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Barrio del Pilar: El nuevo imán de Buenos Aires Lo anterior: escuchado, leído, meditado, lo resentí en la Recoleta, en el lugar en que han de enterrarme. Jorge Luis Borges "Ahora lo único que parece importar de la Recoleta son los hippies, y nadie habla de lo perdurable del barrio: su parte humana, histórica y edilicia". El juicio del padre Jorge, de la iglesia del Pilar, podría resumir muy bien el parecer de muchos vecinos del barrio. Pertenecientes a viejas familias, cuyos apellidos suelen adornar los panteones en el cementerio próximo, se muestran perplejos y doloridos ante las trasformaciones que sufre el lugar. El verdadero drama, para ellos, comenzó hace apenas un año, cuando una disposición municipal permitió que una feria artesanal se instalara bajo los muros del antiguo asilo de ancianos. Desde entonces, una abigarrada y colorida, multitud de jóvenes, provenientes de los barrios más apartados, irrumpió sin escrúpulos en los prolijos jardines, de la periferia, y poco a .poco, incursionó calles adentro, inconfundibles, con aspecto desmañado e imprevisibles atuendos. LA PLAZA DEL PUEBLO. Sin embargo, la Recoleta conoció tiempos menos exclusivos. A principios del siglo XVIII era todavía una llanura desolada, y el río lamía las barrancas de lo que hoy es plaza Francia. "En 1715 —según crónicas de la época— llegó a Buenos Aires la cédula real por la que Felipe V autorizaba la construcción de una iglesia y convento para los monjes franciscanos de la orden de los Recoletos." De esa manera, hasta ser expulsados por las ínfulas enciclopedistas de Rivadavia, esa comunidad que practicaba una vida de "recogimiento, oración, austeridad y trabajo habitó los predios luego convertidos en asilo y cementerio. Pero antes de convertirse en el paraíso de los jóvenes tuercas y pelilargos, la "Plaza de la Recoleta" fue, durante el siglo pasado, un lugar eminentemente popular, ya que se lo consideró como el "centro de reunión del pueblo de Buenos Aires". En el mes de octubre, durante las celebraciones de las fiestas de da Virgen del Pilar y de San Pedro de Alcántara, "se realizaban romerías, juegos de sortija, y el aire se impregnaba con el olor de las tortas fritas amasadas por las negras. Todas concurrían a oír la música de las bandas y participar de la fiesta". Claro que también en el Pilar —la iglesia de más puro estilo colonial que se conserva en Buenos Aires— Santiago de Liniers pasó una noche orando: sucedió en la víspera de las invasiones inglesas. "Lo malo —explicó el padre Jorge— es que los supuestos hippies son sólo comerciantes, y de tan bajas costumbres que prefiero no entrar en detalles". Según el sacerdote, la prensa tiene su parte de culpa al hacerse eco de "esas minucias" y dar pie a falsos prejuicios con respecto al histórico templo: "No es cierto que el Pilar sea la iglesia de los ricos —asegura—. Si se tomaran el trabajo de venir a misa de siete, verían que la mayoría son sirvientas enviadas por sus patrones a cumplir con Dios". En su afán desmitificador, el clérigo aportó todavía una prueba más: esa misma tarde casaría a un mecánico por el precio corriente en cualquier iglesia: quince mil pesos, viejos, por supuesto, y se lo eximiría de pagar coro y adornos florales. DE LAS PICADAS AL UNISEX. Pero no hay duda de que los invasores han restituido al aristocrático quartier algo de su antiguo carácter popular. Por las noches suele ofrecer un aire festivo, como se tratara de una democrática -pero sofisticada romería. Al tradicional bar La Biela, de la avenida Quintana, que fue el reducto de un selecto grupo de aficionados al automovilismo, se sumaron rápidamente nuevos lugares lo bastante heterogéneos como para albergar sin problemas tanto a la iconoclasta horda juvenil, como a una nutrida concurrencia de aspecto internacional. Félix Errecalde (47), propietario desde hace veinte años de un quiosco de revistas en la esquina de La Biela, parece resignado a las mutaciones: "Cuando yo era pibe —recuerda— el bar "se llamaba Aero y los clientes, cocheros que se bajaban del mateo para tomar mate cocido y jugar al truco. Después llegaron los tuercas con sus famosas picadas que me obligaron a cambiar de lugar el negocio: donde estaba me lo atropellaban siempre". Era la época de Errecalde Allende, "el detective millonario”, famoso porque corrió 01 Gran Premio enfundado en un smoking de casa Martínez, y de otros infaltables como Luchetti o "el cabezón” Ferrari. En esos años de jolgorio, los muchachos de La Biela solían derramar aceite para divertirse, en la esquina de Junin y Quintana: "Entonces los negros venían apilados y se armaban unos trompos de novela". La alegría, sin embargo, duró poco: la policía intervino. Para Francisco Paco Mayorga La Biela era más íntima en esos años, con los hermanos Guimarey, Zemprún, Bitito Mieres: "Hasta habíamos organizado un equipo de fútbol para jugar con los del barcito El Parque, el único lugar tuerca de Caballito”, se entusiasma. Mayorga acepta que el barrio ha cambiado pero no se queja: "Aunque fui una sola vez. el Drugstore me gustó: es que la gente moderna no me desagrada, siempre que sea prolija". Carlos el Gato Dumas (33), es el responsable del Drugstore de la Recoleta, un restaurante de moderna arquitectura que no tardó en convertirse en la piedra del escándalo. Punto de reunión de adolescentes pilosos y de modales inesperados, fue el motivo de apocalípticos sermones en la misa del Pilar. "Lo que pasa —dice Dumas— es que el Drugstore es el único lugar netamente europeo, donde la gente viene vestida como quiere, y eso asombra en Buenos Aires, todavía tan victoriana". Pero aclara que la clientela no está compuesta sólo de hippies, sino que concurren también gente de la alta sociedad y personajes de la talla de Nureyev o Bobby Ficher. Dumas es también el factótum de La Chimére, un restaurante situado a pocos metros del Drugstore y frecuentado por "gente linda y ejecutivos” capaces de desembolsar los nueve mil pesos por pareja que demandan las creaciones culinarias de el Gato. Fue en La Chimére, donde el actor francés Jacques Charrier se regodeó a su paso por Buenos Aires con una de las especialidades preferidas de Dumas: "Los deliciosos jamones de B. B.". Otro de los responsables de la nueva Recoleta, el español Juan Riaño, compró el bar La Biela siete años atrás en trescientas millones y ahora es también propietario del restaurante del mismo nombre y de Don Juan. Junto con el Norte, el Munich y el Banchero —una pizzería presuntuosa, pariente distinguida de las boquenses y donde no falta un óleo de Quinquela Martín— configuran el espectro gastronómico del barrio. Con diplomacia, Riaño señala que, como se trata de clientelas diferentes, no hay competencia: "La juventud del Drugstore es atraída por su estilo moderno —acierta— La Biela-, en cambio es más seria y el restaurante tiene cocina internacional. Tanto en La Biela como en Don Juan uno se puede topar, según Riaño, con representantes del gran mundo". Balanceándose, mientras tanto, con líos ritmos de la disquería anexa o formando grupos de aire indolente y provocativo, los jóvenes del Drugstore hacen sus propias deducciones: "El Drugstore atrae porque es diferente a los otros lugares. En La Cueva o La Biela se da el levante clásico, mientras que aquí las relaciones públicas son a otro nivel", asegura Ignacio Urreta Zavalía (18), un cordobés que vino "a probar suerte en Buenos Aires”. Para Zavalía, la comunicación surge allí naturalmente, mucho más auténtica. Silvia Morea (19), aclara que no se consideran hippies porque viven integrados en el sistema, aunque sean más liberados que la mayoría. "La gente nos cree raros quizás porque somos demasiado simples", supone. Después de un fallido intento por integrarse en una comunidad hippie radicada en el Bolsón —Río Negro—, "seguíamos un régimen macrobiótico y a los tres días me enfermé de hambre”. Silvia resolvió sentar sus reales en el Drugstore, donde "uno puede hacerse de amigos, y reunirse en una casa a tocar la guitarra la misma noche de conocerlos". Gustavo Nini (22), fue más drástico: "Nosotros no nos metemos con nadie —dijo—. Son los formales los que nos agreden". Las observaciones de Julio Gallo, un estudiante de sociología de 22 años, descubre otros aspectos: “No creo que los habitués del Drugstore sean más auténticos que los de La Biela, son menos trabados pero están siempre filmando y son igualmente snobs. Por otra parte —afirma—, no es cierto lo que se dice: aquí no vienen los artesanos sencillamente porque el lugar es caro y no tienen plata. Lo que hay son muchachos de barrio reconocibles en seguida por su ropa, a la moda, pero de inferior calidad". Según otro informante, que prefirió escudarse en el anonimato, los chicos vienen desde todos los rumbos: Llegan de Avellaneda o Témperley y se ponen en exhibición para que los vean los del barrio Norte. La mayoría son simples mitómanos que tratan de conseguir relaciones provechosas con gente de plata o de la alta sociedad". LOS EXTRANJEROS Y EL STATUS. Inmutable y soberbio, el cementerio más caro del mundo no parece perturbado por su inquietante entorno. Protegidas por altas paredes de ladrillos, las suntuosas bóvedas construidas en variados estilos, desde el bizantino hasta el más puro art-nouveau, causan la admiración de los turistas extranjeros y la envidia de muchos argentinos, destinados, a su pesar, a contentarse con el albergue final de la Chacarita. Edith Krausse, guía de turismo del Instituto Keel Patrick, admite que el cementerio de la Recoleta es el lugar que más sorprende a los turista, tanto forasteros como argentinos. "Pero cada nacionalidad reacciona de distinta manera —observa Krausse—: los alemanes suelen asombrarse ante la tumba de Ramón Falcón, muerto por un anarquista a principio de siglo, y se interesan por el desarrollo alcanzado por el anarquismo en el país. A los franceses los atrae lo estético, y se fascinan con el panteón de estilo bizantino de la familia Ortiz Basualdo; los yanquis, en cambio, sólo atinan a preguntar con insistencia el costo de las construcciones". Las historias de muertes trágicas, que tanto impresionan a los alemanes, sólo provocan en los norteamericanos una gran hilaridad. Para los argentinos, la necrópolis parece guardar un interés distinto: "Es que aunque resulte paradójico —asegura la guía—, el cementerio es una viviente lección de historia: allí las diferencias se anulan y unitarios y federales descansan juntos". Y no se equivoca: a pocos pasos de la tumba de Sarmiento, su vilipendiado y mortal enemigo, Facundo Quiroga, yace —como en un postrer homenaje a su altivez— enterrado de pie. Diego Lagache PANORAMA, MARZO 14, 1972 |
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