Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

elke sommer
ELKE SOMMER
LA MUJER DEL PANADERO
Una encrucijada para la ondulante diva alemana: seguir protagonizando roles de sexy -como le exigen sus productores- o rendirse ante los celos de su marido, un industrial panadero

“Ni Grace Kelly ni Marilyn Monroe. Yo soy yo.” Casi sobre los treinta años, Elke Sommer sigue reivindicando la singularidad de sus atributos, algo de lo que tampoco dudan los empresarios de Hollywood y sus agentes de publicidad, empeñados durante años en reconstruir, a través de la Sommer, el fenómeno que las dos divas generaron en el cine norteamericano. En verdad, la alemana Elke Schletz guarda diferencias notorias con los modelos a quienes en principio intentó reemplazar: menos aristocrática que Grace Kelly, incapaz de recrear, la atmósfera trágica de la Monroe, inauguró, quizá sin quererlo, un nuevo estilo en materia de vedettes. Un hallazgo que su padre, un ministro protestante, no hubiera visto con buenos ojos, más entusiasmado con la idea de que su única hija ingresara a formar parte del cuerpo diplomático alemán. “Tuve que cambiar radicalmente esos proyectos —rememora, innecesariamente, E. S.—. Mi padre murió cuando yo tenía catorce años. Desde ese momento tuve que trabajar. Vivimos en Francfort hasta que mi madre, en 1957, decidió viajar a Londres. Allí fui mucama durante bastante tiempo. Todavía tengo las manos arruinadas; los directores me piden siempre que no las coloque en primer plano.” Claro que los reveses financieros no duraron demasiado: un concurso ganado en Italia en 1962 y un par de films de segunda categoría bastaron para interesar a los productores norteamericanos. Carl Foreman y su film Los vencedores hicieron el resto. En escasos meses la Somnmer trepaba a un puesto privilegiado entre sus colegas hollywoodenses; la talla de sus partenaires, por otra parte, no dejaba lugar a dudas. Paul Newman, Peter Sellers, Bob Hope compartieron, sin protestar, cartel y cachet. Sólo Joe Hyams, propietario de una poderosa empresa panificadora neoyorquina —y su marido desde hace cinco meses— ve con escepticismo la vertiginosa ascensión: "No es perdurable —moraliza— lo que se gana a base de exhibiciones de ropa interior”. Resignada, la actriz de Un disparo en la sombra acepta en el set la vigilante presencia de su consorte y el control riguroso de cada uno de los guiones que debe filmar. Beatífica actitud que, a pesar de todo, no pudo impedir que las iras del director Jonathan Leindorf hiciera crisis hace dos semanas, cuando por medio de una comunicación reservada la Metro Goldwyn Mayer ordenó a su policía interna impedir la entrada del celoso panadero a los estudios de filmación. Una lacónica nota previno a la actriz: “Señora: Esta es una productora cinematográfica, no un colegio de monjas”.
Revista Siete Días Ilustrados
17/08/1970

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