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LA ENCÍCLICA DE LA DISCORDIA
El documento Humanae Vitae sobre control de la natalidad, emitido por Pablo VI, condena todo método anticonceptivo artificial y reafirma las enseñanzas tradicionales. Todo indica que ahora se producirá una crisis de conciencia en matrimonios católicos habituados a los estrógenos

El expediente lleva el Nº 120.558, de la Secretaria de Estado de Su Santidad, y está fechado el 20 de julio de 1968. Concluyen en él una serie de ¡das y venidas sobre el espinoso problema del control de la natalidad, que Pablo VI anhelaba definir, con el evidente propósito de aclarar el confuso panorama que se ofrecía a los católicos. (Era también una definición que esperaba la Humanidad, rodeada de expectativa, que por explicables hechos históricos ve en la Iglesia a una institución orientadora.)
Firmada por el cardenal Cicognani, la carta incluía la encíclica papal Humanae Vitae y los obispos de todo el mundo la recibieron a mediados de la última semana de julio. Los términos de la misiva reflejan —cosa inusual en los envíos epistolares de esa Secretaría— un interés por subrayar los conceptos de la encíclica. Cicognani advierte en ella sobre la necesidad de un esfuerzo coordinado de todo el Episcopado Católico para que la doctrina que contiene sea expuesta con esmero y en toda su amplitud, “para que sea animosa y decididamente puesta en práctica por todos, como muchos, gracias a Dios, ya lo hacen". Más adelante, señala: “Se trata, bien lo sabe Vuestra Eminencia, de una de las más delicadas cuestiones de la moral católica, que ha sido objeto de tantos estudios y controversias en estos últimos años y sobre la que muchos esperaban una respuesta del Soberano Pontífice.” El Secretario de Estado —quizás aleccionado por Pablo VI— incluye unas líneas que aparecen como cuidadoso consuelo a las posibles reacciones de los matrimonios católicos: “El Santo Padre es consciente de la amargura que esta respuesta podrá causar a muchos esposos que esperaban otra solución a sus dificultades".
Obviamente, numerosos matrimonios católicos recibieron con desconcierto las directivas del Papa. Pero no es menos cierto que la negativa del Sumo Pontífice a aceptar los métodos anticonceptivos abre un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia: no es novedad que existe un abismo entre la doctrina eclesiástica y las costumbres asumidas por buena parte de la catolicidad.

LOS ANTECEDENTES
Todo comenzó en los años 30, cuando algunos teólogos (entre ellos Doms, Krempel, Hildebrand) insistieron en cimentar un nuevo concepto sobre el matrimonio. Aquellos autores puntualizaron: 1) El hombre y la mujer están para complementarse; 2) El fin primario del matrimonio consiste en esta complementación; 3) La procreación es, más que fin primario, un efecto, un fruto, la consecuencia de la unión matrimonial. Estas tesis salían al paso a la antigua teoría de que la principal finalidad del matrimonio es la procreación. Se necesitaron pocos años para que este concepto fuera condenado por el Santo Oficio y por la encíclica Casti Connubii, emitida por Pío XI; su sucesor, Pío XII, reafirmó el magisterio de la Iglesia en tal sentido. El arribo de Juan XXIII al papado inaugura un canal para examinar el auge de los anticonceptivos: era la tremenda intuición de Giuseppe Roncalli (de origen social popular) la que obligó a indagar en esta nueva materia. Su intención lo lleva finalmente a crear una comisión de 80 expertos, sacerdotes y laicos, dedicada a aportar elementos de juicio y toda, la información científica. Entre los. dictámenes que se filtraron, se dijo que esa Comisión aconsejó dejar al buen criterio de los católicos el uso o rechazo de las píldoras anticonceptivas. "El matrimonio —advertía ese grupo de expertos— es una comunidad de amor al servicio de la vida. El amor es —por lo tanto— el fin intrínseco del matrimonio. Este amor tiene dos aspectos: a) unitivo, que responde al mandato de la Sagrada Escritura (“Serán dos en una sola carne”), y b) procreativo, que obedece al texto bíblico "Creced y multiplicaos". Este amor es digno y santo, y fuente no sólo de perfección humana sino de santidad; por ello, los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos”.
Hasta la semana pasada, con la difusión de la Humanae Vitae, el Vaticano había postergado su dictamen definitivo. Consultado sobre el tema el ex sacerdote Miguel Mascialino, integrante del grupo Theilard de Chardín, de Buenos Aires, expresó: "Hace años la Iglesia tenía una posición clara, apartada de toda duda y discusión. Se inclinaba en favor del método rítmico de control de la natalidad. No cumplir con los mandatos de la Iglesia, en cuanto a la aceptación del método del ritmo —se refiere al Ogino Knauss— significaba pecado mortal. Posteriormente, la aparición de los estrógenos obligó a un replanteo de la cuestión y desarrolló en algunos sacerdotes el sentido de la licitud. El silencio en que
incurría la Iglesia permitió que muchos sacerdotes no consideraran pecado tomar las píldoras”.

¿QUE PASA EN LA REALIDAD?
Hasta la creación de las drogas anovulatorias, los matrimonios cristianos debían excluir todo tipo de anticonceptivo artificial y someterse al método del ritmo. En los medios católicos suele recurrirse a una broma que pretende expresar la ineficacia de ese método: “Es un hijo de Ogino”, se dice. Precisamente, la Comisión designada por Juan XXIII enfatizó este problema: "El método del ritmo es muy deficiente, ya que con la anticoncepción natural se verifica sólo unos pocos días al mes, inmediatamente antes y después de la menstruación. Se ha comprobado que tan sólo un 60 por ciento de mujeres tiene un ciclo menstrual regular”. El sacerdote Carlos Baccioli (columnista de este semanario), expresó: “Amplías encuestas han confirmado que entre el 90 y 95 por ciento de los matrimonios usan métodos de control de la natalidad. La revista francesa L'anneau d’or, por ejemplo, realizó una encuesta entre 5 mil matrimonios católicos. No fue publicada porque se pensó que las respuestas podían ser mal interpretadas. El trabajo apareció sólo en un breve exposé que decía: “Los moralistas que realizaron el escrutinio se sintieron ya desconcertados por la lectura de las primeras mil respuestas".
Otra encuesta realizada por el Centro Latinoamericano Demográfico, de Santiago de Chile, en siete capitales de Latinoamérica, revela que el 38 por ciento de las mujeres mexicanas que frecuentan la Comunión una o más veces al mes (el 39 por ciento de las colombianas y el 56 de las venezolanas) usan anticonceptivos. Es posible que entre los numerosos católicos que recurren a la píldora para evitar los hijos, sean demasiado duras las palabras de Pablo VI, cuando dice, en el capítulo 17 de su encíclica: “Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y río como compañera, respetada y amada.”

LO QUE VENDRA
¿Por qué Pablo VI Utiliza estos términos? ¿Por qué, en definitiva, cierra tan herméticamente toda discusión sobre el problema? Son las preguntas que se formulan diversos círculos católicos de Buenos Aires que esperaban del Pontífice una actitud menos drástica. “Reconocer que la doctrina de la Iglesia debe cambiar, hubiera sido una posición papal correcta. Pero a esto se le tiene, todavía, mucho miedo", concluye Mascialino. Otras entidades —remisas a opinar sobre el documento— coincidían en que era, por lo menos, una actitud abierta á las discrepancias entre los católicos.
El pastor Luis Parrilla, de la Congregación de los Discípulos de Cristo, aventuró una interpretación al ser consultado por SIETE DIAS: "Juan B. Montini —el Papa— expresa un sentimiento y un pensamiento muy personal; creo que no lo dio como documento ex cátedra. La opinión vertida en la encíclica acentúa el abismo doctrinal y ético que existe, entre el catolicismo y el protestantismo,, justamente en este momento en que las iglesias protestantes y el Concilio mundial de iglesias intensifican su labor en este campo. Se trata de un rudo golpe en las relaciones del catolicismo con el mundo; va a colocar a los protestantes en la posición no grata de explicar a los cristianos y no cristianos que la encíclica no tiene fundamento bíblico y que, por lo tanto, no es válida como testimonio cristiano".
Pero más allá de este posible endurecimiento de las relaciones entre catolicismo y protestantismo, grupos posconciliares se preguntaban, secretamente, qué sucederá ahora: “Habrá sin duda un abandono de las pastillas anticonceptivas por parte de matrimonios católicos”, apuntaron algunos. “Pero muchos sacerdotes seguirán recomendando, como lo han hecho hasta ahora, los estrógenos. Lo que vislumbró Juan XXIII no puede ser barrido con una legislación".
Revista Siete Días Ilustrados
11.08.1968
 

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