Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

alucinógenos
Alucinógenos
Viaje al centro de la histeria
Convencida, la joven madre musitó: “Prefiero que mi hijo fume grass [grass weed, marihuana] antes que encontrarlo borracho”. Y explicó: “La marihuana no lo dañaría; el alcohol sí”. Fue una de las primeras contestaciones para una pregunta (“¿Qué haría si encuentra a su hijo fumando marihuana?”) que un cronista del San Francisco Chronicle asestó, el mes pasado, a un centenar de madres californianas. La ubicación geográfica no era casual: en California funciona la Universidad de Berkeley, amurallada como una ciudad antigua y separada del exterior por cuatro enormes puertas; la Universidad es el punto de reunión de la más conspicua intelectualidad norteamericana y, también, uno de los más activos centros de consumo de drogas en USA. Tanto, que un estudiante llegó a sugerir públicamente el procedimiento para acabar con los pasadores: “Es fácil, pongan un agente en cada puerta”.
Claro, no sería una solución nacional; datan de casi veinte años las primeras conclusiones de laboratorio sobre el ácido lisérgico, pero recién el año pasado se difundieron los viajes, LSD mediante, a nivel masivo. Además, la intelligentzia del movimiento surgió en Harvard, a partir de la incendiada defensa de los psiquedélicos que emprendió el famoso profesor Timothy Leary, separado por eso de los claustros. Ahora, Leary añadió fundamentos metafísicos a su defensa, al extremo de haber fundado la Liga por el Descubrimiento Espiritual, de la que es una especie de gurú (Nº198). La semana pasada, en Nueva York, realizó su segunda celebración psiquedélica, de insólito tema; reencarnación de Cristo.
Pero, algo alicaído por el cariz terapéutico y solemne que se le dio, el LSD está siendo desplazado por una enorme ensaladera, que preside casi toda reunión estudiantil, y que desborda de 'juju' (marihuana) listo para liar. Una eventual sequedad de garganta es remediada por Elsie's Frappe, unas semillas molidas en leche malteada. Bajo el lema de un estudiante de Harvard (“Cada cosa diferente produce una reacción diferente”) es posible prepararse diversos y sustanciosos smorgasbord psiquedélicos. Unos exigen alucinógenos ilegales (psilocibina, LSD, peyotl, marihuana, heroína, opio, cocaína) y, otros, elementos simples como la nuez moscada, el pegalotodo, los quitamanchas.
La severa FDA, de USA, tiene una dependencia, el DAC (Drug Abuse Control; control de abuso de drogas), uno de cuyos miembros, el doctor James Fox, cree que el uno por ciento de los estudiantes norteamericanos ha emprendido ya algún viaje. “Por lo general —anunció sobriamente un sociólogo de la Universidad de California—, mi mujer y yo nos hacemos uno por semana; ahora estamos muy ocupados y por eso los extendimos a una sola vez al mes.” El profesor y señora fuman cigarrillos de marihuana, de los que un periodista de San Francisco dijo: “Toda la gente que conozco los fuma”. Y su gente comprendía desde programadores de computadoras hasta médicos, asegura Newsweek.
“En una fiesta a la que fui —recuerda un profesor de inglés— me ofrecieron marihuana. Eso me cayó muy bien; era una demostración de confianza.” El doctor David Powelson —jefe de los Servicios Psiquiátricos de la Universidad de Berkeley— agrega que “si bien resulta explosiva socialmente y, por lo tanto, violatoria de la ley, la marihuana no es una catástrofe para la gente que la emplea”. Y, en ese camino, un subcomité de narcóticos, de la New York County Medical Society, estudia la posibilidad de librarla de control estadual o federal. Entre las razones esgrimidas hay una fisiológica: aquella madre encuestada tendría razón, ya que el alcohol es responsable de la cirrosis hepática, en cambio la grass no provoca desarreglos orgánicos; “ni siquiera reacciones violentas como el haschisch”.
Para la mayoría de los investigadores, lo más importante no es la mayor o menor incidencia patológica de las drogas, sino la motivación que lleva a tomarlas. “Generalmente, es la búsqueda de sensaciones de quienes padecen un terrible sentimiento de carencia de vida; no confían en ella tal como es —afirma el doctor Norman Zinberg, psiquiatra de Harvard— y buscan algo más hermoso, más real.”
Esa búsqueda desembocó ya en la dimetiltriptamina, sintetizada hace diez años por primera vez, y pariente del alucinógeno psilocibina. La técnica consiste en saturar perejil o tabaco de pipa en DMT y fumarlo; es menos potente que el LSD y sus efectos, por lo tanto, no duran más que una hora. Para los entendidos
es como “LSD comprimido”, y el estado que produce fue bautizado, en homenaje a su brevedad, de “viaje de un hombre de negocios”. En realidad, la moda psiquedélica lo cambia todo, empapa de vicio áreas periodísticas tradicionalmente inocentes, como la columna de recetas culinarias: la de The East Village Other, de Nueva York, aparece ahora plagada de excursiones. Malteado de nuez de betel es el último ejemplo: “Tome tres o cuatro nueces de betel, agregue una cucharada de marihuana, media banana, una cuchara sopera —al ras— de malta, un cuarto litro de leche y azúcar; mezcle en licuadora y sirva en vaso alto”. En el puerto, al terminar el viaje de nuez, esperan casi siempre las jaquecas, como lógico colofón de un trayecto alterado por náuseas y mareos.
Tanta variedad fue la causa de que por un tiempo nadie advirtiera
la nueva tendencia, en la moda psiquedélica: ponerse en trance sin tomar nada, en la alocada discoteca The Cheetah, de Nueva York, el sonido asalta los sentidos por medio de pulsaciones, amplificaciones, danzas individuales y frenéticas y luces multicolores girando enloquecidas; la sencillez trajo aparejada, también, una novedad para el marketing: tiendas especializadas que venden desde dijes (que provocan extraños juegos de luces) Hasta botones como bolitas, para “vivenciar sensaciones táctiles”. La principal es Head Shop, donde se rumorea que fueron fabricadas unas insignias que piden la legalización de la marihuana y demás yerbas, y que luce todo veterano concurrente a The Cheetah. Como es lógico, este viraje a la exquisitez ha provocado considerable revuelo entre los bien pensantes; no, en cambio, en las acogedoras páginas del East Village Other. La última tesis de su director se desparramó, desde el Greenwich, por toda Nueva York. “Pienso —escribió— que toda esta gente se ha graduado en yoga.”
Copyright Newsweek, 1967.
3 de enero de 1967-Nº 210
PRIMERA PLANA

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