Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Córdoba
Córdoba
El pulso del gigante
“El boom industrial se inicia hacia 1949. Hasta entonces Córdoba era la ciudad de las iglesias, de los campanarios, de la bendición a la hora de la tarde. Una ciudad por la que los hombres de la vaca se paseaban todos los días a las tres o cuatro de la tarde, arrastrando una lechera y un cencerro, vendiendo leche recién ordeñada.” La letanía se oye en todos lados. Con nostalgia, cierta invencible pereza provinciana, cada cordobés recurre a esta fórmula —recitada hasta el cansancio desde hace años— toda vez que necesita definir una ciudad por la que no puede ocultar su complacencia. Claro que es lo único en que coincide con los otros. Fuera de ello cada tema es motivo de una enconada discusión, algo para lo que está especialmente entrenado y por lo que siente una antigua vocación, como que se las ha arreglado para no ponerse de acuerdo ni siquiera sobre el lugar donde fue fundada la ciudad. Por eso, mientras algunos se empeñan en que Jerónimo Luis de Cabrera —"tieso, vertical en la hora rotunda en que disponíase a forjar la nueva ciudad, un 6 de julio de 1573”, como lo han visto los historiadores— clavó la cruz en el lugar que ocupa actualmente el mercado de abasto, sobre la margen norte del río Primero —entonces Suquía, una corriente, dicen, de un kilómetro de ancho—, otros quieren que el acontecimiento se haya producido en lo que es ahora el barrio Pueyrredón, a unas treinta cuadras del centro, en la parte sur de la ciudad.
Época en que la actividad giraba alrededor de un casco chico de ocho o diez manzanas que albergaba el Club Social —reducto de la oligarquía—, el Jockey Club, la centenaria confitería Oriental, la confitería del Plata y los 36 Billares, célebre por su espectáculos con orquesta de señoritas y cantantes de moda, sobre cuyo escenario las agresivas caderas de Blanquita Amaro y Amelita Vargas erizaron la piel de los tradicionalistas. Pero no todo era frivolidad. Innumerables, vetustas iglesias se erguían como testimonio de la fe y el clericalismo; en la universidad de cátedras hereditarias dormía para siempre el liberalismo de la reforma del 18. Sin embargo, el germen de la trasformación no tardaría en iniciar el proceso: Industrias Mecánicas del Estado (IME), un desprendimiento de la Fábrica Militar de Aviones, comienza la producción de tractores Pampa, automóviles Institec, motocicletas Puma y Rastrojeras, generando una intensa actividad ligada a la industria automotriz. En 1953 se radica la primera empresa privada de importancia: Fíat, que inicia la fabricación de tractores Concord y dos años más tarde, la aparición de Industrias Kaiser Argentina completa la primera etapa de un proceso que culmina en la creación de una gran industria subsidiaria.
Simultáneamente, una sostenida corriente migratoria procedente del interior de la provincia y del norte del país, hace crecer la población a un ritmo vertiginoso. Los 387 mil habitantes de 1947 se convierten en 586 mil en 1960 y en 800 mil diez años más tarde. La población universitaria —alrededor de 6 mil estudiantes en 1947— se multiplica con un impulso aún más acelerado hasta trepar a los 35 mil actuales. Pero el crecimiento no es racional —no puede serlo— y la ciudad se desarrolla a los saltos, desordenadamente, generando explosivos problemas que no está en condiciones de solucionar. Realidad que un redactor y un fotógrafo de SIETE DÍAS pudieron palpar deambulando durante dos semanas por las calles del gigante que quiere y afirma ser la segunda ciudad de la República, buscando las entrañas de un ser macroencefálico, híbrido, una Córdoba arrolladora, desconcertante, dividida, orgullosa.

LA FABRICA DE MIGUELITOS
“Hay dos Córdobas: la tradicional, que existió hasta hace diez o quince años y giraba alrededor de la universidad, el agro, y la de hoy, industrializada, multitudinaria.” Interrumpido por un insistente, obsesivo teléfono, José Ignacio Castro Garayzabal (36, cuatro hijos, director de personal y relaciones sociales de Ika-Renault) intenta hilvanar un concepto preciso. “Ambas ciudades conviven —prosigue—, aunque en la de hoy existe una nueva estructura social y económica —no me gusta usar la palabra clase; eso quedó atrás en el año 30—, que los tradicionalistas no acaban de aceptar. Pero lo cierto es que la Córdoba industrial está elaborando y exportando productos de alta tecnología. Exportamos matricería a Rumania y otros países europeos y hemos ganado esos mercados en licitaciones internacionales a las que se han presentado los países más adelantados del mundo.” Descendiente de una tradicional familia cordobesa —hay gobernadores entre sus antepasados, gente que peleó a cuchillo con Santos Pérez, el matador de Facundo Quiroga—, Castro Garayzabal asume la eterna protesta del interior postergado por Buenos Aires. “Córdoba no recibe un centavo del ahorro nacional para obras de infraestructura —acusa—. Y eso es importante porque está demostrado que la radicación industrial se hizo tomando en cuenta no sólo la disponibilidad de mano de obra entrenada sino también de energía, caminos.” Jugueteando distraídamente con un clavo miguelito cromado que adorna su escritorio (“Es un diseño industrial perfecto, siempre cae parado”), precisa: “Por eso nuestro futuro está en relación directa con el país que queremos hacer y no hay más que dos opciones: trasladamos la población al litoral o las fuentes de trabajo al interior”.
La mención del litoral alude, obviamente, a Rosario —La chacra asfaltada, como la llaman con ironía—, meta a superar que se fijaron los cordobeses a principios de la década del 50. Que lo hayan conseguido o no está todavía en discusión, pero lo concreto es que, en cierta medida, la ciudad se ha desarrollado a expensas del interior de la provincia, produciendo un marcado desequilibrio en las diferentes regiones; inclusive desde el punto de vista poblacional, al extremo que en 1970 el departamento de Sobremonte tenía 700 habitantes menos que durante la presidencia de Sarmiento, mientras Pocho y Río Segundo mantenían la población de un siglo atrás.
No obstante, a diferencia de lo sucedido en la mayoría de las ciudades de rápido crecimiento, Córdoba no parece haber generado una marginalidad demasiado apreciable. Para Alfredo Lozada Echenique (44, seis hijos, ex ministro de Hacienda de la provincia e intendente de Córdoba) el porcentaje de habitantes en villas miseria no supera el 3,9 por ciento de la población. “Este año se pondrá en marcha un plan para erradicarlas —planifica—. Dado que el problema no adquiere aquí mayor envergadura, no creo que resulte muy difícil conseguirlo.” Otros sectores, en cambio, concentran el interés del municipio: los pobladores de los barrios suburbanos que carecen de energía , comunicaciones, trasportes y, sobre todo, de agua potable. “La gente tenía que pagar el agua un peso el litro —deplora— y era un problema que teníamos la obligación de resolver. Para ello trabajamos en conjunto con los centros vecinales, una institución de largo arraigo en Córdoba. Entre sus miembros hay gente que ha producido hechos de violencia, que ha quemado casas, que ha levantado barricadas; y aunque hagan notar su oposición al gobierno no se han negado a trabajar con nosotros para dar solución a problemas inmediatos. Juntos hemos hecho en las esquinas tanques que son adefesios, pero tienen agua.”

LAS LUCES DEL CENTRO
La preocupación de Lozada Echenique por la falta de agua no es caprichosa. Hasta no hace mucho, el problema —que pertenece a un contexto mucho más amplio, el del planeamiento urbano— angustiaba a toda la población. Para debatirlo y pulsar a la vez otros aspectos esenciales de la ciudad, SIETE DÍAS convocó a un heterodoxo grupo de seis personas que, desde sus perspectivas —especializadas, particulares, arbitrarias a veces, apasionadas siempre—, aportaron lo suyo para encontrar respuestas al interrogante planteado: ¿Qué es Córdoba? El diálogo, que se desarrolló entre las once de la noche del viernes último y las cinco de la mañana del día siguiente, reunió a Francisco José Delich (34, tres hijos, abogado, sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas), Raúl Arturo Ríos (46, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y asesor del Banco de la Provincia de Córdoba), Luis A. Rébora (52, tres hijos, arquitecto, ex decano de la Facultad de Arquitectura), Agustín Tosco (40, dos hijos, miembro de la dirección sindical en la resistencia del intervenido sindicato de Luz y Fuerza), Alberto Pío Cognini (38, tres hijos, humorista) y al padre José Nasser (38, profesor de Sagradas Escrituras del seminario de Loreto).
Para Luis Rébora existe un problema definitivo: la falta de agua impide que Córdoba pueda convertirse en una ciudad de más de un millón de habitantes. “Además, una ciudad que supera esa cifra pierde comunicación —aventura—. Una ciudad como la nuestra tiene escala humana, más allá desaparecen los contactos, se deshumaniza.” Por otra parte, Córdoba no nació, al parecer, para un crecimiento de esta naturaleza. “Hay problemas de trasporte, abastecimiento —insiste L.R.—. Tendrá el ejido urbano más grande del país, pero tiene también la menor red cloacal y en gran parte de la ciudad se usan todavía pozos negros, No hay agua, no hay sanatorios ni dispensarios.” Severo, lapidario, Rébora compara el proceso de urbanización acelerado con el proceso canceroso de los tejidos humanos: “Pero seguirá creciendo mientras no se ataquen sus causas —pronostica—: falta de planificación en el área rural. La gente no viene a Córdoba porque la atraigan las luces del centro sino porque aquí la pobreza es más llevadera”.
Acelerada, vertiginosa, la industrialización de Córdoba ofrece también matices muy particulares: durante dos décadas el desarrollo se operó alrededor de una industria madre, la automotriz. Sólo en los últimos tiempos algunas empresas —como el complejo Astori, compuesto por Cerámicas Palmar y Astori Estructuras y dedicado a la fabricación de cerámicas y estructuras premoldeadas para la construcción— han tendido a una descentralización de la economía. No en ése, sin embargo, el único problema. “Mientras en la mayoría de los países capitalistas la industria se desarrolló en base a una burguesía localista —diferencia el economista Ríos—, en Córdoba se originó con la instalación de dos complejos de características supranacionales. Las industrias locales, en cambio, están en decadencia y algunas, como la molinera, al borde de la ruina.” Por eso, desde su perspectiva, resulta excesivo hablar de desarrollo industrial como algo propio, pese a la existencia de una industria subsidiaria. “Porque su suerte está en función de las decisiones que toman empresas que se mueven en base a situaciones de mercado internacional, con una indiferencia total por lo que pasa en el resto de la provincia.”
A SOMBRA DEL CORDOBAZO
Otro aspecto fundamental del boom cordobés fue la generación de un proletariado industrial de características muy especiales. “La mayoría veníamos del campo —precisa Tosco— y no teníamos, entonces, la inercia de la explotación. Teníamos en cambio cierto romanticismo y nos disponíamos a gozar de todas las ventajas del progreso. Pero nos frustran porque el compañero llega a la línea, donde es una tuerca más y el trabajo deja de ser liberador. Se plantean las quitas zonales, quieren quitarnos el sábado inglés, anulan la antigüedad a los obreros del trasporte.” Apasionado, reflexivo, lector voraz que mezcla a Bertrand Russell con Erich Fromm y Herbert Marcuse en sus conversaciones, astuto, cauteloso, Tosco goza de un raro predicamento entre obreros e intelectuales cordobeses. “Córdoba es una nueva conciencia política para la revolución nacional —define—. Es Santiago Pampillón, la pistola 45 detrás de su cabeza, los profesionales, los curas que hacen la parroquia del Cristo Obrero, la gente, la integración de todos los que buscan el cambio.”
Un impulso que produce sucesos inesperados en el seno de la iglesia cordobesa. “Desde el momento en que la gente de la Iglesia se preocupa por los problemas sociales —reseña el padre Nasser—, la imagen de un clero unido en una ciudad dominada por los campanarios se rompe. Una muestra de la trasformación lo da el hecho de que nuestra ciudad haya dejado de ser el centro de los estudios teológicos salesianos. No podían seguir aquí. Córdoba estaba envenenada.”
Las viejas familias, sin embargo, no han perdido del todo su influencia, según el sociólogo Delich: “se vinculan a la industria en función de relaciones públicas. Esto porque controlan universidad, justicia y, en parte, la administración pública provincial y municipal”. Dividida aún por la secular lucha entre clericales y laicos, por sus explosivos conflictos internos, el antiporteñismo unifica a Córdoba. “También un sentimiento narcisista, cierta complacencia por la ciudad, por los doctores —enumera Delich—. Córdoba es un lugar que se contempla con satisfacción más que críticamente y siente gusto por establecer una personalidad que la distinga del resto del país.” Algo a lo que contribuye el humor, tal vez uno de los matices más atractivos de la ciudad. Usina permanente de historias y chistes intraducibles con frecuencia, “su estilo irreverente tiene que ver con el sentido de la amistad del cordobés —supone Alberto Cognigni—, un tipo falto de solemnidad, comunicado, que no padece la neurosis de las grandes ciudades y hace chistes hasta cuando no quiere”. Como el conserje aquel de la Caja de Ahorros que ante un “¿Qué es Córdoba, guaso?”, descerrajado por un amigo, meditó un largo rato antes de largar sonriendo, despacio como si lo cantara: “La perla del Atlántico”.
Fotos de NILO SILVESTRONE

recuadro en la crónica
BERNARDO BAS: EL DIALOGO. UNA NECESIDAD
Campechano, inteligente, entrenado en política por una tradición familiar de casi cien años, Bernardo Bas (51, un hijo, abogado, ex gobernador de la provincia de Córdoba, ex asesor jurídico de SMATA, sindicato que nuclea a los obreros de la industria automotriz) mantuvo una cauta conversación de 50 minutos con SIETE DÍAS, la semana anterior a su intempestiva renuncia al cargo. Un diálogo que le sirvió para precisar su visión de Córdoba, su imagen de una ciudad díscola, conflictiva, que, casi como un deporte, parece siempre estar a punto de escaparse de las manos de su gobernante de turno.
“Mis primeros recuerdos aparecen, diría, a los seis o siete años de edad. Recuerdo a la Córdoba de aquella época con sus tranvías, sus coches de plaza, su vida familiar en que prácticamente todos nos conocíamos. Evolucionó siempre dentro de un clima de tranquilidad que la caracterizaba, aunque perturbada aisladamente por algunos hechos, como el que sucedió estando yo en el primer año de Derecho y que costó la vida a dos estudiantes universitarios: De Santiago y García Montaño. Pero era una ciudad tranquila y así llega el gran acontecimiento que despertó todo su quehacer: el lanzamiento a la era industrial, concretado con la instalación de Kaiser y Fiat.
“Ese hecho tuvo una influencia decisiva en la forma de vida cordobesa. Desapareció ese espíritu familiar y se incorporó a la vida de la ciudad un proletariado con alguna capacidad económica, generando una serie de problemas nuevos, especialmente sociales. Aparecen los sindicatos fuertes, surgen las vinculaciones estudiantiles obreristas y Córdoba, despojada de su aspecto y clima de aldea, empieza a desenvolverse como una comunidad moderna, con sus defectos y virtudes.
“Mantiene algunas tradiciones, como producir hechos de importancia. La reforma universitaria fue un proceso que nació en Córdoba y se expandió por toda América; otros sucesos de trascendencia tuvieron también su epicentro en Córdoba, como la revolución de 1955. Así que estamos viviendo un período de cambio. Pero si a principios de siglo el cambio que significó el marxismo se dio especialmente a través de la protesta y la reivindicación de las clases más postergadas, el cambio que vivimos ahora es, sobre todo, de índole intelectual. Es decir, que quienes promueven esta clase de cambio es gente pensante y se presume que el obrero que tiene más alto nivel de vida piensa más. El cambio, entonces, no está fundamentado en las desigualdades sociales ni en las postergaciones de sus aspiraciones, sino que la gente intelectual cree encontrar en él un mejor ordenamiento de la vida de la sociedad.
“Pero yo estoy conforme con la Córdoba actual, tal como es. Sólo le falta un poco más de diálogo. Muchos de los problemas que se presentaron se debieron a deficiencias en la conducción gubernativa y eso hay que corregirlo dándole buenos gobernantes. Entiendo que la gente de Córdoba desea, por sobre todo, participar activamente en lo que le concierne. Pero participar no significa simplemente llamar a un sector y consultarlo sobre un problema determinado, sino que implica darle la facultad de oponerse, de disentir y, sobre la base de todo eso, recién resolver. Desde que me hice cargo del gobierno he tratado de comunicarme con los sectores representativos de todas las capas sociales. Creo haberlo conseguido en parte.

Revista Siete Días Ilustrados
8/3/1971
Córdoba
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