Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

En la Unión Cívica Radical quieren quemar a sus mejores hombres
La lucha interna ha enfrentado otra vez a "abstencionistas" y "combatientes"

EN una quinta de los alrededores de la ciudad de Córdoba, los dirigentes radicales de la “docta” agasajaban con un almuerzo campestre, en octubre último, a los correligionarios de otros distritos, que, como delegados al Comité Nacional partidario, habían asistido a la reunión última de ese organismo, realizada en la Casa Radical cordobesa. A los postres, la concurrencia, diseminada en diversas mesas improvisadas bajo la frondosa arboleda, escuchaba un tanto distraídamente los inevitables discursos. Repentinamente, todos prestaron atención: “La hora no es para doctrinarios y hombres de gabinete”, había dicho el orador de turno. Todos miraron disimuladamente al doctor Arturo Frondizi, ubicado en la cabecera, junto al doctor Amadeo Sabattini, que se había mostrado muy cortés durante toda la jornada con el ex legislador porteño. Y advirtieron que el doctor Sabattini, en silencio, aprobaba el concepto con solemnes movimientos de cabeza, terminantes y repetidos.
Frondizi
Hubo algunos aplausos. Y hubo también, en una mesa algo alejada de la cabecera, quien se levantó molestísimo y, arrojando con furia su servilleta sobre los manteles, se alejó del lugar a grandes zancadas, lanzando algunas palabras fuertes para condenar la descortesía que implicaba agraviar con indirectas a los visitantes a quienes se agasajaba. Quien así protestaba abandonando el local era un ex diputado nacional por Entre Ríos, del sector intransigente, como los doctores Sabattini y Frondizi, y muy amigo de este último. En cuanto al orador, no era un intransigente, ni un cordobés, sino un delegado por Mendoza, perteneciente al sector unionista, de quien se venía diciendo que derivaba, lentamente, hacia la intransigencia... “sabattinista”.
Y es aquí donde el lector que no esté enterado en detalle de los problemas internos del radicalismo comienza a no entender nada. ¿No basta, acaso, pensará, con los matices diferenciales, y ya bastante mal conocidos? ¿Es que ahora hay submatices? ¿Cuántos, y qué representan?

El mosaico radical
Nunca fué fácil, para el grueso de la opinión ajena al partido, comprender cabalmente las verdaderas razones de la nunca resuelta lucha interna que devora hace años al radicalismo y le resta fuerzas para el enfrentamiento decidido de los problemas generales del país. Ya era bastante esfuerzo para el ciudadano desprevenido entender eso de “intransigentes” y “unionistas” y aceptar que había algo más que meras disputas de preeminencia de grupos o personas en esa pugna interminable y en las bizantinas distinciones que complican —hasta la desesperación, para el profano— el mosaico interno radical.
Los mismos enterados, en plan de explicación, y conscientes perfectamente de la falsedad que encierra siempre todo esquema, recurrían a definiciones y equivalencias sumarias, que no contentaban casi nunca a los bandos. Intransigencia y unionismo representan, en cierto modo, pretendíase, la izquierda y la derecha, respectivamente. O, si se quiere, el “irigoyenismo”, de acento popular, antiimperialista, socializante en economía y un sí es no es nacionalista —prefieren los radicales decir, simplemente, Balbín
“nacional”—, frente al “alvearismo”, mejor dispuesto frente a lo foráneo y francamente liberal en política y economía.
Naturalmente, este esquematismo, que olvida muchas cosas y acentúa injustamente otras en beneficio de la claridad, es rechazado airadamente por muchos radicales. Por los que no quieren ni oír hablar de izquierda y derecha, considerándolas definiciones ambiguas —antiamericanas, dicen— y sin aplicación a la realidad nacional; y también por quienes entienden que el diferendo no es programático, no reside en discrepancias ideológicas, sino esencialmente en la “conducta”: en la lealtad o deslealtad para con el partido y para con los intereses del pueblo, que alguna vez, según la intransigencia, han sido
pospuestos a los intereses de los consorcios capitalistas extranjeros.
Pero seguir por este camino sería perderse en distingos y, cosa que, periodísticamente, es pecado más grave, sería hacer historia antigua. Porque la novedad fundamental es que la actual y enconada lucha interna radical, de la que el público ha oído algunas referencias incompletas y aisladas, ya no se desenvuelve en los mismos carriles, ya no está planteada entre intransigentes y unionistas. Ahora se trata de una lucha empeñada, aunque no abiertamente, no por eso con menor aspereza, en el seno mismo del Movimiento Intransigente y Renovador, que desde el año 1948 gobierna el Partido, con amplia mayoría en la Convención Nacional, en el Comité Nacional y en las tres cuartas partes de los comités de distrito de la República.

El problema actual
Cabezas visibles de este enfrentamiento interno de los intransigentes son, por un lado, el ex diputado nacional por la capital doctor Arturo Frondizi y, por el otro, aunque no confesadamente, el ex gobernador de Córdoba doctor Amadeo Sabattini, a quien se atribuye el designio de imponer —contra la candidatura Frondizi— la reelección como presidente del Comité Nacional partidario de su amigo el doctor Santiago H. del Castillo, fiel expresión hasta hoy de la voluntad del hasta hace dos años jefe indiscutido del movimiento intransigente.
Quizá esta última referencia incidental pos ofrezca un pie útil para la inevitable recapitulación, que conviene no llevar muy atrás para no complicar el cuadro con problemas superados. Hasta hace dos años, v aun algo después, el doctor Amadeo Sabattini. sin ningún cargo importante en la organización partidaria, conservaba sin mengua visible su posición de jefe de la intransigencia que gobernaba el partido, y tenía, además, muy buenos amigos en el sector unionista de varios distritos. Especialmente, al parecer, en el unionismo de la Capital Federal, cuyo jefe, Julián Sancerni Jiménez, mantuvo siempre relaciones cordiales con el líder cordobés. Sabattini, suelen decir los eternos murmuradores del Partido, es intransigente... en Córdoba solamente.
El caso es que, hasta hace aproximadamente dos años, repetimos, nadie le disputaba en la intransigencia —y bien podría decirse en todo el Partido— su calidad de jefe supremo, fortalecida por su desinterés total respecto a cargos y candidaturas. Encastillado en su modesto consultorio de Villa María, obligada Meca de ineludibles consultas para cualquier asunto partidario de importancia, don Amadeo rechazaba siempre las instancias de sus partidarios, que más de una vez desearon empujarlo a posiciones de primerísimo plano. Hubiera sido, de haberlo querido, el candidato a presidente de la República, en lugar del doctor Balbín. Hubiera sido también, cuantas veces lo deseara, , presidente del Comité Nacional partidario. Ya se sabe que la intransigencia gobierna al Partido desde 1948, y el doctor Sabattini gobierna —o gobernaba...— a la intransigencia.

La primera grieta
Gelsi
Y fué precisamente cuando la Convención Nacional partidaria proclamó, en agosto de 1951, la fórmula Balbín-Frondizi, cuando se hizo evidente la primera fisura. No porque el doctor Sabattini se opusiera al binomio. Trató, solamente, de postergar en aquellos días la proclamación de la fórmula, en tren de contemporización con el sector unionista del partido, sirviendo quizá a planes que no aparecían muy claros. El unionismo se inclinaba a la abstención, y quería, por lo menos, condicionar la concurrencia del radicalismo a las elecciones de noviembre de aquel año a ciertas exigencias. Pero en la convención tenían gran mayoría los partidarios de la proclamación inmediata, y la fórmula fué proclamada, pese al retiro de los convencionales cordobeses, siempre fieles a don Amadeo. ¿Jugó éste a fondo
en aquella ocasión toda su influencia? Quedó la duda en muchos ánimos. Era aún muy fuerte en la intransigencia, y muchos convencionales intransigentes de otros distritos lo hubieran seguido; pero quizá le bastó a Sabattini con el retiro de los cordobeses, que no alcanzó a quebrar el “quórum”, pero bastó, en cambio, para cumplir con algún compromiso. Todas estas suposiciones quedaron en el plano de ' las conjeturas. Quedó también flotando en el clima partidario la sensación de una tirantez entre los equipos dirigentes de Bueno Aires y de Córdoba. No era una novedad en el Partido, por cierto. Siempre se ha dado en nuestra política, de tanto en tanto, esa polarización de fuerzas: Litoral contra Interior.. .
Pero las cosas no pasaron entonces de ahí, y el doctor Sabattini volvió muy pronto a imponer su autoridad, logrando en febrero de 1952 la reelección del doctor Santiago H. del Castillo como presidente del Comité Nacional. Y por unanimidad. Las aspiraciones al cargo que se atribuyeron entonces al doctor Ricardo Balbín, lo mismo que al doctor Arturo Frondizi —vencidos por Perón en noviembre de 1951 — se vieron desplazadas, si existieron, por el restablecimiento pleno de la autoridad cordobesa. Hecho facilitado por cierta campaña deletérea de desprestigio llevada contra los integrantes de la fórmula presidencial. Los doctores Balbín y Frondizi eran un “comando derrotado”, según la muletilla repetida en una campaña de murmuraciones de trastienda, evidentemente inspirada en Córdoba. (El mismo cargo, “comando de derrota”, había sido esgrimido por la intransigencia contra el binomio Tamborini-Mosca, y sirvió para desalojar al unionismo del gobierno del partido. Quien a hierro mata. . .) Inútil fué que los amigos de los líderes porteños argumentaran que las condiciones electorales de noviembre de 1951 no habían sido las de febrero de 1946. La campaña de murmuraciones, a la que se sumaban encantados los unionistas —vencidos por la intransigencia en junio de 1952 por primera vez en la Capital Federal—, se transformó pronto en una recrudescencia del brote abstencionista. La vieja tesis abstencionista resultaba naturalmente fortalecida por la aplastante derrota electoral infligida por el peronismo a un partido cansado de luchas internas, desalentado, que se consideraba desposeído de medios normales de propaganda y de acción, y que podía ver en la abstención electoral y en el abandono do la colaboración parlamentaria una salida desesperada; necesaria, quizá —pensábase—, para galvanizar, por una especie de milagro, las energías del Partido, cohesionándolo, y liquidando pugnas menores.

Abstención y concurrencia
La lucha interna cambiaba visiblemente de cariz. Ya no se trataba de la intransigencia contra el unionismo. Este, fuerte solamente en Sabattini
Mendoza, entre Ríos y Santa Fe, no era problema. El sector mayoritario, la intransigencia, acusado de repetir en el gobierno del Partido viejos errores de que acusó a sus adversarios —maniobras reeleccionistas, personalismos, entendimiento de dirigentes al margen de la masa afiliada—, se debilitaba en disensiones locales. En la provincia de Buenos Aires, donde la intransigencia era aplastante mayoría, el subsector “doctrinario” del movimiento, acaudillado por una personalidad de prestigio intelectual y de capacidad política y organizativa notable, el doctor Moisés Lebensohn, mantenía una sorda rivalidad con el grupo de amigos del doctor Ricardo Balbín, a quien se señalaba como algo inclinado a posponer las definiciones programáticas avanzadas que la intransigencia se había dado a conveniencias circunstanciales de la política interna. El grupo “platense” del doctor Balbín, que veía, en cambio, a los “doctrinarios” como peligrosos divisionistas e ideólogos, derrotó a éstos en reñidas elecciones internas y ganó el comando provincial.
En la Capital Federal no se entendían los amigos del doctor Arturo Frondizi con los del diputado Francisco Rabanal, aunque ambos mantenían aparente amistad personal. El segundo, el caudillo de parroquia más votado, autor principal de la derrota del aguerrido unionismo metropolitano, se sentía en la intransigencia de la capital en el mismo plano que el legislador de más prestigio de todo el Partido.. .
Entretanto, en la intransigencia de Córdoba y de otros distritos de la República el abstencionismo crecía. También se pronunciaban por la abstención y el abandono de bancas algunos dirigentes metropolitanos de la intransigencia; “casualmente”, los más amigos del doctor Sabattini. . .
El doctor Lebensohn, en la provincia de Buenos Aires —Balbín estuvo algún tiempo a la expectativa, al parecer... —, y el doctor Frondizi, en la Capital Federal, se constituyeron en los decididos sostenedores de la tesis contraria, que ellos llamaron la “línea combatiente”, y que sus adversarios llamaban, con intención peyorativa, “concurren-cismo”, cuando no “colaboracionismo” ... o “legalización del régimen”.
La abstención, sostenían los doctores Lebensohn y Frondizi, era suicida, frente a las leyes dictadas por el peronismo, que la castigan con la pérdida de la personería electoral del Partido y la consiguiente disolución. Era una salida neurótica, de desesperados, que no aportaba solución alguna, y que no haría sino agravar más una lucha ya difícil. La abstención era un arria
ineficaz, por anacrónica, en una estructura política moderna de opinión dirigida a través de la prensa, un gesto sin resonancia por falta de medios partidarios propios de propaganda, una actitud que podía tener repercusión y consecuencias políticas en el Buenos Aires Gran Aldea del 1900, discutidora e informada de los detalles de la política, pero nunca bajo un estado de guerra interno que incomunica entre sí a los ciudadanos. Además, para los de la “línea combatiente”, casi todos ellos colocados en el ala “doctrinaria” del partido, la abstención y el abandono de las bancas implicaba la tentativa oculta de volver a una especie de “frente democrático” en la conspiración y la ilegalidad y la confusión inevitable con otros partidos de oposición, que no tienen de común con el radicalismo otra cosa que el antiperonismo. Y con quienes —decían los ortodoxos— son antiperonistas porque han visto en el peronismo una revolución social que temen, mientras el radicalismo de hoy no la teme y desearía realizar ampliamente, en cambio, “en la libertad”, muchos postulados sociales del peronismo.

Viejos y nuevos dirigentes
En un artículo aparecido en esos días en un periódico intransigente de la provincia de Buenos Aires, en el que se adivinaba la pluma del doctor Lebensohn, leíase: En la abstención entraríamos en la masa indiferenciada e indiscriminada del “antiperonismo”, con todos los riesgos que eso significa para el porvenir del país; perderíamos esa función fecunda del encauzamiento en nuestras filas de las masas que vuelven a la libertad. La abstención —agregaba el suelto— llevará a la supresión de la vida democrática interna y a la cristalización de los cuadros directivos hasta el cambio de situación política. La lucha interna ha permitido reemplazar a los hombres cansados de la lucha, y en provincias enteras aparecieron nuevos equipos que evidencian mayor eficacia y combatividad. En la abstención, la intervención de los afiliados será reemplazada por acuerdos de dirigentes.
Naturalmente, quienes así pensaban iban a ser combatidos con saña por . dirigentes veteranos, como el doctor Sabattini, cuya prolongada hegemonía empezaba a ser discutida.

El choque
del Castillo
El choque se produjo cuando la nueva Convención Nacional partidaria, reunida en diciembre de 1952, debió elegir presidente. El candidato de la intransigencia doctrinaria era el doctor Moisés Lebensohn, a quien finalmente apoyaba, también, el grupo del doctor Balbín, decidido por la “línea combatiente”. El sector intransigente cordobés y algunos intransigentes de la capital le opusieron otro candidato: el teniente coronel Emilio Cattaneo. Pero la discusión se limitó a los conciliábulos de los sectores y a larguísimos cabildeos previos, en que se discutieron hombres v posiciones. Cuando se llegó a las votaciones, en el seno del bloque intransigente resultó que, en definitiva, los de Córdoba no tenían candidato. Y cuando la Convención Nacional debió elegir presidente, los cordobeses se retiraron. El doctor Lebensohn fué electo presidente del alto cuerpo, sin su voto, y por unanimidad de los delegados intransigentes presentes. Los unionistas habían votado al doctor Eduardo Laurencena.

La derrota de Sabattini
¿Quién había obrado esta primera gran derrota del doctor Sabattini? Porque lo fué, no cabe duda, aunque los cordobeses soslayaron al final un enfrentamiento abierto, a la luz del día. La Convención Nacional había votado, además, una declaración de “lucha en todos los frentes”, perfectamente acorde con la "línea combatiente”. El unionismo, un si es no es apoyado por los cordobeses, había propugnado la abstención electoral y la renuncia a las representaciones públicas.
El resultado final de la compulsa de fuerzas fue expresión, no sólo de la rehecha unidad de la intransigencia bonaerense, sino principalmente del vuelco total hacia la candidatura Lebensohn y la posición combatiente por parte de la delegación intransigente de Tucumán y de otras provincias del norte argentino que tradicionalmente giraban en la órbita del doctor Sabattini. Este vuelco fue, a su vez, resultado de la acción y la influencia del dirigente radical intransigente de mayor prestigio popular del norte: el doctor Celestino Gelsi, diputado provincial en Tucumán y presidente del Comité Central del radicalismo en esa provincia. Gelsi, hombre de singular dinamismo, había militado siempre en el elenco “sabattinista” y había sido pocos años antes un gran factor de la victoria general del movimiento intransigente en el interior, hasta que, espiritualmente identificado con los hombres que representaban la línea de definiciones avanzadas del partido, decidió enfrentarlo al doctor Sabattini cuando creyó que éste sacrificaba esa línea a una especie de tradición “irigoyenista” de mando único y de desconfianza nacional a todo ideologismo de izquierda. Y el doctor Gelsi enfrentó a don Amadeo en su propia casa, donde lo visitó para reprocharle su veto a la candidatura Lebensohn y romper lanzas con él abiertamente, en largas discusiones privadas; que trascendieron, naturalmente, como trascienden casi siempre las peleas de familia.

La convivencia
Y el partido entró así en el año 1953 —el año de los atentados terroristas y la amnistía final, el año de los cientos de detenidos políticos y de la política de convivencia pacífica que vino a aflojar una intolerable tensión— hondamente dividido en el seno mismo de su sector mayoritario, dueño de los organismos del gobierno de la agrupación. La intransigencia cordobesa, vencida por el número en la Convención Nacional, donde la representación es proporcional y delegaciones como la de Buenos Aires —44 delegados— son decisivas ofrecía lucha, sin embargo, en el Comité Nacional, órgano ejecutivo en manos de un amigo fiel del doctor Sabattini y donde todos los distritos tienen pareja representación. Algunos actos de la mesa del Comité Nacional fueron juzgados como un alzamiento virtual frente a los mandatos de la Convención Nacional. La tensión interna creció. Y la abstención radical en los comicios de las nuevas provincias Presidente Perón y Eva Perón, aprobada a posteriori por el Comité Nacional, fué condenada por algunos como resultado de la presión de la mesa directiva del Comité sobre la masa afiliada de los ex territorios, que deseaban —se dijo—, sobre todo en Eva Perón, concurrir a las elecciones.
Pero vinieron los sucesos de abril, la detención en masa de los cuadros directivos, y la adversidad común cohesionó transitoriamente al partido e impidió que los órganos de conducción que se ha dado la intransigencia, como un partido dentro del partido, llevaran adelante una especie de enjuiciamiento de la acción directiva del doctor Del Castillo.
Vino luego la aparición de una corriente interna inclinada, frente a recién lanzada política de convivencia, a no rehuir obcecadamente contactos con hombres responsables del gobierno, con el fin, decían, de no abandonar al peronismo la bandera simpática de la conciliación, y también —¿por qué no?— para obtener la libertad de los detenidos del Partido, cuyos familiares sitiaban y urgían a los dirigentes en libertad. El problema de los presos, de la medida y alcance de los pasos que podían darse en su favor, y las suspicacias que despertaban algunas idas y venidas de intermediarios entre figuras del Partido y del Gobierno, complicaron hasta el histerismo la vida interna radical.
En los días finales de abril volvió a reunirse la Convención Nacional partidaria. El debate sobre la abstención se había renovado. La tendencia que propugnaba la abstención y el abandono de las bancas, con ramificaciones en el mismo bloque parlamentario nacional, en Córdoba, en Mendoza, en algún grupo dg la provincia de Buenos Aires v en la Capital, parecía otra vez fuerte y reclamaba decisiones. El debate en la Convención fué nuevamente muy áspero, y su presidente, el doctor Lebensohn, fué duramente hostigado. Pero la Convención Nacional refirmó la línea política votada en diciembre de 1952: Las representaciones públicas del radicalismo —decía la resolución política votada— permanecerán en sus funciones para enjuiciar al régimen... Y líneas más abajo agregaba: Los afiliados y simpatizantes prestarán su servicio al país ocupando los puestos de lucha...”. Es decir, no se abandonaban las bancas: se refirmaba la “línea combatiente”. Otra vez, contra la voluntad, bien conocida, del doctor Sabattini. El congreso provincial del radicalismo de Córdoba había propiciado, sin embargo, abiertamente la abstención.
Entretanto, el desarrollo de la política de convivencia auspiciada por el gobierno nacional, y que hacía camino en otros grupos políticos, se estancaba en el radicalismo en largos debates.

Una posición valiente
Dos dirigentes intransigentes de prestigio colocados en el ala doctrinaria, el señor Crisólogo Larralde, de Avellaneda, y el doctor Celestino Gelsi, de Tucumán, habían sostenido abiertamente en el seno de los grupos directivos del partido la necesidad de llegar hasta los despachos oficiales para decir palabras valientes y claras sin temor a las suspicacias inferiores. No fueron seguidos, y el Comité Nacional dió el 8 de agosto un manifiesto extenso en el que se contestaba a las solicitaciones de la política de pacificación nacional con una larga recapitulación histórica, al final de la cual se daba una respuesta inequívoca: Conciliación en la libertad, que el gobierno no recibió bien.
Al mismo tiempo, el Comité Nacional comunicaba a todos los distintos que debían elegir sus delegados para la renovación del alto organismo antes del 31 de diciembre. La U. C. R. se abocaba a la renovación estatutaria de su cuerpo ejecutivo máximo en plena tormenta. Pocos días antes, víctima de una afección cardíaca, y, sin duda, alcanzado por la amargura producida por una campaña de suspicacias innobles, fallecía uno de los hombres de mente más clara del radicalismo: el doctor Moisés Lebensohn, inspirador principal de quienes querían poner cada vez más decididamente, al Partido en la izquierda económicosocial, en la línea antiimperialista y popular, en la corriente de un intervencionismo estatal democrático dirigido a frenar los abusos del privilegio económico. Como, naturalmente, este programa coincidía en muchos puntos básicos con las líneas de la política de Perón, todos los irigoyenistas tradicionales y los conservadores del Partido lo habían acusado de “pro-peronista”, cuando no de “comunizante”.

Frondizi, abanderado
Desaparecido Lebensohn, tomó con vigor su bandera en Buenos Aires el doctor Héctor Noblía, secretario general de la junta nacional del movimiento intransigente, especie de comando interno de la intransigencia. Noblía parece, a muchos intransigentes, más intransigente, más “divisionista” aún que el doctor Lebensohn. Así, cuando es colocado en la disyuntiva de sumar votos o salvar el rigor del programa ideológico, siempre opta por la línea ideológica, aunque se pierdan uno tras otro los comicios internos.
Ante la renovación inminente del Comité Nacional, el doctor Frondizi aparecía para el ala doctrinaria de la intransigencia como el candidato único, indicado, para la presidencia del Partido. La juventud intransigente comenzó a rodearlo. Pero al mismo tiempo se inició la “guerra de conversaciones” contra su candidatura, alentada, naturalmente, por los amigos del doctor Sabattini, aunque éste no se “confesaba” sino muy en privado, excepto una sola vez en que, al parecer, perdió los estribos y, en renovada discusión personal, mano a mano, con el doctor Gelsi, pronosticó rotundamente que el doctor Frondizi no sería presidente del Comité Nacional y que el doctor Santiago del Castillo sería reelegido.
La historia de las maniobras de diversos tipos que se opusieron a la cristalización de la candidatura del doctor Frondizi a la presidencia del Comité Nacional, es muy reciente. Primero, fué el intento de impedir la elección de delegados al Comité por el Distrito Federal, anarquizado por su vida interna a raíz de la rivalidad entre los amigos del señor Rabanal y los amigos del doctor Frondizi. Cuando fué imposible evitar la elección interna metropolitana (sin ella, el doctor Frondizi no hubiera podido ocupar una banca en el Comité Nacional y, naturalmente, no podía ser votado para presidente) se trató de derrotarlo. Lo logró el 6 de diciembre el sector unionista, minoría desde hacía dos años en el distrito, gracias a la falta de concurrencia al comicio interno por parte de los partidarios del señor Rabanal —cuyo nombre figuraba en la lista intransigente al lado del doctor Frondizi...— y de los amigos del influyente caudillo de la circunscripción primera (Mataderos).
De cualquier modo, como cada distrito lleva al Comité Nacional tres delegados por la mayoría y uno por la minoría, el doctor Arturo Frondizi se aseguró una banca de minoría en este organismo, aunque un tanto disminuido por la derrota en su propia casa. Algún trabajo les costó, según se dijo, a sus amigos evitar que renunciara la noche misma del contraste. Detrás del doctor Frondizi, por cierto, estaban “jugados” contra la autoridad del doctor Sabattini muchos intransigentes del interior y de esta Capital, y su abanderado no iba a abandonarlos en mitad de la lucha.
Naturalmente, el resultado de esta elección interna, sorpresa singular para los derrotados y aun para los mismos triunfadores, que no obtuvieron siquiera la mitad de los votos que habían reunido cuando fueron vencidos por la intransigencia en 1952, resultó francamente incomprensible para el público ajeno al Partido. En la Capital de la República, un hombre del prestigio de que goza en el campo opositor el doctor Frondizi apenas lograba reunir en su propio partido 2.972 votos en una elección que movilizó algo menos de 7.000 votantes. No había modo de explicarlo al gran público. En los mismos días, movían masas muy superiores las elecciones de clubs de fútbol. Desde luego, no todos saben que por diversas y obvias razones el registro
partidario del radicalismo metropolitano no llega a los 27.000 afiliados. Aun así, resultaba increíble: sólo había votado el 25 por ciento de los afiliados.
Algunas cifras concretas que recogió luego el informe de los apoderados de la lista intransigente arrojan más luz sobre este episodio. La intransigencia, que en junio de 1952 había obtenido en la sección primera de la Capital, baluarte del diputado Francisco Rabanal, 2.745 votos, en la elección del 6 de diciembre de 1953 sólo logró reunir 106 votos... Contrastes parecidos se registraron en otras parroquias, especialmente en la W, la 15ª, la 16ª y la 18ª, dominadas todas ellas por dirigentes intransigentes afectos al diputado Rabanal, lo que ponía de manifiesto la consumación de una maniobra abstencionista realizada por sorpresa el mismo día del comicio. Según el informe de los apoderados de la lista, hubo “órdenes de abstención”.

Política caciquil
El hecho de que tales órdenes se cumplieran sólo puede explicarse conociendo la composición humana particular de las clientelas electorales de los caudillos de barrio, resabios de un viejo tipo de política de pequeños servicios personales, con ribetes de “Tammany Hall”, política que el radicalismo de otros
distritos ha superado en gran parte hace tiempo. No es un secreto para los que conocen la U. C. Radical por dentro que la Capital ha sido desde hace años la “oveja negra” del Partido...
Naturalmente, esta maniobra determinó la separación de los responsables de la misma por la asamblea de dirigentes del movimiento intransigente de la Capital. Los separados contraatacaron con un documento en que negaban legalidad a esa asamblea y explicaban la abstención como producto del descontento de los afiliados ante el rechazo de un pedido de postergación del comicio; necesaria, decíase, para dar tiempo a la ampliación de un documento en que se fijaba una posición contraria a todo acuerdo con el oficialismo. .. Los amigos del doctor Frondizi contestaron que el responsable del retardo de esa publicación era el mismo diputado Rabanal, quien retuvo el original en su poder varios días sin entregarlo a la imprenta. Y la polémica sigue y seguirá, con variantes incalculables.
En el intento de explicación de lo sucedido el día 6 de diciembre, dado por el grupo “rabanalista”, estaba implícita claramente la acusación principalmente esgrimida por los opositores a la candidatura del doctor Frondizi a la presidencia del Partido: “una presunta proclividad del líder a la política de convivencia”. En realidad, esta acusación no se formuló sino a través de murmuraciones y versiones, sin respaldo. Sólo se atrevió a lanzarla por escrito el doctor Ramón Melgar, quien
en una carta renuncia a la presidencia del comité de la circunscripción 14ª, de esta Capital —renuncia motivada por la adhesión del comité a la candidatura Frondizi—, presenta a éste como “el empresario de la concurrencia desde el fallecimiento del doctor Lebensohn” y como el representante de lo que llama la “línea blanda” frente al gobierno, opuesta a la “línea rígida” de los doctores Sabattini y Del Castillo, cuya conducción aplaude. “La.“línea blanda”, dice el doctor Ramón Melgar —con una metástasis tucumana— ronda el Litoral de , la República.” Y acusa finalmente al doctor Frondizi del designio de transformar “lo rígido en dúctil y lo inconciliable en propenso y accesible a la conciliación”.
Entretanto, el doctor Frondizi, que tendría ya asegurados unos 49 votos sobre 92 delegados que componen el Comité Nacional, había ya contestado a esta campaña en una declaración que difunde la juventud intransigente metropolitana, sosteniendo que “el partido debe quedar en la calle combatiendo, hasta lograr la vigencia plena de los derechos democráticos”.
Y los amigos del doctor Sabattini parece que van a sufrir la terrible desilusión de comprobar, antes de que el Comité Nacional celebre el 30 de enero su postergada reunión constitutiva, que el líder cordobés está a punto de arriar la bandera abstencionista, tras la cual venía enfrentando a sus correligionarios de sector desde hace dos años largos.
Carlos Eduardo MARRY
Revista Esto Es
27.01.1954

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