Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

PERON PROPONE UNA SALIDA
El 29 de junio de 1966 el teniente general Juan Carlos Onganía se hizo cargo de la Presidencia de la Nación. Desde entonces los medios politizados de dentro y fuera del gobierno se abocaron a un debate, a veces subterráneo, a veces público: cuál será la salida política del actual proceso. Una definición oficial (tres tiempos, sucesivamente económico, social y político) enmarcó la confrontación de ideas y propuestas: convocar a elecciones, llamar a un plebiscito, reformar (de diversas maneras) la Constitución, canalizar las necesidades políticas a través de la participación, continuar la marcha de la Revolución, tal como hasta ahora, sin precisar calendario.
Panorama Inicia hoy, con la publicación de las ideas de Juan Domingo Perón —obtenidas en varias horas de conversación con el enviado especial Marcos Merchensky—, una serie de ensayos sobre este tema único: la salida. Los consultados son ex mandatarios argentinos, hombres que agregan a su experiencia personal de ejercicio del poder la búsqueda de alternativas para una participación en la actualidad política nacional.
Los autores de los ensayos aceptaron hacerlo bajo amplias condiciones: ceñirse a un temario (soluciones políticas, instituciones, económico-sociales, relaciones internacionales) que podían desarrollar solos o compartir con miembros de sus equipos de colaboradores.
Estos aportes tienen un sentido de contribución: la que pueden hacer, para el análisis de la situación presente, figuras de primera línea; la que debe hacer, pues ésa es una de sus funciones, una revista de información como Panorama.
EL DIRECTOR
(el Director Editorial en ese entonces se llamaba Pedro Larralde)

HABLA PERON:
Cualquier análisis de la situación argentina debe partir de la afirmación de un hecho: el actual régimen carece de representatividad y de legitimidad. No ha recibido mandato del pueblo, no cumple fines revolucionarios, no satisface las apetencias de la Nación. Se mantiene en el poder por la falta de unidad de criterio de las fuerzas de la oposición y su táctica consiste, precisamente, en mantener la división de esas fuerzas.
A tres años de la toma del poder por parte de la facción militar, que asumió el gobierno el 28 de junio de 1966, aparece claro que el episodio forma parte de un plan continental que hemos denunciado en forma reiterada. La fuerza que lo promueve responde a una estrategia mundial que procura el dominio del tercer mundo para mantener en ellas reservas de alimentos y materias primas que sostengan su desenvolvimiento. Esta actitud responde a la previsión de que en los próximos treinta años se duplicará la población de la Tierra. Esa misma estrategia es la que se manifiesta en Vietnam, a través de una guerra, como en el Brasil, la Argentina, Venezuela, Bolivia o Perú.
Esta fuerza opera en nuestro continente a través de revoluciones que se justifican siempre por causas internas que han sido provocadas o estimuladas por ellas mismas. De una manera más clara: se procede invariablemente a enfrentar los sectores, a desintegrar al país de que se trata e incluso a desprestigiar al régimen demoliberal que antes recibía su apoyo. El objetivo es claro, dejar como única salida posible la entrega del poder a la institución militar, que cree dominar.
Esto no significa que el proceso lanzado sea irreversible. Asistimos ahora al episodio peruano, sobre el cual no existen elementos que permitan un diagnóstico completo. Sin embargo, allí se ve una tentativa de salir del esquema impuesto desde fuera y que en su momento estimuló el golpe revolucionario. El caso sirve para mostrar que, aun en los esquemas más cerrados, existe la posibilidad de una apertura si la idea nacional logra unir a los sectores y grupos para una acción contra el enemigo.

Así cayó Illia
El cuadro que estamos presentando surge de los elementos concretos de análisis al alcance de todo el mundo. ¡Pero, además, nosotros tenemos elementos de información directa que nos permiten sostener que ello es así. En 1964 supimos que la limitada legalidad existente en la Argentina estaba amenazada por ese plan de acción que sirve al sistema de seguridad imperialista y utilizan a su favor los monopolios. Así se lo hicimos saber al presidente Illia, señalando que sólo la efectiva unidad nacional expresada en el respeto sin limitaciones a la voluntad popular podía servir de dique de contención a una fuerza tan arrolladora. Pareció que el gobierno radical del Pueblo hubiera entendido la dramática situación, ya que el presidente Illia primero y luego sus ministros de Relaciones Exteriores (Zavala Ortiz) y del Interior (Palmero) declararon públicamente y con expresivo énfasis que no había exiliados argentinos y que cualquier desterrado podía regresar al país. Por mi parte, me había comprometido a ir a la Argentina y ponerme al frente del Movimiento para asegurar una legalidad que debía ampliarse hasta hacerse total. Finalmente, en vista de tan claras invitaciones, viajé a la Argentina pero fui detenido en el Brasil, por orden del gobierno argentino. Fue un hecho infausto para la democracia argentina, sin precedentes en la historia política del país, pero también resultó la última barrera en defensa de la limitada legalidad existente. Cuando ya era tarde, el presidente Illia me mandó un emisario para que defendiera la legalidad. Pero entonces ya la suerte estaba echada.

Crisis social
Ahora el gobierno muestra su debilidad en su profunda división interna. Y no me refiero a la formalidad de la coexistencia de liberales con supuestos nacionalistas, sino a algo más profundo y que tiene que ver con el poder. El acto de homenaje a la memoria de Ossorio Arana mostró al comandante en jefe, general Lanusse, compartiendo una herencia común con los jefes colorados y con la dirección del radicalismo del Pueblo.
En la Argentina existe ahora la amenaza del enfrentamiento social. El gobierno cree que está tomando al Movimiento Obrero; no toma sino a unos pocos dirigentes. Incluso muchos de los que asisten a las reuniones de la Casa Rosada lo hacen en función táctica, sin desprenderse del Movimiento. En la medida en que representan a las bases y responden a la doctrina justicialista siguen unidos al Movimiento. Se confunden al respecto los especuladores políticos que ignoran el sentido profundo de los hechos. Cualquiera fuera la posición de algunos dirigentes, los hechos conducen al enfrentamiento social, a menos que el gobierno corrigiera rápidamente su política económico-social. Los trabajadores se movilizan siempre y fatalmente en defensa del salario y la fuente de trabajo. Tanto más el obrero argentino, que fue y se sintió dignificado por alcanzar un nivel de vida digno. Un segundo elemento resulta irritante: la anulación de hecho de los convenios de trabajo. Esta conquista obrera se ha consubstanciado con el movimiento gremial que no existe si no discute los convenios. Los dirigentes medios y de base son los que mejor palpan esta circunstancia y quienes impulsarán a todo el movimiento a salir en defensa de este derecho. Finalmente, la amenaza que pesa sobre la Ley de Asociaciones Profesionales puede convertirse en cualquier momento en el factor desencadenante de la resistencia gremial argentina. No se trata de un caso hipotético: la actual política económica y salarial no puede subsistir si se mantiene la Ley de Asociaciones Profesionales. En consecuencia, el régimen está condenado a obrar contra ella.
En síntesis: estamos en presencia de una dictadura, no de una Revolución. Una revolución significa cambio, no remiendos; reformas de fondo, no simple ordenamiento legislativo y municipal; orientación ideológica en un proceso doctrinario.

Guerra civil
El actual régimen pasa su tiempo conteniendo este o aquel desborde, sin encarar una política que ponga al país en un camino de ascenso, en un mundo que produce revoluciones técnicas todos los días y en el que quien se detiene retrocede.
He dicho ya que el instrumento de la salvación nacional es la unidad de los sectores detrás de los objetivos nacionales. ¿El camino? Es claro que el que elegimos espontáneamente es el electoral, porque es el de la vida institucional argentina, el de su Constitución; el de su proceso histórico. Pero no es el único ni creemos que el pueblo o el Movimiento deban renunciar a cualquier otro. Rechazamos únicamente el que lleve al enfrentamiento armado, a la guerra civil. Pero es justamente el fantasma de la guerra civil el que nos conmueve más y nos obliga a apelar a todos los recursos para evitarla, porque sabemos que la prolongación indefinida de una política que no acata la voluntad popular, ni cumple el destino nacional, puede lanzarnos a unos contra otros, en una serie de hechos violentos que concluyan en el enfrentamiento armado generalizado. El acuerdo nacional urge, porque en cualquier momento puede resultar demasiado tarde para alcanzarlo. Y en ese sentido repito que no se trata de sistemas, sino de la voluntad nacional que lo respalde y la sinceridad y eficacia de los hombres que lo llevan adelante. Hay que considerar que ya no estamos en presencia de una lucha que se dé en el país, entre argentinos; existe un factor externo que trata de deteriorarnos, de desarmarnos, para cumplir su propio objetivo de contar con la reserva de alimentos y materias primas que requiere su propio futuro. Por ello debemos actuar con el mismo espíritu unitario con que se enfrenta una agresión militar extranjera."

La revolución
El camino de la recuperación y hacia la grandeza exige que se establezcan los objetivos, se tracen los planes y se elijan los equipos. Ese es el camino de la Revolución y fue el que por mi parte elegí en su hora, actuando desde la '"Secretaría de Trabajo y el Consejo de Posguerra. Importa esta experiencia, porque el de la llamada Revolución Argentina ha sido el contrario. El gobierno se constituyó sin establecer objetivos claros; apenas si se dijo que se perseguía la modernización del Estado y un impreciso cambio de estructuras. No hubo planes. En cuanto al equipo, se recurrió a los ocasionales compañeros de un retiro espiritual, a los exportadores clásicos y a un grupo de incipientes industriales. Un país que ya venía sufriendo prolongada crisis quedó parado. Ese fue el momento en que actuaron los monopolios, infiltrándose en el gobierno, para quedarse con él. Es claro que los grupos monopólicos actuaron con astucia, logrando esta detención del quehacer nacional hasta el punto en que la dirección económica pudiera ser impuesta. Por mi parte no creo que haya argentinos entreguistas; la entrega es el resultado de la coacción, y los organismos internacionales obran sin ninguna consideración, como es propio de su naturaleza. De manera que con el equipo de relevo (la revolución dentro de la revolución) se inició la etapa decisiva de aquel movimiento iniciado el 28 de junio.

País en venta
Así como señalamos que la salida política la dan las circunstancias y que lo único que realmente importa es la unidad del pueblo, para que la instrumente, así también sostenemos que la salida económica no se decide por puntos de doctrina, sino por la acción. Lo importante es detener la venta generalizada del país. Es necesario parar un proceso de desnacionalizaciones que desintegra al país y lo convierte en una colonia. El ya apuntado designio foráneo de mantenernos como reserva, como productores primarios, trae como consecuencia la anulación del proceso industrial y la orientación unilateral de la tecnología. Este no es un drama particular de la Argentina, sino que alcanza a todo el tercer mundo. Por nuestra parte, contamos con grandes riquezas que nos permiten afrontar el porvenir con optimismo. El país es rico y tan pronto una conducción respaldada por la opinión mayoritaria movilice el trabajo, crecerán la producción y el desarrollo. Hasta la carreta avanza en el peor de los caminos; sólo cuando se detiene se hunde. Tan pronto la liberemos del mal conductor cumplirá su esfuerzo.

Integración nacional
Cualquier plan económico futuro tendré que considerar también la situación del mundo. Avanzamos en un proceso de unificación, universal que no puede eludirse y qué, sin embargo, no es contradictorio con la afirmación de las respectivas personalidades nacionales. En 1949 nosotros formulamos un plan de complementación económica que se tradujo en un tratado que aprobaron la mayor parte de los países de América latina. Constituía ésta la respuesta al proceso mundial de unificación. Tuvimos en cuenta que e¡ cambio institucional, de fondo, que el mismo significa no puede lograrse sino por uno de dos medios, la reestructuración social o la supresión biológica. Esta se cumple por el camino de la guerra, el hambre y la enfermedad; la otra es el resultado de la acción inteligente del hombre. Pero esa iniciativa nuestra nada tiene que ver con la integración compulsiva que tratan de imponernos los imperialismos en un proceso que cumplen en todo el mundo. La integración que perseguimos por la libre asociación de los países del tercer mundo trata de alcanzar el desarrollo completo de las naciones que lo integran y presentarlos como una fuerza ponderable en el concierto mundial. La otra integración quiere mutilarnos, dividirnos, mantenernos en la condición de reservas; por eso se apoya en la división internacional del trabajo. Por eso elige métodos que de hecho impiden la verdadera integración, que exige más y más crecimiento de cada uno y, en cambio, la reducen a un mercado de libre comercio y adjudican a cada cual la limitada tarea a la que debe sumar su esfuerzo.
Al respecto quiero recordar un concepto de Disraeli, cuando dijo que una nación tiene intereses permanentes, no amigos permanentes. Por eso cada situación concreta debe ser analizada a la luz de la situación actual y del proceso histórico nacional y universal, no en virtud de preconceptos ideológicos o de falsas lealtades originadas en aquéllos.
Para finalizar con este aspecto de la cuestión, quiero repetir que movilizando el trabajo nacional, facilitando la economía popular, saneando la economía estatal y favoreciendo el desarrollo industrial, se pone rápidamente al país en el camino.

El mundo hoy
Las dificultades internacionales que sufre la Argentina son consecuencia de su mala política interna, de la falta de objetivos y de la carencia de una doctrina que defina al país. Nosotros creemos que somos en primer término argentinos, luego americanos del sur, por fin hombres del mundo que no reconocemos enemigos. Con este ideario no hay riesgo de que nos equivoquemos en el rumbo internacional. Defenderemos nuestra soberanía y preservaremos la paz. La Argentina no puede tener conflictos con sus países vecinos. Tanto menos con Uruguay o con Chile, porque en uno y otro caso hay elementos de sobra para el acuerdo. Para con nuestros hermanos uruguayos tenemos una constante obligación de solidaridad que se apoya en el origen común y en sus propias dificultades. Allí, siendo generosos, seremos también gananciosos. Debemos lograr un acuerdo integral, que favorezca su crecimiento, a partir de su sobrevivencia como nación. Solamente con mucha torpeza se puede llegara una situación de casi ruptura como la actual, tanto más cuanto en el país vecino no hay fuerza alguna que, como ocurrió alguna vez, quisiera usar de ¡la diferencia como arma política. En cuanto a Chile, si estamos decididos a llegar a un sistema de cordillera libre, para facilitar nuestros respectivos crecimientos, ¿cómo podemos disputar escasos palmos de terreno? Quiero recordar que en ambos casos se había llegado a principio de acuerdos satisfactorios durante nuestro gobierno. En el caso del Perú tampoco hay dos caminos. Sin interferir en su política interna, podemos solidarizarnos con ese pueblo fraternalmente amigo, cuando se intenta avasallarlo desconociendo la competencia de su justicia para dirimir los pleitos que el Estado mantenga con compañías extranjeras. Cuando defendemos la soberanía de cualquier país hermano, defendemos la nuestra propia.

La salida
La salida para la Argentina depende de una decisión que pertenece al campo de la política. Y allí debe darse la batalla decisiva. Hay que unificar a los sectores, por encima de las ideologías. Lo demás vendrá por añadidura. Solución electoral o revolucionaria, pero con voluntad popular que la respalde. En seguida abordaremos los problemas sociales y económicos y, en seguida también, encontrarán solución en el acuerdo. Pero insisto, el tema es político, de política de fondo. Sólo los tontos creen que ésta puede ser suprimida porque haya habido malos políticos. Es como si se resolviera suprimir la medicina porque hay malos médicos. Quien lo dispusiera intentaría ser luego el médico universal, pero sin medicina y, naturalmente, con altísima tasa de mortalidad.

Recuadros en la crónica________
El hombre hoy
A lo largo de cinco horas Panorama dialogó con Juan Domingo Perón en la Puerta de Hierro, a las puertas de Madrid. El ex presidente aceptó el desafío sin reservas. La síntesis de su pensamiento quedó anotada en 6 apretadas carillas. 24 horas después, el ex presidente extendía su certificado: "Totalmente de acuerdo. Juan Perón". El lector podrá evaluar el pensamiento y la propuesta del jefe del movimiento justicialista, a través de sus propias, auténticas palabras. Queda al margen todo cuanto se dijo, se comentó, se insinuó o se repasó en tan prolongadas charlas, y que sin embargo no debía incluirse en el ensayo. Todo lo que el cronista recogió como impresión del hombre Perón, del político, del líder carismático a quien no conocía hasta entonces, y a quien no siguió políticamente en las horas de triunfo. Estos apuntes tratan, muy ligeramente, de esta experiencia periodística. No tiene nada de inédita, puesto que en casi 14 años de exilio las entrevistas se han multiplicado y los cronistas han hablado de "el hombre", "el viejo", "el jefe", de todas las maneras posibles.
•El Perón que vio el representante de Panorama lleva con gallardía sus 75 años. Bajo la lluvia persistente y fría del marzo madrileño, lo acompañó a través del jardín y esperó que el auto partiera, saludando cordialmente la mano en alto —gesto característico— hasta que se perdió de vista. Para hacerlo, debió vencer la resistencia dé la visita y los consejos de Isabelita.
•Mentalmente se muestra lúcido, hasta el extremo de que en sus respuestas (refutaciones) recoge la idea expresada y lo que quedó en el tintero. Repite anécdotas y aun reflexiones, pero ésta fue su característica de siempre, no un signo de vejez. Sus partidarios —y sus apresurados sucesores— pueden estar tranquilos al respecto: "Hay Perón para rato".
•El jefe justicialista escucha, discute con suavidad, casi induciendo al interlocutor a aceptar un nuevo punto de vista, y acepta los de la contraparte. Luce una quizás elaborada humildad, que es —como se sabe— la forma más exquisita de la soberbia. Seguramente añora el poder, pero no lo deja traslucir. Si se cree a sus dichos, nada ambiciona, ni nada podría ambicionar. ¿Un lugar en la historia? Juzga que ya ¡lo ha ganado y no se piensa un Rosas condenado a perpetuo exilio, aun después de muerto. Es posible que quien negocie políticamente con él pueda computar en el precio cualquier tipo de desagravio en vida (no tiene por qué involucrar necesariamente el regreso). Sin embargo insinúa añoranzas, hasta en su modo de hablar, cabalmente porteño, actualizado, aunque con algunos —pocos— residuos madrileños. Como cuando dice "queda pal gato" refiriéndose a quien deja pasar su oportunidad.
•Otra exteriorización de su soberbia es el alarde de conocimiento de cuanto ocurre en el país. Es evidente que exagera, pero lo hace con habilidad. Recoge el hilo de la información que le proporciona el interlocutor y lo enriquece con datos e insinuaciones. Todos los que conspiran lo informan. Pero estos datos secretos no son para revelarlos. Muchos de los que investigan a los que conspiran, también lo informan. "La SIDE —puntualiza— está llena de peronistas." De alguna manera es como el Dios de San Agustín. No se mueve una hoja del árbol sin que Él lo sepa. Así tampoco nada ocurre en la Argentina, dentro o fuera del peronismo, en el campo gremial, militar o político, sin que Perón lo sepa. Falta averiguar hasta qué punto esta pretensión es fruto de la vanidad o un recurso político, de brujería y misterio, que está en la esencia del líder carismático. Él quiere serlo, pero al mismo tiempo proyecta una imagen de infatigable estudioso. Acumula a sus lecturas de estos prolongados años de exilio los trabajos que lo llevaron al gobierno. Cuenta que durante largos años, siendo profesor de Estrategia asistía a cursos de Economía que dictaba Roque Gondra. Y explica: "A la hora de gobernar tuve que olvidarme de todo, para ajustarme a la realidad". De paso lapida a sus colaboradores: "En realidad, fui mi propio ministro de Economía".
•Perón es, en última Instancia, un pesimista. Cree que la fuerza de "las internacionales" es incontrastable. Todas ellas actúan de consuno y los pueblos se encuentran indefensos ante su omnímodo poder. Sin embargo, no aconseja cejar en la lucha por la causa nacional. Al contrario, cree que ello entraña un imperativo de conciencia del que nadie puede escapar.
Cuando este tema lo toma, filosofa sobre el mismo, se extiende por cien y mil vericuetos, abunda en ejemplos. De pronto se llama a silencio y como si tomara conciencia de que un jefe no puede dejar traslucir tales pensamientos y semejantes presagios vuelve a dar una visión optimista de la lucha y de sus resultados.
•Se considera un hombre del Movimiento Nacional y acepta que éste puede tomar muchas formas. Asegura que militará siempre en él, cualquiera sea la forma que adopte. Después de todo, la historia no se agotó en el yrigoyenismo, ni se agota en el peronismo. Pero una cosa es segura, la bandera justicialista no cederá su puesto a otra, más general y comprensiva, sobre la base de simples acuerdos verbales. Aguardará para hacerlo los hechos concretos que señalen que aquél (movimiento) que se anuncia ha sobrevenido.
•No es un Intelectual. Sus soluciones —buenas o malas, realizables o no— se miden y confrontan con la realidad. A lo largo de la conversación, en forma repetida, deja la especulación política o ideológica para descender al terreno de los hechos. Esto rige tanto para aceptar que un dirigente gremial —por sincero que sea y aun cuando acate la disciplina hasta sus últimas consecuencias— es trencero, por naturaleza; como para definir qué haría ante Chile o Uruguay, ante un diferendo: darles lo que piden, porque en el contexto de nuestras relaciones esto vale más que enfrentarlos. Es un político práctico que puede decir hoy, sin rubor: "Si la Iglesia te enfrenta, es mejor dar un rodeo que atacarla".
•Perón se cultiva como hombre bueno y gentil, pero cuando aparece Isabelita hay una ternura especial en su gesto. Se inclina ante ella, la rodea con sus brazos y se interesa, casi como si se tratara de una niña: "¿Ha descansado bien, m'hijita?". Por su parte, la mujer de Perón parece haber dejado de lado su activa intervención política, como si regresara de una excursión no muy agradable. Es posible que "el general" vuelva a comisionarla para alguna tarea, pero por ahora cumple el papel de compañera del jefe. Llama la atención su frágil figura, la simpatía que trasmite y este silencio político tras una vertiginosa incursión por un campo que suele devorar a quienes se le acercan.
•Admira a los líderes nacionales, a los empecinados hacedores de naciones, cualquiera sea su signo político. Se considera creador de la concepción de "un tercer mundo" y cree que la unidad del mismo facilitará la marcha hacia el mundo uno. Cree haber cumplido con el país en los 10 años de gobierno. Está satisfecho con su conducta en septiembre de 1955 y volvería a repetir la historia para "evitar la guerra civil". Su política rechaza la violencia, pero no la amenaza de violencia. Y para que ésta tenga realidad cree que es bueno que de tanto en tanto haya up estallido. (Cuando lo dice, guiña el ojo en gesto cómplice, muy a la porteña.)

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ESTRATEGIA
Interpretación. Perón, político exiliado, jefe de un movimiento cuya masa lo sigue fielmente, sobre todo cuando acierta con el rumbo nacional, pero que no puede confiar demasiado en los líderes de una obligada intermediación, no puede por ello descubrir todo su pensamiento. No hay tampoco canales que faciliten el conocimiento directo del mismo, porque en el exilio carece de una usina que los elabore y sistematice. Son su propiedad y su secreto. En consecuencia está autorizada la impresión que recoge el cronista: Perón otorgó largo crédito de confianza al actual régimen. Este no se encuentra agotado, pero padece notable deterioro y exige definiciones de la jefatura, para evitar un desbande generalizado. La campaña a favor de la salida electoral constituye un severo toque de atención, pero no es la declaración de guerra. Por ahora, el enemigo sigue siendo la política económico-social y contra ella ha ordenado el ataque principal.

Revista Panorama
01.04.1969


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