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El desafío checoslovaco
El premier Alexander Dubcek oscila entre las todavía fuertes presiones “stalinistas” del derrocado Antonin Novotny y los intereses occidentales. La rebelión checa ahonda el aislamiento de la URSS, que no puede aceptar un deshielo político que abriría el Parlamento a algunos grupos no comunistas

¿Dónde están los marxistas?”, se preguntaba un becario cubano mientras ávidamente leía en Praga los titulares del vespertino Prace, en su edición del miércoles 24. La pregunta parecía insólita pero ofrece una nueva perspectiva de la encrucijada checoslovaca.
El peligro de un golpe palaciego no había sido conjurado hacia fines de la semana pasada, pero los tanques rusos abandonaban el país a paso de hombre, esperando la reacción del sector prostalinista de Antonin Novotny, quien sigue siendo miembro del presidium del partido Comunista y controla a un tercio de los 110 integrantes del Comité Central. La desesperada y sorda lucha de fracciones ganó a la prensa, la radio y la televisión, medios que otorgan apoyo a la política revisionista del premier Alexander Dubcek.
“Pero, ¿qué significa el ala Dubcek desde una perspectiva revolucionaria?’’, se preguntan no sin razón los observadores políticos, atentos a la disputa entre Checoslovaquia y la Unión Soviética. Porque la opinión pública checa siente un tremendo fastidio de que le hablen de Vietnam; la ayuda económica a Cuba no representa la menor solidaridad revolucionaria y es apenas una cuestión de negocios. Una fábrica de cosméticos —por ejemplo— acaba de instalarse en Praga y un tercio de su capital pertenece a empresarios norteamericanos. En cualquier centro juvenil instalado en la avenida San Wenceslao, bajo los retratos de Lenin, siempre rodeado de banderas rojas, hay jovencitos que agitan sus guitarras eléctricas y aúllan canciones de Los Beatles. Sus melenas hippies son la única confusa forma de rebeldía contra el comunismo que conocieron, la burocracia de Novotny. En todo caso, el apoyo a Dubcek ¿qué significa sino un acercamiento a la forma de vida capitalista, por reacción contra el obtuso burocratismo de Novotny?
Esta pugna entre ambos sectores checos es repudiada por la nueva izquierda europea y los sectores castristas y chinoístas. Los partidos comunistas francés e italiano, en tanto, apresuraron su apoyo público a Dubcek, en quien encuentran un cultor de la apertura socialdemócrata en plena órbita soviética. Una Checoslovaquia Liberal ayudaría al tipo de capitalismo occidental con participación de los partidos comunistas, que Waldeck Rochet, secretario del P. C. francés, postula para su propio país.

DUBCEK ACORRALADO
El gran equilibrista político es sin duda el premier checo, quien se debate entre un furioso stalinismo y los intereses occidentales; éstos, por supuesto, intentan utilizar la crisis para dar un golpe de muerte al tambaleante monolitismo del bloque comunista. Por una parte, las milicias obreras de Praga —stalinistas— entregaron una carta de protesta al embajador soviético, solicitando protección para “salvaguardar las conquistas obtenidas’’. Por el otro, el ejército de Alemania Federal se apresta a realh zar maniobras en setiembre sobre la frontera checoslovaca. Aunque el premier Willy Brandt pidió a su ministro de Defensa, G. Schroeder, que suspenda esas maniobras en vista de la situación interna de los checos, el ejército alemán se negó —a través de Schroeder—, a interrumpir los ejercicios, entendiendo que nada tienen que ver con el problema del país vecino. Para los observadores, sin embargo, dichas maniobras militares constituyen una presión occidental tan significativa como la lentitud que caracterizó la retirada de las tropas rusas.
Paradójicamente, dentro de Checoslovaquia la pugna Novotny-Dubcek se convirtió en una virtual lucha de clases. Doscientos intelectuales firmaron recientemente un comunicado de dos mil palabras impugnando el sistema que sirve para elegir diputados, alegando que muchas veces no son conocidos por sus votantes. Los locutores de televisión machacaron también con furor: “Ustedes no conocen a quienes los representan. Esa es la mejor prueba de que hace falta elegir libremente a un parlamento representativo”.
Los sectores sindicales reaccionaron apoyando la declaración emitida por los miembros del Pacto de Varsovia (hecha con la abstención de Rumania) que acusaba “a las fuerzas opuestas al socialismo de dirigir a los medios de difusión en contra de los intereses socialistas”. El periódico de los intelectuales Literany Listy, que durante los últimos tiempos de la administración Novotny se había convertido en una batería opositora con 60 mil ejemplares, alcanzó su boom editorial al tirar 300 mil cuando incluyó el texto completo de los 200 pensadores antistalinistas.
Hay otros signos que revelan las dos líneas formadas en Checoslovaquia. Recientemente —por ejemplo— los reformistas encarcelados por Novotny fundaron el Club 231, que es el número de la ley en virtud de la cual fueron proscriptos y enviados a las minas de sal, a los campos de trabajo, a las prisiones. “Quienes nos cuidaban —recuerda el ex embajador, general Palacek, de 64 años— respondían a los stalinistas, pero antes de pasar a nuestra policía política habían servido a la Gestapo”.
Los dirigentes obreros hacen caso omiso a estas acusaciones y esgrimen sus razones de apoyo a Novotny: “El ex premier elevó el nivel de vida de todos los sectores y en especial de las clases trabajadoras. Muchos ingenieros y profesionales resuellan por la herida; hay obreros que cumplen labores productivas importantísimas y por eso ganan hasta 4 mil coronas mensuales. Ciertos profesionales cuyas funciones son secundarias y que ostentan inútiles títulos universitarios ganan 2.500. ¿Acaso eso no es justo?”
A este argumento, los intelectuales responden: “Había funcionarios del partido que ganaban 7 mil coronas; fueron sus amos rusos los que convirtieron al marxismo en un sistema inquisitorial con recetas canónicas exactamente iguales a las doctrinas reaccionarias que imperan en tantas universidades capitalistas”.

EUROPA EN LA BALANZA
Dubcek sabe que una liberalization acelerada puede beneficiar al sector anticomunista, que quiere el retorno a una democracia capitalista al estilo de la de Eduard Benes, presidente liberal abatido por presión rusa, en 1948. Hoy, sin embargo, los temores soviéticos no responden sólo a causas ideológicas sino también estratégicas. Porque fueron los rusos quienes iniciaron las reformas liberales en la economía, siguiendo a su teórico Liberman. Los checos no hicieron sino imitar esa tendencia aduciendo que las experiencias capitalistas eran relativamente rescatadles en todo lo que significa adecuar la oferta al mercado, racionalizando la producción. Es lo que hizo Checoslovaquia en los últimos años, al permitir el florecimiento de empresas autónomas, al crear incentivos económicos y espíritu competitivo.
Pero Dubcek expresa algo que los rusos no pueden tolerar. No es ya. la “autogestión” sino una trasformación a nivel político que va en desmedro del “rol directivo del partido”. Esto se apoya en la inocultable simpatía de las clases medias checoslovacas por el american way of life. Dar expresión a tendencias no marxistas en el gobierno, apresuraría el acercamiento checoslovaco al bloque occidental. Por otra parte, el papel clave que juega el país mediterráneo en Europa central implica que la ruptura de los checos con el Pacto de Varsovia provocaría el desmoronamiento de las defensas soviéticas en una guerra convencional.
Pero la URSS ya está increíblemente lejos de aquel 5 de octubre de 1948, cuando en el castillo polaco de Szklarska Poreba los representantes 'de los partidos comunistas europeos sometieron a juicio secreto a Jacques Duelos y Eugenio Reale (jefes del comunismo francés e italiano, respectivamente) acusándolos de oportunismo, ilusiones legalistas y participación en ministerios. Los yugoslavos fueron, junto con los rusos, los más violentos, y los dos líderes del comunismo occidental tuvieron que reconocer, como dos pequeños burgueses, sus culpas.
Stalin puso fin a las primeras disensiones de posguerra al crear, en ese mismo momento, el Korninform. Pero, cuando el 17 de abril de 1.956 ese organismo se disolvía, el bloque socialista comenzó a desintegrarse lentamente: Yugoslavia ya había elegido su propio camino; Nikita Kruschev denuncia el “culto de la personalidad” en el XX Congreso del PC, en Moscú, ese mismo año; también se producen los alzamientos húngaro y polaco; el alejamiento de China Popular comienza a vislumbrarse. 1968 muestra a una URSS cada vez más aislada. Sólo Alemania Oriental y la rigidez polaca la acompañan. Janos Kadar no podrá convalidar una acción contra Checoslovaquia porque su renacido prestigio en Hungría sufriría un golpe de muerte. Bulgaria apoya de remolque a la URSS pero también en Bucarest soplan vientos que oscilan entre la desestalinización y el resuelto acercamiento a Occidente. El comunismo de Ceausescu no inquieta tanto a los rusos porque pese a la independencia exterior rumana (su apoyo a la política israelí) políticamente no hay peligro de que las tendencias no marxistas participen del poder como en Checoslovaquia. Yugoslavia, por fin, que fue liberada por Tito y no por el Ejército Rojo, anunció su apoyo a Dubcek, continuando su política de aliada europea del Tercer Mundo.
Es, sin duda, pérdida de influencia por parte de la URSS. Quizá ella debe atribuirse a la conferencia de Camp David realizada entre el 25 y 27 de setiembre de 1959, cuando Kruschev y Eisenhower oficializaron una pax romana soviético-norteamericana, instituyendo la coexistencia pacífica.

LA URSS, GRAN PERDEDORA
Los occidentales no dejan de alentar la rebelión checoslovaca: el hallazgo de un depósito de explosivos que Dubcek denunció como “de procedencia capitalista” es una prueba, terminante. Hoy, los dirigentes del pequeño país de 15 millones de habitantes (que además soporta la sorda repulsión mutua que sienten checos y eslovacos) afrontan un momento aún más grave que el vivido por el comunista nacionalista Imre.Nagy en la Hungría de hace 12 años. “Al menos Nagy era marxista”, comentan con sorna los observadores. Porque la crisis checoslovaca plantea una cuestión teórica apasionante: ¿Cuál de los sectores es marxista? ¿O acaso ninguno de los dos?
Más acá de esa polémica está el cuestionado derecho del pequeño país a asumir un camino independiente, que difícilmente pueda ser frenado por los rusos con “manu militan”. En el caso de que así sea, nada podrían las 14 divisiones del ejército checoslovaco, integrado por 225 mil hombres, contra los 800 mil que, exceptuando a la URSS, mantienen en pie de guerra los firmantes del Pacto de Varsovia. Sin embargo nadie está más lejos que Moscú de precipitar una guerra cuando todo su “proyecto de vida” se basa precisamente en evitarla, aunque haya inventado las fallidas recetas “á la Novotny”.
Revista Siete Días Ilustrados
30.07.1968
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