Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

chistes proscriptos
Los chistes proscriptos
¿Se acabó el miedo?


Carlos A. Petit se largó en El Nacional con el chiste político. Tato Bores ya habla de otra manera. El país se ha descomprimido de un “miedo subterráneo": el de ocuparse del Gobierno y de sus hombres. ¿Es así? Aquí lo averiguamos.

¿DE DONDE VIENE LA ORDEN?
lino palacio“Si tuviera que expresarla gráficamente, casi no sabría a qué sexo pertenece. Me inclino por una especie de centauro, mitad hombre, mitad mujer. Pero de hacerla mujer, dibujaría una coqueta, veleidosa gorda —por supuesto—, mohína y caprichosa. Cargada de joyas, dijes, aparejos y aparatos; envuelta en zorros, estridente, con cierto aire clandestino, sospechoso.” Pero en realidad, pocos han podido verla, casi nunca se sabe “de dónde viene la orden”. Otras veces irrumpe violentamente en forma de un decreto municipal, clausura, juicios, etc.
Lino Palacio, uno de los más finos humoristas gráficos argentinos, imaginó humanamente la censura. Pero asegura que una sola vez en su carrera se vio acosado por ella. Fue aquélla en que el ministro del Interior lo llamó a su despacho para reprenderlo por una caricatura que del presidente Onganía había publicado con su seudónimo, “Flax”, en la latente clausurada “Primera Plana”. “Hay que cuidar la imagen del presidente”, le dijeron, aunque se mostraron abiertos a que incursionara en caricaturizar a otros funcionarios, “pero al presidente no lo toque”, fue la advertencia. Y hubo de cumplirla.
Posiblemente, los cuatro primeros años del gobierno de la Revolución Argentina se hayan caracterizado, entre otras cosas, por el grave acento que se puso en la censura en todos los terrenos. Dringue Farías, avezado seductor de plateas revisteriles, se quejó de que la censura de ese tiempo le haya propuesto “hacer guiso de arroz sin arroz”. Su afamada creación del ditirambesco Coletti Press sólo duró en el canal estatal lo que un lirio. “Claro, explica Farías, Coletti vive del chiste político, él fundamenta sus disparates en actos de gobierno, en la política, los políticos y los funcionarios”, y claro: los políticos estaban proscriptos, los partidos deshechos “y al Gobierno no había que tocarlo?... El programa no sobrepasó la media docena de representaciones. La leve exhumación de Coletti Press ocurrió en los principios de este año. Otro que luchó en el filo de la navaja fue Tato Bores. Su libretista, Carlos “César Bruto” Warnes, libró durante tres años una loca batalla para mantener el ritmo del programa, ese mismo del estruendoso éxito en años de política activa, con otros presidentes y ministros más potables y condescendientes para los monólogos de Tato.
El teatro de revistas también sufrió de las suyas. Le faltó la sal. ese ingrediente que hizo de la revista porteña un sello de auténtica expresión: el pasillo cómico con temas políticos. Hubo que recurrir a otros temas, buscar el del erotismo, aunque también dosificado como una medicina peligrosa. Y nunca se sabe de dónde viene el hachazo. A veces es una advertencia que recibe (así muy “de arriba”) el empresario u otras, como lo explica Farías, las traen los mismos inspectores municipales. Primero hablan en algún rincón del teatro con el director y así, vagamente, le piden moderación. “Si no, cuenta Dringue, hablan con nosotros los actores, directamente: «Muchachos, esto está un poco fuerte, traten de suavizar la nota». Todo se desarrolla muy amablemente, casi como un consejo de amigo, una charla de camarín que no engaña a nadie con su tono frívolo y casual: «Miren muchachos... no es que vaya a haber un problema inmediato pero a posteriori... », y todo el mundo sabe a qué atenerse. Sonreír, y revisar las partes fuertes de los diálogos. Eso en cuanto a lo político”.
Pero está también lo del lenguaje, donde se utilizan palabras crudas, pero cotidianas. “Eso, es como consecuencia de las películas italianas; ¿si ellos podían hacerlo y se lo permitían, ¿por qué no a nosotros?”, se pregunta Farías. Recuerda a Gassman y sus ricos gestos. Pero aclara: “Claro que se requiere sutileza”, es decir, buscar el momento justo para decir una palabrota sin caer en lo grosero. Claro “que cuando la gente sale del teatro, terminado el clima, y comenta que se dijo tal o cual palabra, escandaliza a quien no ha visto el espectáculo”. Ahí se inicia la rueda de la censura. Los censores se enteran y el rodar de la prohibición empieza a balancearse sobre guionistas y actores. Urgente hay que “suavizar”.

EL MARGEN DE LA SOLEMNIDAD
¿Pero cuál es el generador real de la censura en lo político? Palacio lo atribuye al pactismo de ciertas autoridades, a un deseo de dringue faríasparecer lo que no son, Farías sostiene que a un dirigente político o a un presidente con calidades reales, con solidez, los chistes sobre su persona ni lo molestan ni lo mellan. Y recuerda que en el legendario teatro Porteño, allá por el 23, “yo era un muchachito” —se cubre ante las miradas suspicaces por ese allá por el 23—, sacaban a Yrigoyen con una vela en la cabeza y a Alvear con su jaquel y siempre en el Colón. Pero sin querer tomar a la chacota a la investidura de las autoridades; a lo sumo se hacían notar ciertas fallas en el Gobierno, ciertas características. El propio general Uriburu iba a un palco “avant-scéne" para ver su propia caricatura y se reía como un loco y la gente de la platea se reía con él, sin perderle el respeto como presidente”. Es seguro que el sentido del humor no campea mucho entre nuestros gobernantes, salvo las excepciones, y es una veta no advertida por los asesores presidenciales; porque este rasgo provoca admiración en la opinión pública que gusta ver reír aunque sea un poco, a sus líderes o autoridades.
En Europa, quienes caminan en la cuerda floja de la censura, le han puesto un pomposo nombre: “Anastasia”, seguramente para suavizar y caricaturizar a la inefable personita. En la Argentina aún no tiene un nombre, pero —y en esto coincidieron comediantes y libretistas— la trajinada dama nunca se hizo tan palpable como en el reciente gobierno del general Onganía. Más el cambio de gobierno trae buenos vientos para quienes viven atemorizados por su sombra. Por lo menos ya Carlos A. Petit ha estrenado en el amenazado teatro El Nacional una revista eminentemente política. El título anuncia su línea general: “Empezó con Z... y termina con P”, una clara alusión a los últimos acontecimientos; también la audacia está indicando una confianza mayor que en este terreno parece inspirar el gobierno del general Levingston.
Lino Palacio tiene la impresión de que habrá un cambio de actitud en cuanto a censura se refiere; “por ahora nos movemos con suposiciones, con el tiempo veremos cuál es el margen”; aunque, repite, muy pocas veces tuvo problemas de censura. Por lo contrario recuerda un episodio que puede llamarse la censura al revés. “Ha ocurrido a veces que políticos de nota me han llamado para reprocharme que no me ocupara de ellos en mis caricaturas. Me han acusado de parcialidad". Pero la inédita historia que relata sobre una entrevista que tuvo con Perón merecería ser insertada en los anales de la antología de la caricatura argentina.
Margueirat lo introdujo en una oportunidad en el despacho de Perón, porque Palacio le había pedido tomar unos apuntes del presidente. Los tomó mentalmente, pero durante el transcurso de la observación cruzó algunas palabras con Perón, a quien le confesó que él no era peronista. Perón sonrió, se tiró hacia atrás en su sillón y a las carcajadas le contestó: “¡Pero, yo tampoco, en ciertos aspectos!”
Seguramente, era un día en que Perón tenía ganas de bromear un poco. Días después, por intermedio del jefe de Ceremonial le haría llegar al presidente una caricatura que con el tiempo se haría célebre. Cuenta Margueirat que al entregársela a Perón y verse éste con el clásico y rebelde pirincho de pelo que se le erguía en la nuca, el presidente se divirtió muchísimo a la vez que reconocía el talento del dibujante.

LA ESTATURA DEL HOMBRE
Ramón Columba, un caricaturista político de la mejor escuela, evoca su encuentro con Marcelino Ugarte. Don Marcelino Ugarte, que fue gobernador de la provincia de Buenos Aires y caudillo conservador, de aquellos de mirada gruesa y poncho sobre los hombros, llamó un día a Columba. El dibujante solía publicar a menudo dibujos donde se chanceaba con Ugarte, los insertaba en la legendaria “Página de Columba”, de gran aceptación y con una frondosa legión de seguidores, entre los corrillos de la política criolla. “Vea, Columba —le dijo Ugarte—, le agradezco que usted difunda mi imagen desde su página. De ninguna manera me ofende ni me molesta, hasta hay veces que me divierto mucho. Pero quiero pedirle un favor...: ¡no me haga tan petiso!” Vanidades de don Marcelino, que quería verse en los dibujos unos centímetros más arriba de lo que su corta estatura le deparaba en la realidad.

¿QUIEN RIE MEJOR?
Dringue Farías, como ducho conocedor de las plateas de los teatros de revista, asegura warnes - petitque no hay rubor entre las espectadoras. Lo confirma también Lino Palacio, incluso aseglara que las mujeres tienen más sentido del humor que los hombres. La experiencia vital de Farías se enriquece con anécdotas: “Durante las secciones de la tarde —donde concurren gran cantidad de señoras y señoritas—, la risa es tanto y a veces mayor que en la sección trasnoche de los sábados, donde son mayoría los hombres. En algunas oportunidades nos hemos contenido un poco para no ofender la sensibilidad femenina, atemperando la letra de los cuadros, ¡y ha resultado que se nos presentaron señoras a quejarse! “¡Pero cómo —me decía una—, yo he invitado a mi amiga y ahora ustedes cortaron este chiste que yo le conté que había oído la otra noche! ¿Por qué no lo han dicho ahora?”. Pero Dringue acepta que “tratándose de desnudos las señoras se muestran —obviamente— más indiferentes, pero las conmueven de risa los diálogos bien subidos de tono. “¡Ahí sí que se divierten!”, enfatiza regocijado Dringue.

LO MALO ES QUE VA EN SERIO
“Después de Catón, no ha habido un censor tan capaz. Palacio se remonta a la Roma preimperial para minimizar la actual cofradía de censores, a la vez que Farías asegura “que son cosas de señoras gordas”. Y puesto Palacio en el compromiso de elegir un censor, señala a Dringue Farías como el más indicado. El cómico aceptó el cargo inmediatamente y se dispuso a ejercerlo imaginariamente: “Lo primero que censuraría son algunos actos de gobierno que son más prohibibles que los chistes que nosotros hacemos en el escenario. ¡La macana es que ellos los hacen en serio!”...

LA DAMA CAPRICHOSA
Trajinada, despreciada, temida, adulada, la dama de la censura aparece por periodos. Generalmente éstos coinciden cuando el acartonamiento, el pacatismo y la solemnidad pretenden reemplazar a los valores reales de los hombres, políticos o gobernantes. Además, el resquicio para la mofa, la crítica humorística, la dan los propios protagonistas. Nada que se invente en el terreno del humorismo político tiene gracia. Precisamente hace reír lo cierto que hay detrás de una caricatura. Los humoristas reconocen que durante las épocas que “todo anda bien” ellos la pasan mal porque deben recurrir a las fibras más enredadas de su ingenio para armar sus chistes. Un gobierno que se prolongue demasiado, una estabilidad placentera, la falta de conmociones, aburren y dejan sin trabajo a los humoristas y también a la chosa (nota MR: textual en la crónica), santa pagana protectora de prestigios mal adquiridos y personajes sin validez real, que no soportan ni siquiera el ingenio de un dibujante. Está vieja, gastada, llena de melindres jasados de moda y admoniciones para infantes. Los argentinos hemos crecido lo suficiente como para prescindir de ella, reemplazarla por una imagen más sensata? Menos censurable.

_recuadro en la crónica_
CAMMAROTA:
“El miedo no aflojó, aflojó la censura. Pero lo que se sigue produciendo es la autocensura. Creo que desde la segunda mitad del gobierno de la Revolución Libertadora hasta los principios del gobierno de Guido tuvimos un respiro en la censura, fue un período de gran libertad. La época de Perón, en este sentido, fue dura. La de Onganía se caracterizó porque la censura se extendió hacia una definición nebulosa: «la moral y las buenas costumbres». Como cada uno mide la moral según su propia filosofía, se nos creaban tremendos problemas. Hubo cosas que para algunos funcionarios eran prohibibles a muerte y que otros miraban con indiferencia. Pero honestamente creo que es un gran error la censura cerrada: el humor es un vacuna contra el odio”.

LANDRU:
En un reciente reportaje concedido a 'Confirmado', el inefable Juan Carlos Colombres, más conocido por Landrú, aseguró que ya no tiene miedo de hacer chistes políticos, afirmó que se abre (con este gobierno) una nueva etapa y aconseja: “Las presiones indirectas tienen que disminuir". Recuerda cuando venían a verlo los delegados del ex ministro Borda, con intenciones de contenerlo, o se queja de que amedrentaban al distribuidor de su explosiva "Tía Vicenta". Pero en todo caso, dice, la autocensura es patrimonio de los directores de la revista y él "ya no tiene revista propia”. Pero no puede con su genio: despectivamente ubica en "clase O” a la autocensura.

PETIT:
“En lo que respecta al ángulo puramente personal, como autor y director de espectáculos revisteriles, no he tenido miedo nunca, o si lo he sentido, no me he dado cuenta o si lo he tenido y lo tengo no lo sé. El miedo es un estado muy particular. A un torero famoso le preguntaron qué sentía cuando estaba frente al toro, y el diestro valiente, contestó: “Miedo". Por otra parte, en los últimos veinticinco años inserté chistes políticos en mis revistas cuando lo consideré oportuno.
"La revista teatral porteña se nutre en sus diálogos de los temas que están de moda: sí está en onda lo erótico, lo violento, lo sexual... ¡vengan a nosotros! Sí se acercan las elecciones, ¡venga la política! Si no es así ¡que la Patria y los gobernantes me lo demanden!”

Revista Extra
Agosto de 1970

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