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La pesadilla de My Lai
“De entre la maleza brotó una ráfaga de ametralladora. Un par de balas le perforaron el vientre al radiooperador, que estaba a mi lado. Por primera vez, juro, me di cuenta de que esto no era un juego, de que no éramos boyscouts. Ese mismo día, la policía de Survietnam atacó a seis mujeres, en la vecina aldea de Vung Tau, por circular por la calle después del toque de queda. Vi a esas mujeres muertas, en la calle, y entonces no tuve más dudas de que estaba en el infierno”. Este es un fragmento de las declaraciones que el teniente William Calley presta ante un tribunal militar norteamericano, durante el proceso que se le sigue por haber sido uno de los responsables de la barbarie cometida en My Lai en marzo del 68. Aquella vez, los oficiales Calley y Ernest Medina, al frente de una patrulla de soldados norteamericanos, barrieron con sus armas a más de un centenar de campesinos, mayoría de mujeres y niños. En su declaración, Calley admitió que durante su entrenamiento le indicaron que la población civil de Vietnam, “hombres, mujeres y niños”, eran enemigos potenciales y “que por alguna razón las mujeres vietnamitas son mejores tiradoras que los hombres”. Concluyó: “Evidentemente, la táctica de repartir chocolate y chicle para congraciarnos con los civiles, tan eficaz durante la Segunda Guerra, no da resultado en Vietnam”. En líneas generales, toda la defensa de Calley se basa en el hecho de que “cumplía órdenes cuando ejecutamos a los pobladores de My Lai; nunca me dijeron que podía optar por no cumplirla. Nos dijeron que debíamos neutralizar a My Lai y que no dejáramos a nadie a nuestras espaldas”. La divulgación de los pormenores del juicio, en Fort Benning, Georgia, produjo —en el curso de los últimos quince días— decenas de manifestaciones populares en todo el territorio de los Estados Unidos; desde luego, apuntaban a condenar la actitud de los militares norteamericanos en ese episodio, aun cuando en el fondo constituyeron muestras de repulsa por la guerra toda. La más pintoresca de esas exteriorizaciones ocurrió el 9 de marzo en la Quinta Avenida de Nueva York (foto a gran tamaño); allí, una treintena de estudiantes, casi todos de ascendencia asiática, se echaron sobre la vereda y remedaron aquella matanza. Algunos oficiaron de soldados y otros, entintados de rojo, hicieron el papel de las víctimas. Después se encolumnaron hacia la sede de las Naciones Unidas, en cuyas adyacencias volvieron a expresar su protesta. Casi simultáneamente, en San Francisco, donde residió unos días el presidente survietnamita Nguyen Cao Ky, se produjeron rudos choques entre jóvenes antibelicistas y fuerzas del orden. La secuencia de la derecha muestra el difícil trance que soportó un policía en su afán de arrebatar —sin conseguirlo— una bandera del Vietcong a uno de los manifestantes. Revista Siete Días Ilustrados 22.03.1971 |