Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Ahí vienen los nazis
La esvástica vuelve. Como un ave siniestra despliega sus alas y lanza su sombra sobre la humanidad

En las calles de Berlín solo quedaban soldados con los rostros marcados por el cansancio un cansancio inmenso que se extendía sobre toda Europa. Las llamas iluminaban ruinas emnegrecidas, escombros, hierros retorcidos, como una escenografía fantasmal para el último acto de un drama que el mundo contemplaba con estupor y esperanza: el Tercer Reich, el imperio que iba a durar mil años, había caído. Los profetas de su evangelio de muerte huían o se suicidaban; Hitler desaparecía entre nubes de humo y, con él, los que enloquecían por seguirlo. ¿Es que había muerto el nazismo ... demasiado bueno para ser verdad; hoy, a más de veinte años, los símbolos nazis vuelven a proyectar sombras siniestras sobre la humanidad.
En Alemania, Austria. Bélgica, Escandinavia, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, y hasta entre nosotros, se ha visto como grupos extremistas enarbolan la esvástica, declaman abiertamente sus ideologías racistas y profetizan el desastre, la catástrofe de su nación, si no se adoptan sus programas.

La semilla apocalíptica
En las últimas elecciones de Alemania Occidental, 15 diputados filonazis obtuvieron asientos en la Asamblea de Baviera. El hecho causó alarma y desencadenó violentas manifestaciones de protesta en varios países. Sin embargo, no se trata de algo nuevo en la breve historia de la República Federal: según un informe del gobierno, a fines de 1964 existían 119 organizaciones de tipo nazi, pero ya desde 1949 los neo-nazis contaban en el parlamento federal con 17 diputados pertenecientes al Deutsches Partei (Partido Alemán) y 5 del Deutsches Reichspartei (Partido del Reich Alemán). En 1957, en ocasión de la abrumadora victoria electoral de Adenauer, un 8 por ciento de votantes se inclinó por las ideologías de extrema derecha. En noviembre de 1964 se fusionaron varios grupos de esa tendencia bajo la sigla NDP (Partido Nacional Democrático Alemán) que fue la que obtuvo recientemente los 15 escaños en las elecciones mencionadas. Dos figuras se perfilan como líderes: Fritz Thiele, que con el 5 por ciento de sufragios logró ingresar en la Dieta de Bremen, y Adolf von Thadden, que ha asumido el papel de teórico doctrinario.

Nazismo británico
En Gran Bretaña, más de 170 organizaciones similares comenzaron a funcionar... después de 1945, pero actualmente los núcleos que se
muestran más activos son dos: la “Liga de los Leales del Imperio” y la “Liga de Defensa de los Blancos” que capitaliza cierto resentimiento contra la inmigracón de gente de color proveniente de las Indias Occidentales, Pakistán, y otras áreas del Commonwealth, También son dos los cabecillas del nazismo británico Sir Oswald Mosley, y Colin Jordan, que se disputa con el norteamericano George Lincoln Rockwell el título de Fhürer de la Unión Mundial de Nacional Socialistas. La solidez de las instituciones británicas ha impedido hasta ahora que alcancen mayor trascendencia: La Unión de Fascistas Británicos (capitaneadas por Mosley) por ejemplo, presentó en unas recientes elecciones municipales a 30 candidatos en los distritos más perturbados por tensiones raciales, pero no consiguieron una sola banca. “¿Cuáles son nuestras posibilidades?” aventuraba Mosley en un editorial de su periódico National European. "Ninguna, en tanto no haya crisis” sostenía, si bien confiando en que “se producirá con seguridad”.

Un “Führer" en USA
El partido Nazi Norteamericano adopta métodos que son un calco tomado de los nazis de la Alemania de preguerra: esvásticas, mito racial, grupos de choque, guardaespaldas uniformados, y hasta un Führer, el ya mencionado Lincoln Rockwell. Hasta hace relativamente poco tiempo era un núcleo reducido que empleaba la violencia como medio de atraer la atención, pero los últimos meses le han proporcionado una causa hecha a medida para conquistar adeptos. Los viejos y cautelosos dirigentes negros de antaño han perdido favor entre la joven gente de color que exige avanzar más de prisa, y las tensiones raciales estallan a cada momento. Dos movimientos, Poder Negro y Poder Blanco polarizan los enconos más violentos y ponen una nota amarga en la batalla por la igualdad de derechos civiles. Cada vez son más los blancos temerosos del avance de los negros que, incitados por Rockwell, se enrolan en el Poder Blanco. Las capuchas del Ku-Klux-Klan han sido reemplazadas por brazaletes con la swastika.

El miedo a la libertad
Al margen de leves variantes de un lugar a otro, los movimientos nazis tienen una característica común: para germinar requieren un terreno fértil, necesitan la coincidencia de ciertos factores político-económicos actuando en un medio social psicológicamente dispuesto a aceptarlos y seguirlos. Erich Fromm estudió con lucidez esa fatal combinación que se dio en Alemania, en el período comprendido entre las dos guerras mundiales y llegó a conclusiones esclarecedoras que ayudan a comprender el resurgimiento de esas ideologías en la actualidad. Fue la baja clase media, la pequeña burguesía donde Hitler conquistó sus primeros y más consecuentes adeptos. Ese estrato social se caracterizaba entonces por su amor al fuerte, su odio al débil, y su inclinación a identificarse con la autoridad para adquirir así un sentimiento de seguridad y orgullo narcisista. El Estado y la monarquía habían sido, de ese modo, la base de la existencia de la pequeña burguesía y su fracaso y derrota destrozaron el fundamento de su vida misma. Un último baluarte de la clase media —la familia— también se derrumbaba como consecuencia de la aguda crisis económica que privó al padre de su función de sostén material de sus hijos. Esa frustración social llevó a la baja clase media a confundir su privativo destino económico, que no era más que el de su propia clase, con el de la nación toda, y a tomar la derrota de 1918 y el Tratado dr Versalles como símbolos de un amargo resentimiento nacional.
Si el kaiser podía ser ridiculizado públicamente, si el Estado mismo parecía vacilar, ¿en qué podía confiar el hombre común? Se había identificado sumisamente con esas instituciones. Ahora que desaparecían, ¿qué le quedaba por hacer? Había miedo. Miedo a tomar cada uno su destino personal en sus propias manos. Miedo a la libertad.
Resentimiento nacional, depresión económica, desconfianza en las instituciones y miedo a la libertad, he aquí la mejor combinación para el arraigo de las ideologías nacionalsocialistas. El temor al aislamiento, la relativa debilidad de principios morales, desorientación e inseguridad al mirar hacia el futuro, un estado de pesimismo y resignación íntimos produjeron esa fatal disposición a entregarse.

Víctimas del engaño
Todavía estaban calientes las cenizas de la hoguera. Entre el ruido de las cadenas de los tanques se escuchaban los últimos disparos y algunas ráfagas de ametralladora breves y apagadas. Los vencedores demoraban la celebración del triunfo. Era prácticamente imposible encontrar alguien que admitiera haber apoyado a Hitler: todos habían sido víctimas del engaño, del temor, de la coerción. Nadie quería asumir su parte de culpa en el trágico final. Pero la locura que arrastró a millones no había terminado para siempre. Y no terminará mientras puedan darse las condiciones que le favorecen para germinar.
En nuestro país existieron núcleos francamente nacionalsocialistas durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en algunos casos formados en torno de figuras que pertenecieron al régimen hitlerista y que se refugiaron aquí al finalizar la contienda. Con posterioridad se produjeron otros brotes más ruidosos, si bien el hecho de que no actuaran como partidos políticos tendió a la formación de una imágen errónea en cuanto a su importancia numérica. Algunos no vacilaron en recurrir al asalto de bancos para conseguir dinero y en esas ocasiones llamó la atención el hecho de que dispusieran de armas relativamente modernas. Es sintomático que estas apariciones hayan alcanzado máxima virulencia cada vez que las instituciones se mostraron vacilantes o cuando se produjo lo que se ha llamado “vacío de poder”: en 1965, al ser interpelado en la Cámara de Diputados de la Nación, el entonces ministro del Interior enumeró nada menos que a nueve agrupaciones de ese tipo en actividad.

El derrumbe de antiguos
valores y la falta de otros nuevos capaces de reemplazarlos originan ese sentimiento de impotencia e insignificancia capaz de convertir al hombre común en un asesino feroz. La lección no debe ser olvidada. Cuando una clase o grupo pone sus intereses particulares por encima de los intereses generales de la comunidad, las leyes e instituciones se deterioran y se convierten en instrumentos de opresión. Ese es el terreno más propicio para que lo que en un momento pudo parecer locura de unos pocos acabe produciendo una catastrófica avalancha que sepulte bajo un manto de ceguera y fanatismo colectivos a la más sólida de las democracias. Hasta cierto punto, es todavía una característica de nuestra época, porque no basta que el hombre sea libre de expresar sus pensamientos y emociones: el verdadero individualismo, la única y auténtica libertad recién se alcanza cuando los hombres son capaces de tener pensamientos propios.
Raúl Eduardo Acuña
Revista Panorama
02/1967
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