Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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TELEVISIÓN: NO JUZGUES SI NO QUIERES SER JUZGADO Es probable que, desde la más primitiva sociedad tribal, los hombres pergeñaran, antes que murallas y fosos, puentes y armas, un método defensivo solemnizado por la costumbre, deteriorado por la intriga, pervertido por el poder, pero aparentemente inmortal: el, juicio. Apto tan sólo para defenderse de o atacar a otros hombres, el sistema perfeccionó gradualmente sus mecanismos, hasta lograr una fórmula de signos iguales en Oriente y Occidente. El aparatoso enfrentamiento hombre-sociedad tienta desde hace siglos al teatro. Más tarde sucumbió el cine, después, naturalmente, fue el tiempo de la TV. En USA, el tema alimentó series olvidables y dos experiencias reconfortantes: Los defensores y Arresto y juicio. En la Argentina, un grupo de periodistas inventó, en 1962, Apelación pública, un divertimento que iniciaron Rodolfo Baltiérrez (actual secretario de Difusión y Turismo) como fiscal, el hispánico Mariano Perla (juez), Pedro Larralde (abogado defensor y más tarde magistrado) y Carlos Izcovich (asesor). Al primitivo equipo se agregaron, en cambios sucesivos, Carlos Burone, César Fernández Moreno, Horacio Verbitzky, Manuel Rey Millares y otros que turnaban sus funciones. Los temas “apelados” se sometían a un jurado elegido entre el público, y durante los tres años que el juego se trasmitió por Canal 9, el rating (entonces preocupación menos obsesiva) se empinó gracias al humor certero y el inteligente buen gusto del equipo. Aquella aventura, sin embargo, no alentó imitadores consecuentes hasta hace muy poco tiempo. Probablemente, porque no es fácil reemplazar aquel staff. UNA NUEVA VIOLENCIA. La moda renació, quizás, alentada por el éxito de una nueva idea. El 2 de agosto de 1968, Horacio Germán Tirigall —Horangel—, en equipo con su mujer Ángela Groba, estrenó en Canal 9 un programa de su invención: Los doce del signo. Hasta diciembre de aquel año, la receta consistió en lo que sus creadores llaman el “ciclo histórico”, una figura (Napoleón o Marilyn Monroe) evocada para responder a las preguntas de un panel que representa los signos del zodíaco, revelaba con respuestas documentales los rasgos de carácter que los panelistas identificaban con su propio signo. Desde principios de 1969, la figura central del programa (una personalidad del espectáculo, el deporte, las ciencias o la política) responde en vivo a una requisitoria elaborada “en base a previos tests psicotécnicos, psicológicos y grafológicos”. La receta contó, desde su alumbramiento, con una adhesión (traducida en rating elevadísimo) que Horangel explica simplemente: “Cada panelista representa a la dozava parte de la audiencia, lo que permite para el juego una identificación singular. Por otra parte, nuestro programa no se parece a nada, ni antes ni después, y no intenta agredir. Conozco otros medios para armar un show". Su indignación, según los malévolos, se remonta a un mes atrás, cuando los premios otorgados por APTRA desdeñaron su programa para distinguir a El juicio del gato. “He tenido más llamados y adhesiones que si hubiera recibido el premio —se jacta Horangel—. Por otra parte, este tipo de imitadores no hace sino beneficiarnos; la mera comparación no deja dudas.” El primer destinatario de sus dardos es, sin duda, Luis César —Lucho— Avilés (33), inventor del Gato. En noviembre del año pasado, su programa comenzó un ciclo en Canal 13 con el mismo elenco que este año continúa en la emisora oficial: Avilés (fiscal), Víctor Sueiro (27), defensor, Jorge Sturla (37), asistente de la defensa, Rodolfo Moure (25), alátere de la fiscalía y Osvaldo Parrondo (42) juez. La fórmula consiste en depositar en el banquillo a una figura muy popular (actores o actrices en el 99 por ciento de los casos), convicta de cargos que previamente acordó soportar. Cuando estos innovadores abandonaron el 13, los cerebros de la casa decidieron no perder la receta y convocaron a Gerardo Mariani (director de cámaras) para confiarle la producción de un calco: La muela del juicio. Mariani (32) reunió a un cuadro “de amigos": José De Zer (32) fiscal, Fernando Bravo (26) defensor, Santos Biazatti (26) asistente de fiscalía, Ricardo Jordán (36) asistente de la defensa y Geno Díaz (44) juez. Desbordando su propio cauce, cada nueva versión del esquema cumple la predicción de Horangel: redime aparentemente a sus antecesores, aportando menos imaginación y pudor a la carga de agresión implícita en el planteo. Así, Avilés confiesa que el porcentaje de cartas que reprochan sus modales ha cedido, desde que De Zer juega a "Fachenzo el Maldito”. Parece claro que, agostado el romanticismo de los teleteatros, perimidas las series "de acción", estas obvias alquimias intenten pergeñar una nueva violencia. Menos claros son, aparentemente, los motivos por los que algunas figuras se someten a un ejercicio tan poco reconfortante. ¿SEÑAL ES QUE CABALGAMOS? Acusada de "sentimentalmente fracasada”, Nelly Prince lagrimeó ante los asedios de De Zer que presentaba, como pruebas, fotos suyas con diversas "relaciones sentimentales". En El juicio del gato, Délfor fue hallado culpable de un solo cargo: negrero. Eduardo Rudy soportó largas disquisiciones acerca de su “estrafalaria manera de vestir para ocultar los años”, en cinco tardes de La muela, mientras Tañía respondía, frente a Avilés, sobre su “explotación de la figura de Discepolín". “Yo nunca había visto el programa —se defiende Eduardo Mazzelli Rudi, 49—; de todos modos, los actores no podemos negarnos a estas invitaciones, dependemos de la repercusión popular. Salerno (testigo de la fiscalía en el programa) siempre me embromaba diciéndome Abuela, cuando trabajábamos juntos. No tiene importancia". El, que demandó a un diario vespertino por injurias supone, sin embargo, que "de no haber ido, alguien se hubiera preguntado por qué, y eso es más peligroso". Beatriz Taibo, vindicada por El gato como "ambiciosa que descuida su hogar”, se declara "bastante satisfecha; porque en esos programas a uno lo atacan pero se puede defender; por otra parte, los abogados defensores se ocupan de dar una imagen muy gratificante. Claro —explícita— que yo nunca lloraría en cámara y los que no son muy rápidos corren el seguro riesgo de una humillación, pero con no ir...". Mecha Ortiz, en cambio, prefiere un planteo más claro: "Conmigo han sido muy gentiles en el Gato, pero yo no hubiera permitido otra cosa. No entiendo por qué hay gente que se deja agredir; dudo mucho de los beneficios de semejante promoción. En todo caso, estoy segura de que nadie se atrevería conmigo a ciertas bajezas, yo soy capaz de pegarles un tiro en la barriga”. LAS LEYES DEL JUICIO. Parece claro, no obstante, que son las "tintas recargadas" las que conmueven al público. Mi destino, mi letra y yo, una invención de Héctor Rivas (35), con la conducción de Andrés Redondo (40) y tres periodistas: Pablo Ananía (27), Alberto González (29) y Manuel Caldeiro (373, intenta en Canal 11 una fórmula entre los “juicios" y la “grafología”. No consigue elevar su rating, obviamente, porque, como explica Alfredo Scalise, gerente de programación de Leoncio, "nosotros no somos agresivos. Ni la grosería ni la violencia implícita en ciertos planteos entran en la filosofía de este canal". Pero el modelo es barato, en ningún caso excede el millón y medio y, de alguna extraña manera, parece conformar la moda "periodística pero no tanto" que arrasa con la temporada. En tanto, Avilés y De Zer coinciden en interpretar su papel a gusto y en afirmar que "nadie se ofende y todos quedamos amigos al terminar la grabación”; y en apoyar a Horangel en un solo punto: "los premios de APTRA no tienen real significado”. Es obvio, ya que podrían votar posibles candidatos. El conductor de Los doce del signo se plantea, además, la posible inmoralidad "de actuar en un medio sobre el cual, periodísticamente, se puede ejercer una presión que nadie desconoce”. Parece cierto, pero también lo es que no resulta necesario. Los actores, en general, no se resisten al canto de sirena de semejante dragón. Revista Panorama 28/07/1970 |