Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Pepe Soriano
PEPE SORIANO.
SIN RUIDO, SIN PROMOCIÓN, SIN ROMANCES.
UN SEÑOR ACTOR
PELIRROJO. BAJITO. SERIO. FIEL A SUS CONCEPTOS ACERCA DEL ARTE. DE LA VIDA. SONRIENTE. ACCESIBLE. DE VEZ EN CUANDO, SEVERO. UN TIPO SIN "NEBLINA”, MUY EXIGENTE CONSIGO MISMO.

Este hombre más bien petiso, de pelo escaso, sin nada de pinta; este hombre que camina bastante rápido y que tiene aspecto de un hombre como tantos; este hombre es Pepe Soriano. El otro día lo vi en una película, ‘‘El ayudante". Interpretaba a un camionero y era un camionero. Ahora comparo: al rostro del celuloide y al rostro de piel blanca que tengo a dos metros. Comparo, comparo, pero no hay caso: no encuentro ni las más mínimas semejanzas exteriores entre ambos. La única semejanza es ésta: que el camionero del celuloide tenía cara de buen tipo y este hombre que está aquí tiene también cara de lo mismo.
Hace cinco minutos que sucedió el primer apretón de manos con Pepe Soriano. Lo escucho hablar, pero por arriba no más. En realidad estoy pensando en otra cosa: quiero responder a una pregunta: por qué tiene cara de buen tipo. Y me respondo: tiene cara de buen tipo porque es TRANSPARENTE. Qué sé yo, en general se puede decir que un día es un buen día cuando hay buena visibilidad y se puede ver hasta diez o doce kilómetros; del mismo modo, creo, se puede decir que un tipo es un buen tipo cuando no tiene "neblina”, cuando uno se le asoma a los ojos y le ve muy adentro, porque no tiene recovecos.
Esa es la primera impresión que da Pepe Soriano. Y a esa primera impresión se puede llegar con buena suerte, con sólo oírlo por teléfono un par de minutos. En esa manera de hablar franca se nota en seguida que el propietario de la voz es un tipo sin “neblina".

—Lo que yo responda en este reportaje no debe interesar demasiado porque lo que en última instancia haré es tratar de rescatar lo mejor de mi imagen para mostrarla a los demás..., es como si yo me mirara en el espejo y me viera... mucho mejor es no lo que yo veo de mí en el espejo sino lo que ve de mí quien me hace el reportaje.
—Soriano, ¿usted quiere decir que la especulación es "inevitable”, que la sinceridad en e| reportaje es imposible?
—Yo, para ser sincero, realmente quiero decir que cuando uno responde a algo, cosa bastante inevitable, selecciona y aun sin quererlo desemboca en el martirologio o una exposición de vanidades.
Pepe Soriano tiene razón. Su reflexión es válida para los reportajes en general. Es una verdad grande como una casa que siempre los protagonistas de los reportajes muestran, aun sin propósito especulativo, lo "mejor” de su retrato, en otras palabras, que son, mientras dura el mágico momento de la entrevista-confesión, un poco o bastante mejor que de costumbre. Pepe Soriano, que no tiene mucho pelo y además ninguno de tonto, de entrada, en el primer martillazo, dio en el clavo, dijo algo que todos sabemos, que se cae de maduro, pero que nunca se dice.
Con lo que dijo no sólo acertó sino que, además, dio el primer peldaño para esa escalada que es toda conversación: la de conocer al señor que está enfrente. En este caso, el señor me dio la pauta de que es un tipo EXIGENTE CON EL MISMO, LABORIOSO, VOLUNTARIOSO, DENODADO EN EL ARDUO TRABAJO DE CONOCERSE A EL MISMO. Muchas veces, de muy distinta manera, lo dice, lo dirá:
—Hay algo que me interesa, que me fascina, y es saber qué soy y cómo soy.
La frase escrita debe parecer bastante tonta, bastante gastada. Pero oírla y verla decir es otra cosa. Soriano la convierte en una frase que tiene algo así como sangre en las venas. Además, después de pronunciarla, se queda mirando al suelo, se aplasta la nariz y así permanece un rato hasta que por su cuenta, sin preguntas, vuelve a hablar para decir algo que tampoco es muy novedoso, ni muy brillante pero que, viéndoselo, oyéndoselo decir, tiene el fuego imprescindible que lo resucita de la vulgaridad,
—La mejor experiencia que uno tiene es la de vivir, es la más hermosa de todas con todas las gratificaciones e ingratitudes... La experiencia de vivir es como una piel que cambia y cambia.
La pausa, de nuevo. Y mientras dura la pausa dura la caricia al perro "salchicha” que desde hace rato asiste en silencio a la conversación. Después Soriano continúa:
—Ya sé que esto es algo bastante barato, pero lo digo lo mismo: a mi el éxito no me preocupa. Le huyo a las fiestas, a las demostraciones y a todas esas cosas que envuelven a mi actividad. Me importa mucho más estar con mi mujer, con mis hijos.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Dos: uno de nueve años, que debe andar haciendo los deberes, y el otro de 11, que está ahora en reunión de patrulla...
—¿En reunión de patrulla?
—Sí, es boyscout.
—¿Cuántos años hace que se casó?
—Diecisiete.
—¿Es difícil mantener una relación de 17 años, sobre todo en un medio en el que las rupturas parecen ser la "normalidad”?
—Sí, es difícil, es difícil. Cuando uno se busca a uno mismo ya es difícil... mucho, mucho más difícil es tratar de comprender y de ser comprendido.
Por tercera o cuarta vez la pausa, el silencio de Pepe Soriano, resucita otra frase de las tontas, de las irreemplazables. Y después del silencio algo así como un suspiro. Y después del suspiro, otra frase, sobre lo mismo.
—No es fácil, es un duro trabajo, un duro trabajo.
—Para usted, Soriano, el sentido de responsabilidad, de trabajo parece ser una manera, un estilo de vivir, de ser.
—El sentido de la responsabilidad es algo que siempre me preocupa. Permanentemente cuando trabajo me estoy preguntando cosas, me estoy exigiendo cosas.
—¿Cuáles son esas preguntas?
—Son las preguntas que nunca nos deben abandonar: ¿PARA QUE ESTOY AQUÍ?, ¿POR QUE ESTOY HACIENDO ESTO?, ¿A QUIEN SE LO VOY A DAR?, ¿POR QUE SE LO VOY A DAR?
—¿Le preocupa demasiado la proyección de su tarea como actor?
—Sí, porque lo que uno hace es lo único que se puede enfrentar al tiempo que se disuelve.
—¿El trabajo, la obra, a usted le sirve en sí misma o sólo de "consuelo” por el tiempo que se disuelve?
—Me sirve de algo más que de consuelo, me gratifica.
—Y en relación a la muerte, ¿qué puede decir?
—Pienso que la muerte es un equilibrio, el único momento de gran equilibrio que tenemos, porque no hay pugnas, no hay frustraciones, no hay angustias. Porque creo que la muerte es así, creo también que mientras vivimos tenemos que hacer algo, por lo menos para irse con la seguridad de haber servido para algo.
—¿La vida para usted es un permanente compromiso?
—Sí, la vida consiste, para mí, en el compromiso de plantearme y responder permanentemente a las preguntas: ¿para qué?, ¿para quién sirve esto que hago?
—¿Usted se limita a hacer, a afirmar cosas? ¿O también a negar algunas?
—El compromiso lo entiendo además, como la obligación de negar todo lo que sea regresión, todo lo que sea un retomo a la barbarie..., eludir la preocupación con el país me parece una traición. Creo en general que debemos exigirnos y elegir siempre.
—Para usted, ¿es difícil elegir?
—Es difícil elegir bien. Los que tenemos posibilidades de opción tenemos la obligación de elegir, de elegir a conciencia, de elegir bien, sobre todo los que tenemos la posibilidad de optar..., porque hay muchos que ni siquiera eso pueden hacer.
—Mirando hacia atrás, Soriano, ¿usted eligió bien?
—Sí, elegí bien. Me di cuenta de entrada de mis limitaciones y las asumí. Advertí mi falta de estatura, que no era un hermoso tipo y de acuerdo con eso actué.
—Si hubiera tenido “las desgracias”, las "tentaciones" de un “hermoso tipo", ¿su trayectoria hubiera sido igual?
—No lo sé. Eso es un supuesto. Seria elaborar una fantasía. Si sé que con lo que dispongo siempre hice lo mejor posible. Estoy contento.
—Del mismo modo que muchos actores se lo podría calificar de "comercializados”, ¿usted admitiría que lo califiquen como un exigente “purista”?
—No soy un purista. Yo no salí de un laboratorio. En el escenario he hecho todo, hasta he bailado y he cantado. He hecho buen teatro y mal teatro, buen cine y mal cine, buena televisión y mala televisión. Pero nunca he perdido, en el momento de la opción, la lucidez. Siempre he tratado de elegir haciéndome las preguntas que le dije antes. Por ejemplo, entre actuar para una superproducción, que es un gran negocio, un negocio seguro, y actuar en un filme como “El ayudante”, que es una aventura, elegí "El ayudante”, elegí trabajar con honestidad, elegí poder comer tallarines con un gordo fenómeno como es el director Mario David.
Pepe cambia el sillón por una vieja hamaca. Se mece. Continúa.
—El éxito es algo que nos vuelve locos a todos..., yo trabajo contra esa especie de locura en la elección de cada día. Trato de trabajar a gusto, trato de salir muy gordo por lo que hice luego de cada jornada. Es posible que muchas cosas que he hecho sean o no aptas para la critica. Pero de algo estoy seguro: nunca salí de una sala cinco minutos antes del final, nunca salí arrastrándome para evitar la mirada del público; siempre salí con todos, en el medio de todos..., por eso estoy contento.
El rato ya se ha convertido en hora de conversación. El perro sigue sin decir nada. Soriano me dice que el perro ya es parte de la casa, "uno entre nosotros”. Miro a mi alrededor y observo: es un departamento sin ningún lujo, muy vacío de las cosas habituales que sirven para "decorar”. En la pared hay varios cuadros, pero ninguno con firma "célebre". Se da cuenta Soriano de mi recorrida visual, y me explica:
—En las paredes tengo sólo los cuadros de mis amigos, muy amigos, ¿para qué más? En este departamento nunca hice fiesta, ¿para qué? En esta casa vienen cuatro, cinco, seis amigos y comemos y conversamos. En esto también elegí. En esto también estoy contento.
Ha llegado el momento de hacer una pregunta que no viene al caso, pero sí viene al caso. A la carga con ella.
—Soriano, usted se hizo un trasplante de pelo. En primera instancia ese hecho aparece como una contradicción para un actor que, por trayectoria, por conducta, está alejado del negocio de la imagen bonita. ¿Cómo lo explica?
—Sí, me hice un trasplante de pelo, porque cuando estaba actuando en "Se acabó la diversión”, me hice un aplique. A la primer cachetada el aplique fue a parar a cuatro metros. Por razones de trabajo y ya que científicamente era posible el trasplante, pero no para tener la gran melena que nunca tuve sino simplemente para poder tener la cantidad de pelo que me permitiera trabajar con comodidad. En otras palabras, yo me hice el trasplante porque lo consideré una obligación de trabajo.
Respiro aliviado, porque la pregunta ya pasó y porque la respuesta de esta cuestión tan elemental no contradijo al Soriano de hace diez, veinte, cuarenta minutos.
Del pelo pasamos al país. Hamacándose, hamacándose Pepe Soriano dice:
—El país... el país, todo está totalmente muy confuso para los 23 millones que nos acompañan; digo 23 millones, pero habría que decir algunas menos, porque hay varios "tránsfugas" que no debieran estar incluidos. En el país hay dos grupos: el de los que se van para no embromarse y de los que se quedan y se embroman con el país. Hasta hace algunos años las antinomias eran muy claras. Los peronistas eran peronistas; los radicales, radicales..., había católicos a ultranzas, había comunistas a ultranzas. Pero de repente pasa algo diferente: por una necesidad que va más allá de los distintos esquemas ideológicos, los distintos grupos buscan de sus adversarios algo en qué coincidir. Eso provoca la confusión.
—¿Pero el origen de la confusión está dado por ese nuevo fenómeno?
—El origen de la confusión escapa a nuestro alcance. Hay intereses que están más allá de nuestro dominio. Es, para ejemplificar, como si nosotros viviéramos en una casa hipotecada..., dependemos de quien nos hipotecó. Además hay muchas cosas que se suman a esa confusión: estamos muy lejos de haber logrado una verdadera síntesis con las corrientes migratorias que vinieron al país; todavía no tenemos una historia clara, etc., etc.
—¿Y los dirigentes políticos qué papel juegan en la confusión?
—Nuestros políticos están absolutamente perimidos, parece que siguieran hablando para aquellos que ya han muerto. La ambigüedad es casi una costumbre. Nadie le habla a los desamparados y cuando se habla se habla con palabras huecas. Por eso es que el descreimiento hace que en los distintos sectores se empiece a buscar puntos de coincidencias.
—¿Esto es positivo o negativo?
—Esto de buscar puntos de coincidencia en fuerzas contrarias es la mejor parte de la confusión. Por lo demás, a la crisis no hay que tenerles demasiado miedo, porque las crisis siempre desembocan en un nuevo orden. Lo evidente es que los políticos quieren, quieren algo pero no saben cómo lograrlo.
—Y |a actitud de la gente, de la calle, ¿cómo es dentro de este panorama que usted esboza?
—Parece ser que la actitud política, en el mejor y peor sentido de la palabra, queda reservada exclusivamente a los profesionales de la política sin advertir que cada actitud diaria significa en el fondo una actitud política.
—¿Esto es producto del miedo o de la indiferencia?
—De las dos cosas. Pero la que más me preocupa, porque se halla muy extendida, es la del miedo. Es cierto, a nadie se puede exigir la confidencia pública, pero tampoco es menos cierto que cada actitud diaria significa en el fondo una actitud política. Creo que estamos en un momento en el que realmente nadie debería escabullirse de la opinión, del compromiso, me refiero al elemental compromiso de expresar lo que se siente del lugar en que se vive.
—Qué es, a su juicio, lo que predomina más: ¿la indiferencia o el miedo?
—No sé..., no sé si hay tanta indiferencia como miedo..., si, sé que es muy peligroso que la indiferencia se convierte en una costumbre. .., y que hay mucho, pero mucho miedo...
El hijo menor de Soriano tiene nueve años. Hace unos minutos que juega a nuestro alrededor. Arma y desarma un extraño vehículo. Nosotros nos callamos, lo miramos. El continúa armando y desarmando. De pronto se da cuenta de nuestro silencio y sin despegar los ojos de su juguete nos dice, textualmente:
—USTEDES SIGAN NO MAS.
Soriano me mira. Lo miro a Soriano. Me hace un gesto. Le acuso recibo con otro gesto equivalente. La verdad es que los dos estamos petrificados, con ese USTEDES SIGAN NO MAS.
Soriano me mira. Lo miro a Soriano. Me hace un gesto. Le acuso recibo con otro gesto equivalente. La verdad es que los dos estamos petrificados, con ese USTEDES SIGAN NO MAS.
En adelante hablamos de cualquier cosa, sabiendo cada cual, desde los 41 y 30 años de edad, que ninguno de los dos a los nueve años hubiéramos pronunciado ese USTEDES SIGAN NO MAS.
Varios minutos después el hijo menor de Soriano se va a la cama porque tiene algo de fiebre. Soriano me dice, recién entonces, otra de esas frases que se dicen en la verdulería pero que significan tanto:
—LA MANO VIENE FUERTE. . .
RODOLFO E. BRACELI
Fotos: ALDO ALESSANDRINI y GABRIEL ALVARADO
Pepe Soriano
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