Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

carnaval en Jujuy
Jujuy, o el poder de la coca, la chicha y el vino

“El alto Comando de Humahuaca General Pancho Villa, reunido en sesión permanente, considerando el estado de emergencia que se vive por la inminente amenaza, obliga al Regimiento nº 44 a presentar batalla de inmediato..."
Cualquier turista desprevenido puede creer que la población de Humahuaca ha resuelto tomar conciencia política, organizando grupos de guerrillas rurales. Pero el comunicado descubre que es una de las tantas comparsas que los humahuaqueños preparan para el carnaval. La batalla es contra el rey Momo y la terminología castrense se utiliza desde hace medio siglo atrás: las municiones son los choclos, el asado, las habas y demás comestibles; las balas de alto calibre, el vino, la chicha y la cerveza, y los fortines las casas de familia donde los pobladores deglutirán y beberán los quince días de diversión.
Cuenta Elpidio Pacífico Farfán —actual inspector de escuelas— que el cordobés Edgardo Oliva había decidido pasar los carnavales en Humahuaca. Un llamado urgente lo hizo volver antes de iniciarse los festejos. Solucionado el problema envió un telegrama a Humahuaca, anunciando su regreso, y siguiendo los ritos convencionales del norte lo redactó de la siguiente manera: "Comandante del Regimiento Pancho Villa: Preparar municiones. Va el soldado Oliva”. El chiste le costó dos días de cárcel en la comisaría cordobesa.

OTRAS VOCES, OTROS AMBITOS. El fervor con que se vive el carnaval a 1.640 kilómetros de Buenos Aires es tan disímil como inusitado. Tres meses antes se empieza a planificar la carnestolenda y cada población emprende un ritual distinto. En la ciudad de San Salvador de Jujuy no quedan casi pobladores. Todos huyen a contagiarse de las fiestas del campo. Sólo algunas comparsas con reminiscencias mayas y aztecas en sus vestimentas recorren las calles de Villa Gorriti. Para ello, el gobierno de la provincia otorgó este año un subsidio de un millón seiscientos mil pesos.
Humahuaca, en cambio, constituye el centro de mayor atracción y el que denota más peculiaridades tradicionales. María Luisa Aramayo de Farfán —de Humahuaca— comentó a Panorama que se han instituido en la quebrada tres niveles de carnaval: el de la gente de campo, el de la clase trabajadora y el de la clase media. El carnaval de la gente de campo coincide con la señalada, fecha en que se marca la hacienda. Se agujerean las orejas de los animales y se les coloca un moño de lana del mismo color para distinguirlos de los del vecino. El simbolismo de la señalada tiende a desear que la hacienda se multiplique. Se acostumbra, entre otros rituales, golpear las casas portando un puñado de piedras blancas en las manos para desear al dueño que su ganado se multiplique tanto como piedras lleve en su hueco. Visten para la fecha sus mejores galas coyas y sólo bailan el carnavalito y recitan coplas, acompañándose con la caja, el erque y el erquencho durante toda la festividad.
El carnaval de la clase trabajadora depara otras sorpresas. La presencia del diablo centra la atención de los habitantes. El dios Momo no es otro que el diablo, a quien entierran el último domingo de carnaval y desentierran el primer sábado del año siguiente. La ceremonia cobra solemnidad ritual: el día del entierro sólo los hombres disfrazados (de diablo, cocinero, médico y gaucho) pueden participar de la procesión. Uno lleva al diablo —a quien representan relleno de lana y cohetes—. Se inicia la procesión, portando frutas y verduras ensartadas en alambres. Antes de enterrarlo en el lugar fijado, lo queman y resuenan los cohetes para indicar que todo ha terminado. El regreso al pueblo es triste y lastimero; a tal punto se lamentan del final del carnaval, que sólo corean canciones de Pascua. El desentierro del sábado, en cambio, es todo algarabía: también son los hombres quienes van en la búsqueda del diablo y vuelven a la plaza, cantando cada grupo su música característica. Los tres primeros días no duerme nadie. Cada casa se puebla de bailarines desenfrenados, sumidos en el sopor de la coca, la chicha y el vino.

TODOS LOS JUEGOS EL JUEGO. El carnaval de la clase media se nutre de rigidez militar. Se organizan en comandos para alistar la tropa de los festejos. Durante quince días los humahuaqueños clase media descargan las tensiones soportadas durante el año y vierten calurosas coplas y bandas jocosas, colocando apodos por cada defecto visible de los pobladores. "Un chango recibió el apodo de calentador primus —contó Farfán— por el hecho de hacerle la corte a todas las mozas del pueblo.”
El primer sábado, después del desentierro, la tiesta se inicia en el fortín de la Cruz Roja. Hasta las 12 de la noche se permite bailar al son de cualquier ritmo. Pero a la hora de las brujas irrumpen todas! las mujeres al ritmo del carnavaleo y desde entonces y durante el tiempo que dure el carnaval sólo se escucha folklore.
Cuenta la Farfán que el rigor militar es tal que hasta existen los fusilamientos para aquel que "se porte mal”. Si algún nativo se emborracha antes de tiempo debe someterse al tribunal. El fusilamiento consiste en sentar al reo en una silla; un compinche hace de capellán y lo confiesa. Se preparan los proyectiles (chicha, vino y cerveza) y se lo obliga a sorber la mezcla, al ritmo del tambor. Es entonces cuando aparecen las mujeres de la Cruz Roja y se llevan al cadáver, porque no puede dar ni un paso de tanta "macha”.
Turistas y nativos salen embadurnados de serpentinas, papel picado, talco, harina y huevos a discreción. No hace mucho un nativo murió asfixiado en un fortín lleno de talco. El carnaval impone su propio smog.
Con sólo oblar mil pesos viejos, cada habitante puede comer y beber cuanto le plazca en cada fortín, que alberga alrededor de 500 personas diarias. Un solo hotel, un puñado de pensiones y casas de familia —Humahuaca cuenta con 4 mil habitantes— albergan los centenares de jujeños y turistas que necesitan contagiarse de la orgía.

DEL NORTE VENGO/ VIDITA. Diez días antes del sábado de carnaval, La Quiaca celebra las ceremonias del 'compadiazgo'. Se simulan un casamiento y bautismo. El dueño de casa entrega una guagua (niña) de pan a una pareja de amigos íntimos que serán los padrinos. Se santigua a la guagua con chicha, nominándola Pepino. Y así los compadres inician el baile entre serpentinas y papel picado, dirigiéndose de inmediato a la mesa, donde esperan el asado de cordero, los choclos, el ají y la chicha. Este preludio sirve para calentar los ánimos del desentierro del carnaval, que se realiza entre bailes y coplas. A diferencia del humahuaqueño, se desentierra una olla de barro y arrojan al pozo una porción de las distintas comidas y bebidas como símbolo de lo que se deglutirá en la fiesta.
Sin duda, cualquier novato que se haya embarcado en este insólito carnaval volverá a la rutina cotidiana canturreando: “Caballero fulano de tal / hecho de pura firmeza / tomaremos en tu nombre / seis botellas de cerveza".
PANORAMA, FEBRERO 22, 1972

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