Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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TELEVISION_________ Hacer reír es la clave No es difícil imaginar a Carmen Vallejo vestida de frac o de gaucho, a los nueve años cantando tangos en un salón parroquial. A los 51, bajita, menuda, conserva una frescura casi infantil. Ojos inquietos y vivaces acusan un profundo sentido de la observación; la voz grave y bien impostada con que cuenta con timidez los pasos de su carrera, habla de una mujer cálida y madura. “Me descubrieron los curas de San Vicente de Paul en La Plata, donde nací en el barrio del turf —cuenta—. Les encantaba que cantara tangos reos y así empecé, yendo de salón en salón, actuando en beneficios donde me pagaban, pero todo quedaba allí.” Hasta que un día, sin acordarse cómo, llega a la escuela de declamación y teatro que dirigía Cándida Santa María de Otero San Martín, cuyo primer matrimonio había sido con el poeta y autor José de Maturana, de quien Carmen recuerda haber interpretado obras junto con todo el repertorio clásico español en el que Doña Cándida era experta. Carmen lo llevaba en la sangre; su padre es andaluz y su madre, castellana. “Mis padres son dos cascabeles —dice—; al lado de ellos, yo soy triste”. La iniciación en el teatro abre a Carmen nuevas perspectivas de emociones por cierto no menos intensas que las que vivía en la realidad en el barrio donde nació. “Me crié entre malandras y cuchillos —recuerda—. Antes de salir para la escuela, que era enfrente de mi casa, mi padre iba a ver si no pasaba nada y tan solo después me daba la orden: Puedes salir, está tranquilo. Para volver a su casa, la directora de la escuela hacía lo mismo. Allí está para ella el origen de sus miedos y de su claustrofobia: “No me gustan los ascensores, directamente no subo, y duermo con la luz prendida”. Cuando chica, esperaba junto con su madre al padre que jugaba a las cartas hasta la madrugada, mientras no faltaban los tiros, los gritos de las peleas o la policía; y a veces, tras la puerta por donde debía entrar el padre, caía algún acuchillado. “Creo que Freud me comprendería —piensa Carmen, quien no necesita del psicoanálisis—: Para qué, lo importante es tomar la vida con alegría y el espíritu de cada uno”. Así crió dos hijas, Selva Carmen Alemán, la mayor, e India Morena Alemán de quien tiene una nieta, Jorgelina. Carmen Vallejo se casó tres veces, la primera con el actor Pedro Di Negro, la segunda con Oscar Alemán (padre de su segunda hija) y actualmente está casada con el químico Pedro Beovide. Su ordenado departamento de la calle Marcelo T. de Alvear está decorado por ella y su marido, quienes dedican el tiempo que les deja el trabajo a hacer muebles y divisiones. “Esto es todo lo que tengo y trabajo desde que me acuerdo, pero no me quejo, al contrario. Nunca me faltó trabajo, cuando vine a Buenos Aires empecé de locutora en Radio El Mundo, hasta que un día Ana Lasalle me descubrió y me hizo actuar al toro, interpretando la damita joven en un radioteatro. Para mí, acostumbrada a la escuela de doña Cándida, fue muy fácil. PRESTAR EL ALMA. "Sin embargo, siempre me gustó la comedia, hacer reír me parece lo más sano que se puede pedir, aunque detrás de la risa casi siempre se oculta la tragedia.” Después vino la televisión y el Canal 7; “¿Quién no ha hecho de todo en Canal 7?”, comenta. Comedias de Santa Cruz, luego Canal 13 y Hugo Moser (a quien admira), la nonna de los Campanelli, precedieron a sus estupendos trabajos de ahora en La Tuerca, o su alucinante imitación de Valentina en El Sangarropo. No tiene un personaje preferido: "Los amo y los he amado a todos —dice con énfasis—, a cada uno le presto el alma.” Tanto es lo que se trasforma, que cuenta muchas anécdotas sobre las dificultades que tiene pana salir del personaje una vez terminada la representación, ya que sigue conduciéndose y hablando como su papel bastante tiempo después: "Una vez interpretaba a una nena en Tangolandia, con Canaro, y un periodista de Córdoba vino a verme; pasó media hora antes de que yo pudiera dirigirme a él de manera normal. Cuando termina cada programa y con él se va alguno de mis personajes, paso un buen rato llorando”, confiesa. Apenas maquillada, en cambio, hacía de Mechita en La Tuerca. "No sé por qué sacaron ese sketch”, comenta fastidiada. El personaje de la feminista ingenua que se enamora y depende de los hombres, fue levantado a criterio de los productores. "Ellos han decretado que las mujeres no servimos para hacer comicidad, salvo en papeles secundarios; ni los productores ni los autores se ocupan de dar a la mujer un lugar preponderante, salvo el caso de La Chona. Parece que para demostrarles que no es así, habría que casarse con alguno de ellos". HAY QUE EVOLUCIONAR. A su juicio el humor que debe alimentarse de la vida diaria está en la Argentina muy atrasado porque no evolucionan los que manejan los medios de difusión, a quienes les resulta más fácil o más cómodo decretar que ellos hacen "lo que el público quiere”. "No se dan cuenta de que nuestro público evoluciona a pesar de ellos, que siguen manejándose con esquemas de hace cincuenta años”, opina Carmen. Admiradora de Niní Marshall ("porque además de su enorme talento interpretativo tiene la suerte de escribir sus propios libretos y porque siempre se actualiza”), dice refiriéndose a sí misma: "Soy incapaz de escribir o dirigir nada de lo que hago”. La riqueza de sus trabajos actuales bien valdría que los productores tomaran en cuenta su desafío de actriz cómica. ¿Qué pasaría si la figura central de un programa cómico fuera una mujer, con el mismo rango de Olmedo o Porcel? informe de Alicia Creus Revista Panorama 27.12.1973 |