Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

John Sullivan
"EL MUCHACHO FUERTE DE BOSTON"
Por ULISES BARRERA
JOHN Sholto Douglas, octavo marqués de Queensberry, fué el autor del reglamento con que el boxeo inició su era moderna. Este conjunto de leyes, producto innegable de su espíritu observador y de sus inquietudes, entrañaba el deseo de humanizar al pugilato, práctica que había llegado a convertirse en una actividad profesional con ribetes poco menos que salvajes. Eran los tiempos del marqués, aquellos en que los peleadores se enfrentaban a puño limpio, rigiendo sus luchas con leyes libres y peligrosamente elásticas, que hacían de cada combate una reyerta en la que comúnmente participaban los espectadores. Ello se debía a que, junto al ring, se reunían siempre las agresivas patotas de apostadores, verdadera fuerza motriz del pugilismo, que no encontraban mejor medio para defender su dinero que armar tremendos escándalos a fin de forzar la suspensión de un match cuando el favorito pasaba un mal trance.
Pues bien, ese reglamento, cuya paternidad se adjudica a Douglas, tuvo la virtud de introducir reformas fundamentales, elevando el sentido deportivo del boxeo. Cierto es que, publicado en 1870, sólo se adoptó universalmente en 1892. La mayor dificultad que debió superarse fué la firme oposición de las organizaciones de apostadores, que apelaron a cuanto recurso les fué posible para que el pugilato no perdiera sus características anteriores. Inclusive se tuvo en cuenta el amor propio de los atletas, a los que se acusó de timoratos por aceptar el uso de guantes y la estipulación de rounds de tres minutos. “Quieren hacer del boxeo un deporte para niñas”, decían los magnates de las apuestas, que no eran otros que pandilleros y gangsters de la peor calaña. Y los boxeadores, que consideraban esta acusación como el más grave de les insultos, rechazaban de plano la letra del marqués de Queensberry.
Finalmente triunfó el buen sentido. Y fué precisamente John Sullivan, “El muchacho fuerte de Boston”, quien saltó de una época a otra dispuesto a poner en juego la corona a puño limpio o con guantes y reglamentaciones modernas. Gracias a su iniciativa, las disposiciones de Douglas adquirieron carácter universal, pues a Sullivan no se lo podía calificar de timorato. Y, por otra parte, nadie se hubiera atrevido a hacerlo tampoco.
Es por eso que tienen gran razón quienes afirman que Boston es la cuna de la “época de oro” del noble arte de la defensa propia, pues en esa ciudad Sullivan cumplió la mayor parte de sus hazañas deportivas. En realidad era oriundo de Roxbury, en Massachusetts, pero las calles de Boston fueron el marco de admiración con que se contempló el paso de su figura durante los años de su reinado.
Dueño de una pegada temible, vigoroso y con un espíritu combativo asombroso, John Sullivan se convirtió en un perfil de leyenda. Generoso en exceso con el dinero que percibía y gastaba a raudales, estaba siempre rodeado por una legión de amigos que lo mismo festejaban su calidad de peleador que sus inclinaciones a la vida fácil y regalada, que también alcanzaba a ellos, por supuesto. Luego de su sensacional e inesperada victoria sobre Paddy Ryan, ante quien conquistó la corona mundial, Sullivan, niño mimado de las multitudes, recorrió todo el país en una gira en las que alternaba las presentaciones en los circos y music-halls con desafíos públicos por dinero, ofreciendo una suma respetable a quien resistiera en pie diez rounds. De más está decir que la mayoría de los osados rivales rodaban a los primeros golpes pero —lunares en la historia de todos los forzudos— “Tug” Wilson, un ilustre desconocido, alcanzó el honor de mantenerse firme. En 1883, Sullivan enfrentó al campeón inglés de los pesos máximos Charley Mitchell, en el viejo Madison Square Garden de Nueva York. Cuando se cumplía el cuarto round y había demostrado una superioridad abrumadora, apareció la policía y concluyó con el espectáculo, multando a sus protagonistas. Pero Sullivan estaba acostumbrado a eso, pues cada vez que concurría a una taberna formulaba su consabido desafío, a veces en tono de broma, y concluía tomándose a golpes con algún improvisado rival. Luego, policías y multas...
La forma terminante con que finalizaba sus lances, la espontaneidad con que aceptaba cualquier rival, tuviese los títulos que tuviese, y la extraordinaria seguridad de su accionar le valieron a Sullivan un prestigio inmenso que trascendió el plano de sus actuaciones e invadió los sociales. Tanto es así, que “El muchacho fuerte de Boston” vivió más de un romance con damas pertenecientes a distinguidos círculos, tanto artísticos como sociales.
Ello lo introdujo en las más altas esferas y se vió requerido de continuo por personalidades que deseaban presenciar sus exhibiciones en privado. Y de ellas nace precisamente una de las anécdotas que lo pintan en cuerpo y alma.
En 1887, tras recibir en el Boston Theatre el cinturón de campeón, valuado en 10.000 dólares, Sullivan se trasladó a Inglaterra acompañado de sus entrenadores y su manager. Su éxito fué allá notable. Se pagaba cualquier precio por verlo actuar, y sus peleas, ganadas todas por él, le crearon una aureola de imbatible que llegó a oídos del príncipe de Gales, que más adelante habría de ser Eduardo VII, quien quiso conocerlo.
Se organizó, pues, una exhibición privada. Al concluir Sullivan su esmerado despliegue de fuerza e inteligencia, el príncipe se acercó, felicitándolo efusivamente. Luego, uno de los miembros de la corte pidió al campeón que fijara la compensación monetaria, pues así lo deseaba el príncipe, a lo que contestó: “Si el príncipe desea obsequiarme, yo lo agradeceré, mas no puedo aceptar su dinero, pues me siento orgulloso de que me haya solicitado.”
Pasaron dos días y Sullivan recibió a un mensajero que le trajo el presente real. Se trataba de una especie de varilla con empuñadura de oro. Sullivan pasó por alto la leyenda que valorizaba el regalo, y llamando a su manager, le dijo iracundo: “Vete inmediatamente y averigua en algún comercio cuánto puede valor esto...”
“Cómo, ¿piensas vender ese objeto?” “¡No! —rugió Sullivan—. ¡Quiero saber cuánto vale!”
Se lo averiguaron. No eran más que unas pocas libras. “¿Eso es todo...? ¡Devuélvanle eso al príncipe, que debe haber confundido! ¡Un príncipe del boxeo no puede usar bastoncillos baratos...!” Hubo que hacer muchos esfuerzos para reprimir este arranque vanidoso de Sullivan, que finalmente arrojó a una maleta la varilla ... Más tarde, cuando la vida rumbosa lo llevó a la miseria, entre sus pocos recuerdos quedaba aquel bastoncillo real.
Revista Caras y Caretas
07/1954

acerca de Ulises Barrera en wikipedia
Ulises Barrera (Buenos Aires, 6 de diciembre de 1925 - Buenos Aires, 11 de diciembre de 2005)1​ fue un periodista deportivo argentino, especializado en boxeo y posteriormente funcionario público. Comenzó a trabajar como linotipista en la Editorial Haynes; inició su carrera como periodista en el diario El Mundo.
Estudió psicología y adhirió a la escuela de Enrique Pichon Rivière.
En 1949 cubrió por primera vez un encuentro de boxeo y comenzó su interés que lo llevó a ser un especialista en ese deporte.
Fue comentarista de boxeo en las transmisiones de Canal 11 en las décadas de los '60, '70 y '80.

acerca de John Sullivan
Born: October 15, 1858, Boston, Massachusetts, United States
Died: February 2, 1918, Abington, Massachusetts, United States
john sullivan

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