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Giangiacomo Feltrinelli: Una vida violenta
El 15 de marzo último fue encontrado, en la ciudad de Milán, al pie de uno de los grandes postes del tendido eléctrico que provee de energía a la población, un cadáver destrozado por el estallido de unos cartuchos de dinamita; a pesar de la explosión el rostro permanecía milagrosamente intacto. Gracias a este signo demasiado evidente pudo desecharse el nombre de Vincenzo Maggioni, según indicaba el documento que portaba el cuerpo, para admitir el de Giangiacomo Feltrinelli.
La muerte del célebre editor ha dividido, aún más, la opinión pública italiana. Frente a las elecciones del 7 de mayo próximo la derecha esgrime un murmullo condenatorio de las actividades violentas de la izquierda. A su vez, la izquierda acusa el neofascismo y a la reacción internacional de haber matado alevosamente a Feltrinelli —ciertos narcóticos hallados durante la autopsia probarían que fue drogado— y esta acusación aparece compartida por socialistas, comunistas, izquierda extraparlamentaria y, tácitamente, por casi toda la opinión pública de Italia.
Uno de los escritores de su sello, el francés Régis Debray, dirige sus claras sospechas a "la CIA, autora de este monstruoso asesinato”. Granma, el órgano oficial cubano, recuerda a Feltrinelli como a "un amigo de la Revolución Cubana, muerto en manos del espionaje internacional”.
Tres semanas antes de su desaparición, el intelectual italiano pronunciaba los nombres de dos personas que buscaban su muerte Y temía particularmente caer en prisión, ya que un suicidio es tan fácil de maquinar.
Posteriores detenciones de izquierdistas ensombrecen aún más un episodio que, para los italianos, es tan evidente como el caso de Pietro Valpreda, el anarquista acusado de haber colocado en 1969 una bomba en Milán, que ocasionó la muerte de varias personas (ver Panorama Nº 256) y que el veredicto general señala como inocente. Es precisamente a raíz de este atentado que Feltrinelli tuvo, forzosamente, que salir de Italia bajo la sospecha de complicidad para comenzar una larga peregrinación a través del mundo que lo llevaría, por fin, a Zurich y nuevamente a Milán, donde habría de sucumbir.

UN CAMINO SINGULAR. Nace Giangiacomo Feltrinelli el 29 de junio de 1926. Su familia, oriunda de Nápoles, y una de las más poderosas, emigra pronto a Milán. Su abuelo, que era considerado un formidable reproductor de capital, es rápidamente superado por el padre del futuro editor: cuando éste nace el patrimonio familiar alcanza unos 600 millones de dólares.
Caballero de la Gran Cruz de la Corona de Italia, accionista de la Montecatini, del Lloyd Triestino, de la Assicurazioni Generali, dueño de enormes estancias en Argentina y Brasil, de bosques en la región de Carintia, de castillos y tierras en Milán, Brescia, Alessandria, Génova, Roma, el padre de Giangiacomo al morir en 1931 deja a su hijo un virtual poder de acrecentar la fortuna y, a la vez, algo que no entraba en sus cálculos: el particular destino que daría su descendiente a semejante riqueza.
Luego de un período de estudios en colegios suizos y británicos hace su entrada en la vida civil y pública italiana cuando en 1946 se inscribe en el partido Socialista. En 1948 adhiere al partido Comunista al que, de un modo u otro, permanecerá ligado toda su vida.
Es en 1955 cuando abre su editorial y la red de librerías Feltrinelli con las cuales cumple, como François Maspero de París, la tarea de difundir las obras capitales del marxismo revolucionario. En la década del 60 en sus viajes por el Tercer Mundo y, en especial, por América latina, iniciará sus ediciones de escritos del Che Guevara, Fidel Castro y el manual de guerrillas de Marighella.
En 1967 el foco guerrillero del Che comienza a operar en la selva boliviana. Cuando es tomado prisionero Régis Debray, que ha publicado sus libros en Italia con Feltrinelli, éste decide viajar hasta allí para presenciar el juicio. Es encarcelado a su vez y esto lo ha de marcar profundamente: aunque regrese a su patria lo hará convencido de la necesidad de la violencia para llegar al poder. Su interés manifiesto por los movimientos extraparlamentarios de izquierda, de variados tintes, y el vuelco de su sello editorial hacia los textos que hablen de insurrección armada, pueden ser una prueba. La impresión italiana de la revista Tricontinental es iniciada por él en 1968. Pronto ha de originar una gran reacción de ciertos sectores la inclusión, en la revista, de prolijos diagramas ilustrando la construcción de una bomba Molotov, o el ingenioso modo de convertir una escopeta de calibre 16 (recortándole el caño, añadiéndole un cóctel Molotov que sale disparado a una distancia de 100 metros) en un bazuka casero.
Este salto de la simple contemplación a la práctica llevaría hasta los límites su figura como militante revolucionario: a partir de ahí recibiría adhesiones o rechazos ciegos. Se le echarían en cara sus millones, sus castillos, la vasta, gama de sus contradicciones. Es bien real su apoyo a los movimientos de izquierda de Europa, África, Asia y América latina. La confianza de estos grupos en él fue casi permanente y se acentuó en los últimos años cuando Feltrinelli pareció radicalizar su posición.
Un punto culminante de su trayectoria de compromisos cada vez mayores surgió en abril de 1971: en Hamburgo, el cónsul de Bolivia, Roberto Quintanilla, acusado de pertenecer a los Servicios de Seguridad bolivianos y a la CIA, recibe la visita de una mujer que dice ser canadiense. Quintanilla comete el error de hacerla pasar. Un error ya que él era responsable directo de la muerte del Che y además se había encargado de cortarle las manos; por todos estos hechos el ELN boliviano lo había condenado a morir.
La supuesta canadiense, ya abiertamente guerrillera apenas entra en la sala, saca un revólver y dispara una vez, luego dos veces más. El hombre cae muerto. La guerrillera, al huir, pierde el arma. Ese Colt Cobra 38 de cañón corto, tambor macizo y larga empuñadura pertenecía a Feltrinelli. Había sido comprado por éste en 1968, en Milán.
Como en El Gatopardo, uno de sus éxitos editoriales, la. figura de Giangiacomo Feltrinelli acaso pueda ser capturada fugazmente por el reflejo de algunas acciones que sólo cobran coherencia con su muerte, es decir, una vez que se ha comprendido que si hablaba de peligros supo muy bien afrontarlos.
PANORAMA, MARZO 28, 1972
 







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