Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

periodista mariano perla
Mariano PERLA
TESTIGO DE CARGO EN TV

Pregunta: ¿Cuál es la responsabilidad de la TV en el momento actual?
Respuesta: Ante todo, creo que es una responsabilidad enorme. Y por dos razones: primero, por la importancia misma de la TV en cualquier parte del mundo, porque puede y debe ser —si bien no lo es frecuentemente— un extraordinario vehículo para elevar el nivel artístico y el buen gusto público; y segundo, porque la TV, concretamente la argentina, está a punto de llegar a su plenitud, con la instalación de las nuevas emisoras, poseyendo ya considerable influencia sobre una audiencia numerosa, que, en algunos casos, representa incluso un peligro.

P.: ¿Un peligro en qué sentido?
R.: En el orden político. Pues si se utiliza con una finalidad de propaganda monopolizada constituye un evidente atentado contra la libertad de expresión. Esto puede ocurrir, no sólo por presión del Poder Ejecutivo, sino muy especialmente por una cierta concepción temerosa de los mismos profesionales, que ha solido existir, valga el caso, en nuestra radiofonía.

P.: ¿Existe en TV una completa libertad de expresión?
R.: Para responder tengo que hablar de manera personal, pues es mi caso el que conozco verdaderamente. Cuando me siento frente a las cámaras de TV nadie sabe lo que voy a decir, y después que lo he dicho nadie me hace ninguna objeción. Parecería desprenderse de esto que no hay ninguna limitación a la libertad de expresión. Pero conozco otros casos, especialmente de libretistas, en los cuales sí hay frecuentes objeciones, normas, y hasta tachaduras. Si quieren algún ejemplo tangible, pregúntenle a Landrú, cuyo programa, deliciosa e inofensivamente humorístico, no ha podido ser reanudado. O si no, pregúntenle al Dr. Colombo.

P.: ¿Qué debería hacerse en TV?
R.: Primero, subsanar los errores que hay con respecto al público. Errores de estimativa, porque se le supone pueril e inculto. Lo cual es calumnioso. Errores de conducta, en cuanto a la obligación cultural respecto a ese mismo público. Obligación que debe cumplirse, no en programas especiales (por lo general muy aburridos), y con los cuales ya se cree salir del paso, sino a lo largo de toda la programación. Para ello es indispensable saber quiénes son los que tienen receptores, los que, al menos en la Argentina, no pertenecen, contra lo que suele creerse, a las clases más altas. Esta consulta suelen hacerla las agencias, pero con fines de investigación de mercado, viendo en el espectador a un comprador potencial y nada más. Hay que eliminar también el error de creer que son los anunciantes y las agencias los que pagan la TV. Nada más asombrosamente falso. La TV la paga el público, y no por el dinero que le haya costado el receptor, sino por el contrato tácito que establece con las emisoras. A saber : ver y oír los espectáculos, a cambio de una amable y discreta atención a la propaganda. Si los canales tuvieran en cuenta esta verdad elementalísima comprenderían que no vale la pena “cuidar” los avisos si no se cuidan realmente los programas. Aunque así lo crean las estrellas de la locución, ni un solo espectador compra su receptor para oír avisos. Los oye y hasta sigue sus consejos sólo cuando está en una actitud de reconocimiento y simpatía hacia el programa que acaba de ver.

P.: ¿Y esto es todo lo que falta?
R.: No, faltan otras cosas. Fundamentalmente, autores, productores, sentido del servicio al público y un nivel cultural suficiente en la mayoría de los promotores de programas. Aunque es una tremenda perogrullada, casi nadie en la TV parece haber caído en la cuenta que lo mas importante es el escritor.

P.: ¿Usted cree que se podría consultar al público sobre estas cuestiones?
R.: Ahí está lo grave, pues sólo se lo consulta indirectamente, y a veces la opinión decisiva está en manos de gente que ignora todo lo concerniente al arte y la literatura. Voy a dar un ejemplo sencillo y de gran actualidad: la interpretación de Alcón en “Judith”, que causó asombro por su calidad. Es natural que tal cosa ocurriera en parte del público, pero no deja de ser notable que también constituyera una sensación para personas que se dicen del oficio. Evidentemente, no deben haber visto “Recordando con ira”, “Las manos sucias” y otras obras. Parece que no van al teatro; incluso debe suponerse que sólo leen libros por prescripción médica.

P.: ¿Considera entonces que debería elevarse el nivel cultural dentro de la TV?
R.: Sí, en un sentido general, y salvo, honrosísimas excepciones. Pero lo más curioso del caso es que dentro de la TV argentina hay gente que posee esas dos condiciones fundamentales: nivel cultural y conocimiento del medio. Sin embargo, los nuevos canales no parecen haberse acordado de ellos. No lo digo por mí, porque me gusta el trabajo independiente y no quiero ninguna responsabilidad de tipo colectivo.

P.: ¿Coincide usted con las opiniones que se han vertido sobre la TV en la última mesa redonda de la Sociedad de Escritores?
R.: En parte, nada Más. Me temo que algunos de los concurrentes a dicha mesa se hayan limitado a expresar, de alguna forma paradójica, su deseo de TV. Tan pueril es decir que todo es muy bueno, como que todo es muy malo. Por otra parte, ellos saben muy bien que su problema como creadores —y sin duda alguna son extraordinarios— no está en el hecho de que los ignoren ciertos círculos, sino en otro mucho más aflictivo y desalentador: la dificultad con que se venden tres mil ejemplares de un libro en este país.

P.: ¿Ha trabajado usted siempre cómodo con las agencias? ¿Puede hacer lo que quiere o le imponen cosas?
R.: Existen, como en todo, dos clases de agencias. Unas comprensivas, tolerantes y respetuosas. Y otras que, lamentablemente, no tienen esas virtudes. En honor a la verdad debo decir que en casi todos los casos he encontrado las primeras.

P.: ¿Qué medidas concretas propone usted para cumplir con los postulados que ha enunciado?
R.: No creo que existan medidas concretas. Sólo un poco de meditación y buen sentido por parte de quienes tienen en sus
manos esta gran responsabilidad. Se debe pensar que se puede hacer una excelente programación con ideas originales, sin limitarse a copiar las audiciones extranjeras y seguir caminos ya recorridos. Para ello no hace falta importar costosas maquinarias. La materia prima está en casa: es, simplemente, un poco de fósforo en la cabeza.
Revista Platea
9 SEPTIEMBRE, 1960

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