Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Gloria Guzmán, 50 años después: Un estilo que nadie ha superado
La boca laboriosamente acorazonada, casi sangrienta en la cara pálida, tierna, sin ángulos todavía. Los ojos, en cambio, son maduros y decididos.
Desembarca en una ciudad que no conoce, dispuesta a cumplir una temporada de zarzuela y volver a España. No es un buen año para los argentinos ese 1921. Mientras Yrigoyen intenta disipar los ecos de la Semana Trágica, en el sur el teniente coronel Héctor Varela comandaba los fusilamientos de la Patagonia.
Gloria Guzmán tenía 20 años y por Buenos Aires circulaban tranvías veloces que cruzaban un "centro” donde se vivía "a la europea”. La ciudad le gustó en seguida y los porteños no tardaron en corresponder a la gentileza.
A fines de 1924 fue contratada para Así da gusto, su primera revista en el Maipo. Un año después, toda la ciudad había contraído una fiebre de amor por esa vedette incomparable.
Mientras, en el escenario, Gloria inventaba un estilo que se enriquecía cada noche gracias a su obsesión por el trabajo, a su buen gusto infalible. En la competencia, Consuelo Velázquez prefería armas más exhibicionistas y rozaba un escándalo que Guzmán siempre mantuvo alejado de su carrera y de su vida privada.
Cuando lo recuerda, cuenta que bailaba "casi desnuda” aunque, desde el presente, sus mallas parezcan ingenuas. Y añora el lujo, la desmesura con que se realizaban los espectáculos. Cuadros enteros, con ropa y objetos, se importaban de París. El despliegue magnetizaba a un público que, en el cine, suspiraba por Clara Bow, Lillian Gish, Mary Pickford, Gloria Swanson, Barbara La Marr.
Muy pronto, la popularidad de su estilo inventó adhesiones que nunca antes habían reclutado a los solemnes porteños. En Harrods, globos de colores y pañuelos de gasa reproducían la cara de Gloria, su sonrisa, su peinado siempre perfecto.
En la revista se hacían tres funciones diarias y siete los domingos. Además, una paciencia persecutoria encerraba a Gloria en su camarín horas enteras, después de la función o del ensayo, para "sacar un paso, lograr un parlamento, encontrar un tono”. Porque sola se "manejaba mejor”.
La vida, entonces, no era demasiado fácil. Al principio, lo social la sedujo. Las reuniones después del teatro, las fiestas frecuentes, la camaradería entre copas y chismes. Muy pronto prefirió acostarse temprano para "ganar la mañana. Con el sol afuera, la cama me parece malsana”.
La popularidad, en la década del 20, se nutría en otras fuentes y adoptaba otras formas. Canastas de flores, pilas de cartas, colas de admiradores. Un afecto sólido pero tímido la rodeaba donde fuera, la cercaba como un abrazo.

TODOS LOS CAMINOS. En 1927, Maurice Chevalier compartió con Gloria Guzmán su debut en el Casino porteño. Desde entonces, nunca dejó de invitarla a Europa, de sugerir escenarios más amplios y ambiciosos para su talento.
En el teatro Sarmiento, durante dos años más, Gloria siguió rigiendo una época que también se nutría con Iris Marga o Carmen Lamas. "Daba vueltas y me lanzaba por el aire, desde una escalera altísima. Las chicas me recogían y yo seguía bailando y cantando. Nunca estudié. Aprendí así, descubriéndome desde adentro, yendo cada vez más lejos, buscando mis propios límites."
En 1931 encabeza con Pedro Quartucci una Compañía de Revistas Argentinas, y se va a París. Actuó tres meses con un éxito delirante. El número más celebrado por la crítica, el que ponía de pie a un público maravillado, era una danza apache. Los franceses festejaban, asombrados, a esa española, llegada de América, que se atrevía a un desafío semejante.
En esos meses filmó en los estudios de Paramount, en Joinville, su única película con Carlos Gardel: Luces de. Buenos Aires. Después, abandonando ofertas, se fue a realizar una gira por España. De allí al Marruecos francés. Mientras tanto, en Hollywood, los productores de Gardel, fascinados con la gracia de esa actriz desconocida, escriben a un promotor en Madrid para que la busque y la contrate. El plan es hacerla compartir todos los films del cantante. Ahora, después de 40 años, por primera vez y todavía con rabia Gloria cuenta esa frustración: El productor tenía una amiga a la que quería favorecer. Eso me parece muy normal, pasa siempre y no hay por qué escandalizarse. Dijo entonces que nadie sabía en España dónde estaba yo y cómo encontrarme. Y ofreció a su amiguita. La respuesta le advirtió que Hollywood estaba lleno de latinas -desconocidas. Era para mi o para nadie. Y así fue como perdí algo que podía haberme dado una carrera... no sé... Terrible ¿no es cierto?”.
Volvió a Buenos Aires y al Maipo. Europa, la guerra inevitable la asustaban demasiado como para aceptar ningún contrato. Dejó París sin suspirar demasiado. En 1938 una idea de los empresarios del Avenida la devolvió a la Revista Española con un éxito apabullante. Aunque al año siguiente, “a pesar de mis ruegos, Parravicini me obligó a cumplir un contrato que ni él ni yo necesitábamos. La experiencia no agregó nada a mi carrera y me amargó bastante. Florencio estaba totalmente descontrolado, la comedia no existía”.
Pero en 1940, en el desaparecido teatro San Martín, formando compañía con Arturo García Buhr, Pedro Quartucci, Amelia Bence y Nury Montsé (“que era una niña”), estrenó Doña Clorinda la descontenta, de Tulio Carella, el trabajo que cambió el signo de su carrera. Gloria tenía 40 años cuando recibió, por ese personaje, el premio a la mejor actriz teatral del año.
El fervor del público y la crítica se enriqueció, 20 años después de su llegada a Buenos Aires, con nuevos argumentos. Gloria representaba claramente a "la estrella”, en un medio todavía virgen de ciertos mecanismos promocionales. Su ropa cara y sobria, sus alhajas y pieles, sus rulos seductores, su gracia fina, su sentido de la medida, cautivaban por igual al Buenos Aires snob y a la ciudad populosa que adquiría, entonces, modales de nuevo rico, técnicas de consumo y moldes morales de un Hollywood devorador.
En esa década, Gloria Guzmán en rubro con Enrique Serrano estrenó en el teatro Astral dos comedias y un musical de Sixto Pondar Ríos y Carlos Olivari: No salgas esta noche, Los maridos engañan de 7 a 9 y Si Eva se hubiese vestido. Con ese repertorio llegó a México.

EL UNICO CAMINO. A medio siglo de su desembarco en Buenos Aires, Gloria Guzmán, después de 2 años de componer, en 40 quilates, un personaje alhajado por su encanto, se resiste a recordar demasiado. Sobre todo, lo que está cerca. Conserva una sonrisa irresistible, un estilo sereno y elegante, una predilección por la sobriedad, un sentido del humor que se actualiza sin cesar.
Pero los miedos han regresado. Alquila sus casas y vive en un hotel, sola. Habla de sí misma, a los 70 años, como de una huérfana. Recuerda todavía el largo pasillo sombrío qué su tía le obligaba a recorrer, cuando niña, sin demostrar temor. Admite que sus puertas se llenan de cerrojos, que desconfía de mucamas nuevas, que es peligroso quedarse sola, ahora, en esta ciudad.
De pronto, siguiendo el hilo de la propia nostalgia, justifica su soledad, recuerda que prefirió el teatro cuando pudo casarse muchas veces desde 1928, cuando se divorció de su primer marido (del que tuvo un único hijo).
Pero basta un spot, una cámara, un escenario, para devolverle calidez y seguridad. También es eficaz la admiración, una mirada arrobada, un elogio imaginativo. Entonces, rápidamente, prefiere el presente y se zambulle: "Me gustó mucho Crónica de una señora. El trabajo de Graciela Borges es estupendo y el director muy inteligente. Pero mi última pasión es Muerte en Venecia, la vi tres veces. Ese actor es fascinante y el ambiente perfecto. Pero para mí, prefiero lo brillante. Tengo algunos proyectos, pero todavía no están maduros. Ahora que la gente joven también me conoce (por 40 quilates), me da gusto sentir su afecto. Claro que a los rebeldes, a los violentos, no los entiendo”. ♦
Aída Bortnik

-recuadro en la crónica-
Esto no es Gloria
El domingo 21 de noviembre, una hora después de lo anunciado, Canal 11 emitió un programa imaginado por Leo Vanés como homenaje a Guzmán: Esto es Gloria.
Desde un pasacalle de Las Leandros hasta Tenías que ser tú, las canciones pretendieron ser el hilo conductor de una memoria que vivificara momentos y climas en la carrera de Gloria Guzmán. La idea y la intención de Vanés fueron espléndidas. Su producción, paupérrima (se invirtió menos del 50 por ciento de lo despilfarrado en el programa de Nélida Lobato), dejó un saldo de mal gusto y falta de imaginación decididamente melancólicos.
Salvo un momento (Tirando manteca al techo, con Andrés Perciavale), la cámara de Francisco Guerrero, obsesiona da por mostrar el piso brillante y relegar la imagen a un rincón alejado del plano, solidarizada con una coreografía incoherente, confusa y mal ensayada (de Enrique Ibarreta), consiguió componer un show impersonal, desdibujado, tedioso.
Víctima de un playback mal coordinado, de una falta de confianza en su encanto y sus medios expresivos, Gloria Guzmán apenas consiguió desasirse de la trampa. Mal peinada y mal vestida, desaprovechada por el libreto, la coreografía y la dirección, la admirable actriz sucumbió ante tanta incoherencia.
Sin embargo, la nostalgia por tiempos de brillo mal reconstruido en la memoria. era el impulso motor de este homenaje. Y pocas personalidades, seguramente ninguna, permitían tanta esperanza cifrada en la empresa. Pero es que cualquier tipo de grandeza, aun la más frívola, la menos inasible, necesita de otra grandeza para evocarla. No bastan las intenciones ni alcanzan los recuerdos. El espectáculo es siempre implacable con sus oficiantes y delata, feroz, todo intento de remedar esplendores con recursos que prescinden del talento. ♦
A. B.
PANORAMA, NOVIEMBRE 30, 1971

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