Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR VANDER
Tan desvinculadas de la medicina alopática como de la homeopatía, a medias entre la acupuntura y el curanderismo y haciendo piruetas entre la sugestión, la magia y la técnica publicitaria, florecen tendencias terapéuticas y profilácticas que reivindican para sí la verdadera tradición de Hipócrates. Se expanden por el mundo en la figura de curtidos ancianos que, por la mañana, recorren descalzos los bosques de Palermo o confraternan con la Madre Natura en las campiñas de Versalles o del itálico Po. Para algunos, esta Gran Marcha de la salud se inició en el Tibet donde los Honuza, "pueblo que no conoce la enfermedad”, no beben alcohol ni fuman y, en una veda que hartaría al más ictícola de los porteños, no practican ninguna variante del churrasco. Para otros, es tan sólo un engaño más de la Internacional de Fabricantes de Sueños: impulsada desde hábiles editoriales europeas y norteamericanas, esta especie de medicina silvestre adopta la forma de libros, revistas y folletos que, al mismo tiempo que posan en las vidrieras de las "librerías especializadas", comparten la semiclandestinidad de las revistas pornográficas en los quioscos de Retiro y Constitución. Las páginas de esta singular bibliografía encierran secretos veladamente anunciados desde las tapas donde las sonrisas de una pareja prometen la clave de la realización conyugal o un tórax sin desperdicios hermana a la gimnasia, el status y la atracción.

AL MARGEN DEL TESTUT. Un señor cubano, de 32 años, sifilítico, sufría tales arranques de apasionamiento sexual, que no podía pasar por su lado ninguna mujer ni tratar con ninguna persona del sexo opuesto sin excitarse prostáticamente y llegar a cometer barbaridades en ese sentido. Un íntimo amigo suyo nos lo recomendó por carta, indicando que había tomado “un convoy de medicinas calmantes y, cada vez más, al reaccionar la sangre, se hadaba peor del estado general del cuerpo y el sistema nervioso parecía una Babel, estando próximo a la locura". Las primeras dosis de limón científicamente ordenadas hicieron ya su efecto disipante y atenuador de la pasión sexual, reduciendo paulatinamente su neuro-morbo hasta un límite confortable. Tuvo granos, erupciones y eliminaciones seguidas. Después del régimen a base de ensaladas y frutas y cereales dextrinizados, continuó siguiendo el régimen habitual. Han pasado cinco años y ya puede estar bien seguro de que su “satiriasis" ha sido vencida. El zumo de limón mata las pasiones sexuales y los alimentos cadavéricos las avivan. Esto cuenta a sus lectores el doctor Nicolás Capó, un veterano de la medicina doméstica, en las doce ediciones argentinas —las europeas son infinitas— de sus "Observaciones clínicas sobre el limón, el ajo y la cebolla”.
El gran momento de estas escuelas terapéuticas tuvo lugar entre la segunda mitad del siglo pasado y el primer tercio del presente, si bien sus protagonistas sostienen que es una aventura tan vieja e inmortal como la misma Naturaleza. Médicos de apellidos prusianamente duros como Priessnitz, Schwenninger —asistente de Bismarck—, Kneip, Hidhede, Bircherbenner, Schoeneberger y Khune sorprendieron a la belle époque con sus tratamientos a base de agua, sol y hortalizas. Célebres teorías sobre "las sustancias extrañas como causa de todas las enfermedades”, la "inmunidad natural”, los "procedimientos sudoríficos”, se expandieron por el orbe sin que faltase el guiño cómplice del "apio y sus virtudes”.
Pero el más persistente animador de esta medicina folklórica es el doctor Adrián Vander, ex director del Sanatorio de Medicina Natural de Leipzig, Alemania. Sus obras superan el millar y desde ahí consuela a obesos, revitaliza exhaustos y devuelve las esperanzas a más de una viuda. Su jugada inicial ocurrió en España, en 1937, con el largo título de "Enciclopedia Práctica Popular Para el Tratamiento De Las Enfermedades, Escrita En Estilo Claro Y De Facilísima Comprensión Para Todos”. Las mayúsculas no hacían más que enfatizar "una nueva ciencia que estudia la vida, las fuerzas, las reacciones de defensa orgánica, los procesos de autocuración y las aplicaciones locales curativas y calmantes que influyen directamente en el órgano principalmente afectado”.
Partiendo del principio general de que todas las enfermedades tienen un origen común, Vander elabora la teoría de que, en múltiples ocasiones, la impureza de la sangre se concentra en determinados órganos. Este “recargo” es la madre de todos los borregos que, en forma latente, un especialista ' en estas artes detecta en la expresión de la cara, el grosor del cuello o la verruga que compite con la uña en el pedestre pulgar.

MAS BAÑOS Y MENOS AÑOS. Uno de los principales recursos del doctor Vander es el baño, como inmersión o ducha. Una minuciosa clasificación distribuye esta forma de hidroterapia en veinte clases de inmersiones, duchas, baños de sol, de vapor y de aire, "que salvan al paciente del riesgo mortal y nefasto de las drogas mal llamadas curativas''. Existe el baño de tronco con fricción, el de asiento con fricción y el más eminente de todos: el baño vital. El paciente se mantiene sentado en la bañera y ejecuta enérgicas fricciones en el bajo vientre, desde el ombligo basta el pubis. El propio Vander confiesa haber llegado a su descubrimiento luego de repasar documentos históricos de la antigüedad: egipcios, griegos y romanos ya habían revelado que el agua no solamente sirve para decepcionar al vino.
“Me fundo —dice el enigmático autor de la enciclopedia Popular— en el principio de que una gran parte de las dolencias que sufren los seres humanos se originan en el abdomen y en la pelvis, precisamente por alojarse allí los órganos de la digestión y el importante aparato genital con sus glándulas de doble secreción”. Maravillado con su propio descubrimiento, Vander afirma que cuanto más fría esté el agua y más firmes sean las fricciones, los resultados del “baño vital” serán mayores. “No sólo resuelve problemas de callosidad. sino también los síntomas iniciales del cáncer”, agrega.
Sin embargo, de nada sirve frotarse a varios grados bajo cero si el régimen alimentario sigue siendo “cadavérico”. Esto, que no pretende, ser una alusión exclusiva a la antropofagia, tiende a que el “baño vital” dé el máximo de resultados. “Una alimentación frugívora lo convierte en la fuente de Juvencia: el tiempo que pasa no se trasforma en vejez. El animal, dotado de instinto, no se aparta de la Ley Natural. El buey, por ejemplo, moriría de hambre si le faltara la hierba, antes de comer carne: el hombre, en cambio, dotado de inteligencia racional, vive desorientado. ¿Cómo aceptar que el ser humado sea un omnívoro como el cerdo?” Este reclamo de Vander, rematado con la apocalíptica visión de “un cisma farmacológico mundial”, enfrenta al huerto de Fray Luis con las conservas y a la botánica de Rousseau con las chuletas de Rabelais. “La gula cadavérica —finaliza Vander— es un vicio asqueroso, pues casi siempre llena al glotón, en su tejido tegumentario, de una multitud de enfermedades eruptivas y purulentas que con sus eccemas se vuelven repugnantes. Si esto es así en el cuerpo, ¿qué estragos no causará en el terreno espiritual y moral?”

VANDER LO AMA ... SONRIA. El divino Vander tiene remedios para todo: no sólo de estreñimiento enferma el hombre; también están la soledad, la falta de carisma, el status fracasado y también la soltería crónica. "Se cuentan por millones las personas que sufren de inquietud, miedo, preocupaciones, agresividad, timidez, inadaptación, complejos. Esta Vida moderna, agitada y malsana hace fracasar a millones de personas y les impide ser felices. Se procura adquirir conocimientos para obtener una cultura, una profesión, una carrera; pero se descuida lo esencial para la felicidad humana: el conocimiento y dominio de uno mismo”.
De golpe, el franciscano "huerto que el aire orea" se encierra en el marco dorado de una pintura cursi y la receta es otra. En la tapa de "Tu éxito y felicidad”, sobre un fondo de rascacielos para nada campesino, una sonrisa de eficientes comisuras brilla en la silueta de un hombre que, con un saludo de ejecutivo, pone al alcance de cualquiera "la solución de los problemas del hombre moderno”. Las páginas se entreabren como una ranura más para "los veinte centavos” de González Tuñón: si quiere ver la vida color de rosa, léalo al doctor Vander. La codicia, la soberbia y la vanidad trastornan todo; la amabilidad, en cambio, cosecha amigos, rompe el cerco de la soledad y, por qué no, también convence a la vecina desdeñosa o al jefe de todos los horarios. Además, junto a "Parto sin dolor" y "Evite el cáncer”, Vander extiende su agresivo "Sea Rico". Claro está que quien se fricciona el pubis en un baño de pensión está destinado a la verdadera riqueza: aquella que mágicamente sustituye las nubes del Reino de los Cielos por las manchas —también volubles— que aureolan las goteras del invierno. La voz de Vander suena como un discurso evangélico en Plaza Once.
Cada vez más, el correo es una vía ideal —rápida y reservada— para recibir, desde el otro lado del océano, una porción ensobrada de felicidad. Los folletos y cartillas de Vander, junto con los de sus émulos, se inscriben en una oferta y demanda que desbordan el cambalache de Discepolín: bolígrafos que "escriben en oro”, perfumes del "amor loco" y cintitas "ayuda-memorias" multicolores que no sólo recuerdan sino que, sobre todo, ayudan a olvidar. Editoriales estadounidenses han perfeccionado bidets adaptables, tatuajes eróticos y muñecas sexys cuya ternura, plástica e inflable, puede mecerse en el espejito del automóvil o compartir las sábanas de la soledad. Ningún esfuerzo... Resta colocar el cojín magnético entre la almohada. y la funda... y ya está todo hecho. Sin pilas ni enchufes, el cojín magnético trabaja, para usted toda la noche ... ¡y qué despertar maravilloso! Fresco, dispuesto, alegre, dinámico, con la tez resplandeciente y los ojos brillantes ... Así partirá cada mañana y lo conseguirá todo en la vida. El cojín, con sus irradiaciones magnéticas, será su aliado más fiel en su lucha por conquistar la salud, el amor y el bienestar. ..

TODO VA MEJOR CON LIMON. El doctor Nicolás Capó, por su lado, satura el correo y las librerías con folletos sobre el limón: "Así como el sol astronómico sale todos los días para todos los seres de la creación, a quienes les da la vida, el limón es el sol químico de toda la creación, dando a vegetarianos y carnívoros, orientales u occidentales, sus dones ponderables que encierra en sus arterias. ¡Madres! ¿Queréis la salud, amáis la vida de vuestros hijos y .de vosotras mismas? ¡Iniciaos en la Vida Trofológica! ¡Bebed cada mañana 3 ó 4 limones que os iluminarán como un sol de esperanza! ¡Madres! ¡Despertad!". Separadas por un gajo de limón
cuyo zumo gotea desde una aureola de rayos triunfadores, se enfrentan una legión de madre ojerosas e hijos tullidos y otra de saludables matronas cuyos vástagos, sospechosamente rubios, juegan y bailan.
"Quita el dolor de cabeza tomado en té de cáscaras de naranja; calma los nervios porque los tonifica; en un minuto liquida la acidez estomacal y, en dos, corta la diarrea; además, desinfecta heridas, mata microbios, quita la sed y termina con las arrugas de la vejez." Las enumeraciones terapéuticas de Capó siempre terminan con un etcétera que se prolonga en cada edición. En todas ellas, una mujer de cejas enarcadas y mirada nostálgica cierra sus labios alrededor de una fina pajita que se sumerge en una copa de pie alto y delgado. El zumo de limón, escanciado con generosidad, asciende lentamente hasta producir el milagro. Ningún lector podría sospechar que tras esa codiciable boca la piorrea hace estragos. Sin embargo, quien lea unos renglones más abajo de la ilustración, podrá respirar tranquilo: los dientes de la nostálgica doncella volverán a perlar los sueños, ahora cítricamente reconfortados.
Por supuesto, si en vez de una piorreica belleza se tratara de un reumático vulgar, la dosis será de 35 limones matinales. ¡En buena hora la Ciencia Internacional ha oficiado el empleo del limón en medicina para bien de la humanidad! ¡Ya es un hecho! ¡Por fin Se lo ha redimido en la noche oscura de la historia! ¡Fruto sublime hasta ahora irredento tú tienes la palabra! ¡Responde a tiempo! La madre que toma zumo de limón evita el catarro a su niño. ¡Plantad limoneros en vuestro jardín, en vuestra huerta., en vuestros montes! ¡Su Alteza, el Limón! ¡Hay que descubrirse!
Pero el limón no está solo. El ajo y la cebolla son sus sólidos aliados: "El ajo crudo es un gran desinfectante, es un microbicida, un tonificador de nuestra glándula pituitaria (el olfato). Además, machacado y entreverado con la ensalada de lechuga, tomate y rabanitos, con un poco de aceite y algunas aceitunas, es lo mejor contra la anemia y facilita la formación de glóbulos rojos en la sangre". Esta redundancia de Capó quizás quiera convencer de que los glóbulos no se formarán sólo en la fantasía porque lo más importante es que, al mismo tiempo que el ajo diezma a la lombriz solitaria, "termina con la melancolía, la depresión y el histerismo"”.
La cebolla, por su lado, acerca una nota lacrimosa, pero de felicidad. "Una joven padecía un dolor de garganta por una coriza crónica y la sufría más fuertemente cuando llegaba el período menstrual; era increíble: ese martirio en cada luna lo padecía cual nuevo calvario de la juventud. ¡Sí, cada luna, durante trece años! ... La cuestión es que en dicha casa donde todo era complicación y ampulosidad (enemigos de la salud) —Capó exalta la vida sencilla y austera— entró un día un rayo de sencillez: un kilo de cebollas..." Los caldos, zumos, brebajes, elixires y ambrosías compuestos con el mágico bulbo acabaron con tanta postración. "De ahí en más, la cebolla fue la mejor amiga de la joven y cambiaron también todas las costumbres de la casa." Y como buenos conversos al vegetarianismo, aunque no comieron perdices, igual fueron felices.
Pero la cebolla, en el centro de sus aros, encierra una propiedad insospechada: "Mientras que el estroncio 90 es el producto radiactivo de la desintegración atómica provocada artificialmente y, por lo tanto, antinatural, la cebolla posee la radiactividad natural propia de las plantas y de la naturaleza toda —el "Prana” de los yoguis—, sólo que en grado suficiente para neutralizar los eventos del estroncio 90 con su ácido alílice. El temor de la humanidad a las radiaciones provocadas es realmente infundado: con la toma pertinaz del humilde bulbo podríamos bloquearnos para las posibles futuras Hiroshimas y Nagasakis”.
La terapéutica del doctor Vander y sus similares tiene su propio mercado por los sectores marginales de la ciudad y el campo. "A veces vienen porque no pueden tener y hacen el tratamiento, del muña-muña, que es para la fertilidad —explica un vendedor de Constitución mientras pasa el plumero sobre los libros diseminados entre potes de mil y una yerbas—; a veces vienen porque están desesperadas y lo quieren largar. Claro, la cáscara sagrada algo ayuda, pero casi siempre ya están de dos meses y ni saben..." La gente que se para ante los escaparates encuentra la eficaz sonrisa de Adrián Vander y, por unos segundos, la ilusión los salva de ver el reflejo de sus rostros sobre el vidrio.
Alberto Szpunberg
PANORAMA, MARZO 22, 1973
checoslovaquia

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