Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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ZABALA, CABRERA Y EL 7 DE AGOSTO
El recuerdo de dos glorias
Dos momentos de gloria deportiva se engarzan el 7 de agosto. No se necesita exagerar nada para calificarlos como acontecimientos de nivel mundial en la rama atlética. Ese patrimonio histórico descansa en el recuerdo de sus dos actores —Juan Carlos “Ñandú” Zabala y Delfo Cabrera— que monopolizan toda la emoción que vivió un país, la Argentina, también sorprendido por sus hazañas.
El Coliseum de Los Angeles, en 1932, fue el escenario de la primera gran conquista criolla cuando Zabalita, que al faltar solamente 5 kilómetros iba desgarbado y tambaleante, pudo extraer toda su grandeza espiritual para movilizar sus reservas orgánicas que parecían agotadas.
Wembley se estremeció —dieciséis años después— ante la exposición rotunda de Delfo Cabrera, anunciado como Delfio Cabrora en los programas y sin ninguna posibilidad de victoria en los cálculos de entendidos que paseaban por el departamento de prensa buscando “su” candidato entre los 44 inscriptos.
Las dos inmensas conquistas golpean con fuerza de imagen ejemplar a una especialidad —largo aliento— que hace ya varios años ha debido claudicar su notoriedad ante el avance de otros fondistas que transitan el excepcional camino de los límites fisiológicos.

Vaticinio
Nadie creía en Zabalita: solamente su maestro austríaco, Alejandro Stirling, alcanzó a decirle, para convencerlo de su capacidad, que podía ser ganador. Hoy, con 58 años, casado, dos hijos, no vacila en asegurar que “yo sabía que podía ganar, me sentía favorito y llevaba una doble responsabilidad: no defraudar a los argentinos y ser un latino que procuraría romper un privilegio hasta entonces sólo compartido por sajones, escandinavos y germanos”.
Era un dotado por la naturaleza. A los 15 años ya intervenía en pruebas de fondo en Marcos Paz y antes de cumplir los 20 había fijado los records argentinos en 3 mil y 5 mil metros llanos, ganado los 10 mil en el Sudamericano de 1931 y viajado a Europa de la mano de su maestro con esta performance: "Fui tercero de Paavo Nurmi en los 10 mil metros, el 10 de octubre de 1931 hacía en Viena el record mundial de los 30 kilómetros bajándole el tiempo a mi amigo José Ribas y cuando me largué por primera vez en la maratón, terminé con record europeo de 2h33m9s en Checoslovaquia. ¿Cómo no me iba a sentir candidato si, además, recién cumplía 20 años?”
La posibilidad de un triunfo tomó forma cuando un mes y medio antes ganó una maratón organizada por el “Los Angeles Times”, pero más cuando dos días después Nurmi fue declarado profesional y quedó eliminado. Se le temía al juego de equipo de los finlandeses (“No te dejés llevar por ellos”, le recomendó Stirling antes de la salida). Las ganas que tenía de ver el mástil con la bandera argentina lo impulsaron a salir en la punta desde el vamos, contradiciendo las recomendaciones técnicas, marcando el ritmo en muchos pasajes. Esa desobediencia determinó que pasara por el último control completamente exhausto, desarmado, a 100 metros del inglés Ferris.
Para el grupo que lo acompañaba ése era el final. Sin embargo, media hora después arribó primero al Coliseum con trescientos metros de ventaja sobre el inglés, que físicamente venía peor. Fue la emoción más grande que se vivió en los juegos dentro de corazones argentinos: “Quería dar esa gloria . . .”. Su precio: estuvo tres días sin poder caminar por los pies llagados. El conmocionado mundo del deporte asistía al bautismo genuino de un ídolo: “Ñandú criollo”.

Reiteración
Cabrera se emociona ante Panorama: “El año pasado, cuando se cumplieron 20 años de mi triunfo, el club Defensores de Armstrong nos reunió a Guiñez, Sencini y a mí. Fue un acto muy lindo, lo que más me llegó desde que dejé de correr a los 35 años. En ese pueblito santafesino vive mi madre y una hermana, todos los amigos de la juventud”. El protagonista de la misma historia de Zabala, ya que nadie le adjudicaba posibilidades, vive en Avellaneda con su señora (Rosa Lento, 47) y sus tres hijos (Ilda, 23; María Eva, 20, y Delfo, 17), se levanta todas las mañanas a las 7, trabaja como profesor de Educación Física en la Escuela de Educación Técnica N9 33, en el Centro Deportivo Nicolás Avellaneda y en el Club Unidos de Pompeya. Evoca: “Mi gran preocupación era guardar energías. Yo nunca había corrido más de 20 kilómetros”. Había salido entre los últimos, a los 10 km iba décimo, a los 21, sexto, a cuatro minutos del belga Gailly. El mendocino Guíñez era el mejor colocado, tercero, pero estaba traicionando su propia resistencia. Prosigue: “El camino tenía 43 cuestas pronunciadas y en la bajada de una de ellas, en el kilómetro 37, me encontré primero. Cuando lo pasé a Guíñez me di cuenta de que la podía ganar. Al entrar en el kilómetro 41 el belga Gailly hizo el último esfuerzo y me superó. Tambaleando, entró primero al estadio, faltando 400 metros lo quebré y 100 metros después sentí una ovación que no era para mí: entraba el inglés Richards. Segundos más tarde crucé primero y sonriendo. Había ganado la maratón y no sabía si reír o llorar.” A los 50 años, inquieto, sus palabras simples alcanzan para definirlo y prolongar aquella grandeza de 1948: “Soy muy amigo de los niños ..."
PANORAMA, JULIO 29, 1969

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