Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

el Gaucho
EL “GAUCHO” EN LA RUTA DE COLÓN
En esta época de la historia en que vemos arribar a Buenos Aires pequeños barcos, de placer o de pesca, realizando travesías de meses enteros para librar a un puñado de hombres, —o de hombres, mujeres y niños— de los negros avatares de la vida europea, bien viene al caso referir la hazaña inversa, cumplida en el término de dos años por un yate criollo, tripulado por los señores E. O. Uriburu (capitán), M. W. Uriburu, M. A. Britos y teniente de corbeta J. A. Vásquez. Se trata de deportistas animosos, impulsados a la hazaña, no solamente por una mera cuestión deportiva, sino también para satisfacer el noble deseo, como tema dominante del plan trazado, de realizar el mismo viaje de Cristóbal Colón, partiendo del mismo puerto de Palos, cuatrocientos cincuenta y seis años después.
Ha sido una hazaña argentina, generosa por el riesgo que implica, llevada a feliz término, y de acuerdo con los planes establecidos. El “Gaucho” zarpó del puerto de Buenos Aires, después de haber sido aviado en el Tigre para la larga travesía, y puso proa a la mar. El Atlántico Sur fué surcado hacia el Nordeste, entrando la nave al Mediterráneo, después de haber recalado en distintos puertos para hacer víveres y agua y, al mismo tiempo, estrechar vínculos sociales y deportivos. El “Mare Nostrum” vió navegar al barquito criollo a todo su largo, en viaje de ida y de retorno, luego de cruzar el canal de Suez y realizar extensas singladuras por el legendario Mar Rojo.
Cumplido este primer aspecto o esta primera etapa de la importante hazaña, el “Gaucho” arribó a Cádiz, la ciudad más vieja de Occidente, que fundaran los fenicios hace más de dos mil años. Cádiz fué el centro geográfico del Descubrimiento. En un radio de 100 millas están ubicados todos los puertos y ciudades de las cuales zarparon o se organizaron las expediciones que descubrieron y conquistaron el Nuevo Mundo. Vamos a seguir, en parte, el relato formulado por uno de los tripulantes, que es la crónica circunstanciada de la etapa más emotiva.
“Navegando aguas arriba el Guadalquivir, llegamos a Sevilla, pasando por Bonanza, Chipiona y Sanlúcar de Barrameda. Parecía que navegábamos entre las páginas de la historia. Cada lugar traía el recuerdo de esos hombres que con su coraje, su fe, su tenacidad y su espíritu indomable, llevaron a cabo la Epopeya añadiendo una fuerte luz a la alborada del Renacimiento y una nueva ilusión a la humanidad desengañada de fines del siglo XV. El “Gaucho” fondeó en Sevilla, frente al puerto de Los Remedios. Los tripulantes gauchos caminábamos sobre las huellas de las marinerías de Magallanes y Elcano, que zarparon de ese mismo punto en el primer viaje de circunvalación del globo. De Sevilla, “El Gaucho’’ siguió hasta Huelva donde finalizó los preparativos para reeditar el viaje de Colón”.
Para realizar esta reconstrucción, los tripulantes de nuestro yate contaron con la cooperación de las autoridades españolas, del clero y del pueblo de los puertos donde hicieron escala las Carabelas. En el Convento de Santa María de la Rábida se ofició un Tedeum. El capitán Uriburu oró, como lo hiciera Colón, frente a la imagen de la Virgen de los Milagros. Luego se dirigieron a Palos, acompañados por los alcaldes de las ciudades que dieron las marinerías para las carabelas. En la Iglesia de San Jorge, y desde el mismo pulpito desde el cual se leyera la pragmática de los Reyes Católicos, condenando a la villa de Palos a entregar a Colón dos carabelas completamente equipadas y condicionadas, se leyó al pueblo los detalles del viaje del velero argentino. Los coros de mujeres y niños de Palos entonaron el “Salve Reina de los Navegantes”, viejo canto benedictino que despidió a Colón en su partida.
El capitán Uriburu y su tripulación, al terminar la ceremonia salieron por la Puerta de las Novias, la misma que utilizó Colón, y se dirigieron al nuevo Puerto de Palos, situados a unos 800 metros del antiguo. Fueron acompañados por el pueblo en masa. Los niños cantaban y bailaban sus sevillanas, bulerías, fandangos y fandanguillos en honor del “Gaucho”. Entre la música, los cantos y la alegría de las castañuelas se escuchaban los vivas a la Argentina. En el río se habían concentrado numerosas embarcaciones, y en una de ellas una banda tocaba alternativamente los himnos español y argentino. Bombas de estruendo añadían sus detonaciones al bullicio popular. Para hacer el símil más exacto, a bordo del yate argentino se encontraban los alcaldes de Huelva, de Palos y de Moguer, el guardián del convento de la Rábida, fray Juan Inchaurde; Pedro Pérez de Guzmán, descendiente de los condes de Niebla y de los duques de Medina Sidonia, que en su época protegieron a Colón. Y al timón, iba Camacho Pinzón, descendiente de los capitanes de las carabelas Martín Alonso y Vicente Yañez Pinzón.
Volvemos á dejar la palabra a uno de los tripulantes: “Al llegar frente al convento de La Rábida, aguas abajo sobre el río Tinto, descendieron los personajes que nos honraban con su compañía, quedando únicamente Pérez de Guzmán, quien siguió hasta Las Palmas. Cruzamos la barra del Saltés y nos hallamos nuevamente en pleno Atlántico, rumbo a las Canarias. Con buen tiempo y vientos favorables, cubrimos esta primera etapa. Fué en Las Palmas que Colón hizo reparar el timón de “La Pinta” y cambiar el aparejo de “La Niña”. De allí seguimos hasta Sebastián de la Gomera, última escala antes del gran salto del Atlántico. Fuimos recibidos por la población en masa. La isla estuvo de fiesta hasta el momento de la partida. En la plaza pública se nos ofreció aves, huevos, leña, frutas y cerdos salvajes. Estos eran los productos que cargó Colón en la isla en sus cuatro viajes. Los habitantes nos acompañaron hasta el puerto, portando sus ofrendas”.
Llevado por los mismos suaves alisios que impulsaron las carabelas, el “Gaucho” cubrió en 31 días las 3.170 millas de esta evocativa etapa. Siguió lo más aproximadamente posible la ruta del Gran Almirante. Por las noches, las mismas estrellas que vieron cruzar los primeros .tres navíos, observaban el paso del “Gaucho”. Cumplidos los 31 días, observaron, casi a la misma hora mencionada en el diario de Colón, el resplandor del faro de Dixon Hill, el equivalente moderno de esa luz que, según Colón, “parecía una candela de cera que subía y que bajaba”. Al salir el sol, los cuatro argentinos gritaron “¡Tierra!”, y se abrazaron. La isla aparecía verde y promisoria. Sus árboles cubiertos de hojas “como los de Castilla en Junio”. Así terminó la primera reconstrucción del Descubrimiento de América. Después ... el regreso a Buenos Aires. En la Dársena Norte, el “Gaucho”, descansa de la larga travesía y está listo para nuevas hazañas, porque el “Gaucho”, está más gauchito que nunca.
Revista Argentina
01.01.1949
el Gaucho
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