Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

norman briski
NORMAN BRISKI
Irascible, caprichoso, atormentado, el mimo tiene una insaciable obsesión: triunfar, ganar mucho dinero “para realizar entonces— una auténtica labor creativa con eco popular”

“Doña María piensa que yo soy un loco que hace caras, y doña María tiene razón.” Mientras se maquilla en su camarín del Teatro Municipal General San Martín, en Buenos Aires, donde protagoniza la obra Rosencrantz y Guildenstern han muerto, Norman Naum Briski se desgañifa en un parloteo constante, en un ir y venir de muecas, propias del cliché que vigorizó su status de "primer mimo argentino”. Obviamente, Briski no se detiene a reflexionar sobre ese rótulo tácito que le adosó el público local: "Lo único que lamento —afirma— es que doña María no sepa que yo hago también otro montón de cosas”. Sus reiteradas incursiones en experiencias teatrales y cinematográficas sin la rúbrica del éxito verifican las desconocidas inquietudes de Briski. A los 32 años, el mimo lleva representadas más de una veintena de piezas dramáticas, muchas de las cuales sólo conocieron la humedad de los sótanos cordobeses, los elogios de pequeñas troupes estudiantiles que, en Córdoba, la ciudad de sus comienzos, no anticipaban el posterior detonante, su trasformación en actor popular. La fama, claro, no obedeció a la casualidad: se originó quizá en un espectáculo (Briskosis) que el divo puso en escena al retomar de un viaje por los Estados Unidos; tomó vuelo más tarde cuando N. B. compuso el psicoanalista alienado del film Psexoanálisis, y se afincó definitivamente a raíz del exitoso psicópata que un buen día experimentó La fiaca y decidió dejar de trabajar. No hay un personaje que defina a Briski, "del que pueda decir, bueno, ése sí soy yo”. En cambio, para definirse, el actor prefiere descerrajar sobre sí las iras del humor: "Soy un neurótico galopante, como todo el mundo”. Primero bailarín, después coreógrafo, más tarde actor, orgulloso de publicitar a sus maestros (María Escudero, Juan Carlos Gené, María Fuchs), Norman Briski es, tal vez, el actor de primera línea con más sólida formación académica. Sin embargo, su popularidad, el conocimiento masivo de su imagen, depende ahora de un jingle de televisión.
norman briski—¿No te duele esa contradicción?
—Sí. No me duele por el jingle, sino por la imagen unilateral que doy. Yo no soy únicamente eso. No me disgusta hacer publicidad porque, por otra parte, me reditúa mucho dinero.
—¿No te disgusta la publicidad simplemente porque ganás mucho dinero?
—No sólo por eso. Es un trabajo de actor como cualquier otro.
—Es decir: sos un profesional, te ofrecen un trabajo cualquiera y vos aceptás porque te pagan bien.
—No, ese tipo de tratos yo no los admito. Como no admito que un general de las fuerzas armadas alemanas mate a seis millones de tipos y después diga: "Yo recibí órdenes". Ese tipo de trabajo profesional no lo acepto.
—Entonces, cuando aceptás hacer un jingle, ¿qué es lo que considerás?
—Admito que trabajo circunstancialmente para una empresa, la cual me da mucho dinero con el que, luego, puedo hacer muchas cosas lindas.
—¿No te parece que hablás mucho de dinero? ¿Qué significa la plata para vos?
—La posibilidad de tener un marco creativo más propio, más mío. Eso quiere decir una vida burguesa bien entendida.
—¿Por qué sos tan vanidoso?
—¿Y quién te dijo que soy vanidoso?
—Todos los que te conocen.
—Es cierto. Debe ser porque todavía soy joven, porque todavía creo mucho en mi omnipotencia, en mi capacidad para hacer muchas cosas.
—¿Cuáles son las más importantes?
—Dirigir cine, dirigir teatro.
—¿Cuál de ambas expresiones te interesa más?
—No tengo esquemas. Ni de cine, ni de teatro; ni de televisión. Todo lo que haga, será bueno. Los tres medios me gustan, aunque en TV hay menos posibilidades porque es un medio menos propicio para la creación. Por lo menos, yo todavía no encuentro la manera de hacer TV bien.
—Fuera del medio artístico, ¿qué es lo que te interesa? ¿Te preocupa el mundo que te rodea?
—Yo funciono en base al mundo externo. La función del artista es interpretar el mundo externo para poder representarlo.
—Esa es una abstracción. Concretamente, ¿qué es lo que te preocupa?
—Los problemas argentinos, el manejo de su política; América, el resto del mundo. Es decir: me preocupan primero mis cosas, luego las que me rodean y más tarde todas las demás, hasta las cósmicas.
—¿Cuáles son tus fobias?
—No me gusta vivir en un país donde no hay libertad de cuito.
—Es una respuesta extraña. En la Argentina hay libertad de culto.
—No me gusta que me hagás esa pregunta. Es fácil para ustedes, los periodistas, comprometer al reporteado. No jugamos en igualdad de condiciones. Te la voy a contestar si vos primero me contestas a mí. Por ejemplo; ¿qué opinás del gobierno?
—Los periodistas no abrimos juicio. Damos información.
—¿Ves? El juego es unilateral, y yo no juego unilateralmente, porque entonces pierdo.
(El rapto de Norman Briski es incomprensible. Parece molesto por la pregunta, con intenciones de suspender el reportaje, pero inmediatamente se repone y —según su lenguaje— continúa el juego.)
—¿Por qué te psicoanalizás?
—Te voy a responder al nivel de la persona que va a leer el reportaje. El psicoanálisis es una forma de reeducación.
—¿Vos necesitás que te reeduquen?
—Psicológicamente. Que quede claro. No en materia de trabajo. Pese a que, a veces,, la televisión te somete; a tantos juegos externos que uno pierde la dimensión de donde está. En el estatuto de la Asociación de Actores figura un artículo que establece que “nuestro arte debe estar entregado a la cultura del pueblo”. Anda a mirar TV. Lo único que se produce es para satisfacer la voracidad de la sociedad de consumo.
—Una voracidad de la que sos cómplice. Tus jingles tienen como única finalidad vender más hojitas de afeitar.
—La hoja de afeitar puede también trasformarse en un arma, y en
un arma de doble filo. (Hace una mueca, se ríe del chiste.) Es cierto, yo trabajo para un medio que está al servicio de la sociedad de consumo; ¿Qué puedo hacer? Bueno, cori el dinero que gano puedo ver teatro en el resto del mundo, puedo editar un disco mío que ninguna grabadora quiere publicitar; con la plata que gané protagonizando jingles hice El niño envuelto, produje La hortaliza; es decir: realicé todas esas cosas que sin dinero nadie hubiera querido hacer. Por eso digo que la hojita de afeitar es arma de doble filo: da plata, sí, pero con esa plata se pueden realizar auténticas creaciones.
Revista Siete Días Ilustrados
15.06.1970

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