Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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VIAJE A LA LUNA
ESCALA AL INFINITO

Sin aire ni agua, con temperaturas extremas, la Luna es el lugar menos indicado para el hombre. Sin embargo, la carrera hacia el satélite -próxima a culminar- no conoce treguas. Para los científicos, el viaje a la Luna pertenece a la prehistoria de la cosmonáutica: es apenas una etapa en la conquista del universo, que contempla planes más ambiciosos

viaje lunarEn los 350 años trascurridos desde que la selenología pudo valerse de anteojos para ensanchar su campo de observación, es relativamente poco lo que el hombre ha podido averiguar sobre el más próximo vecino de la Tierra: en la actualidad, los telescopios más potentes sólo pueden observar detalles de un diámetro superior a los 300 metros. Recién en la última década —con el desarrollo de la cohetería espacial— se lograron datos más completos y se desvirtuaron viejas creencias (ver número anterior: La Luna, esa desconocida). Aun así, subsisten notables lagunas en cuestiones básicas, como la procedencia y la conformación de nuestro satélite, su historia natural y el comportamiento preciso que observa dentro del sistema solar.

EL ORIGEN
La edad de la Luna se estima similar a la de la Tierra (alrededor de 4.500 millones de años, según los astrónomos contemporáneos). De las tres teorías actuales sobre su origen, la que parece más verosímil afirma que la masa lunar proviene de un desprendimiento de la Tierra, producido tal vez por la acción de un enorme cuerpo celeste que la rozó, arrancándole un trozo. Tras entrar en órbita geocéntrica (alrededor de la Tierra) esa masa habría adquirido forma esférica, como resultado de la misma composición de fuerzas que otorga dicha característica a todos los astros. En 1929, el astrónomo británico sir James Jeans se dedicó a calcular matemáticamente el proceso operado según esta tesis, cuyos sostenedores señalan lo que es hoy el Océano Pacífico como el lugar de donde habría partido el bloque de sustancia mixta que posteriormente llamaríamos Luna.
Otra teoría afirma que la Tierra y su satélite nacieron simultáneamente de la aglomeración de polvo cósmico; pero es sabido que la densidad media de ambos cuerpos difiere notablemente, lo que no tiene explicación razonable tratándose, por así decirlo, de astillas de un mismo palo. Esta misma consideración, en cambio, conforma parcialmente la hipótesis del desprendimiento, ya que la densidad lunar (un 60 por ciento de la terrestre) coincide con la de la corteza de la Tierra. Otra explicación del origen de la Luna se basa en la suposición de que éste era un planeta errante hasta que, al aproximarse al campo gravitacional de la Tierra, se vio forzado a entrar en órbita.

LA SUPERFICIE
Pero si la ciencia ignora aún cómo nació la Luna, es menos todavía lo que sabe sobre el proceso que determinó su conformación actual, sobre las causas de los accidentes que cubren su corteza (se han contado 300.000 cráteres de más de un kilómetro, algunos de varios kilómetros e innumerables de hasta 20 centímetros de diámetro). Las fotografías tomadas por los vehículos espacia
les no han develado la incógnita y siguen en pie tres explicaciones contradictorias: la fría (los cráteres serían obra de los impactos producidos por los meteoritos), la caliente (serían huellas de una intensa actividad volcánica registrada hace millones de años) y la tibia (una ecléctica combinación de las dos anteriores). Los partidarios de la teoría fría sostienen que si no fuera cierto lo que afirman, tendrían que haberse producido pliegues lunares similares a los que originaron las cadenas montañosas de la Tierra (en la Luna hay montañas, pero no parecen haberse producido por plegamientos). Ciertas fotografías tomadas por los vehículos lunares —las hay de una precisión de un milímetro— demostraron la existencia de plegamientos menores, análogos a las cuchillas entrerrianas o uruguayas. Los partidarios de la teoría caliente afirman, en cambio, que ello demuestra a las claras el origen volcánico de los cráteres, pero sus rivales los consideran el resultado de movimientos sublunares de la capa de hielo que —suponen— se encuentra bajo la superficie. Algo es innegable: la corteza de la Luna está cubierta por una fina capa de polvillo, de pocos centímetros de espesor, cuya consistencia es similar a la de la nieve recién caída.

GRAVEDAD Y OTRAS CUESTIONES
Aunque hay evidentes analogías entre los efectos de la electricidad.
el magnetismo y la gravedad (las tres fuerzas ejercen atracción sobre los cuerpos), los físicos no han logrado abstraer el denominador común que las explique: la teoría del campo unificado, en la que trabajaba Albert Einstein cuando murió en Princeton, EE. UU., es la sinfonía inconclusa del genial matemático. La familiar caída de los cuerpos es un ejemplo a escala reducida de estos fenómenos que gobiernan el equilibrio universal. Todos los objetos, hasta los más pequeños, ejercen una atracción gravitatoria. Como siempre se impone el que tiene más masa —de acuerdo con relaciones matemáticamente establecidas—, el sistema de fuerzas que rige el movimiento de los astros condiciona las alternativas de la dinámica cósmica. La Luna está sujeta a la atracción gravitacional de la Tierra y el Sol (en torno de los cuales gira) y de todos los demás planetas y satélites, que a través de milenios se enfrían o se calientan, se ablandan o se endurecen, responden de distinta forma a las influencias magnéticas, según su ciclo vital.
La acción recíproca que la Luna ejerce sobre la Tierra se manifiesta claramente en las mareas, periódicos desplazamientos de grandes masas marítimas por efectos de la atracción gravitacional La escasa viscosidad de los océanos permite que la Luna atraiga al agua; en consecuencia, ésta retrocede, dejando libre grandes sectores de playa. Cuando el satélite se aleja, el agua retorna a su lugar anterior (marea, alta). La influencia lunar gravita así sobre el conjunto de la climatología terrestre.

VIVIR EN LA LUNA
Sin aire ni agua, con temperaturas mortales (máxima 150 grados, mínima 180 grados bajo cero), con días y noches de 400 horas cada uno, sin atmósfera, la Luna parece el lugar menos indicado para el organismo humano. La ausencia de una capa protectora como la que rodea a nuestro planeta —evitando grandes variaciones termométricas y aminorando los efectos del continuo bombardeo meteorítico (en Alemania hay un antiguo cráter de ese origen cuyo diámetro es de 30 kilómetros y en 1947 cayó en Siberia un cuerpo de 300 a 500 toneladas)— otorga a la superficie lunar características particularmente inhóspitas. Los meteoritos (a los que el roce con la atmósfera de la Tierra combustiona casi totalmente) la castigan con inclemencia, circunstancia que ha obligado a los científicos soviéticos y norteamericanos a utilizar materiales ultra resistentes en la confección de los trajes espaciales.
Según los últimos estudios, la reducida masa de materia que conforma el satélite motivó que los gases livianos que alguna vez albergó (especialmente el hidrógeno y el oxígeno, ya sea en estado natural o combinados) escaparan al campo gravitatorio de la Luna, impulsados por la fuerza centrífuga generada por la rotación en torno al propio eje. A los incautos que adquirieron su lotecito en la Luna a una audaz compañía inmobiliaria norteamericana los espera una catarata de dificultades. No sólo tendrán que trasportar su propio clima para pasar unas vacaciones selenitas, sino que, además, deberán llevar consigo todas las provisiones que necesiten consumir, porque en aquel tétrico desierto silencioso no hay vida de ninguna especie, ni siquiera la flora más rudimentaria.
Sobre el cielo absolutamente negro —dominado por la imponente presencia de la Tierra— se recortan enormes montañas similares a las del Himalaya (alrededor de 8.000 metros de altura) y vastos cráteres de hasta varios kilómetros de diámetro. Pero habitar la Luna es una meta lejana que no figura en los planes inmediatos de las grandes potencias. Por ahora, todo se reduce a estudiarla exhaustivamente y confirmar algunas comprobaciones provisionales, corregir otras y extraer conclusiones generales válidas para el conocimiento del universo en su conjunto.

EL PROBLEMA DEL ALUNIZAJE
Aparte de los satélites artificiales y de los vehículos astronáuticos con misiones muy difundidas, la otra gran división de la tecnología espacial es la de los artefactos que hacen contacto, suave o duro, con el cuerpo celeste elegido como blanco. Si bien acertarle a la Luna es como darle con un disparo de fusil a una naranja en movimiento desde un tren en marcha ubicado a cinco kilómetros de distancia, lo más fácil de lograr — dentro de los apabullantes problemas de cálculo y realización que presenta cualquier operativo cósmico— es un alunizaje duro. En tal caso el artefacto se estrella contra la superficie a 40.000 kilómetros por hora, tras cumplir en los instantes previos su misión de fotografiar, medir la radiactividad y registrar temperatura y vientos.
Como todo objeto que alcance una velocidad de ascensión de 38.000 kilómetros por hora vence la fuerza de gravedad terrestre y, regido por la inercia, puede continuar su rumbo indefinidamente con la misma celeridad, el problema principal para lograr un alunizaje suave reside en equipar al proyectil con retrocohetes capaces de frenarlo en las proximidades del objetivo. Los retrocohetes deben ser accionados desde la Tierra mediante mecanismos electrónicos de enorme complejidad, y su eficacia depende de que la cápsula esté orientada de manera adecuada (con sus toberas o salidas de escape hacia “abajo”). Todo el problema de poner un hombre en la Luna estriba en lograr un alunizaje suave con una cápsula dotada de motores-cohete y combustible aptos para frenaría en su descenso y también para imprimirle luego la necesaria velocidad de escape lunar (8.600 kilómetros por hora) capaz de traerla de nuevo a la Tierra. Todos ansían ir a la Luna, pero nadie quiere quedarse.

LA HISTORIA RECIENTE
Los soviéticos fueron los primeros en disparar un artefacto con una misión específicamente lunar. En febrero de 1959, el Lunik I pasó cerca del satélite pero entró en una órbita heliocéntrica (alrededor del Sol), convirtiéndose en el primer planetoide artificial. Poco tiempo después, el Lunik II impacto en la Luna luego de detectar una capa de gas, de muy baja densidad, que aparentemente envuelve su superficie como pobre secuela de la atmósfera que alguna vez tuvo. La mitológica cara opuesta de la Luna fue captada por las cámaras fotográficas del Lunik II, que realizó un vuelo de circunnavegación. Recién en julio de 1964, después de las primeras infortunadas tentativas de la serie Ranger, los norteamericanos pudieron lograr un alunizaje duro y obtuvieron más de 4.000 fotografías de la corteza lunar. En dos experiencias posteriores se tomaron decenas de miles de fotografías y se filmaron escenas trasmitidas en vivo por la televisión comercial norteamericana.
Para poner en movimiento vehículos cada vez más pesados fue necesario cargar en los proyectiles más combustible y diseñar tanques de mayor capacidad, todo lo cual multiplicó la cantidad de kilos añadidos. Para poner en movimiento cada gramo de un proyectil lunar se requieren kilos de equipo mecánico y electrónico. El Saturno V, creado por la NASA para poner en la Luna la cápsula tripulada Apolo (ver SIETE DIAS Nº 74) a un costo de 20.000 millones de dólares, es un cohete más alto que el edificio Cavanagh (uno de los más altos de Buenos Aires). Para una carga útil de 45 toneladas, el peso total en el momento de despegue será de 2.800 toneladas: cada kilo puesto en la Luna representa 60 kilos en la Tierra.

EL FUTURO DE LA COSMONAUTICA
La ciencia-ficción emula a Julio Verne. Los prolongados viajes espaciales interplanetarios que fabulan centenares de escritores pertenecen todavía al dominio de la imaginación humana, pero pueden entrar en un futuro no tan remoto en el de la ciencia. La NASA ya está elaborando anteproyectos para futuros vuelos tripulados a Marte, el planeta en el que se supuso la existencia de vida. La magnitud de la distancia, que separa a la Tierra de Marte plantea problemas por ahora insolubles, no tanto por la cantidad de combustible que sería necesario utilizar, que sería sólo algo mayor, sino por el tiempo que demandaría la aventura. El universo no tiene apuro. Un acontecimiento fugaz a nivel cósmico puede demorar varios miles de años terrestres.
En nuestro planeta se denomina explosión a un fenómeno que dura apenas una fracción de segundo, pero en el universo hay estrellas que están explotando desde mucho antes de la aparición del hombre y seguirán haciéndolo millones de años después que el Sol se haya apagado. Por eso es que los astrónomos sonríen con indulgencia cuando se topan con la frase “el hombre conquista el espacio”. Si para llegar a la Luna se necesitan varios días a bordo de los velocísimos proyectiles actuales (en avión se tardaría más de un mes, en automóvil un año y medio y en tren casi un año), el viaje a Marte demandará aproximadamente 500 días de ida y otros tantos de vuelta. Y el hombre seguiría evolucionando aún dentro del sistema solar. Porque para salir de él y llegar a la estrella fija más cercana se requerirían más de cuatro años de viaje a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo); un absurdo, puesto que dicha velocidad es una de las constantes del universo y, según el axioma einsteiniano, alcanzarla equivale a la desintegración de la materia. El diámetro de la Vía Láctea, una de las millones de galaxias que pueblan el infinito espacio cósmico, es de unos 300.000 años-luz, y la duración de conjeturales vuelos intergalácticos a la velocidad de la luz sólo se podrían medir en siglos o milenios.
El viaje a la Luna pertenece, en realidad, a la prehistoria de la cosmonáutica, pero las etapas futuras serán mucho más difíciles de recorrer. Como decía hace dos mil años el griego Sócrates, “el hombre cuanto más conoce, más ensancha el campo de lo que ignora”. ■

-pie de foto-
-La primera nave espacial Surveyor durante los tests finales, antes de proceder al lanzamiento del complejo Atlas Centauro, en Cabo Kennedy.

Revista Siete Días Ilustrados
21.10.1968

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