. Aquí, en Buenos Aires, un periodista tendría más cosas para ver que allá en Tucumán. A lo mejor habría un corresponsal tucumano. ♦ R R Revista Panorama 30.11.1971 |