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JANE FONDA: LA POLITICA ES SEXY
Consagrada por la Academia de Hollywood como la mejor actriz de 1971, ahora corre el riesgo de tener que optar entre sus convicciones y los halagos que prodiga un mundo almibarado

A los 35 años, tras haber renegado del glamour, Jane Fonda accedió el 10 de abril al más preciado trofeo del cine: esa noche, en el Music Center de Los Angeles, la Academia de Hollywood, en una ceremonia que se repite desde hace 44 años, le adjudicó el Oscar a la mejor interpretación femenina de 1971 por su trabajo en el film Klute, de Alan Dekula, estrenada en la Argentina con el titulo 'Mi pasado me condena'. Allí, la Fonda personifica a una call-girl comprometida en un crimen, aun cuando la película propone la radiografía de un mundo sórdido antes que un exacto ejercicio policial.
A juicio de los cronistas del cine norteamericano, no es de extrañar que la Academia haya decidido halagar de esa forma a una actriz que en los últimos años menospreció todas las invitaciones a hacer buena letra: “En cierto modo —suele decir—, siempre fui comprometida, liberal. Mi padre [el veterano Henry Fonda] es un demócrata; mi hermano Peter [Busco mi destino] es un agitador cultural; yo misma trabajé con el SNCC, una gran organización negra antirracista. Pero no era un compromiso cuerpo a cuerpo. Extrañamente, lo que hizo cristalizar en mi ese compromiso fue el problema de los indios’’.
Es que hasta los 30 años, Jane fue —a juzgar por su conducta exterior— algo más que una muchacha hermosa, bien respaldada, amiga de la frivolidad y bastante casquivana. Así, por ejemplo, su adolescencia en París, a donde supuestamente había ido a estudiar música y pintura, transcurrió entre escandaletes, amoríos y frecuentes excursiones a los clubes de medianoche de los barrios menos potables. Después decidió adoptar la profesión de la familia: comenzó a actuar en los teatros de Broadway, estudió con Lee Strasberg en el Actor’s Studio y fue elegida por René Clement para acompañar a Alain Delon en La Jaula del amor. Finalmente se casó con Roger Vadim, con quien vivió cuatro años, hasta 1969: el famoso fabricante de mitos le dio un hijo y la lanzó al estrellato con su film Barbarella, un papel que ahora ella abomina.
Después del divorcio, y como por arte de magia, su personalidad cambió drásticamente: intentó un escape hippie a la India, apoyó la ocupación de la isla de Alcatraz por parte de la tribu de los navajos, arengó en favor del cese de la guerra en Vietnam, participó en innumerables manifestaciones pacifistas en Estados Unidos y llegó a vincularse estrechamente a los Panteras Negras.
La semana pasada, algunos columnistas especializados coincidían en que seria tonto suponer que Hollywood quiso estimular estos afanes políticos de la actriz o que esté convencido de los méritos de su trabajo en Klute, algo más que correcto. “Es la fórmula de siempre —deslizó Alfred Coburn, un viejo periodista del cine—; meta usted a una de estas luminarias en la cárcel y hará de ella una militante; déle un premio y mucho dinero y la tendrá a su lado.”
Revista Siete Días Ilustrados
24.04.1972

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