Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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ALFREDO ZITARROSA CANTAR CON FUNDAMENTO Atrincherado en una fama que ya desborda ambas márgenes del Plata, el máximo trovador uruguayo demostró en su diálogo con SIETE DIAS que carece de los tics que atormentan a sus pares. Serio, concentrado, polémico, ejercita el canto popular como un oficio que excede el ámbito musical: “Quiero interpretar a mi país y a mi generación” Verano de 1965, en Cosquín. Una noche cualquiera del tradicional festival folklórico que bulle, todos los años, en el anfiteatro de la plaza Próspero Molina. En un extremo del escenario, un guitarrista solitario engarza estrofas inaudibles mientras el público presta toda su atención a los cuarenta integrantes de una orquesta paraguaya que afinan sus instrumentos en el centro del tablado. Por un instante, el trovador —pálido, menudo— se acerca hacia las candilejas y, casi arrastrando la guitarra, se perfila ante los espectadores: sólo entonces comprenden que ha concluido su actuación. Breves, anémicos aplausos lo despiden. Cinco años después de este rotundo fiasco, Alfredo Zitarrosa (34, una hija, nacido en Montevideo), protagonista de una explosión discográfica sin precedentes en su país y sumo sacerdote indiscutido del canto popular uruguayo, sigue siendo víctima de esa misma inasible soledad que lo circundó aquella noche en Córdoba. Aunque invariablemente convoca en sus recitales a una legión de fanáticos admiradores y vendió más de 125 mil discos caratulados con su rostro huraño, su voz ríspida, portadora de inquietantes mensajes, está rigurosamente prohibida en la mayoría de las radios uruguayas. Acusado de difundir canciones militantes, de comunizante y anarquista, Zitarrosa debe afrontar también —curiosamente— los furiosos embates de la izquierda uruguaya, que no le perdona su fugaz incursión como empresario de una sofisticada boite montevideana, La claraboya amarilla, y su actuación en Punta del Este auspiciado por el gobierno. Solo, cercado por una sutil conspiración del silencio, AZ conserva intacta la popularidad que ganó hace cuatro años con sus salmos, durante un ciclo de recitales hilvanados en el teatro Odeón de Montevideo. Venía precedido por un exótico curriculum: locutor de radio, actor teatral, Gran Premio Municipal de Poesía en 1959 y periodista del semanario Marcha. Podía componer canciones, pero nadie esperaba que las cantara. Lo hizo y lo llamaron folklorista, rótulo que él mismo reemplazó por el de cantor popular. Así cinceló un nuevo estilo (“cantar a la uruguaya") y arrastró tras de sí a una marea de jóvenes artistas (Generación 55) que conocieron el éxito en un país habituado, hasta ese momento, a prosternarse ante los ídolos de la música popular extranjera. Conocido en la Argentina como el autor de canciones que interpretan Jorge Cafrune, César Isella y Los Fronterizos —además de las cosechadas en cuatro longplays propios—, Zitarrosa se presentó los dos últimos lunes de julio en el teatro ABC de Buenos Aires: una verdadera prueba de fuego (y el debut en escenarios extranjeros) para el creador de Violín de Becho y Milonga para una niña. Horas antes de este suceso, en la casa del joven poeta uruguayo Enrique Estrázulas —autor de Barrio Sur, opus incluido en su más reciente long-play—, Zitarrosa demostró en su diálogo con el corresponsal de SIETE DIAS en Montevideo que carece de los fíes que suelen atormentar a sus pares: serio, reconcentrado, siempre polémico, el hombre parapetado tras el artista es la antítesis flagrante de los cantantes de moda. —¿Compone y canta por vocación artística o para expresar ideas que dinamicen a la gente? —Mis motivaciones son interiores. Cuando tomo una guitarra y compongo una canción reflejo mi estado anímico. Es muy simple. Se parte de una primera frase que sale instintivamente; la guitarra, luego, hace el resto. Como hombre soy una especie completa: sumergido en mi contexto personal, sufro, río, protesto, lloro o peleo. Como cantor popular reflejo todo eso en mis canciones hasta componer al fin una visión del mundo, personal y egocentrista. Si así se dinamiza a la gente, tanto mejor. —Usted fue el primer artista uruguayo que se autodefinió "cantor popular". ¿Por qué? —Esto supone convertirse en un reflejo más o menos fiel del medio social en que se vive. Por esa razón, casi siempre me resulta indispensable elaborar la música y la letra de mis canciones. Justamente porque hago algo más que cantar: quiero interpretar a mi país en general y a mi generación en particular. —¿Es lo que hizo con “Generación 55"? —¡Ahí está! Aquel programa de televisión que conduje llevaba ese nombre porque interpretaba de alguna forma a los jóvenes que desde 1955 para acá heredaron un Uruguay maltrecho y decadente. Esa generación de la crisis inspiró mis canciones y, al mismo tiempo, las impuso en mi país. —¿Sin crisis no se hubiera impuesto el "canto popular"? —La crisis es la causa de que este movimiento surja. El uruguayo comienza a preocuparse de lo suyo cuando siente el país que se hunde bajo sus pies. Hoy que tenemos problemas propios nos importan menos los ajenos. Siempre se prefieren las voces que se revelan sensibles a una realidad particular y eso les ocurrió a tos uruguayos. Antes, salvo algún cantor de tangos, sólo los extranjeros vendían discos en mi país. —Siguen vendiendo y se los oye por todos lados. —Es distinto porque ahora nosotros competimos. En 1967 y 1968 llegué primero en el ranking de ventas. En 1969 peleé palmo a palmo con Los Beatles. Lo mismo hacen otros cantores uruguayos como José Carbajal, Los Olimareños y Daniel Viglietti. Además, disputamos posiciones con artistas que también cultivan el canto popular: Joan Manuel Serrat, por ejemplo. —Hábleme de Los Beatles. —Resisto esa música como si tuviera un impermeable puesto. Comprendo que lo que hacen es pop (si eso quiere decir que es popular) e incluso reconozco que sus canciones tienen una base folklórica. Pero detesto el inglés; soy incapaz de disfrutar una canción en ese idioma. De Los Beatles para acá, todos los conjuntos modernos me interesan pero no me gustan. —¿Cómo distingue su trabajo del de ellos, si también es canto popular? —La diferencia está en el ruido. Se aturden con ruido para olvidarse del mundo y se autogozan así. Es una forma de evasión. Lo comprobé años atrás cuando, como redactor de Marcha, hablé con los integrantes de Los Gatos, un cuarteto de moda entonces. Sus respuestas fueron insólitas. A uno le pregunté qué era el ser y respondió: “Una porquería”. Me recordó a una tía vieja que me decía: “Le tengo un asco a los sputniks ...". LOS DESNUDOS Y LOS MUERTOS Alfredo Zitarrosa no duda demasiado cuando se trata de emitir opinión sobre quiénes comparten con él al menos un atributo: la frecuentación con el papel pentagramado. Juzga que Serrat logró un milagro cuando musicalizó doce poemas de Machado: “Ocho funcionaron como canciones cuando lo normal hubiera sido que sólo una o dos resultaran. ¡Ojalá pueda hacer lo mismo con Guillén, García Lorca y César Vallejo”. Menos entusiasmo exterioriza cuando habla de Rimoldi Fraga: “Claro. Encontró un guiye: el revisionismo". —¿Existe un folklore uruguayo? —No soy un investigador porque mi trabajo no me lo exige. Está claro que compartimos con la Argentina milongas, vidalas, huellas, gatos, cifras. Se dice que son nuestros el pericón y el cielito. Entre ellos, a medio camino, está el estilo, y ése sí es un género típicamente oriental. Sobre algunas de estas bases yo trabajo sin la menor ortodoxia, extrayendo de aquí y allá lo que me sirve. Las raíces no interesan; lo que importa es que hay un modo de cantar a la uruguaya que ya se reconoce en todas partes. También en la Argentina. Lo prueban las ofertas que tuve para actuar en Buenos Aires, pero como reclamé más dinero que el más cotizado de los cantantes argentinos, nunca me contrataron. Esta vez fue distinto porque me presenté por cuenta propia. —¿No se sobrevalora cuando eleva su cotización por encima de lo que pueden pagarle realmente? —Es simple conciencia profesional. Me siento responsable de haber expulsado de Uruguay a los cantantes argentinos. Si los desplacé de mi país no puedo cantar en el suyo por menos plata que el mejor. —¿No le teme al fracaso ante el público argentino? —Es un riesgo. El canto popular no es sólo un problema de nacionalidad. El público lo siente si el intérprete sabe cantarlo desde adentro. Además, me alienta saber que Leonardo Favio se impuso haciendo una caricatura de lo que yo cantaba en Uruguay desde mucho antes. Sólo que él agregó pájaros preñados y otras barbaridades por el estilo. —¿Por qué se pone agresivo? —No tengo más remedio. A mí nunca me perdonaron nada. Tampoco los que criticaron La claraboya amarilla diciendo que Zitarrosa regenteaba una boite exclusiva para millonarios. En Uruguay se aprecian los genios cuando se mueren de hambre; luego, todos lloran en su tumba y asunto concluido. AZ venía de escribir en Marcha, un semanario de izquierda. De alguna forma tenía compromisos políticos. Sin embargo, firmó un contrato con el Ministerio de Turismo (es decir con el gobierno) para cantar en Punta del Este. Pero no cree que las críticas se hayan multiplicado por esa razón. “Yo no estaba atado con nadie. Mi primer deber sigue siendo cantar. Además, estaba comprometido con cuarenta artistas que me siguieron en La claraboya amarilla, un negocio tan redondo que todavía debo tres millones de pesos. La única forma de salir de esa situación era cantando en Punta del Este. Volvería a hacerlo si fuera necesario." Cuando se le recuerda que también hubo críticas de otros sectores, no se asombra: “Como siempre. En 1966 se popularizaron juntos dos discos míos: Milonga para una niña y Mire amigo. Esta última fue la primera canción de protesta que tuvo éxito en el Uruguay, razón por la cual ciertos señores se asustaron. Mis canciones eran menos militantes que las de Daniel Viglietti, por ejemplo, pero más populares. De ahí que me prohibieran en ciertas radios y muchos diarios me cerraran sus puertas”. EL COLONIALISMO MUSICAL —¿No le irrita que ciertas radios uruguayas promuevan más a los extranjeros que a los cantantes locales? —No mucho. Hay también un colonialismo musical. Tratándose de argentinos, por ejemplo, me gusta oír en nuestras radios a cantores populares como Jorge Cafrune y Mercedes Sosa. Lo que me disgusta es oír a los Palito Ortega. —¿Acaso Palito Ortega no es, como usted, cantor popular? —Lo será porque vende muchos discos. Por lo demás, es ingenuo, casi torpe. Tiene cierta intuición y el físico adecuado para la época; seguramente representa un prototipo aceptado por el público que se ve reflejado en su carita simpática y un fisiquito endeble. Artísticamente no me sirve. Es un analfabeto musical. —¿Cuáles son sus maestros, en materia de música? —Tengo una formación muy personal y el oído acostumbrado a la buena música. Mis maestros son muchos, desde Beethoven hasta Yupanqui, pasando por Troilo, Rivero y el Chango Rodríguez. ¿Se asombra por la inclusión de Beethoven? Reconozco su influencia. Es un caso admirable porque por encima del artista hay un hombre desgarrado, poderoso, tierno e inspirado a la vez. En el fondo, un gran poeta. Bach, en cambio, es un ingeniero. Es lo mismo que comparar al Che con Fidel Castro. Guevara es el poeta de la revolución. Castro, en cambio, es como Bach: un ingeniero. —Usted fue actor de teatro, poeta, periodista. ¿Cuándo se decidió a cantar? —Canto desde que nací, sólo que nunca me atreví a hacerlo en público. Un día se me ocurrió presentarme en un festival y... aquí me tiene. Canto profesionalmente desde los 29 años; ya era viejo, según dijeron entonces. Ahora, sospecho que no voy a durar mucho porque no me cuido: fumo tres paquetes de cigarrillos y tomo medio litro de whisky por día. —¿Por qué se está suicidando artísticamente? —Porque esta vida no me sirve y me disgusta ser cantor de moda con las trabas que ello supone. —Hace poco, Serrat dijo que los cantantes tienen la obligación, llegado el momento, de cambiar la guitarra por el fusil. ¿Cuál es su opinión? —La revolución es inevitable en América latina y, en muchos casos, la violencia será el único camino. En ese punto comparto la tesis de Juan Domingo Perón: el tiempo trabaja a favor de la revolución y cuanto más tiempo pase, menos cruenta y dolorosa será. En cuanto a mí, sigo pensando que mi primer deber como cantor es cantar. —En Uruguay, algunos grupos sediciosos ya han desatado la violencia. —Si yo fuera uno de ellos, estaría más dispuesto a morir que a matar. ANTONIO MERCADER Revista Siete Días Ilustrados 10.08.1970 |