Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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La Argentina de los años 30 XIV - JUSTO EN EL PODER "He podido comprobar en el interior cómo las fuerzas cívicas podrían salir a la calle sin ningún género de restricciones. Las pasiones están serenadas y si se levantara el estado de sitio ninguna nota disonante empañaría la campaña electoral", expuso el general Justo ante un grupo de amigos en su casa de la calle Federico Lacroze, en Belgrano. La impresión del general era producto de las bien orquestadas concentraciones populares que los hombres de la Concordancia prepararon para sus giras proselitistas. Su opinión se robusteció el 23 de octubre de 1931 cuando en el salón de la Sociedad José Verdi, en la Boca, los Centros Cívicos, capitaneados por Roberto Peralta Ramos, los socialistas independientes y los radicales antipersonalistas lo proclamaron candidato a la presidencia de la Nación. "Este espíritu no es otro —precisó— que el de la masa de nuestra población, y que yo creo poder concretar en la fórmula de paz y trabajo". El 30 de octubre, al regreso de una fugaz y efectiva gira por el litoral, en el Teatro de la Opera desgranó su lamento por la abstención radical porque "el partido es irresponsable de la conducta que observaron sus portavoces”. El 1º de noviembre lo proclaman los demócratas nacionales en Bahía Blanca; el 3 en el teatro Boedo hacen lo mismo los sectores que lo apoyan en la palabra de Antonio De Tomaso y Federico Cantoni, y al día siguiente la Concordancia en pleno hace su parte en el Parque Romano. Pocas horas antes de la elección afirmó: "Nada debe separar a los argentinos”. Pero los radicales proscriptos no creyeron en la seducción que para muchos parecía tener la voz del general y se apresuraron a contener a los que dudaban. La fogosidad de su opositor Lisandro de la Torre pareció levantar piras con sus argumentos demoledores contra "la dictadura". "Existe una cruda imposición oficial" alegó desde La Nación, que le cedió su primera plana para que opinara a discreción. "Las intervenciones se ocupan de proporcionar los electores necesarios", afirmó' entonces, y denunció sin remilgos literarios: "La decisión de imponer un sucesor se ostenta desembozadamente, y las intervenciones federales, principalmente las de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y La Rioja, se han encargado de proporcionar los electores necesarios, como en los tiempos anteriores a la presidencia Sáenz Peña. Nuevamente se registran persecuciones policiales a los opositores, robos escandalosos de libretas de enrolamiento y preparativos para volcar padrones. La República retrocede treinta años a consecuencia de una política obcecada y peligrosa”. S. Justo evitó la polémica, el periódico La Fronda y el diario Libertad tomaron a su cargo llevar la ofensiva contra De la Torre. "La historia se repite —informó el primero—: atacaba a Sáenz Peña como ahora a Uriburu. Para los nacionalistas el candidato de la Alianza soñaba desmesuradamente con el secuestro de libretas y adulteración de los padrones. El segundo (dirigido por Federico Pinedo y aprovechando la condición de estanciero de De la Torre que tenía un campo de su propiedad en Pinas, Córdoba) lo acusó de pagar salarios "de cincuenta pesos mensuales por jornadas de sol a sol y sin alimentación a los obreros y sesenta pesos en las mismas condiciones a los capataces, en vales, claro". La Fronda lo azuzaba: "Ahí está el doctor De la Torre, transformado en un agitador frenético. Después de vomitar injurias, desconocer la revolución gloriosa de setiembre y rociar con hisopo de cianuro hombres, gobierno e instituciones, denuncia planes tenebrosos, amenaza al gobierno y llora en seguida sobre la ausencia de libertad y el imperio de la fuerza”. O lo agredía de esta manera: "El pavo relleno de cianuro de la boda será el infortunado leñador de Pinas". EL FRAUDE. El 8 de noviembre, tal como estaba previsto, se llevaron a cabo los comicios. A nadie que hubiera seguido el proceso político escapaba que el fraude iba a convalidar al general Justo, con Roca o Matienzo. Miles de denuncias y testimonios han quedado en el recuerdo de otros tantos ciudadanos, como aquel fiscal socialista abandonado en medio del campo, para evitar que controlara las urnas en los alrededores de Lanús. El ambiente nacional no se había tranquilizado en lo más mínimo ante el hecho consumado. La Alianza Civil, que enfrentó la candidatura oficial, continuó denunciando los atropellos mucho tiempo después del 8 de noviembre. En la provincia de Buenos Aires la arbitrariedad y la prepotencia llegaron a expulsar a los fiscales opositores y suprimir el cuarto oscuro para que buena parte de los votantes lo hicieran a la vista o con el revólver en el pecho. En Mendoza, San Juan y La Rioja la parodia tuvo características similares, con un agregado: el secuestro de personas, de libretas electorales y vuelco de padrones, sumábase al caos el clamor radical por lo que consideraban el mayor fraude: su exclusión de las elecciones cuando era sin duda el partido mayoritario. Para ellos la seguridad que Uriburu dio a los periodistas chilenos quince días antes de las elecciones aparecía como una lápida: "Ya verán ustedes —les dijo—. Una sola cosa puedo asegurarles: el veto del Gobierno no ha sido impuesto al partido sino a las personas que siguen adueñadas del mismo, y éstas no volverán a gobernar". A fines de noviembre las cifras definitivas del escrutinio sepultaron las quejas y sólo quedaron las conjeturas sobre el juego que se llevaría a cabo en el Colegio Electoral. Al binomio Agustín P. Justo-Julio A. Roca le adjudicaron 606.526 votos, contra 488.535 de Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto. Pero en la Capital Federal el dúo perdidoso pudo resarcirse derrotando a los candidatos de la Concordancia por casi 40 mil votos: más de 166 mil sufragaron por la Alianza demócrata socialista, que aportaron 46 electores, en tanto que por sus contrincantes lo hicieron 126.370, con una minoría de 22 electores. De esa manera la Alianza se aseguró veintidós diputados en la Cámara con los que debía luchar contra el nuevo régimen. En cambio en la Provincia de Buenos Aires la Concordancia se alzó con una resonante victoria al obtener Justo-Roca 218.108 votos contra 126.667 de De la Torre-Repetto, triunfo que aportaba para el Colegio Electoral nada menos que 59 electores, debiéndose conformar con 29 los derrotados. “Fue normal la elección”, aseguró Justo en Ascochinga, adonde fue a reponerse, dos días después de las elecciones. Vestido con traje de golfer, sweater de rombos marrones, muy discreto y cubierto con un panamá de ala ancha, recibió a los periodistas, a quienes respondió sobre las irregularidades detectadas en la Provincia de Buenos Aires: “Lo único que tiene valor e importancia en estos casos es que esas imputaciones se concreten y se prueben de un modo incontestable”. El 21 de diciembre Uriburu, taxativamente, liquidó el problema del fraude que amenazaba con una interminable disputa. Por decreto declaró “correctas” las elecciones y ordenó a los interventores provinciales para que convocaran a los electos. “En 10.370 mesas receptoras de votos que funcionaron no se registró ni un solo incidente", se informó, y se advertía que las legislaturas, citadas entre el 27 de diciembre y el 3 de enero de 1932, no discutirían la validez de los diplomas y éstos se aceptarían “lisa y llanamente”. DESPUES DE LAS ELECCIONES. La euforia de la Concordancia por el triunfo del 8 de noviembre se vio turbada a principios de 1932 cuando los hermanos Kennedy —unos caudillos del Litoral—, al frente de un grupo de exiliados invadieron la provincia de Entre Ríos por la ciudad de La Paz, mientras otro grupo, capitaneado por Gregorio Pomar, prófugo desde su fallido golpe en Corrientes, hacía lo propio por Concordia, luego de vadear el río Uruguay, desde Salto. Fueron derrotados y reprimidos con violencia por el gobierno, llegando al extremo de incendiar, por medio de aviones, los montes en que se hallaban refugiados los dispersos de la asonada. Los acontecimientos cotidianos, las murgas y las comparsas que afilaban sus creaciones para el carnaval que comenzaría a principios de febrero; los monólogos que Pepe Arias diseminaba ante un público atónito en el Monumental; el espectáculo de la Historia del Tango, que en el Smart componían las orquestas de Francisco Pirincho Canaro, Julio De Caro, Augusto Berto y Juan Maglio Pacho, o las disputas bizantinas que se entablaron alrededor del tope de 8 mil pesos fijado por la Liga Argentina de Football para la transferencia de jugadores, en parte lograron paliar los problemas derivados de las elecciones y el remedo de invasión a Entre Ríos. Problemas mucho más angustiosos como la desocupación y la falta de pago a un sector de empleados públicos se avecinaban. A mediados de febrero el Gobierno Provisional que expiraría a fin de ese mes anunció que antes de que Justo asumiera la presidencia, el Estado pagaría a todo su personal los sueldos que adeudaba desde octubre de 1931. La situación era juzgada con cierto humor que los porteños engarzaban en una propaganda de la época: “La zarzaparrilla ayuda a reconstruir su salud”. Por su parte el Departamento Nacional del Trabajo publicó un informe, en el que daba como inscriptos al 1? de enero de 1932 y en todo el país a 333.997 desocupados, reconociendo que la cifra total era mucho más elevada. La economía nacional se debilitaba: 170 millones de pesos oro habían sido retirados de la Caja de Conversión (nada menos que el 40 por ciento de la existencia oro), y la deuda flotante del tesoro, al aumentar, indujo a lanzar a la circulación 300 millones en papel moneda. Los derechos aduaneros cayeron vorazmente sobre los artículos de primera necesidad, y las tarifas ¡legales del puerto de Rosario, suprimidas por Yrigoyen en febrero de 1929, fueron restablecidas en agosto de 1931. El impuesto a los réditos para las escalas más bajas se transformó en un verdadero impuesto a los salarios. Ante esa medida la CGT protestó y advirtió que “si la aguda crisis requiere el concurso colectivo, el gobierno debe buscar los recursos donde existen. No los va a encontrar entre los trabajadores, cuyos magros salarios han sido rebajados a la mínima expresión”. DEPORTACIONES Y ACUSACIONES. Días antes de entregar el poder, Uriburu, aprovechando el viaje del buque Chaco hacia Europa, dispuso una nueva deportación en masa de extranjeros detenidos en las cárceles del país. La CGT protestó y una declaración de huelga partió de las organizaciones obreras agrupadas en la central anarquista de la FORA del V Congreso. Las últimas veinticuatro horas del Gobierno Provisional estuvieron signadas por violentos ataques que lanzaron sus opositores. En La Nación se anunciaba que “será acusado el director de un diario de Paraná. Habría incitado al asesinato de Uriburu”; se trataba de Enrique Badessich (el célebre y frustrado diputado bromosódico, electo por una formidable chanza del estudiantado cordobés) que fue detenido en Buenos Aires. El mismo día en los diarios de Montevideo vio la luz una extensa carta que el general Severo Toranzo, exiliado en el Uruguay, dirigió a Uriburu. “Solamente en un alma vil y cobarde podían anidar los salvajes instintos que usted ha revelado —le espetaba—, ensañándose con sus propios camaradas del Ejército al punto de hacerlos azotar y torturar, de uniforme, por verdugos civiles y policías que han emulado los más sombríos y repugnantes personajes de la historia". Le recordó la triste tarde del 6 de setiembre de 1930 cuando lo mandó detener junto con sus pares Baldrich, Mosconi y 50 oficiales de menor jerarquía, reunidos en el Arsenal Esteban De Luca. En su descarga Toranzo lo estigmatizó: “Con sus dádivas y favores, finalmente usted ha prostituido la conciencia de miles de argentinos, principalmente militares, y ha introducido en el ambiente moral del país un fermento de degeneración" EL RELEVO. Era tradición en la Argentina que los presidentes electos asumieran su mando el día 12 de octubre, norma que se varió con el general Justo, entronizado el 20 de febrero de 1932. Durante casi todo el mes de enero el nuevo mandatario disfrutó de vacaciones en Mar del Plata, repartiendo sus ocios entre el Golf Club —donde se propuso completar su aprendizaje de golfista— y las playas. Fue cliente asiduo del balneario de Jenaro Ventura, a quien alquilaba una carpa lindante con las aristocráticas casillas de playa Ocean. Intentó por todos los medios pasar inadvertido, pero sin ocultar la sonrisa que brotaba de su rostro sonrosado cuando alguien señalaba: “Mirá, ése es Justo”. La prensa lo acorraló y lo apabulló con preguntas: "¿Quiénes serán sus ministros, señor presidente?”. "Tengo tantos ministros —dijo burlándose de la curiosidad de los cronistas— entre los autocandidatos y los candidatos que me asigna la opinión pública como para afrontar veinte crisis sucesivas... Porque los candidatos que circulan deben llegar aproximadamente a cien". El 7 de febrero regresó a Buenos Aires y el 17 fue proclamado presidente constitucional por la Asamblea Legislativa. Avalaron su ascenso 237 electores junto con Julio A. Roca, que logró reunir 196. El 16 de febrero presentó ante el director del personal del Ejército, coronel Enrique Jáuregui, su solicitud de retiro de las filas, algo que se le concedió al día siguiente después de haber prestado servicios ininterrumpidos durante 46 años 10 meses y 20 días. A las cuatro y cuarto del sábado 20 de febrero Justo apareció en el hall del Plaza Hotel, donde se alojó transitoriamente, ataviado con un impecable traje civil, para llegar hasta el Congreso y luego hasta la Casa de Gobierno, donde Uriburu le haría entrega de los atributos del mando. Ante los legisladores expresó: "El Pueblo quiere el retorno a la armonía y a la concordia", y sobre ambas basaría su plan de gobierno. De pie, flanqueado por el presidente de la Asamblea, Robustiano Patrón Costas, prestó juramento. Cuando llegó a la Casa de Gobierno el regimiento destacado para rendirle honores lo recibió con los acordes de la marcha Ituzaingó. Uriburu le hizo entrega de las insignias del mando con una breve alocución: "Lo que un exceso de mis escrúpulos hubiera deseado evitar, el pueblo soberano lo ha consagrado. Hoy puedo deciros que el pueblo ha sido más justo que mis sentimientos. La obra de la revolución sólo podía continuarla un soldado de la revolución. Los hombres de setiembre confiamos, pues, plenamente en vos y queremos testimoniaros esa confianza poniendo bajo el auspicio de vuestro gobierno uno de nuestros más grandes anhelos; este pliego, que pongo en vuestras manos, contiene el proyecto de reformas a la Constitución Nacional que debe ser considerado por el Congreso. Este pliego cambia simplemente de manos”. En su respuesta Justo tuvo una expresión que desagradó a los partidarios de Uriburu: lo llamó "ciudadano general”, agregando: "No soy yo el llamado a juzgar vuestra obra ni ésta la oportunidad de realizarlo, pero la alusión que habéis hecho a los escrúpulos experimentados por vos al surgir mi candidatura me imponen una única alabanza. Al obrar como entonces lo hicierais, manifestando vuestra opinión, cumplisteis con vuestro deber, venciendo los dictados de los sentimientos que nos vinculan y que también habéis recordado, pero al realizarlo no pretendisteis hacerla prevalecer sobre la libre elección del pueblo”. Uriburu salió de la Casa de Gobierno rodeado por miembros de la Legión Cívica que lo protegían del público que se acercaba para saludarlo. Ascendió al mismo auto con el que había llegado a ese lugar el 6 de setiembre y se dirigió a su domicilio particular; su misión había terminado. EL GABINETE. Muchos de los allegados al ex presidente provisional desconfiaron del general Justo, y Carlos Ibarguren resumió esas inquietudes de este manera: “Es espiritual e ideológicamente el polo opuesto al general Uriburu. Justo es político por vocación, ambicioso por naturaleza, liberal, inquieto, cauteloso y maniobrero cuando le es necesario obrar así para la consecución de sus fines; los rodeos en sus procedimientos lo conducen a transigir y aun a unirse con las más opuestas tendencias”. Para formar su gabinete ministerial Justo designó a Leopoldo Meló, varias veces senador, diputado y candidato a la presidencia en 1928, en el Ministerio del Interior; a Carlos Saavedra Lamas, posteriormente premio Nobel de la Paz, como Ministro de Relaciones Exteriores; a Manuel de Iriondo en la cartera de Justicia e Instrucción Pública; en Hacienda designó a un perito en finanzas: Alberto Hueyo; en Agricultura a Antonio De Tomaso, ex diputado socialista; en Obras Públicas a Manuel R. Alvarado, ex interventor federal en la provincia de Buenos Aires; en el Ministerio de Guerra colocó a su antiguo colaborador, el coronel Manuel A. Rodríguez, y en Marina al capitán de navío Pedro S. Casal. El 19 a la noche fue indultado Hipólito Yrigoyen y al día siguiente, al anochecer, el guardacosta Independencia lo trasladó desde Martín García. En su nuevo domicilio de Sarmiento 944, Yrigoyen, agotado, apenas pudo musitar a la multitud que se convocó para saludarlo: "Todo ha terminado. Ahora debemos empezar de nuevo". Pero el tardío indulto otorgado al anciano jefe del radicalismo no borró el resentimiento de sus fieles, y a pesar de que Justo recibiera el poder prometiendo "armonía y concordia" resonaban aún las palabras con que el diputado socialista Silvio L. Ruggieri acusara el 17 de febrero, día de la proclamación por la Asamblea Legislativa de la fórmula Justo-Roca, al proceso electoral del 8 de noviembre: "Nunca como ahora jugó el odio político de los que gobiernan un papel tan preponderante; odio desatado contra los enemigos de ayer y de hoy, contra los derrotados y contra cuantos no hemos querido quemar incienso al pronunciamiento victorioso. Nunca como ahora se vio la exclusión en masa del comicio de una gran fuerza electoral argentina, ni a los agentes federales intervenir tan activamente en el ajetreo electoral de los partidos afectos a la política oficial; ni nunca como ahora se vio a las fuerzas del gobierno amparar tan desembozadamente la violencia y el fraude, organizados arteramente para burlar la voluntad popular”. “Donde aparezca el absolutismo —predicaba De la Torre— deben encontrarse todas las fuerzas de la opinión pública para aplastarlo. Huyamos de él como del más horrendo peligro". Yrigoyen no se equivocó: había que comenzar nuevamente. PANORAMA, SEPTIEMBRE 19, 1970 |
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