Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Leguisamo
«LEGUISAMO, LOS CABALLOS Y YO”
Delia del Rio, esposa del casi mitológico jockey uruguayo, bosqueja la personalidad del Maestro y confía las intimidades de un matrimonio que ha cumplido 33 años
Carlos Gardel lo llamaba Mono. Sus amigos le dicen Negro, mientras que sus millares de fans lo siguen apodando simplemente el Maestro. Curiosamente, su mujer, aun en los momentos más íntimos, lo llama Leguisamo a secas. Ese, por cierto, no es el único hecho insólito en la vida privada del popular jockey uruguayo que, a los 69 años de edad, sigue magnetizando a multitudes en cada una de sus presentaciones. El resto, sus prolongadas siestas, los tres whiskies diarios, sus “platazos” de ravioles, el silencioso té de las seis de la tarde, sus nostalgias y su historia, son evocados por Delia del Río, su esposa, en una entrevista de más de tres horas que la semana pasada concedió al colaborador Mario Mactas en el coqueto departamento de la avenida del Libertador al 5000, en Buenos Aires. El resultado no podía ser otro: una minuciosa radiografía del ídolo realizada por quien, obviamente, lo conoce más que nadie. “Hace treinta y tres años que estamos casados. Imagine si conoceré a Irineo Leguisamo. Sí, lo llamo por el apellido. Vaya uno a saber por qué”, se jacta, a modo de presentación.
—¿Cómo empezó todo? ¿Cómo se conocieron?
—¿Quiere que le cuente eso? Es gracioso y son muy pocos los que lo saben. A ver . .. adivine en qué lugar nos conocimos.
—¿En el hipódromo?
—Diez puntos. Adivinó.
—¿En qué año?
—Hace tantos que me da un poco de vergüenza. Fue en el treinta y cuatro. Sí, en octubre del 34. No, yo jamás iba a las carreras, pero aquel día una amiga nos invitó a mamá y a mí a ver el Pueyrredón, un clásico en que corría Leguisamo. La cuestión es que al terminar la carrera me vio, vio a mi amiga —que vivía muy cerca del stud de Francisco Maschio— y quedó, ¿cómo le diré?, interesado.
—¿Y entonces?
—Entonces, a través de esa amiga, averiguó mi teléfono —yo vivía en Flores— y quince días después me llamó. Pero no me dijo que hablaba Leguisamo sino “el señor Palermo”. La verdad es que ya Palermo y Leguisamo eran un poco sinónimos. Empezamos a salir y bueno ... de esa manera comenzó la cosa.
—¿Cuánto tiempo duró el noviazgo?
—Cuatro años. Leguisamo estaba muy difícil y costaba arrearlo para el lado del matrimonio. Finalmente nos casamos el 18 de octubre de 1938, un día antes del cumpleaños de Irineo. Fue muy difícil acostumbrarse a vivir con él.
—¿Por su popularidad?
—No, no exactamente. El siempre tomó eso con modestia y con sabiduría. Nunca ignoró que en las carreras hablan al mismo tiempo el afecto y los bolsillos; que los triunfos producían aplausos, flores, abrazos, mientras que las derrotas traen silbidos y bronca. El problema era otro: la disciplina tremenda que siempre se impuso Leguisamo. ¿Se da cuenta? No salíamos nunca. Los caballos se “trabajan” muy temprano y, además, había días para probarlos, días para tomar tiempos, días para poner las cintas. Fue tremendo para mí, que era muy joven, adaptarme a ese ritmo, a esa vida. Mis mejores años pasaron de esa manera.
—¿Está arrepentida?
—No. Le cuento las cosas tal como fueron, simplemente. Leguisamo ya era una figura famosísima y se debía a ese hecho. Además, siempre adoró su trabajo y lo antepuso a cualquier otra cosa. En aquel tiempo ya estaba en situación de dejar de correr si se lo proponía: había alcanzado todo lo que puede alcanzar un jockey.
¿Y usted quería que dejara la profesión?
—Sí, pero sabía que era una empresa inútil.
—¿Tenía miedo?
—Mucho, pero Leguisamo no lo tenía ni lo tuvo jamás. Ni siquiera en el 47, cuando estuvo a punto de morir.
—¿Cómo fue eso?
—Ocurrió el 13 de diciembre de 1947. Yo iba a dar un recital en Radio Municipal mientras Leguisamo corría.
—¿Qué clase de recitales daba usted?
—Canto, canto lírico. Estudié y canté mucho tiempo. Era una especie de escape, de puerta para compensar un poco la vida rigurosa que él imponía. Bueno, la cosa es que ese día Leguisamo rodó y fue sacado de la pista en un estado terrible: fracturas por todas partes, heridas, pérdida de conocimiento. Alguien llamó a la radio diciendo “Leguisamo se mató”. Me quedé muda, literalmente muda.
—¿Y qué pasó después del accidente?
—De todas las rodadas que tuvo, fue la más seria: ocho meses de “horno” en brazos y piernas, gimnasia, reposo. Eran muy pocos los que estaban dispuestos a apostar un centavo a la posibilidad de que volviera a subir a un caballo. Ni siquiera yo creía en su retorno a las pistas. Sin embargo, lo consiguió.. El es muy tenaz, ¿sabe? Consigue siempre las cosas que se propone. Lucha hasta conseguirlas. Yo creo que eso viene de su infancia.
—¿Por qué? ¿Cómo fue la niñez de su marido?
—Muy triste, muy dura. A los nueve años era peón de estancia. A los once, peón de un stud. ¿Se da cuenta? Tuvo que pelear desde el comienzo. A los dieciocho ya era un jockey famoso e iba a serlo durante una cantidad de tiempo que nadie podía imaginar.
—¿Sabe cuántas carreras ganó su marido?
—Más de cuatro mil.
—¿Tiene muchos amigos Leguisamo?
— Muy pocos, verdaderamente muy pocos.
—¿Por qué?
—Porque tener amigos no es fácil. Leguisamo ha sufrido muchas decepciones. Gente que ayudó y después lo traicionó, gente que vino a esta casa y después lo defraudó moralmente. Sí, amigos tiene, pero poquísimos. El mejor que tuvo, no hace falta aclararlo, fue Gardel.
—¿Usted lo conoció?
—No, no lo conocí, pero Leguisamo me ha hablado mucho de él. Es muy raro que toque el tema “Gardel” si no es entre gente que conoce íntimamente. Los recuerdos lo entristecen a Legui.
—¿Qué cuenta él de Gardel?
—Que era un tipo genial, alegre. Un amigo fraternal. Gardel adoraba estar con Leguisamo y pedía siempre: “Por favor, no le digan al Mono que me jugué entero porque se enoja”. El invitó a Leguisamo por primera vez a Francia, en 1931. Carlitos actuaba en Niza y lo mandó llamar. Allí Leguisamo rechazó una propuesta del Aga Kahn para correr sus caballos: había ido a hacer turismo, a divertirse. Volvió trayendo la moda de los pantalones de correr ajustados a los tobillos, como los que usaba el Príncipe de Gales.
—¿Si Leguisamo hubiera tenido hijos, les habría enseñado la profesión?
—Mire: nosotros no tenemos hijos y no tiene sentido conjeturar. No los tenemos porque Leguisamo no quiso. A él no le gustan los chicos. Quiere mucho a los animales y las plantas, pero no le gustan los chicos. Yo hubiera querido tenerlos, pero no pudo ser.
—¿Se siente frustrada por eso?
—Un poco, pero me acostumbré a la idea.
—¿Y se acostumbró a la idea de que siga corriendo?
—Sí: él va a correr hasta que Dios quiera.
—¿Es religioso?
—Lo es, aunque no vaya a la iglesia. Cree, sobre todo, en la Virgen de Luján, la primera imagen que le regalaron cuando llegó al país, en 1922.
—¿Por qué dejó Uruguay?
—Por un ofrecimiento, desde luego. Tenía que correr el caballo Caí, de la señora de Caviglia, dueña del stud Atahualpa. Hace poco, los colores de la señora cumplieron cincuenta años y fuimos a Uruguay, a festejarlo.
—Mucha gente cree que Leguisamo ya no corre más. Otros dicen que se va retirando de a poco, en una especie de minirretiros...
—¡No, por Dios! El no puede vivir sin correr. ¿Cómo se les ocurre semejante cosa? Este año va a correr bastante, pero, eso sí, eligiendo cuidadosamente las montas. Usted sabe lo que pasa: aunque corra un caballo de madera, la gente lo juega. Y él no quiere defraudar a la gente.
Mientras Delia del Río contabiliza los éxitos comerciales de la Organización Leguisamo —una empresa de seguros en la que el jockey maneja las relaciones públicas—, éste despierta de su siesta y, luego de enfundarse en un sobrio traje, atiende a sus pájaros, enjaulados en el balcón. La entrevista debe darse por terminada: la esposa del ídolo tiene que preparar el té que su marido siempre toma, en silencio, a las seis en punto de la tarde.
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