Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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UN COLECTIVERO SE HIZO MEDICO Y HOY ESCRIBE PARA LA JUVENTUD Por JUAN DEL RIO TODO noble ejemplo, toda actitud aleccionadora, toda intención que tenga en sí, la gracia de lo humano, dado la medida de sentimiento y de espíritu, debiera ser presentado a los ojos del mundo para que este lo agradezca y estime. Las páginas de los diarios, los libros, las conversaciones, tendrían que ser siempre, todos los días, la vía natural que nos condujera a esto: a hablarnos de un hombre bueno, que hizo algo bueno; de un ser sincero que dió sinceridad; de alguien que se expresó en lo generoso, en lo fraterno; en lo que está para ser ofrecido a otros a manos llenas; para enseñar a otros que la vida es bella y vale la pena de ser vivida. A hablarnos de un doctor Pascual De Simone: pongamos por caso. Pero, ¿quién es el doctor De Simone? —preguntará con razón el curioso doctor—. A decírselo vamos inmediatamente, en el transcurso de esta breve crónica aunque la personalidad de este hombre y el ejemplo que su vida ofrece merecería ser comentada en extenso para que, como dijimos, se tenga la constancia de una humana lección. AQUEL CAMPESINO QUE EMIGRO A LA ARGENTINA... El doctor De Simone es ante todo, un hombre a quien la naturaleza ha. concedido lo mejor que puede ofrecer: un gran optimismo y una inquebrantable voluntad de acción. Nacido en un pueblecito de los Abruzos, en 1905, hijo de padres labriegos y nieto de labriegos, su niñez transcurrió en las sierras del Gran Sasso y fué de pies descalzos, de privaciones, de duro e incansable trajinar para afrontar el quebranto de ser pobre, pero honrado a carta cabal. Con esa escuela de heroísmo a la que asistió desde muy pequeño haciendo sangrar el olivó para conseguir una gota más de aceite, al trigo para conseguir un pedazo más de pan, al lino para cubrir la carne cansada, vino a la Argentina siendo casi un adolescente. Su historia es, pues, en el comienzo, la de tantos otros inmigrantes. Llegar a la tierra prometida; darle sus brazos; hallar aquí compañera; tener hijos; hacerse argentino con ellos y por adopción. Pero es que el doctor De Simone ha dado a ésta versión corriente de la historia un matiz distinto, un raro y especial condimento: el propósito de mejorar no sólo como obrero, sino también intelectualmente. Poco importa que allá en los Abruzos calzara sólo en los días más crudos de invierno para proteger sus pies infantiles de los rigores de la nieve, que a veces no comiera sino pan untado en aceite, que fuera a la escuela lo necesario para conocer las primeras letras. El tenía una idea de la conquista del mundo: ¡trabajar! Y a trabajar vino a la Argentina. A trabajar y a superarse, Fué así como partió de su pueblo natal en los últimos días de febrero de 1927 rumbo a América. Con él venían uno de sus catorce hermanos —los hogares modestos son siempre los de numerosa prole— y un amigo de 17 años ante los cuales oficiaba de tutor. Tenía entonces, para hacer frente a la situación de todos, treinta y cinco pesos de capital, su juventud y esperanzas de encontrar pronto, ocupación. ¿Fué así? —Ante todo tuvimos que adiestrarnos en el conocimiento geográfico de la ciudad —refiere ahora el doctor De Simone—. Y. naturalmente, los primeros días de búsqueda resultaron infructuosos. La escasez de trabajo era agudísima y muchos obreros permanecían frente a las fábricas y talleres esperando ser llamados en cualquier instante aunque no fuera más que para hacer una “changa”. Pero, por fin, entramos como “aprendices" en una fábrica de camas de bronce. La tarea consistía en perforar, con un taladro, caños y barras y realizar, también, otros menesteres. Luego, no hubo trabajo que no hiciera. Ni sacrificio que no cumpliese. Levantarse al alba; aceptar un jornal de tres pesos diarios; trabajar enfermo; economizar en todo, aun privándose de expansiones propias de su edad para enviar dinero a sus padres; hacer su comida y la limpieza de su habitación de noche para no perder tiempo en las jornadas de labor. Hasta que por fin obtuvo un registro... y se hizo camionero y colectivero después, actuando en la línea 41 que iba a Villa Urquiza. —Una noche en que me hallaba muy preocupada —cuenta ahora— caminaba por la calle Bulnes con el objeto de hacer un paseo sin rumbo determinado, cuando, en el número 647 de esta arteria vi una biblioteca popular. Salí de mi meditación en el momento en que. mirando hacia adentro, recibí la invitación cordial de un señor y otras personas que allí se encontraban, a entrar. Desde entonces concurrí periódicamente y me familiaricé con Sarmiento, Echeverría, Alberdi y otros. Y renació mi deseo de instruirme y ser alguien. Hacía quince años que había terminado su tercer grado elemental en Italia leyendo, desde entonces, muy pocos libros. Pero no tuvo inconveniente en inscribirse en una escuela nocturna para cursar hasta sexto grado. Entonces se levantaba a las cuatro de la mañana, trabajaba hasta las 17, descansaba dos horas y luego iba a clase. Algunos de sus compañeros, al verlo estudiar en la mesa de café, en el coche, a la hora de descanso, o cuando las barreras del Pacífico estaban cerradas, se burlaban de él ya que no podían concebir a un chofer enfrascado en lecturas de libros que no eran precisamente divertidos. Un día, esas bromas llegaron a tal punto, que De Simone tiró los textos a un baldío, tras un alambrado. Pero un anciano amigo acudió en su ayuda. Cortó el alambrado con unas pinzas, recogió los libros y se los devolvió diciéndole: —Sigue, sigue, De Simone, que vas bien. No le hagas caso a esos vagos. Y el colectivero ingresó a la Facultad y se hizo odontólogo, otorgándosele su título el 18 de diciembre de 1941. —El día de mi graduación —refiere el doctor De Simone— pensé que debía vestirme de gala y fui a una casa de compraventa donde compré un traje por 23 pesos que me sirvió para el juramento de rigor. Por la noche fui a Villa Urquiza, donde festejé el acontecimiento con mis compañeros, los colectiveros, que me hicieron un recibimiento emocionado. BIOGRAFO BE SU PROPIA VIDA A pesar de su título universitario, el docto De Simone tomó muchas veces el volante desinteresadamente, para relevar a algún compañero enfermo. Y eso que el tiempo no le sobraba pues en 1945 volvió a la Facultad, esta vez para seguir estudios de medicina. De nuevo comenzaron los sacrificios, que ahora eran mayores, pues el estudiante tenía, además, responsabilidad de un hogar. —El 7 de julio de 1952 —refiere— consagra mi segunda carrera que tantas tribulaciones me creó. Al recibirme de doctor sentí la sensación opuesta del temor. Me parecía que todo me sonreía a mi alrededor, exteriorizándose en una euforia incontenible. Al abandonar la Facultad pensé: ¿Será acaso éste el punto final por las aulas universitarias que por tantos años he frecuentado? No lo sé... El doctor De Simone jamás ha perdido contacto con sus viejos compañeros de trabajo a los que recuerda en su emocionado libro de memorias “Del arado al bisturí”. Porque el colectivero que se hizo universitario acaba de publicar ahora un libro aleccionador, humane lleno de limpia emoción en el que relata, con lujo de detalles, toda su vida y cómo llega a realizar sus sueños. Este libro, que el doctor De Simone dedica a la juventud de la Argentina, su patria d adopción, lleva un prólogo del profesor docto: Luis Munist, quien dice de él, con toda razón que refleja la experiencia de la vida de un hombre “que ha tenido el mérito extraordinario de haber realizado por sí solo y en reducido espacio de tiempo, lo que de ordinario corresponde a dos o más generaciones”. Un periodista, Alfredo M. Muzzopappa, amigo intimo del ex colectivero, leía entusiasmadísimo las primeras pruebas de esta obra cuando fué arrollado por un tren en la plaza Miserere. El doctor De Simone guarda estas pruebas rescatadas de entre los despojos de nuestro compañero Es una lección más que la lección humana de este hombre nos da, recordándonos que la vida es la lucha, pero también, y sobre todas las cosas, sentimiento... pie de fotos CON SU ESPOSA Y SUS HIJITOS, que le ofrecen un hogar lleno de comprensión y ternura. El ex colectivero y hoy odontólogo y médico se siente más que feliz de compartir con ellos el halago de su triunfo conquistado a base de lucha. -EL DOCTOR PASCUAL DE SIMONE, autor de unas emocionadas memorias que llevan por título "Del arado al bisturí”, libro escrito para todos, los jóvenes, en el momento de redactar una receta médica en su consultorio profesional. -CUANDO AUN trabajaba como colectivero, en la línea 41, robando minutos al descanso y leyendo libros de texto en la parada o mientras esperaba que levantaran la barrera del F. C. Pacífico. Revista Mundo Argentino 07/09/1955 |