Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

carlos gardel
La leyenda de Charles Romuald Gardes
Dónde nació y por qué adulteró su nacionalidad son interrogantes que nutren el mito Carlos Gardel. A 33 años de su muerte, un nuevo libro intenta echar luz, con documentos inéditos, sobre estos y otros aspectos ignorados de su vida. Su autor, Armando Defino, era apoderado y amigo de Gardel. Revela también las relaciones comerciales que existían entre el cantor, Le Pera y Razzano; publica casi íntegra su jugosa correspondencia y ayuda, finalmente, a entender el porqué de la rotunda adhesión a su figura, con la que el porteño se identifica todavía hoy

El lunes 24 de junio de 1935 amaneció nublado en Buenos Aires. La única actividad importante del presidente Agustín P. Justo consistió en recibir a varios jefes de misiones diplomáticas. Mientras tanto, se prolongaban los comenta ríos de los partidos del domingo: Boca, River e Independiente habían ganado. En Brasil, el (entonces capitán de navío Oscar A. Quihillalt —en la actualidad contralmirante, ingeniero, y presidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica— ofrecía una recepción a Getulio Vargas a bordo de un barco de bandera argentina. En Wall Street se comentaba la mejora de los bonos argentinos. Los 100 dólares se cotizaban ese día, en Buenos Aires, a 343,93 pesos. Para los que buscaron refugiarse del viento norte, el programa pudo haber sido la despedida del cantor Alfonso Ortiz Tirado en el teatro Broadway, donde en la función siguiente se proyectaría La Legión Blanca, un film de Loretta Young y John Boles; en el Ideal acababa de estrenarse David Copperfield, con Lioned Barrymore. En el teatro Porteño, la compañía de Manuel Romero ofrecía a quien pagara $ 1,50 por la platea, un sainete cuyo titulo Sonaba a presagio: Hasta el perro paga impuesto.
Arrasando ese clima de tranquilidad, la noticia de la muerte die Gardel comenzó a expandirse. Al día siguiente, mientras Tita Merello (en el teatro Porteño), Sofía Bozán (en el Maipo) y Libertad Lamarque (en el Buenos Aires) coincidían en suspender sus recitales, la compañía Dealessi-Olarra-Tracy, cerraba el teatro y colocaba, dramáticamente, sobre la puerta de entrada, un cartel en el que se leía: Silencio. Ha muerto Carlos Gardel. Por su lado, el diario La Nación, en primera página y a dos columnas, titulaba lacónicamente: Carlos Gardel pereció en un accidente de aviación que hubo en Medellin, Colombia.

carlos gardelLa realidad y los papeles
A partir de ese momento, la historia puede contarse hacia atrás o hacia adelante; reconstruyendo una biografía, o buscando la interpretación del fenómeno que hace de Gardel un arquetipo colectivo. El libro de su amigo y apoderado Armando Defino —Carlos Gardel, la verdad de una vida—, editado contemporáneamente con el 33º aniversario de la muerte del cantor, elige la primera posibilidad y echa luz, con documentos y correspondencia, sobre algunos aspectos todavía no clarificados de su vida.
Defino se presenta allí señalando que fue aceptado desde muy joven en la escribanía del señor Felipe T, Ibáñez, “por mi regular ortografía y sobre todo mi buena letra”. Al castado de esa actividad, y luego de intimar con los camarines de los teatros porteños, fue presentado a Gardel (que integraba entonces el célebre dúo con Razzano) en enero de 1914. Sus primeros diálogos con él “no pasaban de la camaradería común”; pero con el correr de los años Gardel habría de consultarlo sobre problemas jurídicos, llegando a designarlo como su albacea testamentario en 1933. Y hoy es su viuda —Adela B. de Defino— quien publica el libro; el autor no pudo hacerlo, “pues una grave enfermedad determinó su deceso el 26 de junio de 1962”. La obra enuncia su intención de aclarar controvertidos —que provocarán por largo rato distintas interpretaciones— en base a una profusa documentación.
Uno de ellos es el que se refiere al verdadero lugar de nacimiento de Gardel: su libreta de enrolamiento y el pasaporte lo declaran ciudadano uruguayo, nacido el 11 de diciembre de 1887, en Tacuarembó. Sin embargo, y a partir del testamento ológrafo y la partida, de nacimiento (reproducidos en el libro), se prueba su auténtica filiación. Charles Romuald Gardes, hijo de Berthe Gardes (Paul Lasserre, su padre,; se presentará mucho después en Buenos Aires, ofreciéndole su apellido), nace el 11 de diciembre de 1890 en Toulousse, Francia.
Defino admite ignorar las causas que lo obligan a fraguar una falsa documentación: “Nunca lo supe —apunta—porque mi discreción me impidió interrogar a Carlos sobre el motivo que lo llevó a adulterar su nacionalidad”; pero en cambio trascribe un reportaje del diario Crítica, en el que se desliza la teoría, al parecer aceptable, de que el arreglo de los papeles se hace para evitar problemas en las giras y sobre todo para poder reingresar en Francia. Casualmente, es en Toulousse donde Berthe Gardes recibe la noticia de la muerte de su hijo, y pide a Defino: “No me digás más nada, pero venime a buscar”. Por lo demás, su orden es terminante: exige que el cadáver sea trasladado a Buenos Aires.
También Defino es el encargado de gestionar la repatriación, pero viaja primero a los Estados Unidos, donde —según afirma— le explican que el producto de la tournée ha sido girado por Alfredo Le Pera “directamente a su nombre. Así es como Carlos no tiene un centavo”, —comentará a un amigo común, Ernesto Laurent, en una carta. El problema será solucionado más tarde, cuando Defino llegue a un acuerdo con los descendientes de Alfredo Le Pera, que acceden a dejar a Berthe Gardes, única heredera, el 60 por ciento de lo recaudado, conservando ellos el resto. Una vez en Medellin, Defino y su mujer —Adela Blasco— tratan de ubicar el paradero de uno de los sobrevivientes, el guitarrista José María Aguilar. El otro, José Plaja, secretario de Gardel, permanecía hospitalizado; en el accidente había perdido los párpados y los dedos de las manos. En el correo consiguen, finalmente, la dirección de Aguilar, por medio de los telegramas enviados por Razzano desde Buenos Aires, en los que le pide que active las negociaciones necesarias para que los restos de Gardel sean devueltos al Uruguay.
“Las relaciones entre José Pepe Razzano y Aguilar —comenta Defino en su libro— no eran nada cordiales, y se reanudaron a raíz del accidente”. Al cabo de algunas conversaciones, Aguilar decide abandonar Colombia, “después de pedirle a mi marido —confesó a SIETE DÍAS la viuda de Defino— cuatrocientos dólares para el pasaje”. Terminadas las gestiones para el traslado, el cuerpo, preparado con corcho, cal y formol, —con el objeto de facilitar su conservación— es llevado al vapor Santa Monica, trasbordado en Panamá al Santa Rita, hasta Nueva York, y allí instalado definitivamente en el Pan América, que lo conduciría a Buenos Aires. Defino detalla cómo al llegar al puerto de Montevideo espera al Pan America una multitud de hombres y mujeres enlutadas, que luego habrá de desfilar por la Aduana, lugar reservado por las autoridades para el improvisado velatorio. El diario Uruguay, de Montevideo, recoge y acota curiosamente que el cadáver “va a seguir viaje esta noche hacia la otra patria”.
Tal vez uno de los momentos más importantes del libro esté en la descripción de la llegada del Pan America al puerto de Buenos Aires. El 5 de febrero de 1936 entra en la Dársena Norte, donde lo esperan miles de personas que prácticamente cubren las inmediaciones de Retiro. Una carroza trasporta el ataúd hacia el Luna Park. Relata el apoderado de Gardel que, mientras él se retira a descansar, el cuerpo es cambiado de cajón. “Estuvieron presentes —recuerda hoy la viuda de Defino— Francisco Canaro, Francisco Lomuto, Francisco Maschio, el Aviador (chofer de Gardel) y Santiago Arrieta. Ellos comprobaron que habíamos traído realmente el cuerpo de Carlos y no un montón de cenizas, como se murmuraba." El féretro, de procedencia norteamericana, es reemplazado por otro donado por Jaime Yankelevich, propietario de Radio Belgrano.
A las diez de la mañana del día siguiente el cortejo parte del Luna Park hacia el cementerio de la Chacarita. En el trayecto, a la altura de Triunvirato y Malabia —registra Crítica—, un grupo de muchachos desengancha los caballos, pretendiendo conducir la carroza. “Doña Berta —rememora Adela Defino— no fue al velatorio, ni a la inhumación. Se quedó en su casa de la calle Jean Jaurés, escuchándolo todo por radio”. Buenos Aires presenció allí uno de los entierros más imponentes de su historia, sólo comparable en magnitud al de dos figuras políticas: Hipólito Yrigoyen y Eva Perón. Comenzaban a rodar entre tanto las conjeturas insólitas, las anécdotas inverosímiles, que habrían de sepultar la verdadera biografía, porque “El tango crea un turbio pasado irreal que de algún modo es cierto.”

Intimidad de una estrella
La inventiva popular suele bautizar a sus ídolos recurriendo al absurdo; Gardel, además de El Morocho, fue El Mudo, y Celedonio Flores, con una precisión que envidiaría la sociología, describe el sentimiento colectivo: “Cualquier cacatúa / sueña con la pinta de Carlos Gardel”. La correspondencia incluida por Defino en el libro (censurada por entenderse que algunos de sus fragmentos no debían reproducirse) resulta fundamental para reconstruir una personalidad a partir de lo esencial —su forma expresiva—, y permite recuperar lo irrecuperable: sus giros, su ironía, su sentido del humor, su falta de solemnidad, el pintoresquismo verbal del porteño. El acceso a las cartas de Gardel desemboca en una experiencia delirante, en la que la seriedad no puede conservarse por mucho tiempo, en la que la carcajada es inevitable.
carlos gardel
En la fechada en Nueva York, el 16 de octubre de 1934, cuenta: "Alquilé un departamento muy lindo y barato. Le Pera tomó otro al lado. La casa es flamante y no tengo los gastos terribles de la otra. ¡A economizar tocan!... A Castellanos le reservamos un altillo con baño. . . con baño de María, porque está al lado de la cocina". Por supuesto, la referencia a las carreras es permanente: "Saludos a Maschio y Legui. Paciencia con los caballos, esperemos que los burros mejoren. Si no compramos este año, compraremos el año que viene. Quién te dice que los matungos repunten, y comiencen a echar buena"; aunque advierta lúcidamente que “no hay ningún musicante que haya salido vivo para el turf”. Sin embargo con su madre, con quien cambia el tono, y le promete volver para "correr alguna garufita juntos" y "algún día no muy lejano para no separarnos más, y pensar solamente en nuestros buenos piacheres en compañía de buenos amigos, como dos viajeros que llegan al puerto de destino después de haber batallado por la vida. ¡Qué le vamos a hacer! Si hubiéramos heredado!!!, entonces tal vez no te querría tanto ni pensaría tanto en trabajar para nuestra tranquilidad."
La última carta que escribe a Defino, cuatro días antes de su muerte, resulta premonitoria: "El recibimiento en Bogotá —se entusiasma— fue increíble. Al llegar el avión la gente se precipitó sobre él y el piloto tuvo que dar media vuelta y rumbear para otro campo de aterrizaje para- que no se produjera una tragedia. La tragedia se produjo lo mismo. A un turro que tengo empleado le robaron una cartera con unos mangos de mi pertenencia.”
La historia termina sabiendo que su último tango cantado en Colombia (y en su vida) fue Tomo y obligo, que su perfume preferido era Bond Street, que no se casaba porque "para qué voy a hacer infeliz a una, cuando puedo hacer feliz a muchas ...”. Si bien el libro de Defino no pretende descubrir un nuevo Gardel, ayuda a comprender el porqué de la foto en el espejo del colectivo, las colas frente a los cines donde todavía se proyectan sus films, las reimpresiones de los discos, la inexplicable pero rotunda adhesión a una figura, en la que el porteño se reconoce demostrando —a pesar de la afirmación de Borges— que un sentimiento que todos comparten rara vez es innoble.

*-recuadro en la crónica-*
LOS FILMS DE GARDEL
Todos los años, para esta fecha, decenas de pantallas cinematográficas —y últimamente, también las de la TV— se encienden con un cálido ritual. Allí, en un celuloide ya envejecido pero capaz de convocar todavía fuertes adhesiones, reviven la sonrisa y el gesto irrepetibles: Gardel hablando o cantando; salvando argumentos imposibles.
Pocos recordarán que de los diez largo metrajes que interpretó, dos eran mudos, y rodados en la Argentina: Flor de durazno (1916), sobre un tema del escritor Hugo Wast, y La loba (1916/19). Ambos films fueron dirigidos por Defilippis Novoa.
Entre los años 1930 y 1931, diez "cortos” sonoros lo muestran entonando Mano a Mano, Yira yira, Viejo smoking, El carretero... casi no son vistos en la Argentina, pero siguen suscitando respetuoso silencio en las salas de exhibición de países vecinos. En esos primeros años de una década difícil, lanzado ya a su exitosa gira europea, Gardel filmará en Joinville (París) sus recordados Luces de Buenos Aires, Melodía de Arrabal y Espérame. Estos dos últimos, con argumentos de su colaborador Alfredo Le Pera. Junto con el corto metraje La casa seria, integran el ciclo francés en la filmografía de Gardel, que fue auspiciado por la productora Paramount. Luces... ostentaba un elenco estelar que aún en la actualidad despierta la nostalgia de espectadores maduros: Sofía Bozán al lado de Gloria Guzmán, Pedrito Quartucci junto a Vicente Padula; la orquesta de Julio de Caro.
La misma Paramount produjo sus cinco últimos films, en Nueva York, en el bienio 1934-1935. Sus acompañantes femeninas pasaron a llamarse Mona Maris —con la que interpretó en 1934, Cuesta abajo— y Rosita Moreno, que lo secundó en Tango Bar (1935). El Tango en Broadway, El día que me quieras y Cazadores de estrellas fueron los otros films de esa época, cuya música pertenecía al propio Gardel. Como hecho curioso, puede señalarse que los avisos publicitarios de El día que me quieras anunciaban el nombre del “niño Astor Piazzolla”.
A través de esa veintena de films —algunos de los cuales le dieron el espaldarazo extranjero necesario para imponerse en el país— Carlos Gardel sigue presente en imagen, como un posible modelo para el hombre que, en la “esquina criolla” del tango, aún sueña cada 24 de junio con la figura de su ídolo popular.

Revista Siete Días Ilustrados
18/06/1968
carlos gardel
carlos gardel

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba