Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado



mercedes sosa


Música
Los hermanos sean unidos
Su disco figuró, a fines de 1966, entre los más vendidos del año; su nombre es ya el de la máxima sacerdotisa del cancionero de provincias, en la Argentina. Y mientras su voz áspera derriba a hachazos el aire de Cosquín, en las sierras de Córdoba —donde está como invitada al Festival de Folklore—, el pensamiento de Mercedes Sosa se balancea, cadencioso como su hablar, entre el pasado y el porvenir. El pasado, porque fue en esa misma localidad serrana, cuando el certamen de 1965, que Mercedes Sosa comenzó a consolidar la etapa definitiva de su dilatada carrera de folklorista; el futuro, porque a fines de febrero ha de emprender, con un conjunto prestigioso (Ariel Ramírez, Los Fronterizos, Jaime Torres, El Chúcaro), la ardua conquista de once países europeos, en un mes y medio.
No será esta gira lo que consiga arredrar a la mujer robusta y aindiada que, poco antes de partir hacia Cosquín, recibió a Primera Plana en el semivacío departamento del barrio de Congreso que acababa de ocupar. Sin perder nada de su candor nativo, Haydée Mercedes Sosa (nacida en Tucumán, aunque de origen santiagueño) ha atravesado 17 años de maduración, pruebas y contratiempos, desde el día en que, ya recibida de profesora de danzas folklóricas, debuto como cantante en la radio tucumana, LV12, después de ganar un concurso. Las ondas del prestigio local iban expandiéndose en el momento en que Mercedes se casó y se vino a Buenos Aires. “Los problemas que tenemos los provincianos cuando llegamos aquí, y la crianza de mi niño” interfirieron para que la Sosa siguiera cultivando su repertorio en la Capital; y aún debieron transcurrir dos años más, en el Uruguay, antes de que la cantante volviera al público.
Mercedes fuma despreocupadamente un cigarrillo tras otro, y señala en la pared, entre grabados neofigurativos y dibujos abstractos, un inquietante esbozo, hecho por su hijo, de 8 años. “Tengo algo de Musetta y de Mimí”, explica la insólita diva, refiriéndose a su abuela paterna, que era india y hablaba quechua, y a la materna, que era francesa. En esta curiosa mezcla predomina, sin duda, lo aborigen; y Mercedes —altos pómulos, renegrido pelo lacio— se enorgullece de ello. Lo que más le preocupa es el peligro del regionalismo: en un país tan vasto podrían surgir colisiones, aparentemente irreconciliables, entre diversos modos de vida, entre tradiciones que tan sólo se asemejan en la superficie. El resultado sería un mosaico, dominado por la incomunicación. “El sabor de la tierra va a existir siempre —sentencia Sosa, con su dulce y pausada inflexión—. Pese a las cuatro grandes zonas en que la Argentina se divide, Litoral, Cuyo, Norte y Sur, ya no es posible encerrarse cada cual en lo suyo, aislarse.”
“Por eso —y ésta es la válida conclusión de sus reflexiones—, el folklore de hoy debe dirigirse al hombre y no al paisaje.” Así lo revela en su última grabación, Hermano, donde desmiente, de una vez, que la tradición cantada sea una pieza de museo para exclusivo uso de investigadores y antropólogos. Ella canta “con toda la voz que tiene”, con tierra y sangre y raíces, pero mirando al futuro de frente: “Porque si bien nuestra canción viene de aquello, hay que seguir adelante, hay que lograr la unión que la geografía obstaculiza. Eso no se logrará sino hablándole al hombre; la miseria y el dolor son los mismos en todas partes”.
Quien la ve ahora, segura y sonriente, apenas puede imaginar cuánto le costó a Mercedes acercarse a la fama. Tal vez porque, en el fondo, no le interesa demasiado: lo que le interesa es expresarse, hallar un cauce para su sentimiento. Por eso no hace concesiones, y por eso es difícil trabar amistad con ese grito duro y auténtico, con ese estilo que parece desmañado pero que proviene de una prolija maceración. Cuando grabó una parte fugaz en el registro fonográfico de La muerte de Lavalle, de Ernesto Sábato y Eduardo Falú, algunos expertos abrieron los oídos; pero fue tan sólo después de la temporada del Odeón, en 1966, que un disco hecho por la Sosa cinco años antes, para RCA, comenzó a hacerse camino en las vidrieras de los negocios y en las discotecas.
Si se le pregunta cuál es la crítica que más la ha satisfecho, distiende su cara arcaica en una franca sonrisa y memora: “Yo no la escuché, me la contaron. Cuando la empresa del Odeón hizo, el año pasado, una función especial para los agregados culturales extranjeros, parece que uno de ellos dijo: La que más me ha gustado es la salvaje”. Mercedes se balancea en el sillón, se frota les fuertes manos sin alhajas, que extrañan la guitarra, y comenta con su voz de siesta infinita: “Vea el elogio bonito que me hizo el señor aquel”.
31 de enero de 1967-Nº 214
PRIMERA PLANA

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