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Piletas: Veraneo en pequeñas dosis |
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Una miniatura casi perfecta ![]() “Alguno de los actuales habitantes descendemos de las ocho primeras familias que habitaron las casas construidas en 1915 dentro del perímetro de la fábrica”, recordó la semana pasada el intendente Carlos Pfisterer (45 años), pionero del pueblo. Al cabo de una década, aquellas ocho familias se trasladaron a la Villa, que en 1926 contaba ya con una modesta escuela de cuatro aulas. Las ínfulas progresistas del clan dieron rápidos frutos: la escuela se ganó el patrocinio oficial del gobierno de la Provincia y no tardó en prolongarse en una biblioteca para los lugareños adultos. En la actualidad, los adultos pueden conseguir capacitación adicional sin emerger de la zona, gracias a una escuela profesional nocturna habilitada en 1956 y que desde entonces suma nuevos cursos. El pueblo tiene un aire de coto umbrío, como si hubiera sido edificado dentro de un bosque; en realidad, fue al revés: algunos residentes atribuyen al entusiasmo de los Bemberg por la botánica la proliferación de coníferas, robles y álamos que riegan sus doce hectáreas de superficie, inclusive los costados de su campo de deportes. Cualquiera tiene acceso a Villa Argentina y, por supuesto, a su arbóreo campus, pero no a las dos canchas de tenis y a otras tantas piletas, de uso exclusivo para los habitantes del lugar. Algo falta, sin embargo, en medio de tanta bonanza: “A nuestra edad —rezongó una señora que ronda los 65—, las cuadras resultan cada vez más largas. Una línea de colectivos, interna, nos vendría de perillas”. Los habitantes de Villa Argentina sienten, placenteramente, que la imagen de la capilla, inaugurada el mes pasado, redondea su status de pueblo: costó cerca de 12 millones de pesos, fue donada por uno de los descendientes del fundador y su diseño corrió por cuenta del arquitecto Alejandro Bustillo. Sus líneas, que respetan el más típico estilo colonial, cobijan en su interior un sinnúmero de reliquias de los siglos XV y XVI, donadas por el propio Bustillo. Por lo demás, a tantos motivos de conformidad que tienen los argentinenses, se suma otro no menos importante. ’tal vez el más insólito: los más antiguos pagan, como hace cuarenta años, 35 pesos por mes de alquiler. Los más nuevos no gozan de tarifa tan módica: pagan 80 pesos mensuales. Revista Primera Plana 10.01.1967 |