Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Los robots trazan el camino a la Luna
“El primer satélite de la Luna es nuestro”, decía el titular de la edición especial de Pravda, distribuida el lunes 4 en los quioscos de Moscú. Casi al mismo tiempo, la agencia Tass divulgaba la noticia y los 5.000 delegados al 239 Congreso del Partido Comunista se enteraban de ella a los acordes de La Internacional, trasmitidos desde el espacio. Un día antes, Sir Bernard Lovell, director del observatorio inglés de Jodrell Bank, había anunciado al mundo la trascendental hazaña.
El Lunik X, un vehículo no tripulado, de 245 kilogramos de peso, fue disparado el 31 de marzo y entró en la órbita lunar a las 20.44 del domingo 3 de abril, añadiendo una fecha decisiva al ya denso calendario espacial. La Unión Soviética volvía a colocarse a la vanguardia de la carrera cósmica, un sitio que los Estados Unidos retuvieron en el segundo semestre de 1965.
Era el tercer triunfo de los rusos en lo que va del año, luego de los primeros descensos de estaciones automáticas en la Luna (el Lunik IX, 2 de febrero) y Venus (el Venus III, 1º de marzo; ver Nº 168). Por otra parte, los 22 días pasados en el espacio por los perros Veterok y Ugolyok, a bordo del Cosmos 110, superaron en marzo el record de permanencia de seres vivos, logrado por USA con el proyecto Gemini 7 (diciembre de 1965).
De todos modos, son los rusos quienes mayores afanes llevan dedicados a la conquista de la Luna. Empezaron el 2 de enero de 1959, con el Lunik I, que cruzó a 5.000 kilómetros del codiciado satélite, antes de convertirse en un planeta del Sol; ocho meses después, el Lunik II se estrellaba contra la superficie lunar; en octubre, en fin, el Lunik III trasmitió las primeras fotos de la cara oculta de la Luna. De ahí en adelante, y hasta el Lunik IX, sólo se acumularon fracasos.
Hace unas semanas, y quizá para contrarrestar el poder de la ofensiva soviética, el Presidente Lyndon Johnson anunció que los Estados Unidos se comprometían a poner un piloto en la Luna antes de 1970. Parece vano especular sobre quiénes vencerán, si bien los rusos ostentan marcas importantes. A la espera del primer desembarco, toca a los vehículos no tripulados, a los robots, preparar el camino del hombre.
En la historia de la conquista cósmica, 1966 quizá termine por ser el año de los robots. Nunca fue tan perfecta la visión de la Luna como a través de la cámara de TV del Lunik IX. La lógica preside las etapas siguientes: para saber más, es necesario que las estaciones automáticas puedan trasmitir durante mayor tiempo (un vacío que el Lunik X ha comenzado a llenar) y, luego, desplazarse sobre la superficie del satélite.
Los soviéticos realizan su inspección del sistema solar según un plan de metódica naturaleza. Y cuando los hombres intervengan en sus proyectos, será menos por razones propagandísticas que por el hecho insuperable de que aún no existe máquina más perfecta que la humana para recoger informaciones. Con sus Cosmos, los rusos adquirieron —discretamente— un profundo conocimiento del espacio. Los vehículos Proton son ya verdaderos laboratorios cuyas experiencias revolucionarán la física de la alta energía. La exploración de los planetas vecinos, de aquí a 1967, sin duda acarreará nuevas sorpresas.

Claro de Tierra
Los científicos sostienen que si la Unión Soviética sólo pretendiera batir records hubiera estado en condiciones de satelizar hombres alrededor de la Tierra, durante unas 10 mil horas, con los mismos vehículos que lanzó hasta hoy. La mayoría de sus Cosmos pesaba cerca de 5 toneladas y regresaba al suelo con las muestras obtenidas; esto es, los Cosmos podían transportar astronautas. En tal caso, las 630 horas de permanencia en el espacio, totalizadas
por los norteamericanos, serían apenas una pequeña contribución.
La cautela de los soviéticos se refleja en una de sus más silenciadas iniciativas: desde 1961 preparan una gran estación orbital capaz de ofrecer condiciones de vida y trabajo aceptables. Tras los vuelos de Gagarin y Titov, el entonces Primer Ministro, Nikita Kruschev, anunció que por un tiempo la Unión Soviética se abstendría de acometer operaciones espectaculares. Así fue, si se descuenta el envío de una mujer y el “paseo” de Leonov fuera de su cabina. Los estudios y los esfuerzos se volcaron en la puesta a punto de la estación orbital.
Será permanente, y casi con certeza les Voshkod establecerán el contacto con la Tierra, el ir y venir de las tripulaciones, las cuales no pasarán al principio más de 8 días en el gigantesco laboratorio. Estos períodos serán ampliados progresivamente, ya que la
estación constituye un centro de entrenamiento ideal para el centenar de cosmonautas de que pronto deberá disponer la URSS.
Además, la estación permitirá una más económica concreción de los materiales espaciales, tratados ahora en costosos simuladores terrestres. También representará el observatorio soñado por meteorólogos, geólogos y astrónomos. Será, finalmente la base inmejorable para la conquista del sistema solar. El general Kamanin, jefe de los cosmonautas soviéticos, ha precisado que para viajar a la Luna y los planetas las tripulaciones utilizarán cosmonaves lanzadas desde la estación.
Los rusos aún no revelaron cuándo pondrán en órbita este aparato; en todo caso, su construcción no presenta demasiados inconvenientes. Es cierto que la temperatura, en la superficie lunar, varía entre + 250º y aproximadamente — 160º entre un día y una noche que alternan cada 14 días terrestres (datos deducidos de la información del Lunik IX). Pero, probablemente, bastará con instalarse 15 centímetros debajo de un suelo que parece friable, para gozar de una temperatura constante y superior a los 15º. De allí, los pilotos podrán salir revestidos de uniformes isotérmicos, o a bordo de vehículos que se prueban en Siberia.
Los especialistas no dejaron de señalar que la carga útil del Lunik IX (cerca de media tonelada) corresponde exactamente al peso previsto para los “vehículos lunares” concebidos, por el ingeniero Klebtzevitch. Quizás este año uno de ellos, teleguiado, transite por los cráteres selenitas. En los próximos tiempos será factible la edificación de una ciudad bajo fanal, y los cráteres se prestan a albergarla.
Cuando, confortablemente instalados detrás de los tragaluces, los hombres contemplen el claro de Tierra, habrá llegado el momento de continuar la aventura en otras partes. Un enorme radiofaro servirá de orientación a las cosmonaves en viaje a Marte, a Venus. ♦
PRIMERA PLANA
12 de abril de 1966
 

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