Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Frondizi
Frondizi y los colorados
En la madrugada del 29 de marzo de 1962, Arturo Frondizi se convertía en el cuarto presidente derrocado por las FF.AA. Todo ocurrió luego de tensos esfuerzos ensayados para permanecer en el poder, ante la presencia azorada del príncipe Felipe, de Inglaterra

En la madrugada del 29 de marzo de 1962 el avión naval T-25 despegó del Aeroparque de Buenos Aires en dirección a la isla Martín García. A su bordo iba Arturo Frondizi, a quien los jefes de las Fuerzas Armadas acababan de quitarle la presidencia de la Nación, un mes antes de que cumpliera cuatro años de gobierno. Frondizi se convertía así en el cuarto presidente derrocado (el segundo de extracción radical) y se iba detenido por negarse a firmar su renuncia.
Su suerte había quedado sellada diez días antes, en las elecciones nacionales del 18 de marzo, donde el peronismo se alzó con una victoria abrumadora y quitó a Frondizi la posibilidad de retener el control parlamentario. Pero la agonía de su gobierno comenzó tres meses antes, cuando el frondicismo puso en marcha un intento por capitalizar en su favor los votos antiperonistas, con vistas a esas elecciones nacionales, de la misma manera que en 1958 usufructuara el caudal peronista para alcanzar el poder.

ELECCIONES PILOTO
La táctica, que consistía en devolver la legalidad al peronismo, para adueñarse del electorado antiperonista, dio sus primeros resultados noventa días antes del 18 de marzo, en los comicios de Santa Fe y Catamarca. Esa compulsa piloto (renovación parcial de legislaturas y gobernaciones) había sido favorable y abrió una venturosa perspectiva: derrotar al peronismo, demostrar la caducidad de las influencias madrileñas y absorber el caudal de los otros partidos opositores (radicales del pueblo, socialistas de ambas tendencias, conservadores y demócratas progresistas) que hostigaban permanentemente al gobierno.
Dentro del peronismo se perfilaba en esa época la línea concurrencista, alentada por Augusto Timoteo Vandor, Amado Olmos, Andrés Framini y Juan Atilio Bramuglia, frente a un abstencionismo alimentado por el jefe máximo del movimiento. Perón había dado directivas precisas en el sentido de presentar candidatos, para luego retirarlos a último momento, apenas surgieran dificultades de índole legal. Sin embargo, pudo más la obstinada actitud de sus dirigentes gremiales y políticos, y debió aceptar la concurrencia a las urnas. Era difícil, además, impedir al electorado peronista su participación en los primeros comicios en que se les autorizaba a votar por sus propios candidatos. Llevaban siete años de proscripción y estaban ansiosos por volver a demostrar su poderío.
Pero esta situación, claro, despertaba serios temores en las Fuerzas Armadas, cuyos jefes —líderes del futuro bando colorado, golpista— también hostigaban a Frondizi desde su primer día en la presidencia. Para aventar las dudas sobre el probable retorno del peronismo al poder, el ministro del Interior, Alfredo Roque Vítolo, aceptó firmar (el 29 de enero) un acta en la que se descartaba esa posibilidad y la de que el peronismo tuviera predominio parlamentario en el Congreso nacional y en las legislaturas provinciales. Ese documento, exigido por los tres secretarios militares (Rosendo Fraga, Gastón Clement y Jorge Rojas Silveyra) desbarataba la posibilidad de que Perón volviera legalmente al país, pues su nombre había sido incluido en las listas de candidatos a gobernar en la provincia de Buenos Aires.

LA MUERTE DE LARRALDE
Si bien los cálculos frondicistas estaban preñados de optimismo, secretamente Vítolo pidió a Framini (reemplazante de Perón en la candidatura a gobernador) que se pronunciara por la abstención “para evitar un golpe de Estado y el recrudecimiento de la persecución contra el peronismo". En el caso de la provincia de Buenos Aires, los temores eran bien fundados, pues la candidatura del radical del pueblo Crisólogo Larralde resultaba más atractiva que la del ucrista Guillermo Acuña Anzorena (para derrotar a Framini) y se advertía que una polarización entre los dos radicalismos podía redundar en beneficio directo de Framini.
Si, en cambio, Framini se abstenía, los votos peronistas podían volcarse al opositor más inmediato: Larralde, un amigo personal de Frondizi, con quien no resultaba difícil alcanzar un acuerdo de no agresión. Pero estas especulaciones se deshicieron el 22 de febrero, en Berisso, cuando Larralde cayó abatido por un síncope mientras hablaba en la tribuna de su partido.
La inesperada muerte de Crisólogo Larralde cambió el panorama, pues su candidatura fue sustituida por la de Fernando Solá, un hombre fiel a Ricardo Balbín. A partir de ese momento, los estrategas frondicistas prefirieron enfrentar solos el desafío que ellos mismos habían desatado, a riesgo de que una derrota en las ¡urnas significara también la pérdida del poder.
Cinco días antes de las elecciones, el 13 de marzo, Vítolo quiso tranquilizar a los militares y advirtió que los “retornos” eran imposibles. “Si se intenta instaurar —dijo— una administración retornista y totalitaria y crear un instrumento de violencia, se provocará la puesta en marcha de los recursos constitucionales". Esos recursos constitucionales eran, obviamente, la intervención federal y la anulación de los comicios.

EL TRIUNFO PERONISTA
FragaEl domingo 18 de marzo se efectuaron las elecciones en todo el país, y a las seis de la tarde comenzó el drama. Apenas se abrieron los primeros sobres, las boletas peronistas comenzaron a inundar las mesas y a perturbar la aparente tranquilidad del gobierno. Las pizarras de los diarios, sin embargo, escamoteaban las cifras y preferían ofrecer resultados parejos, para evitar que la depresión de unos estimulara la euforia de los otros.
Las radios, a su vez, daban continuamente la marcha del escrutinio, sin poder ocultar lo que ya era una evidencia irrefutable: el triunfo peronista en casi todas partes, en especial en la provincia de Buenos Aires, donde Framini arrasaba con las esperanzas de Acuña Anzorena.
Por la noche, el gobierno admitió su derrota. A las 2 de la mañana del lunes 19 Vítolo salió de su despacho en la Casa Rosada y subió hasta el primer piso para presentarle su renuncia a Frondizi. Pero éste la rechazó. Vítolo optó entonces por comunicar oficialmente a los periodistas destacados en la Casa Rosada que Framini había ganado las elecciones bonaerenses y corrió a reunirse con los jefes militares, para anunciarles su decisión de renunciar.
En la Secretaría de Aeronáutica estaban reunidos, desde las 6 de la tarde, Rojas Silveyra, Poggi, Penas, Fraga y el comandante en jefe de Aeronáutica, brigadier Cayo Alsina. Habían escuchado con fastidio los cómputos electorales trasmitidos por las radios y ya comenzaban a especular políticamente sobre la base del acta firmada el día 29 de enero. En ese momento irrumpió Vítolo. “Acabo de presentar mi renuncia, pero el presidente no me la acepta. Yo he sido derrotado y debo irme, por eso voy a ratificar mi decisión delante de ustedes.”
En esa reunión, por momentos impetuosa, Vítolo llamó por teléfono a Frondizi para reiterarle su renuncia. Pero lo que los jefes militares querían en ese momento no era la renuncia de Vítolo sino la de Frondizi. O en su defecto, la inmediata intervención de las provincias donde el peronismo acababa de resultar ganancioso.

LAS 5 INTERVENCIONES
Al día siguiente, a las 9 de la mañana, Frondizi recibió a Vítolo en la residencia de Olivos con los borradores de los decretos que establecían la intervención a las provincias. “Tenemos que salvar el orden constitucional para evitar que el país caiga en el caos político y en la guerra social. Si las intervenciones son el precio que debemos pagar para salvar a la República, lo pagaré sin hesitaciones”, dijo el presidente. Y Vítolo le contestó: “Perdóneme, pero yo no puedo firmar estos decretos. Prefiero irme; déjeme renunciar, se lo ruego”.
Frondizi aceptó entonces la renuncia de Vítolo y nombró en su reemplazo, interinamente, al ministro de Defensa, Justo P. Villar, quien convocó de inmediato a una reunión en su despacho para decidir sobre la firma de los decretos. Asistieron a ella David Blejer, José R. Cáceres Monié, Héctor Noblía, Luis R. Mac. Kay y Héctor Gómez Machado. Villar les informó que estaba dispuesto a firmar esos decretos, pero que antes necesitaba contar con la aprobación de sus amigos. Gómez Machado le trasmitió, en nombre de todos ellos, esa solidaridad: “En este momento es un privilegio acompañar a Frondizi, pues esta decisión será histórica. Y aunque el país, seguramente, la enjuiciará, ha de servir para evitar que la Nación caiga en una dictadura’’.
Después, Blejer se entrevistó con Frondizi y le señaló la impopularidad de la medida que acababa de tomar. “Ha enajenado su gloria, doctor”, se atrevió a decirle. A lo que Frondizi respondió: “Ya lo sé, pero hay que hacer cualquier cosa para preservar la legalidad”. En ese mismo momento se daban a publicidad los decretos y cinco provincias quedaban intervenidas: Buenos Aires, Río Negro, 'Santiago del Estero, Chaco y Tucumán.

EL ACTA SECRETA
En la mañana del día 20, después de acuartelar las tropas, los jefes militares se reunieron en la Secretaría de Guerra. Poggi, Fraga y otros dos generales, José Spírito y Carlos Peralta, representaban al Ejército; Penas, Clement y otros dos almirantes, Jorge Palma y Juan C. Bassi, llevaban la voz de la Marina; los brigadieres Rojas Silveyra, Mario Romanelli y Juan Carlos Pereyra eran portadores de la opinión de la Aeronáutica.
El espíritu de la reunión era netamente golpista. Todos hablaban del derrocamiento de Frondizi como de un hecho consumado, sólo que aún faltaba determinar la forma de reemplazarlo. Unos proponían incorporar, momentáneamente, a un representante de cada partido al gabinete, para neutralizar al presidente. Otros se inclinaban por su derrocamiento, sin alterar el régimen constitucional. Finalmente estaban los más drásticos, quienes se inclinaban por el reemplazo del presidente por una Junta militar.
El resultado de esas discusiones quedaría estampado en una nueva acta donde se establecieran dos posiciones claramente definidas: 1) Exigir la renuncia indeclinable del presidente, manteniendo la vía constitucional; 2) Mantener al presidente en ejercicio, con un gabinete de coalición propuesto por las Fuerzas Armadas. La primera posición fue respaldada por la Marina y la segunda por la Aeronáutica, mientras que los cuatro generales se dividieron: Spírito y Poggi se decidieron por la primera; Peralta y Fraga por la otra. Pero luego resolvieron unificar criterios en la segunda posición, “para no quebrar la unidad del Ejército”, aunque con la condición de que “llegado el caso, el presidente deberá alejarse del cargo y la responsabilidad de la conducción del país pasará a las Fuerzas Armadas”.

LOS POLITICOS EN CONTRA
También en esa reunión se decidió formular un llamado a los partidos políticos, y fue el general Fraga el encargado de conversar el día 21 con los dirigentes máximos de cada uno de ellos. Pero la misión de Fraga no dio resultado: todos los políticos se negaron sistemáticamente a colaborar con el gobierno “mientras Frondizi permanezca en la presidencia”.
Una actitud parecida, aunque encubierta por frases menos comprometedoras, tuvieron los dirigentes de la CGT. “Estamos por el preserva-miento de las instituciones”, dijeron, pero sin mencionar la permanencia o no de Frondizi. A su vez, el cardenal Antonio Caggiano declamaba: “Debemos respetar el orden legal a costa de cualquier sacrificio”. No se entendía muy bien si ese “cualquier sacrificio” era la renuncia al golpe o la renuncia del presidente.
Frondizi, mientras tanto, quiso anticiparse a los acontecimientos y ganarles de mano a los militares golpistas. En su intento por obtener el apoyo de los partidos políticos, éstos fueron convocados individualmente a la presidencia, donde se conversó sobre “la posibilidad de formar un gabinete de coalición”. Pero los resultados seguían siendo nulos.
Estaban en marcha esas conversaciones cuando en la mañana de! día 22: arribó al Aeropuerto de Ezeiza el príncipe Felipe, duque de Edimburgo. Ese día el país soportaba una huelga general declarada por las “62 organizaciones sindícales” en protesta por las intervenciones a las provincias.
Fracasadas todas las gestiones en marcha, Frondizi intentó el día 23 una nueva operación: cambiar a sus ministros leales por otros más acordes con las exigencias militares. La cartera de Interior fue confiada entonces a Hugo Vaca Narvaja, la de Economía a Jorge Whebe, la de Trabajo a Oscar Puiggrós, la de Defensa a Rodolfo Martínez. Este último, con valiosos contactos entre los sectores militares. Finalmente, apeló a una carta decisiva: la mediación del general Pedro Eugenio Aramburu.

ARAMBURU PRECIPITA EL GOLPE
El día 24 Aramburu anunció a los periodistas que “la renuncia del presidente no significará necesariamente la quiebra del orden constitucional, porque en la Constitución están previstas todas las circunstancias de sucesión del gobierno”. Rato después advirtió a los flamantes ministros: “Es inútil que ustedes juren, porque esta misma noche tendré que pedirle la renuncia a Frondizi”. Esa noche, la Marina dispuso “no aguardar el fallo de Aramburu y salir a derrocar a Frondizi cuanto antes, aunque tenga que cenar con el príncipe Felipe”.
Al enterarse de la decisión naval, Aramburu convocó a los firmantes del acta del 20 de marzo y les pidió serenidad. Lo respaldaba en ese momento el general Juan Carlos Onganía (de Campo de Mayo), quien emitió un comunicado aconsejando “no admitir una actitud unilateral de las Fuerzas Armadas para decidir el problema, hasta tanto el general Aramburu no finalice la gestión que está realizando”.
El día 25 fueron nombrados otros dos nuevos ministros: Roberto Etchepareborda, en Relaciones Exteriores; y Miguel Sussini, en Educación. Aramburu advertía esa misma tarde que las tratativas estaban bien encaminadas, y explicaba: “Estamos buscando un puente, que nos evite el precipicio; por eso exijo una tregua sin bajar la guardia”. Al día siguiente, en la Secretaría de Aeronáutica se volvían a reunir los jefes de las tres armas, esta vez con Aramburu.
“Nadie quiere colaborar —dice el mediador— sin obtenerse antes la renuncia del presidente. Todos los sectores políticos consultados reclaman la salida de Frondizi. Ahora sólo me falta la opinión de ustedes.” Esa opinión, era obvio, estaba inserta en el acta del día 20. El almirante Clement lo recordó en seguida: “Ya nos hemos pronunciado con suficiente anticipación. Creo que no hace falta reiterar que queremos esa renuncia cuanto antes..." Los cuatro militares unificaron entonces sus criterios, y a los golpistas Spirito y Poggi se sumaron Fraga y Peralta.
Pero faltaba aún la decisión de la Aeronáutica, remisa hasta ese momento a aliarse con los golpistas. El consejo de brigadieres, reunido en una salita contigua, estudió la situación y finalmente, por votación, resolvió adherirse al pedido de renuncia. Ya no quedaban dudas: Frondizi debía irse sin más trámite. El propio Aramburu firmó esa noche una carta (que redactó el jurista Sebastián Soler) en la que señalaba públicamente a Frondizi: “Las diferencias entre los argentinos son muy profundas y la base de posibles coincidencias descansa en su renunciamiento”.

ULTIMOS MANOTONES
Al otro día, 27 de marzo, en la planta baja de la Casa Rosada se efectuó una reunión de mandos militares presidida por el ministro Martínez, en la que los altos jefes volvieron a insistir en el alejamiento de Frondizi. Pero Martínez, para ganar tiempo y posibilitar una nueva maniobra defensiva, optó por convocar a todos ellos para el día siguiente, a las cuatro de la tarde, en la Secretaría de Aeronáutica, “para tomar una resolución definitiva”. En el ínterin, de acuerdo con Frondizi, preparó un plan.
"Coincidentes con los términos de la carta del general Aramburu —anunció Martínez poco después—, las tres armas piden el alejamiento del presidente. Pero como éste se niega a renunciar, hemos preparado un plan para someterlo a la consideración de las Fuerzas Armadas". Ese plan consistía en convocar al Congreso para someterle un proyecto de ley que establecía el derecho de los secretarios militares a refrendar el despacho presidencial. A su vez, por medio de Martínez, Frondizi prometía aceptar la representación proporcional, la reforma a la Ley de Asociaciones Profesionales, la moralización administrativa y el desconocimiento de "las agrupaciones totalitarias” (el peronismo y el partido Comunista).
Pero este operativo tampoco dio resultado. En la madrugada del día 28 las tropas ocuparon las emisoras, para evitar que Frondizi utilizara ese medio de comunicación para reclamar el apoyo de la población civil. Por otra parte, ante la evidencia de que las decisiones se iban dilatando y esto permitía a Frondizi ganar tiempo para maniobrar, la reunión programada en Aeronáutica, para las 4, fue adelantada para las once de la mañana, en la Secretaría de Marina.
En ella se redactó una nueva acta, que haría las veces de proclama revolucionaria, cuyo texto decía así: “En Buenos Aires, a los 28 días del mes de marzo, en reunión celebrada en la Secretaría de Marina, reunidos los señores comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas resuelven, atentos a la gravísima situación imperante, exigir el alejamiento de sus funciones del señor presidente de la Nación, a fin de agotar los medios para salvar la organización constitucional. Esta decisión se notificará en el día de la fecha por el conducto que cada autoridad militar considere conveniente dentro de su fuerza".
A pedido del general Poggi, antes de levantarse la sesión, se discutió cuál sería la forma de gobierno para reemplazar al presidente. Entonces se añadió otro documento, en estos términos: “Los comandantes en jefe de las tres Fuerzas Armadas dejan constancia expresa de que, en caso de que los acontecimientos lleven a situaciones extremas que hagan ineludible el cambio de gobierno, el nuevo gobierno será civil”.

Toranzo MonteroYO NO RENUNCIO
Poggi informó esa mañana a Fraga y Peralta, en la Secretaría de Guerra, que Frondizi estaba a punto de ser sustituido. Entonces, los dos presentaron sus renuncias a los cargos de secretario y subsecretario de Guerra, casi simultáneamente con la de los secretarios de Marina, Clement, y de Aeronáutica, Rojas Silveyra. Poggi pudo enviar así un radiograma a todas las unidades militares del país anunciándoles que él asumía el mando del Ejército.
Cerca del mediodía, los tres comandantes en jefe (Poggi, Penas y Alsina) solicitaron una entrevista con Frondizi, la que les fue concedida para las 5 de la tarde, “después que el presidente pueda dormir algunas horas, pues lleva demasiado tiempo en tensión nerviosa". Por fin fueron recibidos, y Alsina inició el diálogo:
—La situación por la que atraviesa el país, el desprestigio de su gobierno, una serie de hechos que comienzan con el pacto con Perón y terminan en las elecciones últimas, aconsejan que usted se aleje del poder. Pida parte de enfermo o haga un viaje . . .
—¿Nada más, brigadier?
—Nada más, señor presidente.
—¿Usted, almirante Penas?
—No tengo nada que agregar a las palabras del brigadier.
—¿Y usted, general Poggi?
—Reitero las palabras del brigadier
—Les comunico —dijo Frondizi poniéndose de pie— que no renuncio, ni doy parte de enfermo, ni me voy de viaje. Sigo siendo el presidente. Cualquier acción contra mí debe concretarse a través de un juicio político. Si no desean nada más, pueden retirarse.
A seis años de su derrocamiento, Frondizi exhibe una imagen muy distinta de los últimos días de su gobierno, en contraposición a la que aquella tarde le señalaran los tres comandantes en jefe. “En ese momento —dice— marzo de 1962, yo habla podido devolver la CGT a los obreros; había mejorado mi posición en Fuerzas Armadas, desalojando a Toranzo Montero; había conseguido marcar una posición internacional ¡independiente; había logrado éxito en el problema del petróleo; tenía la economía del país marchando. Solamente me faltaba integrar a la clase obrera en el proceso político y no tenía sentido retroceder en este punto." (Estas declaraciones figuran en el libro del periodista Rodolfo Pandolfi Frondizi por él mismo; Editorial Galerna; Buenos Aires, 1968.)

ACTUA LA CORTE SUPREMA
Mientras Frondizi discutía con los comandantes en jefe, en la antesala de su despacho se había apostado el diputado oficialista (de Misiones) Roberto Galeano, dispuesto a matar a los tres jefes militares “apenas salgan por esta puerta”. Cuando le pidieron que guardara su revólver y se calmara, Galeano respondió fastidiado: “Nadie puede impedir el paso a un legislador que viene a defender al presidente de un general peronista que vino a increparlo”.
Pero Frondizi, al enterarse de la situación, hizo salir a los jefes militares por la puerta de atrás. Poco después, también ordenó a los granaderos de la guardia presidencial que se fueran, para evitarles problemas “por si vienen a destituirme.” Simultáneamente, los miembros de la Corte Suprema de Justicia estudiaban detenidamente la situación para el caso de que Frondizi fuera destituido. El doctor Julio Oyhanarte, miembro del organismo, dijo en esa oportunidad: “El hecho a consumarse es la destitución del presidente, no la disolución de los poderes políticos. La Corte debe certificar el carácter irrevocable del acontecimiento y, dentro de la situación creada, ejercer su función de salvaguardia institucional”.
El problema radicaba, básicamente, en la aplicación de la Ley de Acefalía, y los jueces resolvieron utilizarla. Frondizi, quien también barajaba esa posibilidad, se inclinó por el traspaso del gobierno a la Corte “en caso de que yo sea destituido”, pues consideraba que el presidente del Senado, José María Guido, ostentaba ese cargo en forma provisional; y Federico Fernández de Monjardín, presidente de la Cámara de Diputados, nacido en España, carecía del requisito básico (nacionalidad argentina) para ocupar la primera magistratura.

FRONDIZI ES DESTITUIDO
Frondizi en BarilocheLos tres comandantes en jefe, al advertir la libertad de movimientos que aún ostentaba Frondizi, decidieron de común acuerdo enviar al batallón de infantería de marina, destacado en Olivos, a la residencia presidencial. La orden fue categórica: “Dejen entrar al presidente, pero no lo dejen salir”. Frondizi quedaba, así, preso en su propia casa. Y lo que era más curioso todavía, encerrado en la presidencia, donde precisamente quería permanecer.
Después, los comandantes en jefe fueron a conversar con Guido, a quien Martínez señalaba como “el sucesor indicado". En su despacho del Senado, Guido los recibió en compañía de Clement y Rojas Silveyra, quienes se habían adelantado para convencerlo de que aceptara asumir la presidencia. “Tiene que ser usted, de acuerdo con la Ley de Acefalía, le corresponde. Y si es posible, esta misma noche”, insistieron los militares alzados. Guido los contuvo: "Vayamos más despacio, por favor. Yo tengo compromisos partidarios de suma importancia y debo consultar con mi conciencia. Mañana les contesto”.
Pero esa noche, cerca de las 12, Frondizi ratificaba ante el ministro Martínez su decisión de no renunciar, y dos horas después recibía a Clement y a Rojas Silveyra, a quienes les propuso tres variantes: 1) insistir otra vez en la formación de un gabinete de coalición; 2) ser detenido en un lugar aislado, para no verse obligado a constituir su gobierno en otro punto del país; 3) ser fusilado.
Cuando Clement informó telefónicamente a los comandantes de la propuesta frondicista, éstos aceptaron sin discusión la variante número dos. No imaginaban, claro, que Frondizi aprovecharía ese tiempo para ensayar un último esfuerzo. También por teléfono, el presidente se comunicó con un enlace militar de confianza para que consultara a Onganía sobre la probabilidad de que Campo de Mayo estuviera en condiciones de asumir la defensa de su investidura constitucional. “En condiciones estamos —respondió Onganía—, pero son condiciones materiales, no mentales. Y si el cerebro no ordena, el brazo no se mueve. . ." Onganía prefirió en ese momento “ser leal a los superiores", y éstos eran los militares de tendencia colorada, a quienes enfrentaría meses después.
A las 4 y media de la mañana del día 29, Poggi cursó un nuevo cablegrama a las unidades del interior. “El presidente de la República ha sido depuesto por las Fuerzas Armadas", decía el escueto comunicado. Poco después se supo por boca del jefe de la Casa Militar, capitán de navío Eduardo Lockherdt, que Frondizi sería confinado en la isla Martín García. El presidente ordenó entonces que le prepararan sus maletas, hizo incluir dos crucifijos (uno heredado de su madre y otro obsequiado por Juan XXIII), pidió su cédula de identidad y despidió a los infantes de marina apostados en los jardines de la residencia. “No quiero ninguna guardia —les dijo—, ustedes deben irse y dejar que me vengan a arrestar sin resistencia alguna. No podría tolerar un derramamiento de sangre por culpa mía."
Eran las 5 de la mañana cuando Frondizi salió de la residencia en su automóvil, acompañado por todos sus edecanes, y fue conducido hasta el Aeroparque de Buenos Aires. El cielo comenzaba a aclararse y en la pista esperaba el avión naval T-25 para llevarlo a Martín García. Frondizi subió junto con Lockherdt y con el capitán de fragata Raúl González Vergara. Una vez adentro, se asomó por una de las ventanillas y saludó con su mano derecha a los fotógrafos que en ese instante disparaban sus cámaras. Era su última placa como presidente.

GUIDO EN LA PRESIDENCIA
Veinte soldados al mando del coronel Daniel J. Salazar penetraron en la Casa Rosada a las 8 de la mañana, y dejaron todo dispuesto para el arribo de Poggi. Este llegó recién a las 3 de la tarde, mientras circulaba la versión de que se haría cargo de la presidencia y que estaría a punto de prestar juramento ante el escribano mayor de gobierno, Jorge Garrido. Esa versión se engendró a raíz de la demora de Guido en dar respuesta a los jefes militares, quienes se sentían impacientes y dispuestos a formar ellos mismos una junta militar para reemplazar a Frondizi.
Guido, refugiado en la casa particular del diputado Fayiz Sago, estudiaba la situación. Pero ante la inminente decisión militar de hacerse cargo del poder, Oyhanarte decidió acelerar el proceso y pedir a Guido que jurara ante la Corte Suprema. Martínez había sido el encargado de convencer al presidente provisional del Senado.
A todo esto, Poggi seguía esperando en la Casa Rosada que Guido fuera a hacerse cargo de la presidencia, y cuando se enteró de que acababa de jurar ante la Corte, se abalanzó fastidiado sobre el ministro Martínez y le recriminó el procedimiento: "¿Por qué diablos tiene que jurar ante la Corte y no aquí? Nosotros somos los que tenemos que investirlo, no la Corte. . .". Pero Guido no pensaba ir todavía a la Casa Rosada porque alguien le acababa de advertir que lo meterían preso si llegaba allí. Lo hizo sólo a las 6 de la tarde, ante la presencia de los jefes militares, quienes aún discutían si su investidura era legal o no. Finalmente, lo reconocieron.
A las 11 y media de la noche, el nuevo presidente firmó su primer compromiso con quienes acababan de otorgarle esa investidura. Eran los borradores de un decreto próximo a conocerse públicamente, en el que se disponía la anulación de los comicios del 18 de marzo. También se resolvió allí la proscripción del peronismo y el comunismo, la inhabilitación de candidatos de esa extracción, la modificación de las leyes de Asociaciones Profesionales y de Acefalía, y el empleo del sistema de representación proporcional para los futuros comicios.
Al mediodía del 30 de marzo. Guido era investido como querían los militares golpistas: en una solemne ceremonia en el Salón Blanco de la Casa Rosada, donde los tres comandantes en jefe le impusieron los atributos del poder. La banda que le colocaron había pertenecido al presidente Nicolás Avellaneda, y el bastón a Victorino de la Plaza. Frondizi ya estaba alojado en Martín García y ordenaba a un peluquero que lo rapara al estilo militar, para que nadie se olvidara, al verlo fotografiado, que era un preso militar. El príncipe Felipe, azorado, seguía de visita en Buenos Aires.
Revista Siete Días Ilustrados
16.07.1968
golpe de estado
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