Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Makarios y Grivas
Arzobispo Makarios: El monje y los coroneles

Nuevamente los coroneles que imperan en Grecia irrumpen en el complejo juego de fuerzas que hacen de Chipre una verdadera isla de la discordia erigida en el casi idílico mar Mediterráneo.
Y otra vez el presidente de la República, arzobispo Makarios, se enfrenta con su antiguo camarada, el general George Grivas.
Los griegos, por intermedio de su embajador, Constantino Panaviotakos, emplazaron a los chipriotas en lo que fue considerado por éstos “un ultimátum humillante e inaceptable”. El largo documento acusa al gobierno de Makarios de grandes compras de material bélico de origen checo, destinado a armar “elementos irresponsables” encargados de proteger al prelado presidente y combatir a los irregulares del general Grivas. Para Grecia, el veterano guerrillero, de 75 años, “gracias a su pasado heroico tiene derecho a hablar de lo que quiera”.
Y a sostener la enosis (unión con el régimen de Atenas) Esta bandera es absolutamente negada por el arzobispo Makarios, lo que puede provocar un desenlace imprevisible, o la guerra civil que amenaza fatalmente a Chipre.

LAS ROSAS DEL PRESIDENTE. Cuando a Su Beatitud se le pregunta si su papel en la historia es comparable al del cardenal Richelieu, él refuta tal suposición. Su figura erguida y envuelta en los ropajes negros y majestuosos de los padres ortodoxos que guardan el celibato, es clásica en el paisaje de la isla.
El hoy Myriartes Makarios III nació bajo el nombre de Miguel Mouskos, en el pueblo de Panayia, en Pafos, en 1913. Era hijo de pastores y su destino fue también el de guardar ganado en los montes natales. Lejos están los tiempos de su infancia en una rústica, choza de aldeanos a su presente existencia en la vasta y sobria casa de muros blancos con balcones de madera, donde cultiva en el jardín lo que constituye su gran pasión: las rosas.
Comenzó su noviciado en el Monasterio de Kikko y obtuvo su graduación en el Colegio de Teología de la Universidad de Atenas. En 1938 ya era diácono, en 1946 padre del rito ortodoxo. Durante su estada en Boston resultó electo obispo de Kitium. Volvió a su patria para ocupar el trono episcopal y, a partir de esa época, comienza su campaña de liberación contra los ingleses junto al general Grivas. Visita Grecia repetidamente y una creciente admiración popular lo acoge cada vez que regresa a Chipre. Corren los días en que la causa de la enosis recibe un espaldarazo, un plebiscito obtiene un 97 por ciento de los votos a favor.
En 1950, el flamante arzobispo Makarios conjuga la política con el calor de los salmos: su figura mística reúne, para los sufridos chipriotas, la imagen del esforzado defensor de los derechos civiles contra turcos y griegos y que, además, encabeza la Iglesia. Una suma nada despreciable que el Arzobispo se encarga de avalar en los hechos. En 1953 envía a la UN un firme pedido de que se incluya en la agenda su moción: “aplicar realmente los derechos del pueblo de Chipre a la autodeterminación”. Su asistencia a las reuniones de Bandung, Indonesia, en 1955, donde se efectuó la primera conferencia Afro-Asiática, lo comprometió, en cierto modo, con los dirigentes de las naciones no alineadas.
Llega el año crucial de 1963 cuando griegos y turcos inician francas hostilidades. Las dos comunidades enemigas gozaban, según los Acuerdos de Londres y Zurich, del posible amparo de una guarnición de 950 soldados griegos y 650 soldados turcos. Pero, en 1964, al estallar graves incidentes en los populosos barrios de Nicosia, los contingentes originales fueron engrosados enormemente por Atenas y Ankara.
Makarios, acosado por los hechos, se vio solicitado por dos “madres patrias”: Grecia y Turquía, que le imponían una virtual dependencia. Y una vieja sombra comandaba las tropas griegas: el general George Grivas. Sombra persecutoria que haría exclamar a un órgano oficioso: “Tristemente, el arzobispo Makarios está poseído por fuerzas satánicas. La pesada cruz bizantina, incrustada de esmeraldas y rubíes, que siempre lleva en el pecho, tal vez configure un buen exorcismo”.
Pronto la UN intervino en el caos a solicitud del mismo Makarios. A través de la inesperada solución del representante norteamericano, Cyrus Vance, el sutil eclesiástico mereció el don que el organismo internacional expulsara las tropas griegas y turcas ilegales, ubicando los "cascos azules” del cuerpo pacificador. Una importante reducción de la guardia nacional chipriota (de 15.000 hombres a 2.000) favoreció más los planes del Arzobispo. En fin, un completo triunfo que incluía la gratificación del alejamiento del general Grivas con sus fieles.
Pero todas estas victorias dejaron insatisfecho al gobernante de la isla. Expulsados los ingleses, ahora la atención está volcada sobre las comunidad turcas y griegas que, de hecho, él considera invasoras. “Monseñor —le preguntaron alguna vez—, ¿cuál es el arma que usted prefiere en la lucha que lo absorbe?” A lo que contestó Myriartes Makarios III, tomando fuertemente su mítica cruz de esmeraldas: “No hacer política”. Opinión no compartida por el general Grivas y su cohorte de guerrilleros que se preparan, en el suelo patrio, a una batalla decisiva. Y por los coroneles griegos que en Atenas lanzan el anuncio de una guerra civil sin cuartel. Los “poderes satánicos” y providenciales del arzobispo Makarios parecen crecer y tornarse desmesurados en la caótica nación.
PANORAMA, FEBRERO 22, 1972
Makarios

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