Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

clown
¿Cuál es el clown auténtico?
Calvero, el clown de "Luces de Candilejas”, ¿existió alguna vez?
Por Julio César Marty
NO hace mucho, Chaplin ha repetido, como para que nadie lo olvide:
—Pertenezco a una profesión respetable: la de “clown”
Quizá buscándose, más que nunca, a sí mismo, ha hecho “Luces de candilejas”, su última película, en la que encarna a Calvero, un viejo “clown” fracasado. (Los “intermezzos” seudo-sociales de “Tiempos modernos” y “El gran dictador” han quedado a un lado. Decididamente, un cómico no debe pensar. Mucho menos, el que ha descubierto un estilo).
Cuando el implacable senador Mac Carthy, con tonante voz lo echó, poco menos, de Norteamérica, por “indeseable”, Chaplin fué a “tomarse vacaciones” a Europa.
Antes de radicarse en Suiza fué a dar una vuelta por Londres, a visitar los viejos arrabales de su infancia.
Allí lo esperaba Mike, el viejo “clown” que lo acompañaba en sus primeros números del music hall “Collin’s”. Sabía que su poderoso amigo iba a llegar, transformado en un hombre que ha alcanzado la gloria. Mike, convertido en uno de los más conocidos mendigos de Londres, había escrito en su organito decorado con banderas de todos los países: “Welcome, Charlie”
¿Era ése el original de Calvero, el héroe de “Luces de candilejas” que salva a la bailarina inyectándole una fe que ya no posee, y da el último salto, el definitivo, el que lo conducirá a la muerte, cuando comprueba que ella se ha enamorado del joven compositor de música?
Quizás no. La angustia de Calvero es puramente sentimental, es decir, egoísta. Está viejo. no tiene éxito y no lo ama una jovencita.
Mike, sencillamente, tiene hambre.

EL ULTIMO DE LOS FRATELLINI
¿Existen todavía los Fratellini? Parecía un nombre unificado en la leyenda del circo.
Sin embargo, hace poco, cuando se inició en París la temporada de otoño, se presentó en el circo “D’Hiver” un payaso llamado Alberto Fratellini. No era un hijo, ni un sobrino, de aquellos que integraron el famoso conjunto, sino uno de ellos, el último de los Fratellini. Tiene más de 70 años y nunca ha dejado de ser “clown”.
La literatura exige que los “clowns” sean tristes. Incluso en el cine “Cuando lloran los payasos” fué un melodrama de éxito; la buena gente derramó lágrimas a gusto con la tragedia que escondía el “clown” detrás de su cara embadurnada. La tristeza que acomete a Alberto Fratellini no tiene poesía: es, puramente, económica. Trabaja, desde luego, por amor al oficio, pero más que nada, por necesidad. A los 68 quedó medio paralítico, a raíz de un ataque de hemiplejía. Fué a Londres, en plena función Su mujer, Amelia, que lo sigue en su vida como una sombra, se desesperó. Pero Alberto, bajo el cuidado de un médico inteligente, se repuso: ¡Estaba tan acostumbrado a ponerse de pie, después de las caídas! Entre uno y otro número del circo “D Hiver”, después de tirar su bastón de enfermo, salía a dar volteretas y a hacer reír al público, con su gran nariz roja, su bocaza de negro, y su peluca, que forman una especie de coraza para disimular sus siete décadas.
—Gano apenas una pequeña parte de lo que cobra un Tino Rossi, por ejemplo— confesó amargamente Alberto Fratellini a un periodista francés que fué a entrevistarlo en su camarín, mientras se maquillaba. Y acompañó su frase señalándole esta pequeña parte, no la mitad del dedo mayor, sino la mitad de la uña del meñique
El mayor de los Fratellini, el “clown blanco” murió hace cuatro años. Paúl el que llevaba una joroba, también murió. Su último compañero, “Gaga” Gabriel, se arrojó bajo un tren subterráneo.
—No es porque había fracasado —explicó Alberto Fratellini. al periodista, inclinando la cabeza—. Es que estaba neurasténico.
La mirada se abstrae en evocaciones.
—¿Cuántos años tiene de circo, Alberto?
—Sesenta y seis. Hace cuatro años, todavía hacía el salto mortal.
Pronto no podrá hacer ni siquiera pequeñas volteretas. Tiene sucesores, como en todas las familias circenses, pero sus sobrinos se hacen llamar les “Craddock” y son acróbatas.
En estas familias trashumantes, los hijos nacen en los más diversos lugares: Alberto Fratellini nació en Moscú. Habla correctamente el italiano, el inglés, el español, el alemán y el francés. Sabe tocar la trompeta, el saxofón, el “serrucho”, el banjo y el contrabajo, sin haber aprendido música.
El último de los Fratellini se queja de que el circo ha perdido su verdadera fisonomía.
—Actualmente los espectáculos están cambiado —dijo, en un tono de reproche—. En un tiempo, el circo era algo así como una academia. Pasa lo mismo que con el teatro: se ven ahora en el circo hombres y mujeres casi desnudos.
No, tampoco Alberto Fratellini es el original de Calvero. Su angustia es puramente económica.
Seguramente, morirá pobre.

EL “ CLOWN” MILLONARIO
Oona está adentro, dando órdenes al mayordomo para la recepción de la noche; los chicos han salido a pasear, en su automóvil, con la institutriz. En su suntuosa residencia de Corsier-sur-Vevey, a orillas del lago Leman, donde se dan cita todos los grandes millonarios del mundo, Chaplin se aleja, solo, por el parque, y mira a través de una reja.
Es una reja sólida. Posiblemente, en su exterior, como en la residencia del “ciudadano Kane”, tenga un letrero que dice: “No treppassing”. Por lo demás, allí cerca están los guardias, encargados de cuidar de que nadie penetre en la casa donde fué a vivir “ese extraño millonario que vino de Norteamérica y dicen que es un cómico”. Los aldeanos suizos, que se han hecho a la paz de sus paisajes de tarjeta postal, son los menos curiosos para con sus vecinos, pero siempre puede haber una excepción.
Chaplin piensa en el “clown” Calvero, su más reciente personaje para la pantalla, de su película “Luces de candilejas”, cubierta de elogios, en Londres y en París. El drama del pobre payaso que quiere volver a la fama, por el amor de la bella bailarina, y da el gran salto que lo lleva a la muerte entre las carcajadas del público.
Pero Chaplin no está conforme. Quiere volver a su vagabundo de galera y bastón, para reencontrarse a sí mismo, pero tampoco está conforme.
Ahora está detrás de la reja. Antes, estaba afuera. Y los guardias lo perseguían. Como al travieso Mike, por las callejuelas de Lambeth, y que ahora está viejo y pide limosna, y ha puesto en su organillo un cartel que dice “Welcome”. A Alberto Fratellini, el último que queda del más célebre de todos los tercetos de “clowns”, no lo persiguen los guardias, pero sí el fantasma de la miseria.
¿De qué le vale todo? —piensa Chaplin— Ha leído a Marx y se ha hecho, líricamente, defensor de los desposeídos. Pero recuerda, mientras contempla la reja, la sólida reja que lo separa de. los demás, algo más antiguo, un proverbio chino que dice: “El hombre no podrá ser completamente feliz hasta que haya desaparecido el último ser necesitado sobre la faz de la tierra”.
Un millón de dólares es mucho. Chaplin tiene varios. En un millón hay de todo, hasta remordimientos. Su “clown”, el de los desventuras sentimentales ¿es auténtico?
Quizá Calvero, bajo su pátina de “clown” sea, también, un hombre. Incluso su drama es clásico: glosa la pirueta de Polichinela. Pero sus pies no tocan totalmente el suelo, con esos zapatos que se gastan y hay que renovar, penosamente, como otras tantas cosas.
Sin duda, el éxito es una cosa pesada, y agobia a Carlitos. Además, la reja, a la par que custodia, impide ver con claridad lo qué pasa afuera.
¿No serán ejemplares más puros de “clowns” esos que tienen que ganarse la vida, casi sublimizada por el fracaso?
Revista Caras y Caretas
06/1955
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