Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


la otra unión democrática

ENCUENTROS
La otra Unión Democrática
El pasado 21 de noviembre, entre vivas a "la unidad popular” y vaharadas de chorizo a la parrilla, se realizó en Rosario el Encuentro Nacional de los Argentinos, un cónclave impulsado por el comunismo vernáculo y algunas personalidades "progresistas” de otros partidos. A las 8 de ese día comenzaron a arribar al Centro de Almaceneros —un camping ubicado en el barrio Alberdi, a 7 kilómetros de la estación— los asistentes a la asamblea: cerca de 6.000 personas, la mayoría de las cuales llegaron en 70 colectivos fletados especialmente por los organizadores.

LA AVENTURA. En las cercanías no alumbraba ningún vigilante. Pero no faltó custodia; la ejercía una centuria de jóvenes tocados por cintas argentinas al brazo. "En hilera y mostrando la credencial”, exigían a los viajeros. Estos aceptaban de buen grado la molestia, exhibían una simple tarjetita y recién entonces los guardianes franqueaban el paso. Los que carecían de ese salvoconducto eran sospechosos en potencia.
Había que recorrer cien metros de sendero, bordeados por paraísos y plátanos para llegar al escenario mismo del simposio. Dentro de un enorme patio, guarecido por techo y lonas, se había erigido el palco; lo presidía un mural, mezcla de estilo escolar y realismo socialista (dos atletas semidesnudos sosteniendo una pica coronada por el gorro frigio; a su alrededor muñecos abrazados fraternalmente con un fondo de bandera argentina y cabildo). Frente a esa muestra de arte revolucionario dos mil sillas plegadizas que la multitud se disputó sordamente, sin atentar contra la disciplina. Es que los desafortunados debieron resignarse con una ubicación exterior, donde se tragaba tierra y la resolana era difícil de soportar.
A las 10.25, entre aplausos y gritos, empezó de una vez la función, que duraría 600 minutos, sin intervalos. Le tocó inaugurarla a José Edmundo Flores, en nombre de la Junta Promotora de Santa Fe: "Demostraremos a los escépticos que podemos respirar el mismo aire sin temor a supuestos contagios de ideologías”, tartamudeó. "Radicales, socialistas, comunistas, unidad”, le respondió el coro, fervoroso.

EL GRITO. Los estribillos no cesarían hasta el final. En ellos podía leerse —antes que en la farragosa maratón discursiva que prosiguió— el verdadero signo político del Encuentro.
El slogan de mayor rating fue: "Chile es el camino / del pueblo argentino”, que acompañó las palabras de Alberto Duarte, delegado de la Confederación Única de Trabajadores trasandina. Casi idéntica difusión alcanzó el versito "El pueblo / unido / jamás será vencido” y el más sintético "Unidad / unidad”. Para la universidad los presentes tenían, también, un programa en rima: "Reforma / laicismo / antiimperialismo” y "Autonomía / autonomía”. A los militares, en cambio, les reservaron palabras duras. Los adjetivos ("mercenarios”, "asesinos”) compitieron con los verbos ("¡que
se vayan!”) cada vez que algún tribuno mencionaba a los uniformados. Los únicos generales notorios cuyos nombres no se condenaron en el Centro de Almaceneros fueron Juan Domingo Perón y Alejandro Agustín Lanusse. Tal vez previendo estas reacciones contra sus camaradas el militar en retiro Adolfo Cándido López mezquinó prudentemente su figura; se limitó a adherir por escrito.
Si bien se mira, los cantitos no mostraron grandes novedades. La única variante puede, tal vez, encontrarse en el sendero reservado para los argentinos: hace una década "el camino” era Cuba. Ahora, Chile.

LAS AMIGAS. Después de la bienvenida que leyó Jesús Porto —un abogado peronista que suele escribir en Propósitos— se abrió la lista de oradores, que llegó a soportar 200 nombres. Allí pudo rastrearse la representatividad del sínodo. Hablaron el socialista Carlos Coral, el demoprogresista Ricardo Molinas (hijo del finado Don Luciano), los radicales Olegario Becerra, Aldo Tessio, Conrado Storani y Lázaro Nazareno de Jesús Barbieri ("este tigre tucumano”, según Emérito González). Eso sí: ninguno de ellos llevaba al Encuentro la representación de su partido. "Yo hablé a título personal”, reconoció a Panorama el ex gobernador Barbieri. ¿Cómo se complementan esta reunión y el acuerdo de partidos que firmó el radicalismo del pueblo? "No son excluyentes —se excusó Tessio—; uno se limita al pedido de elecciones, éste en cambio va más allá, hacia la transformación del país”. El socialista Héctor Polino, en cambio, fue más explícito: “El acuerdo es una barbaridad”, tronó refiriéndose al convenio que suscribieron Jorge Paladino y Ricardo Balbín con la anuencia de Jorge Selser, otro socialista conmilitón de Polino. En verdad, el único partido representado en Rosario fue el Comunista, que así intenta remozar su notoria decrepitud. Pero al margen de los políticos, pudo escucharse a intelectuales (Héctor Agosti, Francisco Cholvis), sindicalistas (Agustín Tosco, Antonio Alac), sacerdotes (Juan Amiratti, presbítero de Cañada de Gómez) y una legión de estudiantes y amas de casa. Faltaron, en cambio, ciertas figuras anunciadas: el perfil de Risieri Frondizi no se encontraba por ningún lado; el peronista Miguel Gazzera se quedó en Buenos Aires. Lo mismo hizo el ingeniero Alberto Constantini, que renunció a formar parte del encuentro.

EL ECLIPSE. Mientras las bases engullían chorizos y gaseosas, las jerarquías sellaron el frente en el comedor con fiambre, pollo, postre y vino fino. Al anochecer habían ya decidido constituir el Movimiento Encuentro Nacional, que "no reemplaza a los partidos preexistentes y que reconoce la diversidad ideológica, religiosa, individual”. "Una alternativa de poder popular”, soñaron algunos congresales. Antes, quizás, un instrumento apto para que la izquierda negocie un asiento en el frente de los grandes partidos. ♦
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Rodolfo Ghioldi: Ni golpe, ni pacto, ni fraude
rodolfo ghioldiEn la calle Iberá al 2800, cerca de la cancha de Platense, el barrio de Núñez se manifiesta con casas bajas y prolijas, algunas con módicos jardines en los que prevalecen las caléndulas. En una de esas casas de frente blanquecino, con dos ventanas altas y una puerta gris, vive uno de los fundadores del Partido Comunista argentino: Rodolfo Ghioldi, supérstite de aquella legión precursora del marxismo latinoamericano.
Ghioldi cumplió 73 años pero no los representa. De pie parece más alto de lo que es, se lo ve ágil, sin achaques notorios. Y sorprende, porque desde 1951 tiene una bala en el pulmón derecho, recuerdo de la campaña proselitista en Entre Ríos; además, porque soportó un largo tiempo de penurias en la cárcel de Fernando de Noronha, Brasil, una contingencia del fracaso de su amigo y camarada Luiz Carlos Prestes. “No crea, los años pasan. Me canso si camino demasiado; me mantengo con la ayuda de los médicos”, dijo, como si tuviera que excusarse, mientras su mujer, la inseparable Carmen Alfaya, lo miraba con cariño.
La cita con Ghioldi fue el martes pasado. Ofreció el sillón más cómodo de la casa, junto a la ventana; él se sentó de espaldas a un bargueño, frente a una mesa ratona ornada con gladiolos y azucenas. No ocultaba su satisfacción: “Lo de Rosario fue un éxito. Por fin parece que los argentinos nos decidimos a la unión. Fue un verdadero encuentro civilizador, porque fíjese que hasta hace poco tiempo tanto los radicales como los peronistas mantenían una especie de orgullo del que sacaban provecho los reaccionarios”.
—¿Pero usted cree que los peronistas y los radicales que fueron a Rosarlo llevaron la representación de Perón y de Balbín?
—Tengo entendido que todos los delegados eran representativos y eso es lo que importa. Nuestro país recibe la influencia bienhechora de la evolución política en Perú, Bolivia y Chile; en Sudamérica se está probando que es posible un curso independiente del tutelaje norteamericano y muchos son los compatriotas que piensan que lo que ha sido factible en países vecinos puede serlo, y acaso con mayor decisión, en la Argentina. Supongo que eso es lo que han querido los delegados al congreso de Rosario.
—Al hablar de las influencias que reciben los argentinos, usted menciona las experiencias peruana, boliviana y chilena. ¿Cuál prefiere?
—Mire, yo prefiero la que emprenderán los argentinos. Cada país tiene que procurar su independencia y eso es lo esencial. Se trata, pues, de orientarse hacia la liberación antiimperialista y antiterrateniente mediante la movilización democrática del pueblo argentino unido. La perspectiva no puede ser la de una nueva sucesión de golpes de Estado, ni la de elecciones reguladas por los beneficiarios de los pronunciamientos. Lo que hace falta, a mi juicio, es lograr una coalición democrática a través de un gobierno provisional cívico-militar. Pero la cuestión de fondo es ésta: desde hace décadas los diversos gobiernos, cualquiera fuese su origen, han dejado subsistente la vieja estructura económico-social, y de lo que se trata es de cambiarla. En tal cambio está la revolución y solamente allí, porque por eso el país no progresa.
—¿Pero acaso Frondizi, Onganía, Alende y Ferrer no hablan del famoso cambio de las estructuras?
—Cada argentino sabe quién es quién en su país. Yo puedo decirle que lo que está perimido en la Argentina es la política dirigida a satisfacer a los monopolios extranjeros y al latifundismo. Enterrar esa política constituye la esencia de la revolución de verdad. Es vana tarea la de parlotear acerca del desarrollo evitando las medidas que eliminen del seno de la sociedad argentina los factores anti desarrollistas. Dentro del marco de los países latinoamericanos de parecida conformación económico-social, la Argentina es el que va a la zaga de los más conocidos. El promedio de crecimiento para el lapso 1950/70 nos ubica muy por debajo de México y de Brasil. Tampoco es pertinente hablar sobre la incorporación de tecnología moderna sin crear antes las condiciones que independicen al país de la hegemonía imperialista Claro es que la declaración del señor Moyano Llerena acerca de que las pequeñas empresas no van tecnológicamente a la zaga de las grandes es una extraña fantasía. Hay abundante documentación probatoria del tremendo peso de los monopolios extranjeros en la economía del país. El mismo capitán Alsogaray lo sabía hace algunos años, cuando su paso por los Estados Unidos le hizo decir que "tener que rendir examen es profundamente deprimente”. En resumen: en manos del imperialismo, la tecnología es un instrumento colonizador. Hay que ir a la independencia tecnológica, la cual es posible en las condiciones de la independencia total.
—¿Cree que los militares argentinos se consideran dependientes?
—No lo creo. Hay militares patriotas. Hace pocos días el general Guglialmelli dio un ejemplo: fijó la verdadera imagen del ministro Ferrer, quien ha aportado como originalidad la idea de sacar 'directamente de los salarios obreros los medios de capitalización de los burgueses, que es lo que los burócratas denominan "desarrollo con justicia”.
—¿Entonces no es antimilitarista?
—Usted parece confundirme con un dirigente pequeño burgués, de esos que se ponen colorados gritando que los militares vuelvan a los cuarteles. Recuerde que el Ejército Rojo se formó con 100 mil oficiales zaristas y advierta el potencial que hoy muestra al mundo. Por otra parte, los militares argentinos tienen a quienes imitar: Ricchieri, Mosconi y Carlos Jorge Rosas son ejemplos. Nosotros, los comunistas, no queremos un ejército sordo y mudo, una guardia pretoriana que reprima al pueblo. Tampoco queremos que los militares se dividan, porque si llegan a dividirse será inevitable la guerra civil. Y los comunistas sabemos que la guerra civil puede beneficiar a los enemigos del pueblo.
—¿Qué piensa de Perón?
—Que aún tiene autoridad. Mejor dicho: perdió fuerza de decisión pero todavía puede influir. Pero yo entiendo que no hay que medir al peronismo por Perón o Paladino. Si uno u otro se ubican en la corriente antipopular, la que corre a contrapelo de la historia, serán desbordados. No me gusta profetizar, pero estoy seguro que la época de los líderes acuerdistas llegó a su fin. Los obreros argentinos saben que no encontrarán, ni en Europa ni en los Estados Unidos, jerarcas sindicales millonarios como en la Argentina. ¿O acaso usted no cree que los trabajadores de este país están cansados de aguantar a los potentados de los gremios, a los socios menores de la oligarquía?
—¿Todos los dirigentes gremiales son ricos?
—Los que tienen vara alta.
—¿Y Ongaro?
—Ongaro es pobre.
—¿Perón podría inclinarse hacia Ongaro?
—Si se inclinara por Ongaro perdería. Por su parte, Ongaro no ganaría nada.
—¿Por qué los comunistas son débiles en los gremios?
—No creo que seamos débiles. Si hubiese elecciones libres, si la Secretaría de Trabajo no consintiese trampas, tenga la seguridad que tendríamos el comando de varios sindicatos. Por otra parte, hay que tener presente la realidad: encarado todo el problema social en la esfera de la ideología, consideramos que fuera del marxismo-leninismo no hay ni puede haber izquierda o izquierdas. Una cosa es el malestar profundo de muchas capas estudiantiles, semejante al de otras capas sociales, sofocadas por los monopolios y sacrificadas por la descomposición burguesa, y otra muy diversa la elaboración de concepciones o tácticas denominadas "izquierdistas”, que procuran estructurar una izquierda no marxista-leninista, o antimarxista-leninista. Las capas mencionadas deben incrustarse en el gran frente contra los monopolios y jugar en él su debido .papel, y aquellos de sus miembros que despiertan a la inquietud teórica hallarán su herramienta en nuestra ideología. Desde otro punto de vista, en casos diversos, ocurre que la izquierda heterodoxa es solamente una prolongación algo estridente de la ideología nacionalista burguesa.
Ghioldi prefirió no hablar sobre el PC vernáculo y tampoco acerca de la posibilidad de una próxima salida electoral. Por tercera vez entró en escena su mujer y entonces él preguntó: "¿Se tomaría un whisky?”. La respuesta fue afirmativa y se paró. Abrió el bargueño con calma y mientras servía, musitó: "Esto alegra los corazones”.
—¿Está triste?
—No, sucede que los calamares pierden todos los domingos. ¡Pobre Platense!
Jorge Lozano
PANORAMA, DICIEMBRE 19, 1970
 

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