Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Música
¿QUE OYEN LOS NIÑOS ARGENTINOS?
POR ELEONORA PACHECO
Se dice que somos un pueblo triste, un pueblo que no canta; (se entiende que no canta espontáneamente en cualquier momento o lugar como cantan los españoles e italianos, los alemanes o los franceses).
Es verdad que no cantamos aunque no es tan verdad que seamos un pueblo triste, ni debe tomarse esta escasa afición nuestra al canto como prueba de nuestra supuesta tristeza.
No cantamos hoy pero cantábamos antaño. Cantábamos porque no podíamos no cantar siendo de sangre española. Los hombres que poblaron nuestra tierra trajeron de la Madre Patria junto con su fe y su coraje sus canciones que enseñaron a sus hijos y que aprendieron los indios, formándose así el principio de nuestra tradición lírica.
Y porque esas canciones eran verdaderamente populares, lo que equivale a decir “vivientes”, fueron modificadas y adaptadas al ambiente porque todo lo que tiene vida se modifica y se adapta sin perder sus rasgos esenciales.
Estas no son afirmaciones antojadizas, existen obras de valor insospechable que lo prueban, como los cancioneros del Norte argentino donde aparece claro como el día que todos esos cantares son en realidad ríos que nacieron del mismo caudaloso manantial: la tradición popular que trajeron los Conquistadores, la de la España del Siglo de Oro.
Esos cantares, según la mayor o menor influencia del indio, el ambiente y la región se cantan de varios modos y con diversidad de matices, pero su fondo permanece con los rasgos que atestiguan su origen.
Los antiguos cantos populares argentinos son cantos de un pueblo sano, inteligente y alegre. . . alegre porque tiene esperanza, alegre porque es cristiano.
¿Por qué enmudecieron las argentinas voces? ¿Por qué abandonó el criollo sus cantares? No lo sabemos con certeza, los entendidos ofrecen muchas explicaciones, los profanos sólo podemos hacer conjeturas.
Tal vez fuera una explicación el enfriamiento del espíritu religioso. Dicen los historiadores que Inglaterra perdió su rasgo típico que la hacía llamar “Merry England” —la alegre Inglaterra— cuando dejó de ser católica. Quizás algo parecido nos haya acaecido a nosotros debido a la época laicista.
Sea cual fuere la causa, nuestro pueblo perdió el hábito de cantar. Raro es el criollo o la criolla que canta mientras trabaja, el canto coral popular es inexistente entre nosotros, en los cafés y recreos no se oyen cantos de conjunto improvisados, los niños nuestros no interrumpen espontáneamente sus juegos para cantar rondas o villancicos.
Pero lo que una vez fué puede volver a ser, siempre que pongamos empeño en ello y tomando en cuenta que el aporte abundante de sangre italiana a las tierras del Plata añade otro motivo para que nuestro pueblo tenga afición a la música y al canto.
Los argentinos deben aprender de nuevo sus antiguos cantares y deben enriquecerlos con nuevos aportes y renovada inspiración, pero esto sólo podrá lograrse empezando por los niños.
Esto nos enfrenta con un problema: Los niños aprenden los cantos de la tradición popular de boca de sus mayores, pero. . . ¿y si los mayores no cantan? Se argüirá que se les puede enseñar en la escuela, indudablemente, pero existe otro medio más persistente y eficaz: ¡La radio! Otro maravilloso invento moderno, sí maravilloso, pero... ¡Cuánta responsabilidad encierra para los que la manejan y los que la fiscalizan!
¿Dónde no hay radios? ¿Quién no tiene una radio?
Las hay en todas partes, en las casas, en las tiendas, los automóviles y los colectivos. Las encontramos en todas las categorías de viviendas, desde la más lujosa hasta el más mísero y apartado rancho.
Las familias que no poseen una radio casi siempre pueden aprovechar la de algún vecino y, habiendo tanta facilidad para comprarlas, es probable que dentro de poco no existirá ninguna familia que no posea su radio.
La radio es pues un elemento común en la vida moderna, más aún es un enser casero. Para los hombres que vinieron al mundo en los años que corren desde la primera guerra mundial la radio es una cosa vulgar porque es algo que recuerdan desde la infancia.
¿Qué influencia tiene la radio sobre los niños de hoy aquí en la Argentina?
Por lo pronto el hecho de ser cosa tan familiar y de estar tan a mano le resta inevitablemente mucho interés.
Para la mayoría de los niños, sobre todo para los de las ciudades, la radio es un aparato que habla y habla de cosas que a veces interesan a los mayores y otras les produce fastidio, pero que siempre aburren a los chicos.
Intercalado en ese interminable habladero el niño oye música y canciones que, si la melodía es pegadiza, se les graba en la mente en forma casi inconsciente... lo demás, las comedias y tragedias que se transmiten, las propagandas, los noticiosos y anuncios, los discursos, conferencias, etcétera, todo eso resbala sobre los oídos infantiles como el agua sobre un pato, el cerebro de los chicos no capta lo hablado de la radio, sólo recoge la música y el canto. Ni aún tratándose de audiciones especiales para niños; si pudiera hacerse una estadística sobre éstas creemos probable que se descubriría que son más los mayores que los niños que las escuchan. La causa de esto no reside en que las transmisiones no sean buenas, a menudo lo son aunque pecan muchas veces de ñoñas, la razón es que el niño se cansa muy pronto de lo que se le transmite sólo con la palabra. Oír un cuento por radio no puede substituir el oírlo de labios de una persona que está presente y cuya expresión ilustra en cierto modo la narración, una persona a quien se puede interrumpir y pedir detalles que ayudarán al niño a crear los personajes y los hechos en su imaginación. Mucho menos puede el cuento por radio sustituir la magia del cine que presenta los personajes como vivientes.
Llegamos pues a la conclusión de que sólo el canto y la música es lo que oyen los niños por radio, lo que oyen en sentido verdadero, es decir que pasa del oído a la mente. Lo demás es para los oídos infantiles como el ruido de los autos y tranvías que pasan.
Ahora bien, es lástima grande que lo único que oyen los niños sea de tan poco valor artístico: tangos, boleros, bugi-wugis, milongas (casi siempre las mismas) repetidos hasta el hartazgo en todas las ondas, en fin nada que sirva para fomentar en los niños el gusto por la música y el canto verdaderamente tradicionales.
Recién en los últimos años ha habido alguna preocupación por fomentar el estudio del canto coral en ciertos grupos de niños. Fuera de esos meritorios núcleos cuyas ejecuciones rara vez se transmiten por radio, a los niños argentinos se les ha enseñado a cantar el Himno Nacional, algunas marchas patrióticas y... nada más.
Nuestros chicos cantarían y muy bien. ¡Pero su repertorio es tan pobre! Escuchémoslos cuando pasan a nuestro lado en las grandes bañaderas en que van a las excursiones. Cantan a grito pelado y con escaso arte pero con un entusiasmo contagioso: cantan la Marcha del Reservista, o la de San Lorenzo, cantan el último bolero que difunde la radio. Otra cosa no conocen y lo que conocen tampoco lo saben cantar bien; pero si se les enseñara... si se les cultivara el gusto por la buena música y sobre todo por el canto en conjunto ¡Qué coros infantiles podríamos tener!
El canto religioso, ése que es rezo cantado, debe estar en boca de los niños.
Y cuando mañana sean hombres y mujeres esas mismas estrofas serán una eficaz ayuda de elevación espiritual porque evocarán el recuerdo de la fe pura de su infancia.
El canto popular de la Madre España que cantaron nuestros antepasados debe renacer en la algarabía de los pequeños argentinos de hoy para que seamos mañana nuevamente un pueblo que canta, un pueblo que proclama en sus cantares su alegría de vivir basada en su cristiana esperanza.
Lograr esto no será tarea fácil ni puede ser fruto de una improvisación precipitada. Es necesario proceder con energía y espíritu de organización para resucitar por medio de nuestros niños el canto popular que nos pertenece por derecho de tradición.
En esta cruzada la radio está llamada a tener un papel preponderante cuya importancia será extraordinariamente aumentada el día en que se le agregue la televisión, pues los niños escucharán con mucha más atención los cantos transmitidos cuando al mismo tiempo puedan ver a los cantores.
El día en que nuestra música popular sea verdaderamente nuestra, podremos sentir el orgullo de haber dado otro paso importante en el camino de la recuperación nacional.
Revista Argentina
01.04.1949

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