Mágicas
Ruinas
crónicas del siglo pasado
![]() |
Un enjambre de minúsculos grupos políticos de dispares
ideologías proclama la muerte de la vieja democracia y se anuncia
como salvador del país ELLOS QUIEREN SALVARNOS Los yanquis tienen archivos más completos que la SIDE. Saben perfectamente todo lo que uno hace y piensa. Miden cada uno de nuestros pasos”. La acusación es grave. Escuálido, reflexivo, cuarentón, aferrado a su soltería, Augusto Moscoso tiene, sin embargo, una mirada penetrante y la voz aguda fluye de su figura, encorvada bajo el poncho de vicuña, como la voz de un profeta. Es el jefe nacional de la Guardia Restauradora Nacionalista. Como la Guardia hay en la actualidad más de medio centenar de pequeños grupos de ideología mesiánica. Informes secretos de los servicios militares de informaciones registran un aumento en la militancia de esos grupos: solo en la Capital Federal había, en 1958, unos dieciséis. En 1962 sumaban casi el doble. Y cada año que pasa son más los depositarios de la “verdad absoluta”. A pesar de sus diferencias doctrinarias (los hay marxistas, nacionalistas de derecha y de izquierda) todos estos grupos tienen en común dos cosas: su carácter minoritario y su posición revolucionaria o conspirativa (a Corto o a largo plazo, ya sea golpeando a la puerta de los cuarteles, o bien, como la Guardia, influyendo ideológicamente en la oficialidad). Unos y otros desdeñan encauzar sus ideas por las urnas y debatirlas en el Parlamento. Actúan todos al margen de las instituciones democráticas, y aunque algunos afirmen su existencia en el ideal de salvar la democracia, reniegan de las estructuras liberales y pretenden substituirlas por otras de tipo corporativo, fascista, socialista o militar. ¿Quiénes son las cabezas de esos grupos, qué soluciones proponen y, además cómo actúan y cuáles son las razones de su proliferación en nuestro país? Para saberlo, panorama entrevistó a las principales figuras del mesianismo argentino y ofrece este documento, en el cual se transcribe una síntesis de las declaraciones grabadas en ocho rollos que suman en total 1.060 metros de cinta fonomagnética. No somos oligarcas El grueso de los “salvadores” se siente perseguido. Casi todos aseguran que existe una conspiración de silencio. “Nunca —arguye Moscoso— publican los comunicados de la Guardia. Nos hacen quedar como un grupo de choque. . .” La protesta deja traslucir un dejo de escepticismo provocado por una larga trayectoria de frustraciones: “Uno ha sido utilizado —argumenta el jefe de la Guardia— y sabe que la violencia por sí sola no lleva a nada. Hay que terminar con el nacionalismo activista. Siempre hemos hecho ruido, pero nunca llegamos al poder. Ahora lo importante es difundir nuestras ideas”. Las ideas de Moscoso se asemejan a lo que se ha llamado nazifascismo, o quizá, con más propiedad, a las variantes del falangismo español. Sin embargo, como otros grupos nacionalistas, asegura que sus vertientes son el “revisionismo histórico” rosista y demás ingredientes autóctonos. La paranoia de “los salvadores” se acentúa cuando se trata de conservar “el secreto de la organización”, esa especie de prurito “masónico” que da a la aventura política un sabor adolescente. “Estamos en guerra —imaginó un joven nacionalista— y no podemos revelar al enemigo nuestro número ni nuestras posiciones”. ¡Con parecidas imágenes de persecución y muerte, distintos miembros de la Guardia Restauradora Nacionalista rehusaron revelar el número de afiliados. “Somos más de lo que parecemos”, llegó a confirmar un seguidor de Moscoso, con visible ansia por lograr buena impresión. La información autorizada, por otra parte, señala que el principal centro de la Guardia se ubica en el Gran Buenos Aires. En los últimos años, el nacionalismo ha reclutado una amplia falange de juventud en los barrios. Se calcula que la Guardia tiene 200 activistas en el cinturón industrial, otros tantos en la Capital y grupos dispersos en el interior. La procedencia es una sola: clase media, con un porcentaje bastante exiguo de estudiantes. “Es mentira que somos oligarcas, fíjese —clamó un militante—; la Guardia es toda gente joven y pobre”. Es preferible un golpe de estado En realidad, hace tiempo que la juventud elegante no frecuenta al nacionalismo. Prefiere las señoriales reuniones del Partido Conservador a esos tugurios o casas de barrio en que se nuclean clandestinamente los miembros del nacionalismo. Quizá por eso se siente incómodo en el departamento céntrico Emilio Berra Alemán, joven dirigente del Movimiento Nacionalista Tacuara. Rodeado por un nutrido equipo de jefes de fortín, Berra desplegó ante el periodista de panorama el fantasmagórico esquema ideológico de su movimiento, sin duda, muy complejo .y bien urdido pero también indiscutiblemente desligado de la realidad. “Nosotros no estamos contra nadie —protesta—. Lo que pasa es que se nos ataca desde distintos ángulos”. Y explica, con visible interés por esconder la larga y consecuente actividad antisemita de Tacuara: “No somos antijudíos... Esto sí, entendemos que muchos judíos sirven al Estado de Israel y que en esa función son tan imperialistas como los yanquis, ingleses o rusos”. Suele decirse que el hombre de acción es esclavo de las ideas de los demás: esto, sin duda, ha sucedido con ex militantes tacuaristas como el popular Joe Baxter, que después de ser un agresivo matón anticomunista transfirió sus energías al bando contrario. Como furioso izquierdista fue, por fin, tan recio como lo había sido en el nacionalismo. —¡Esos son delincuentes comunes! —protesta Berra—. Estaban expulsados del Movimiento por criminales, como Nell y tantos otros, y utilizan la bandera de Tacuara porque siempre se supone que el delito político idealista es menos punible que el crimen llano y directo. Pero la prensa no aclara que no pertenecen a Tacuara. Tanto Moscoso como Berra agitan sus consignas a la espera de una Revolución Nacional. Prefieren que el pueblo no participe en aquella de manera muy activa. “Sería criminal —conjeturó Moscoso— sacar a la gente a la calle. Podría suceder como en España, una guerra civil. Casi siempre hay excesos incontrolables. Es muy preferible un golpe de Estado, o algo que permita conducir el proceso desde el poder”. A pesar de estas coincidencias, las diferencias entre Tacuara y la Guardia Restauradora Nacionalista son notorias. Por de pronto, los seguidores de Moscoso están embarcados en una actividad puramente ideológica, aunque anuncian que esta paz es solo transitoria. En cambio, más decidido, el Movimiento Nacionalista Tacuara mantiene a su millar de militantes esparcido por casi todas las provincias en permanente gimnasia política. Mientras Emilio Berra Alemán dialogaba con el redactor de panorama, un cejijunto activista se acordó: “Hace rato que hemos perdido las mañas aristocráticas —comentó—. Diga que nosotros tenemos raigambre de pueblo, que nosotros estamos "muy cerca del peronismo, y diga que los de la Guardia tienen prurito de niños bien. Se quieren dedicar a la teoría mientras los argentinos pasan hambre”. No es fácil formar parte de Tacuara, aunque sus miembros son accesibles; hay que trepar por un escalafón que incluye los rubros simpatizante, afiliado, activista y militante. Como la esencia del movimiento es autoritaria, nadie que esté por debajo de la categoría de militante se entera de nada, salvo a través de indiscreciones imperdonables. Si la edad promedio de la Guardia es 18 años, la de Tacuara bordea los 25; sus hombres, del mismo origen social, representan en el nacionalismo, una generación más vieja, curtida y violenta. Por un pronunciamiento militar Los grupos salvadores actúan en niveles que saltan de la alta teoría a la acción directa: las referencias a la política concreta son muy pocas. Casi siempre evitan opinar sobre Frondizi o Illia; en cambio ensalzan al Ejército y esperan de él un pronunciamiento favorable a los intereses del grupo. Juan Carlos “Bebe” Goyeneche es un veterano del nacionalismo. No tiene partido político: a lo sumo algunos “amigos” políticos y militares. Permanentemente irradia ideas, refugiado en la soledad de su estudio o en la compañía de sus confidentes. Sutil, elegante, bien relacionado, evoca la otra cara del mesianismo. La conspiración. Tanto como el astuto Marcelo Sánchez Sorondo, este aristócrata de la política ha trabajado incesantemente en el contacto con las Fuerzas Armadas. Siempre cuenta, en los medios militares, con un pequeño sector amigo. En tiempos de Frondizi, el activo Cayo Alsina, jefe de la Aeronáutica, se destacó por sus afinidades con Goyeneche. “El régimen liberal tiene en su seno la semilla de la muerte —pontifica Goyeneche— y la de la vida. Los grupos antiliberales que van surgiendo se oponen a la totalidad de los partidos políticos como estructura, porque buscan un total cambio en nuestra forma de vida”. A estas alturas, el “Bebe” está decidido a no hacer ninguna declaración sobre política concreta. Prefiere la militancia ideológica y el oscuro mundo de la conspiración. En realidad, quien más directamente espera un consentimiento de las Fuerzas Armadas para asistir a la consagración de sus ideales es el coronel Juan Francisco Guevara, un católico apasionado y lleno de propósitos morales. Conduce el grupo Fuerza Nueva: medio centenar de jóvenes y un puñado de oficiales retirados del Ejército. —Antes serví a la comunidad desde el Ejército. Ahora lo hago desde la función política. Es lo mismo. —¿Pero qué prefiere? —Bueno, en realidad preferiría al Ejército. Pero es difícil que me reincorporen. Entonces cumplo a mi manera, desde otro ángulo. Es un militar nato. Su acción política parece, en realidad, un homenaje melancólico al pasado militar. Postula una ideología netamente marcial: orden, jerarquía, valores morales y severo control. Catolicismo oficial en la enseñanza y en la vida. “Vivimos, arguye, en un sistema que no sirve. Necesitamos urgentemente un orden social nuevo, y se comete el error de creer que la solución a tantos males puede lograrse a través de elecciones en las que el pueblo no cree”. Guevara es tajante: descalifica al sistema parlamentarista y propicia una sociedad comunitaria establecida a través de un pronunciamiento cívico-militar. Habla de organización profesional de la economía, pero exige que no se lo confunda con el corporativismo. Sin duda, es un nacionalista moderado: su leit motiv es la disciplina militar. —Sin embargo —se le objeta—, se rebeló y fué retirado. Los oficiales correctos no se rebelan. Entonces Guevara se inflama: “Hice el sacrificio de rebelarme —asegura— por que llegué a la conclusión de que las Fuerzas Armadas no estaban sirviendo a las esencias nacionales... Y la patria está por encima del Ejército. Pero juro que .me dolió hacerlo, y que me duele ahora no pertenecer más a la jerarquía militar”. En efecto. Guevara fué siempre un fervoroso legalista: la historia lo obligó a rebelarse varias veces contra sus superiores. En 1955, siguiendo los pasos del católico general Lonardi. En 1962, se rebeló solo para repudiar la intervención de los militares en la política. Curiosamente, al dejar de ser militar toma un sesgo: ahora apoya una decidida acción polínica del Ejército, aunque la considera una medida de emergencia nacional. Dentro del peronismo La poca repercusión de las propias ideas puede ser un complejo obsesivo para cualquier político. Por eso, algunos nacionalistas prefieren pasarse al peronismo: allí no se sienten del todo foráneos y, además, los cobijan millones de “camaradas” de origen popular. Algunos Tacuaras se pronuncian como justicialistas. Otros han decidido actuar en pequeños grupos de la Juventud Peronista. Muchos militan también en el Movimiento Nueva Argentina, encabezado por Dardo Cabo, hijo del metalúrgico peronista Armando Cabo y jefe de la guardia de corps de Isabel Martínez de Perón. —No somos un grupo de choque. Estamos en el peronismo —enfatiza Cabo— y obedecemos las órdenes de Perón, como los demás. Luchamos contra la infiltración comunista, eso sí. Tenemos una sola doctrina: la justicialista”. No llegan, quizá, al centenar, pero están bien organizados y son empeñosos. El grupo crece sin cesar alimentado por los desechos del nacionalismo y algunos sectores de juventud obrera. La actitud de los militantes es belicosa, infantil: de Cabo los separa una distancia enorme, planteada por la visible superioridad intelectual del jefe. En ese contraste un poco siniestro entre la lucidez del que manda ,y la subordinación intelectual de los que obedecen reside el presagio de violencia que late en el Movimiento Nueva Argentina. Como para corroborarlo, dice Cabo que “las represiones contra los movimientos nacionales siempre han sido violentas... Fusilaron a Dorrego, fusilaron a Valle, persiguieron al peronismo. En cambio, nosotros siempre hemos sido indulgentes con el vencido. Algún día eso va a tener que terminar”. La democracia social A diferencia de los otros grupos, la Acción Republicana de Recuperación Institucional —que encabeza Dalmiro Videla Balaguer— es de raíz democrática y liberal, pero no participa en las elecciones y su tarea es puramente conspirativa, es decir, golpista... Abarca una cincuentena de contac-men de distintas edades y orígenes, en general provenientes de los comandos civiles cordobeses y el movimiento colorado. Actúan en distintos frentes, con preferencia por el medio militar, plagiando banderas del antiperonismo liberal, al estilo de Isaac Rojas. —Cuando nos sublevamos en Córdoba— recuerda Balaguer con un tono divagatorio—, nos apoyaron muchísimos sindicatos peronistas. Es que dijimos que íbamos a mantener las conquistas sociales. No eran esas conquistas lo que combatíamos, sino la falta de dignidad y libertad en que se vivía. Pero no se cumplió. Fue un fracaso, y desde entonces no podemos levantar cabeza. Videla Balaguer vive concentrado en los secretísimos contactos con las Fuerzas Armadas. En los últimos meses, la actividad de Acción Republicana de Recuperación Institucional ha experimentado un crescendo; el olfato de Videla —un conspirador incansable —advierte que el avispero está revuelto. Las pláticas, entonces, empiezan a poblarse de advocaciones a la democracia social, nuevo sistema que lucha contra el viejo liberalismo y el comunismo apátrida y confía en que el Ejército realice ese sueño. El anhelo del golpe militar y la desconfianza en las urnas, lo une, a pesar del antagonismo ideológico, con Moscoso, Berra o el propio Cabo, en un mismo propósito: salvar al país drásticamente, y cambiar sus estructuras. El último argumento Y hasta el experimentado Ismael Viñas, un abogado y escritor de cuarenta años que fue funcionario de Frondizi y ahora orienta el Movimiento de Liberación Nacional, podría incluirse en el grupo de los salvadores de la patria"’. —Somos marxistas, revolucionarios y nacionalistas —dice con una pachorra santafecina que no condice con tales atributos— y además tenemos paciencia. Mao Tse-Tung empezó su revolución en un país de 600 millones con ochenta hombres. Nosotros somos pocos, una minoría. Pero trabajamos, hablamos con la gente y no esperamos ninguna tabla salvadora del Ejército ni del peronismo. Eso sí, tenemos equipos en común con algunos sectores peronistas. Sin que su menguado número les arredre, (son más de 500) en frecuentes citas de Lenin, los miembros del Movimiento de Liberación Nacional esperan que llegue el momento de la violencia, “el último argumento” según Viñas. Divorciados del Partido Comunista y de las demás fuerzas de izquierda, constituye, sin duda, la variante más inteligente del marxismo argentino. No descartan, incluso, una participación electoral. “Nada impide —dice Viñas— juntarse con otras fuerzas revolucionarias y formar un partido ad-hoc, para tener diputados”. De regreso “¡El peronismo traiciona al pueblo porque se adapta al régimen!” Lo dijo un miembro del Movimiento de Liberación Nacional que dirige Ismael Viñas. Pero podría haberlo dicho un nacionalista, o quizá un comunista. La prenda que une a las distintas variantes de “los salvadores de la patria” es, como se ha visto, el desdén por el régimen político tradicional: los partidos, las consultas electorales las tradiciones parlamentarias y democráticas. Es que, sin duda, esta proliferación de los grupos mesiánicos responde a un desgaste real de los partidos políticos, francamente ajados. Como todo el mundo sabe, la democracia sufre una crisis universal y se sospecha que los viejos regímenes parlamentarios no son capaces de contener la compleja realidad socioeconómica del mundo moderno. Los partidos políticos parecen anacrónicos, los parlamentos demasiado lentos, el Estado liberal demasiado blando. Ante esta realidad, las fuerzas democráticas proponen remozar el sistema, o bien apuntalando los partidos (como sugiere el radicalismo del pueblo) o bien complementándolos con representaciones sindicales (a la manera del Consejo Económico Social). Muy por el contrario, los grupos mesiánicos propician un cambio total de estructuras. La variante nacional promete soluciones de reminiscencia nazi, la izquierda argentina no olvida su origen soviético y sugiere una estructura socialista. Ninguna de esas promesas, per cierto, suena más atractiva que nuestra actual democracia liberal. También Videla Balaguer propone una suerte de hibridación entre la democracia y elementos tomados del fascismo. Por su parte, Guevara propone una sociedad fuertemente estratificada, católica, basada en los sindicatos y la Iglesia, con fuerte predominio del factor de poder de las Fuerzas Armadas. En una posición casi radicalmente opuesta a todos los demás, Ismael Viñas aboga por una sociedad socialista clásica, con algunos matices autóctonos. La diversidad de los esquemas propuestos por los grupos rebeldes es dramática. Más bien, esos esquemas parecen perfectos, brillantes, pulidos y simétricos: tan perfectos que están más destinados a un museo que a ser aplicados en la realidad. “Puro idealismo”, diría un viejo politiquero escéptico. Y parece cruel, o simple, pero algo de eso es lo que se deriva de la experiencia de los que ya están de vuelta. Los que han conspirado como fanática minoría y reconocen, por fin, que la realidad es demasiado complicada para caber en los esquemas, que las tradiciones tienen, por lo menos, el abrigo de la seguridad. Quizá Francisco Manrique, que esconde tras sus 43 años una larga y ajetreada vida de aventuras políticas, pueda dar la imagen espiritual del mesiánico que conoce en la práctica el contraste entre política e ideales. —No me considero marino —dice con voz ronca, pesimista—; no soy más que un ex conscripto de la Armada. Pedí la baja porque no concordaba con las posiciones de las Fuerzas Armadas. Algunos dicen que fui estúpido, irreflexivo. No sé. Siempre me he jugado y si volviera a vivir haría lo mismo. —¿Nunca se sintió irresponsable? —Sí. Mi pasión me ha llevado incluso a olvidar me de mis hijos. Me he encontrado hecho un hombre de 40 años con la situación económica de un muchacho de 20. No es una culpa. Me siento digno. —¿Cree en el revanchismo? —Cuanto más tiempo pasa, menos enemigo de nadie me siento. El país está esperando una síntesis. Manrique ha olvidado el antiperonismo, feroz que un día lo invadió. Más bien, cree en una suerte de abstracta pero deseable unión nacional. Es la imagen de un "salvador" gastado pero auténtico. Ahora, confía en el capital humano de la Argentina y es capaz hasta de aceptar que el peronismo tuvo sus rasgos positivos. Casi siempre el ideal mesiánico termina en una suerte de resignado realismo. Pero en la Argentina de hoy son más los que reniegan de la anciana democracia. En medio de nuestra calma chicha, parece que latiera el peligro de un estallido sangriento. Por ahora, el vocabulario guerrero de “los salvadores” suena lejano y absurdo. Pero un día puede volverse realidad. María Cristina Verrier Revista Panorama 02.1966 |
![]() ![]() ![]() |