Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


martha argerich

Martha al piano
La inminente maternidad obró milagros en la superdotada Martha Argerich, alterando -además de su estado de ánimo- su concepción musical. Un cambio que fue la nota dominante en los dos conciertos ofrecidos por la artista en Buenos Aires.


martha argerichEl proyecto parecía bastante descabellado, pero hay mucha gente desparramada por el mundo que se especializa en ese tipo de desafíos. Esta vez se trataba de traer a Buenos Aires a la pianista argentina Martha Argerich para que ofreciera dos conciertos antes de su inminente maternidad, calculada para fines de septiembre. Y lo consiguieron. Para ello no trepidaron en interrumpir el reposo de la concertista —hacía cuatro meses que no tocaba—, que esperaba pacientemente la fecha del alumbramiento en Europa. Los melómanos porteños, que desde siempre muestran una recalcitrante debilidad por la Argerich, no tuvieron sin embargo motivos para quejarse; su hija pródiga mostró una vez más frente al piano montado sobre el escenario del teatro Opera su inagotable artillería técnica pero, también, un insólito viraje interpretativo sin duda acentuado por su avanzado embarazo. Fue lo que detectaron el fotógrafo Bernardo Acuña y el crítico musical de SIETE DIAS durante el segundo concierto, efectuado la primera semana de agosto.
El tradicional vestido de bodas mejicano, negro, calado, lucido por Martha Argerich, impedía advertir cambios en su estilizada figura. Su concentrada actitud, con los ojos fijos en la batuta del director, era, también, la misma de siempre. Pero, luego de acomodarse coquetamente el mechón de pelos que le caía sobre los ojos, atacó la primera nota. Y con ella irrumpió la nueva Martha Argerich, la misma que a la mañana siguiente dialogó con SIETE DIAS:
—¿Usted nota algún cambio en su estilo interpretativo?
—Siento como si estuviera tocando más para mí misma, de un modo más intimista, para mi propio placer.
—¿Le divierte tocar?
—Mucho.
Parece como si su temperamento nervioso hubiera quedado definitivamente en el pasado. Ahora predomina el romanticismo y siente que su encuentro con la música se produce de un modo más cálido, más tierno, más maduro.
—Algo parecido me sucedió antes de tener a mi primera hija (Lydia Marina, 7 años, fruto de su primer matrimonio); nunca antes había podido interpretar a Chopin en público.
—¿Por qué dice mi primera hija?
—¡Ah!, porque quiero tener otra nena, que llamaremos Carolinne. Y también quiero que nazca bajo el signo de Libra. ¿Se asombra? Lo que pasa es que me llevo muy bien con los nativos de Libra, incluido mi marido (Charles Dutoit, suizo, director de orquesta, está cerca y asiente sonriendo). Y las mujeres de ese signo me parecen fascinantes.
—¿Cómo se siente antes de cada concierto?
—Muy mal. No hago más que estrujar pañuelos con mis manos y desearía estar en cualquier otro lado menos en el teatro. Pero cuando me enfrento al teclado mi mundo se reduce sólo a eso.
La conversación se interrumpe. Hay que preparar las valijas antes de partir para Lausanne, donde el matrimonio Dutoit esperará el nacimiento de Carolinne. En el departamento reina un apocalíptico desorden. Martha fuma nerviosamente.
—¿Cuántos cigarrillos fuma por día?
—Muchos.
Charles pasa con una corbata en la mano. Sonríe, la mira.
—¿Cómo se está portando Carolinne?
—Bien.
La perfecta imagen de un matrimonio joven, feliz.
Revista Siete Días Ilustrados
17/08/1970
 

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