Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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| ISRAEL-JORDANIA UNA GUERRA A SOLAS La cuarta contienda árabe-israelí ya ha estallado, opinan pesimistas observadores occidentales. Las peores consecuencias recaerán sobre la Jordania de Hussein, que deberá pelear sin ayuda de nadie, y con pocas probabilidades de ganar, contra la moderna y poderosa fuerza aérea hebrea “La cuarta guerra entre Israel y los países árabes ya ha comenzado”, anunciaron pesimistas observadores occidentales ante la violencia bélica desatada en Medio Oriente a partir del domingo 1º. Todos los expertos coincidieron en que las acciones de ataque y contraataque que ensangrentaron los cuatro primeros días del mes, configuraban la más intensa fase de hostilidades que hubiese tenido lugar desde la famosa Guerra de los Seis Días: los vaticinios más oscuros parecían justificados. En la madrugada del domingo 1º hubo incidentes armados en la zona de Siria ocupada por Israel, mientras comandos judíos penetraban profundamente en territorio jordano y destruían dos puentes, interrumpiendo la comunicación entre Ammán y el puerto de Akaba, única vía por la cual el pequeño país árabe exporta su potasa y recibe armamentos. También se registraron cañoneos jordanos contra colonias israelíes limítrofes y numerosos actos de terrorismo palestino. Las agresiones y acusaciones mutuas continuaron sin interrupción, y el martes 3 los jordanos destruyeron un grupo de aldeas junto al lago Tiberíades y, más al sur, poblados en la orilla oeste del Jordán; al mismo tiempo, bombarderos israelíes atacaron, entre otros objetivos, la pequeña ciudad de Kfar Assak, cerca de la montañosa zona del Golán, región siria ocupada por Israel: hubo catorce muertos y dieciocho heridos. Israel afirmó que su ataque tenía como fin silenciar las baterías del ejército iraqués que hostigaban cruelmente las colonias judías fronterizas; en efecto, tropas de Irak, estacionadas en suelo jordano, defienden la parte norte de la línea demarcatoria del cese del fuego acordado por la UN el año pasado. Jordania, por su parte, denunció que los israelíes habían bombardeado objetivos civiles sin causar ningún daño a los emplazamientos bélicos. Si bien Jordania perdió su aviación durante la Guerra de los Seis Días, lo que le resta capacidad ofensiva, en represalia decidió incrementar sus ataques a zonas judías con cañones y ametralladoras: voceros israelíes confirmaron los daños sufridos, pero no dieron noticias de tener víctimas entre los pobladores de las colonias afectadas. El miércoles 4, Israel puso en juego sus poderosos aviones Super-Mystére y atacó el norte de Jordania, especialmente el aeropuerto militar de Mafra y toda la región de Irbid: murieron cinco soldados jordanos y fueron heridos otros catorce. También llevaron a cabo vuelos rasantes sobre la capital, Ammán, causando un pánico indescriptible en la población civil. La situación dramáticamente explosiva en Medio Oriente alertó a Francia, donde el canciller Michel Debré solicitó al general Charles de Gaulle que interviniera para buscar solución a la crisis, y alarmó a los Estados Unidos, tanto que la administración Johnson se apresuró a trazar un plan de paz que pudiera satisfacer a Israel y a Egipto, pensando sin duda que un “sí” de Nasser bastaría para aplacar a Jordania y a los demás países árabes. Para comprender esta nueva crisis en Medio Oriente, es preciso recordar que nunca hubo paz duradera en las líneas fronterizas entre Israel y los países árabes: no pasó ni una sola semana sin que se registrara algún encontronazo a través del Jordán o del canal de Suez. Pero la clave no reside en esta pugna limítrofe, sino en el terrorismo palestino desatado tanto en las zonas árabes ocupadas por Israel, como en el seno mismo de la nación judía. Ya hay tres organizaciones palestinas que esparcen el terror y agudizan los sabotajes: la más antigua es la menos efectiva y temible, la OLP, Organización para la Liberación de Palestina; la más conocida y aparentemente más estructurada y contundente es El Fatah (Movimiento Palestino de Liberación Nacional), y su brazo armado El Assifa; la más nueva, aunque cada día más activa, es la organización conocida como Frente Popular para la Liberación de Palestina, que en julio pasado obtuvo notoriedad mundial cuando se apoderó de un avión comercial israelí y lo llevó a Argelia. El actual recrudecimiento bélico fue atinadamente explicado por observadores occidentales como represalias israelíes contra el creciente terrorismo palestino y sobre todo por el gravísimo atentado cometido el 22 de noviembre en un mercado de Jerusalén. Los palestinos emplazaron un automóvil con doscientos kilos de dinamita, que estalló en el momento de mayor afluencia de público: hubo once muertos y cincuenta y cinco heridos. Las tropas acordonaron la zona y rodearon el sector árabe para realizar intensas búsquedas y a la vez evitar el furor de los israelíes, que querían tomar venganza por sus propias manos; se impuso el toque de queda en el barrio árabe y las detenciones sumaron varios centenares de sospechosos, pero vanamente. Israel descubre casi todos los días, con creciente amargura, que fue mucho más fácil ganar la Guerra de los Seis Días que evitar la actual acción terrorista y los sabotajes. Entre tanto, endurece cada vez más su posición: en lo interno, Israel parece decidida a incorporar económicamente al territorio nacional las zonas conquistadas en la guerra del año pasado, aunque así contravenga las disposiciones de la UN. Podrá argumentar que no se trata de anexión, ya que no hay una incorporación política; tampoco le convendría hacerlo, pues estaría obligada a dar ingerencia en los asuntos públicos a más de un millón de árabes. En lo externo, responde al terrorismo con represalias contra Jordania, donde parecen situarse las bases guerrilleras; hace uso en este sentido de su evidente superioridad bélica. Voceros del Ministerio de Defensa israelí lo han explicado claramente: culparon a los jefes de Estado árabes y especialmente al gobierno jordano por los atentados. “Desde el 16 de noviembre —afirmaron— ya hemos sufrido cincuenta incidentes fronterizos, además de un aumento notable de sabotajes y ataques terroristas. Ello se debe a que ese día el rey Hussein firmó un pacto con las organizaciones guerrilleras palestinas”. Lo cierto es que Hussein pactó una restricción de las actividades guerrilleras. Pero también es indudable que “restricción” no significa "suspensión”; al contrario, implica una tolerancia oficial condicionada a ciertos lineamientos limitativos, que las organizaciones palestinas pueden fácilmente infringir. El pequeño rey jordano quien después de la Guerra de los Seis Días fue el único jefe árabe de la región capaz de reconocerle a Israel el derecho a la existencia) ya no puede frenar la acción terrorista del nacionalismo palestino. Si lo hiciese, es casi seguro que perdería el trono. Claro que las violentas represalias israelíes contra su país, el que más sufrió y más perdió con la guerra del año pasado, también hacen tambalear su autoridad y conspiran contra su permanencia en el poder. Lo dramático es que Hussein está casi solo: el Egipto de Nasser, así como Siria e Irak, preferirían que la monarquía cayese y se instalase un gobierno de tipo “'socialista árabe”; los palestinos lo acusan de querer buscar un arreglo negociado con Israel. El único gobierno que lamentaría la caída de Hussein es el de Arabia Saudita, por tratarse de un régimen monárquico que prefiere relacionarse con Occidente antes que con el bloque comunista. En cuanto a Israel, la suerte del occidentalizado rey le es absolutamente indiferente, pues ya sabe que éste carece de predicamento y fuerza como para convertirse en punta de lanza de las negociaciones de paz; Jordania no puede seguir otro camino que el impuesto por sus poderosos vecinos socialistas. Sólo los Estados Unidos verían como una catástrofe la caída de Hussein: un gobierno como el de Siria, Irak o Egipto en Jordania, implicaría brindar a la Unión Soviética una base adicional de penetración en el Medio Oriente. Pero hasta ahora poco han podido hacer en favor de un rey enemigo de Israel: Hussein carece así de los recursos bélicos y económicos estadounidenses, tanto como de la ayuda soviética', pues Moscú no simpatiza con su monarquía. El problema del Medio Oriente es fundamental para el presidente electo Richard Nixon, quien ha comisionado a William Scranton para que visite seis países árabes. Entre éstos se encuentra lógicamente Jordania, que a través del canciller Abdel Monei Rifai manifestó el 30 de noviembre su complacencia por el anunciado viajé del embajador de Nixon. Sin duda, Ammán espera que el nuevo presidente estadounidense pueda conciliar la alianza con Israel, con la urgente operación de salva-taje que necesita la monarquía jordana. Algunos observadores se preguntan si todavía se está a tiempo para lograrlo; también expresan dudas sobre la viabilidad del plan del presidente Johnson de solucionar ante todo la situación entre Israel y Egipto. Sin embargo, en Egipto los problemas son candentes, y ya la revuelta estudiantil, con sus cuatro muertos del 21 de noviembre, se ha complicado con el aporte obrero: se agitan lemas tales como la falta de libertad de expresión, la censura de prensa y el autoritarismo; la represión es fuerte, pero el creciente número de víctimas no calma los ánimos exaltados. Se dice que los muertos ya suman treinta. Aunque Nasser acusó a “agentes provocadores israelíes infiltrados” como promotores de la seguidilla de disturbios, por otra parte hizo decir a un portavoz, el miércoles 30, en lo más álgido de las represalias judías, que “no se puede pensar en dejarse arrastrar a una guerra que sólo serviría a los intereses del enemigo”. La moderación egipcia era una singular respuesta a Moshe Dayan, quien el lunes 1º afirmó: “Existe la posibilidad de una nueva guerra en el Medio Oriente” Para Israel, pese al desgaste considerable que acarrea el terrorismo interno, la situación es favorable. Los países árabes más belicosos se debaten en problemas político-económicos que restringen su capacidad de ataque; en cuanto a las organizaciones palestinas, son muy temibles, pero actúan cada una por su cuenta, y tan faltas de conexión que la autoría del atentado del 22 de noviembre en Jerusalén, fue reivindicada a la vez por El Fatah y por el Frente Popular para la Liberación de Palestina. El paciente mediador de la UN, Gunnar Jarring, después de haber anunciado que dejaba su ingrata e improductiva misión, parece ahora dispuesto a continuar en procura de soluciones aptas para todos los contendientes de la región, que se balancea peligrosamente en el filo de la guerra y la paz. ■ Revista Siete Días Ilustrados 9/12/1968 |
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