Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
La guerra de los cohetes Un escalofriante proyecto norteamericano de anticohetes intenta proteger a la población de un eventual ataque soviético. Computadoras, super-radares y túneles secretos encuadran la nueva arma que Johnson vacila en adoptar La vida de 75 millones de estadounidenses ahora tiene precio: veinte mil millones de dólares. Es el costo del Nike-X, sensacional invento estratégico que los salvaría si estallase una guerra total. Constituye un arma singularísima, pues, a nivel atómico, es algo así como detener la trayectoria de una bala enemiga haciéndola explotar con un disparo de revólver. Hasta hace muy poco, frente a los cohetes nucleares enemigos la población civil tenía una sola posibilidad: la de morir. Ahora cabe una segunda posibilidad, la de neutralizar la lluvia de proyectiles enemigos con el "paraguas nuclear” del Nike-X. ¿Cómo funcionaría este "paraguas nuclear”? Los campeones de llevar a la práctica el proyecto Nike-X eligen como ejemplo la urbe Nº 1, corazón gigante de las finanzas del país, para trazar el cuadro apocalíptico de "lo que vendrá". Esa noche decisiva, los ocho millones de neoyorquinos y los catorce millones de habitantes del Gran Nueva York duermen apaciblemente sin saber que la Unión Soviética ya ha lanzado un racimo de cohetes atómicos intercontinentales camuflados entre otros proyectiles de fogueo, esquirlas, globos metálicos y falsos ecos de radar, extraña "nube” mortífera que avanza a 25.000 kilómetros por hora para aniquilarlos. Sin embargo los neoyorquinos hacen bien en dormir; los dispositivos del Nike-X velan por ellos. Con quince minutos de anticipación, el MAR, radar multifuncional y ultrasensible oculto en las afueras de la ciudad y unido a una computadora de colosal potencia, entra en acción. Ordena a los "anticohetes” Spartan, almacenados en silos subterráneos, que desintegren la “nube” exterminadora. Los pesados Spartan de 15 metros de longitud estallan su propia carga nuclear en medio de los proyectiles agresores, a una figura vertical de por lo menos 300 kilómetros. La "nube” enemiga se desintegra antes de haber logrado atravesar la atmósfera. Pero la muerte no quiere faltar a la cita y sigue avanzando con un proyectil nuclear ruso que ha burlado el ataque de los Spartan. No importa: el MAR tiene otros auxiliares, los radares MSR colocados en el centro de los almacenes subterráneos de “anticohetes". Ahora los MSR cumplirán su misión clave: disparar los velocísimos Sprint de 9 metros de longitud que interceptarán el agresor a sólo 30 kilómetros de altura. El proyectil ruso se desintegra apenas un minuto antes de dar en el blanco. . . La explosión cubre Nueva York con un manto radiactivo letal, pero ya la población se ha cobijado en los refugios antiatómicos donde permanecerá hasta que el viento limpie de muerte la atmósfera. EL OSO MUESTRA LOS DIENTES El 1º de mayo de 1964 la Plaza Roja de Moscú retumbó ante el paso de unos extraños y terribles objetos debidamente camuflados; eran cohetes anticohetes capaces de "hacer blanco en una mosca volando”, como dijo el entonces primer ministro Krushev. Un escalofrío recorrió la tribuna de los observadores estadounidenses y repercutió en la columna vertebral de los estrategas reunidos en Washington. Desde ese preciso instante, el proyecto Nike-X que se venia elaborando lentamente cobró un impulso espectacular y casi desesperado. Es que ese 1º de mayo había comenzado a tambalear el “equilibrio en el terror” entre los EE. UU. y la URSS, basado en la convicción de que en una guerra total no habría defensa contra los cohetes nucleares intercontinentales, lo que implicaría el aniquilamiento de ambas naciones. Pero si existiera una defensa absolutamente válida, toda la estrategia fundada en el terror recíproco carecería de importancia. Así piensan los jefes del ejército estadounidense que en estos últimos meses hacen intensas presiones sobre Johnson. No niegan que por cada cohete nuclear intercontinental de los rusos, los EE. UU. tienen cuatro, pero señalan que Moscú está incrementando su arsenal atómico con escalofriante velocidad: se fabricarían de cuarenta a cien nuevos cohetes por año. Por otra parte, los rusos están ahora rodeando la capital y Leningrado con los Galosh y los Grifon que forman la barrera ofensiva-defensiva de su arsenal. El ejército concluye: si los EE. UU. aceptan quedarse sin “escudo” atómico, la Unión Soviética lograría un adelanto defensivo tan amplio que no habría tiempo de superarlo. . . Por su parte los jefes de la fuerza aérea, enemigos acérrimos del Nike-X (y en general de todos los proyectos del ejército) afirman que la barrera atómica en torno a Moscú y Leningrado no es sino un hábil golpe político de los rusos, sin la menor importancia estratégica. Pero hay otro enemigo atómico que no se contenta con “bluffs” puramente políticos y que está más allá del terror. Es China, que en 1970 tendrá su primer cohete intercontinental y que Cinco años después contará con todo un arsenal de este tipo. Si bien los cohetes chinos —de combustible líquido como los vetustos Atlas y Titan de los EE. UU.— no podrán compararse con la cohetería del Pentágono, serían capaces de asestar golpes cruentísimos a la población civil de los Estados Unidos. Frente al hipotético peligro de los cohetes amarillos, los campeones del Nike-X proponen implantarlo en una escala reducida aunque suficiente 9 como para cerrar el paso a cualquier agresión china. En vez de concentrarse en tomo a las ciudades como indica el proyecto en gran escala, los MAR y los MSR se desparramarían a lo largo del país, y podrían ser la base de una ulterior ampliación de la red defensiva. Los veinte mil millones de dólares se reducirían casi a la tercera parte. LA MUERTE SACA CUENTAS Un 25 por ciento de los pobladores estadounidenses no sería afectado por la guerra total; un 20 por ciento (cuarenta millones de habitantes) resultaría exterminado sin remedio. Es para el 55 por ciento restante que se plantea el problema. Una guerra total en 1970 implicaría 150 millones de estadounidenses muertos; con el sistema "gran escala" del Nike-X, se salvaría la mitad. Un tan gigantesco ahorro de cadáveres da bríos a los defensores del proyecto, que gritan: “Parece caro, pero resulta menos de 300 dólares por cada persona salvada. ¿No vale 300 dólares una vida humana?" Y todavía queda lo peor: habrá que hacer la lista de las ciudades privilegiadas que se salvan. Ya se pergeñó una lista "tentativa” que se escurrió inesperadamente del cajón más secreto del ejército. Entre las ciudades salvadas figuraba Charleston, mucho menos importante demográfica e industrialmente que otras ciudades libradas inermes a su suerte. Es que Charleston es el feudo del senador Mendel Rivers, presidente de la comisión que debe dar los fondos para el Nike-X. Hubo un tremendo revuelo en el Congreso, y la lista de ciudades “salvadas" murió nonata. Lo cierto es que el Nike-X parece una buena defensa contra los ataques provenientes de la alta atmósfera, pero no defiende contra el ataque de cohetes nucleares de baja altura. Y sería totalmente inútil ante una guerra bacteriológica o química. Además, siempre habría una letal lluvia radiactiva que exigiría invertir por lo menos cinco mil millones de dólares más para construir colosales refugios antiatómicos, gasto indispensable y que el Congreso rehúsa airadamente, con masiva testarudez. Por fin, no hay que olvidar la afirmación hasta hoy nunca desmentida del doctor Lapp, uno de los inventores de la bomba A: "El Nike-X no impedirá que las radiaciones debiliten nuestras defensas naturales contra virus y bacterias, al punto de que la población se verá diezmada por epidemias incontrolables. No se podrá sembrar la tierra durante años; no habrá qué comer. Todos los pájaros morirán, pero los insectos sobrevivirán, convirtiéndose en dueños del país. Ocurrirán espantosas catástrofes, sobre todo grandes inundaciones". Cuando se le preguntó a Johnson qué pensaba de esta afirmación, contestó con gesto avinagrado: “No la conozco”. Pero sí sabe que la guerra de Vietnam exige enormes gastos, que se multiplicarán en el futuro próximo. Sabe también que embarcarse en una "carrera de anticohetes” es un rudo golpe para cualquier economía, aún la superpotente de los EE. UU. Además, los aliados europeos pondrían el grito en el cielo al sentirse descartados del “escudo nuclear”, y Alemania Federal reclamaría un arsenal de anticohetes; como éstos no pueden convertirse en armas ofensivas, sería dificilísimo decir no. Rodear Europa con submarinos provistos de un sistema Nike-X resultaría de un costo sideral y agravaría sin verdadero provecho las tensiones entre el Este y el Oeste. Por eso el presidente Johnson desertó del bando de los “gavilanes" belicistas para pasarse al bando pacifista de las “palomas" y tender un ramo de olivo nuclear a la Unión Soviética: propuso un pacto de caballeros en que ambas potencias renunciarían definitivamente a la carrera de anticohetes. En marzo Kossiguin aceptó estudiar la propuesta y ahora hay activas negociaciones a nivel da embajadores. Pero Kossiguin es un economista que llora cada rublo sustraído al progreso tecnológico pacífico; en este sentido es una “paloma” en lucha con sus propios “gavilanes", que ven en los Estados Unidos un agresor implacable capaz de prestar oídos solamente a la diplomacia de la fuerza. Repiten su exigencia de incrementar el armamento soviético ofensivo y defensivo, apoyándose en la cita de Mac Namara, que hace poco aseguró al Congreso: “Los Estados Unidos podrían hoy destruir 120 millones de pobladores rusos con una ofensiva de un minuto”. En la medida en que la corriente belicista, tanto soviética como estadounidense, sea neutralizada, el acuerdo propuesto por Johnson implicará una sólida y larga tregua; de lo contrario será una nueva burla a la esperanza, sólo un triste manojo de palabras que dispersará el vendaval del terror. Siete Días Ilustrados 23/5/1967 |