Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

fascismo
EL PAPELON HISTORICO DEL FASCISMO
Por JORGE L. GARCIA VENTURINI

El fascismo ha sido una de las grandes mitologías políticas de la historia. Más que una doctrina fue ficción. Tuvo delirios de grandeza y las movilizaciones populares fascinaban a Mussolini. El resultado fue la ruina de Italia y el papelón histórico de las fuerzas derrotadas por los pequeños países que quiso dominar.
NOS proponemos en las próximas entregas una exposición de las principales concepciones políticas que se disputan, o han disputado, el espacio político en el siglo XX. Comenzamos con el fascismo.


fascismoResulta difícil ceñir el fascismo dentro de los límites de una doctrina, porque en rigor no es tal cosa. O, al menos, no nació como doctrina y por eso sus antecedentes son absolutamente difusos y dispersos. No vale la pena mencionar pensadores que funcionen como antecedentes porque sería imputarles actitudes que posiblemente no aceptarían como suyas, aunque tuvieran algunas ideas que derivarían en la posición que nos ocupa. En cambio, políticas concretas y hombres de acción, como el bonapartismo de Napoleón, sí pueden ser justamente considerados como modalidades muy próximas a la política mussoliniana.

Nace el fascismo
Si bien el sentimiento fascista es un fenómeno que se advierte en varios países europeos en la década del veinte (por ejemplo, el “nacionalismo integral” de Charles Maurras, en Francia), el fascismo propiamente dicho es italiano y no debe ser fechado hasta 1919 cuando Benito Mussolini (1883-1945) fundó los grupos conocidas como Fascio di combattimento, que en 1921 se fusionaron para formar el Partido Nacional-Fascista. Antes de esto no es propio hablar de fascismo y no resulta justo calificar de fascista a pensadores como Vilfredo Pareto (muerto en 1923) como se suele hacer. Pareto no llegó a ser fascista ni por sus ideas ni por su militancia, aunque algunas posiciones lo aproximen, como Spengler no llegó a ser nazi (más, se opuso a Hitler), aunque algunas de sus ideas fueron aprovechadas por el nacional socialismo.
El nombre “fascio” proviene del símbolo adoptado, un haz de varas (fascio) que recordaba a los antiguos lictores romanos. En 1922 tiene lugar la famosa marcha sobre Roma, encabezada por Mussolini, ya primer ministro y Duce (conductor) del fascismo y de la misma Italia.
Desde 1922 a 1925 ocupa el ministerio de Instrucción Pública el filósofo neohegeliano Giovanni Gentile, que se constituye en un importante (aunque no decisivo) teórico del movimiento triunfante. Por su parte, el conde Ciano, fascista de la primera hora que terminó fusilado por ellos, contribuyó al conjunto ideológico del fascio, pero no llegó a ser un verdadero teórico. En síntesis, no hay un gran filósofo ni una gran obra que constituyan el fundamento teórico de este movimiento sostenido en un conjunto de consignas y en una suerte de mística, dos motores sin duda poderosos, pero que, en definitiva, subrayan el hecho de la profunda irracionalidad que lo caracteriza.

Rasgos sobresalientes
El fascismo proviene, en cierta forma, del socialismo. Mussolini fue socialista. Quizá lo que más debe a dicha filosofía sea su concepción del estado, noción que exalta sin limitaciones, al punto de que M. Prelot ha calificado al fascismo de “estatocracia”. Famosa es la fórmula mussoliniana lanzada desde el teatro la Scala de Milán: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada sobre el Estado”. Quizá sea esta la mejor síntesis de la concepción totalitaria del estado. (1).
Claro que también se exalta a la Nación, especialmente en la primera época. Nación y Estado se entremezclan (un poco a la manera hegeliana y en esto trabajó bastante Gentile) y se reclaman entre sí sin claras precisiones, más bien en una suerte de masacote ideológico, al que concurre, cuando se hace necesario, “el pueblo”; pero en definitiva, como expresión última y determinante de estos varios ingredientes (más utilizados como meras palabras que como auténticos conceptos), surge el líder carismático, el Duce, es decir, el mismo Mussolini, artífice de la “grandeza”, de la “Italia potencia” (qué familiar nos suena todo esto), estadista excepcional, verdadero superhombre, jefe supremo, que ordena a sus seguidores: “Creer, obedecer, combatir, por el Duce”. (2).
El Duce es, bien lo sabemos, un personaje pintoresco, con su gesto prepotente, sus proezas insuperadas, su pretensión de nuevo César. recreador de la antigua Roma, señor del Mare Nostrum, orador de palabra tan fácil como superficial. En definitiva, todos los rasgos ideológicos del fascismo (como los de sus imitadores) desembocan en la exaltación de la figura sobrehumana del Duce, el gran conductor. Cuesta hallar detrás del déspota una verdadera doctrina, porque al fin todo consiste en tomar el poder, conservarlo y acrecentarlo, aunque para ello haya que caer en las más grotescas contradicciones. Qué importan las contradicciones si Mussolini sempre ha ragione, aunque diga el mayor de los disparates.
La exaltación nacional, la utilización de los fáciles recursos de la denuncia ante los problemas sociales, la imputación al liberalismo (que siempre carga con todas las culpas), la magia de las glorias imperiales, los grandes desfiles con “ocho millones de bayonetas”, las grandes concentraciones populares, las consignas impactantes, la promesa de paraísos terrenales, y pautas similares, ganaron a los más diversos sectores sociales, desde la nobleza al proletariado, pasando por amplios nucleamientos medios. En 1921 casi 20.000 estudiantes hacían profesión pública de fascismo. Este es un dato lamentable pero cierto, del cual se pueden sacar muchas conclusiones.
Esa adhesión multiclasista hizo posible otra de las características del fascismo: el cooperativismo, que no debe entenderse como la formación de cuerpos intermedios para contrapesar la influencia del estado, sino exactamente como lo contrario, como la formación de agrupaciones (de intereses comunes) dependientes y servidoras del estado (carta del lavoro) o, en otras palabras, de un estado-corporativo. Es decir, una forma de organizar la política y la economía de modo tal que el estado y, en suma, el Duce, pudiera disponer a su antojo en todos los órdenes.
El término “corporativismo” admite significados varios. Pero que quede claro que el apuntado es el que corresponde a la concepción fascista, y es el que circula con alguna frecuencia entre nosotros.
Otras veces no se le llama así pero existe realmente, mediante la presencia de sindicatos todopoderosos, dueños de la libertad y del dinero de los trabajadores.

La mitología fascista
De lo expuesto surge con evidencia que el fascismo ha constituido una de las grandes mitologías políticas de la historia. Más que una doctrina, una ficción, una fraseología, una acción. “Nuestra doctrina es el hecho”, decía con frecuencia Mussolini. Delirios de grandeza, movilizaciones populares, ataques a los otros “imperialismos” para edificar el suyo propio, neto primado del instinto sobre la razón. ¿Fruto de todo esto? La ruina de Italia, puesta al lado de la Alemania nazi, y el papelón histórico de las fuerzas “imperiales” derrotadas por pequeños países. Tuvieron que venir los otros, los denostados de siempre, para reconstruir a Italia con la ayuda del “imperialismo” agresor.
El fascismo italiano fue derrotado, felizmente, y sus probabilidades de resurgir no parecen amenazadoras. Pero, además de todos los males que desencadenó, suscitó imitaciones en diferentes latitudes, como en la nuestra, por ejemplo. El parecido es tan obvio que dejamos por cuenta del lector sacar las conclusiones.

(1)Para los diversos sentidos de “estado” y su empleo por el fascismo, ver nuestra Int. dinámica a la filosofía política (Ed. losada).
(2)Mussolini no fue, por supuesto, un pensador. Pero escribió La doctrina del fascismo, ed. en castellano, Florencia, 1935. También puede consultarse el Diario, del conde Ciano, Barcelona. 1946.

Revista Redacción
08/1975
 

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba